En su lúcido ensayo
titulado Anatomía de la libertad, la escritora estadounidense Robin Morgan señalaba,
en los años 70:
A
las mujeres se nos reserva la religión, en lugar de la filosofía, la moralidad en
lugar de la ética, los temores femeniles, en lugar de la angustia existencial, las
cuestiones comunitarias en lugar de la política, el altruismo en lugar de la preocupación
personal; el voluntariado en lugar del trabajo remunerado y valorizado, la apariencia
en lugar de la substancia, el romanticismo en lugar de la sexualidad, el procrear
en lugar de crear y el hogar, en lugar del universo.
El panorama, ciertamente,
no ha variado en forma sustancial. Hay avances significativos, pero aún existen,
los esquemas de marginalidad de la mujer, no sólo en aspectos tan elementales como
el derecho a una vida digna, sin mencionar los que se relacionan con la literatura,
por decir lo que aquí nos incumbe.
Sin embargo, es evidente
que esa palabra ha fortalecido su presencia para convertirse en un vínculo pleno
entre la individualidad femenina y la realidad de su entorno.
Es así, que durante
las últimas décadas, la voz de las mujeres — sea ésta la de la oralidad o la de
la escritura en cualquiera de sus expresiones— ha sido parte significativa de un
proceso de cambio.
No obstante las limitaciones
(vale la pena repetirlo) en medio de todas las complejidades del presente y del
futuro incierto, hoy las mujeres que tienen la oportunidad de hacerlo, conocen y
dan a luz los más disímiles manifiestos por medio de la palabra, con el fin de adentrarse
en su propia realidad; y algo aún más importante, en la realidad de los seres humanos
que conviven con ella.
Si bien la palabra
oficiada por mujeres (o por hombres) no ha transformado el mundo, sí ha contribuido
de manera importante en la toma de conciencia respecto del rol de la mujer en los
grupos sociales. La palabra les ha dado la libertad para exigir oportunidades con
el objetivo de llegar a la equidad; para lanzar la primera piedra antes de recibirla;
para levantar banderas nuevas o redimir su condición de sombra del otro; para alzar
su opinión política y de ciudadanas; para evadirse del paternalismo que no es sino
otra de las máscaras de la opresión.
Entonces, interesa
aquí señalar un importante juego de reciprocidades entre la palabra formulada desde
el feminismo y la palabra surgida desde la literatura. Considero que, a lo largo
de las últimas décadas, una y otra se complementan aún desde las distintas temáticas
abordadas por cada una de ellas. Y lo más importante de todo, es que lo hacen dentro
de una libertad expresiva que se fortalece cada vez más.
Puede decirse que,
a partir de esa interrelación, las mujeres escriben hoy con más sentido del poder
intrínseco de la comunicación y de su mensaje y ejercen ese vínculo con sus semejantes,
más allá de los convencionalismos o los prejuicios. Ellas saben que pueden escribir
y por qué lo hacen.
En ese libre juego
de intenciones entre la creatividad y lo feminista, ahora las mujeres que escriben
conocen con determinada precisión cuál es el ceremonial de su palabra, qué reglas
aplican a su escritura; aquella que eligieron, la que le es propia por designio,
por voluntad propia, por mística, por el criterio y las argumentaciones que sustentan
su mensaje y por un largo etcétera. O sea, la palabra sirve para enriquecer el discurso
feminista y a la vez, para hacer más ancho el mundo de la imaginación creadora.
Es evidente que la
literatura escrita por mujeres se ha ensanchado significativamente a partir de los
enfoques feministas. Y como ya mencioné antes, uno de los elementos más importantes
en ese ensanchamiento del horizonte femenino, es la libertad para expresarse desde
los diversos lenguajes literarios.
Desde el punto de vista
literario, hoy, las escritoras no sólo conocen sino ejercen con libertad el ceremonial
de la palabra; aquella que les ha servido tanto para adormecer a los hijos en su
cuna; a cantar el amor que las hizo sentirse seres excepcionales en un planeta de
hombres o a elogiar los prodigios de la naturaleza. También conocen cuál es el ceremonial
para llegar a los entretejidos de lo filosófico—existencial, a las interioridades
de lo emotivo, a lo erótico, a lo político y, en suma, a lo que cada una de ellas
concibe como libertad expresiva.
En Guatemala, la poesía
escrita por mujeres nos brinda un amplio espectro para matizar las anteriores consideraciones.
Cito, por ejemplo, a Luz Méndez de la Vega, cuya palabra la conduce a la creación
o descubrimiento de mundos interiores; a recrear la emoción a partir del pensamiento,
con sus poderosos adjetivos y nombres esenciales y donde lo filosófico existencial
aflora en un juego certero y permanente. Voz de reflexión y de análisis en donde
se alojan los temas más disímiles y complejos.
Ellas confirman aquello
que con tanta vehemencia señala Monserrat Roig:
“El
ojo del que escribe modifica, transgrede, idealiza o selecciona la realidad usando
un vehículo que parecía no controlable por la técnica y lo hace a través del lenguaje
de las palabras” ya que se escribe “para huir de la muerte, pero también para liberar
las palabras de la cárcel. De todas las cárceles. No escribimos sobre las cosas,
sino sobre sus nombres, y así las cosas, nosotros no morimos”.
Con el avance de las
décadas y el influjo de corrientes de pensamientos y de poéticas abiertamente propulsores
de la libertad expresiva, surgen en Guatemala nuevas voces de cuyo análisis se han
ocupado ampliamente los estudiosos de la literatura.
Dentro de la evolución
temática y formal de la poesía guatemalteca de la segunda mitad del siglo XX, que
sin lugar a dudas caminaba ya hacia la consolidación de la libertad expresiva de
las voces femeninas, surge también la palabra de Ana María Rodas. Su voz es como
un alto en el camino, una campanada recia, un acto que abre las compuertas de un
discurso hondamente revelador de la voluntad constructiva de la poesía en función
de, a la vez, renovadores discursos poéticos. O dicho de toda manera: se abre con
más definición el espacio para el discurso feminista mediante la palabra poética.
Esta hermosa simbiosis está dando frutos muy interesantes en las nuevas generaciones
de escritoras.
La obra toda de las
cuatro escritoras mencionadas, sintetiza lo que, a propósito de la libertad expresiva
de las escritoras señala María del Carmen Meléndez de Alonzo:
La
poesía feminista recoge el deseo emancipador y libertario de la intelectualidad
femenina. (…) Es así como se instaura un espíritu crítico que desemboca en una reacción
de inconformidad y rebeldía, en contra de una tradición que tiende a disminuir,
si no a suprimir, la expresión y la creación literaria de las escritoras.
Este tema es primordial
para el enfoque de la creación poética de las más importantes escritoras de nuestro
país, porque pone de manifiesto algo fundamental para el ser humano en tanto mujer.
Se trata de la búsqueda y descubrimiento de sí misma, como sujeto y no ya como objeto.
Es ella misma en un acto de reflexión individual.
La libertad expresiva
que he venido mencionando tiene, desde la poesía, un punto de confluencia de particular
importancia en la obra de las escritoras guatemaltecas: el cuerpo femenino. Y con
él no sólo la contemplación (que fue inspiración casi privativa de los escritores)
sino su configuración esencial, su emotividad, la pasión que envuelve sus deseos,
la ruta hacia universos íntimamente ligados a eros y sus confines. Se ha dicho que
“era el cuerpo de la mujer el inspirador, pero las mujeres no se veían a sí mismas”.
Es en este punto, el
cuerpo femenino, donde las autoras de poesía han concentrado sus múltiples afanes
de búsqueda y en el que han concretado esa libertad de expresión a la que me he
referido y en la que el feminismo está presente, sin lugar a dudas. El tema de su
propio cuerpo, conduce a las escritoras a lo sensual y a lo erótico, con facetas
cada vez más renovadas, abarcando sin limitaciones el amor a ese cuerpo que permaneció
oculto durante muchos siglos.
Es ineludible mencionar
aquí lo afirmado por Aída Toledo en su ensayo que antecede a la antología “Rosa
Palpitante” (2005):
Hay ligada con esta
temática del cuerpo femenino y de lo erótico (y por lo tanto, vinculada al feminismo),
una gama muy amplia de autoras, donde se mencionan con mayor frecuencia, los nombres
de, Isabel de los Ángeles Ruano, Carmen Matute, Carolina Escobar Sarti, Johanna
Godoy, Aída Toledo, Ana María Valdeavellano, Dina Posada, Rosa América Hurtarte,
Gloria Antonieta Sagastume, Ivonne Recinos, Violeta Blanco, Cristina Camacho y Mónica
Albizúrez. Muchísimas e injustas omisiones estoy teniendo aquí, por supuesto, sobre
todo respecto de algunas muy jóvenes y aún sin obra publicada.
Reitero entonces, que
el enfoque temático es lo que da vida y sustancia a la poesía contemporánea escrita
por mujeres, en donde lo más importante es la libertad expresiva, mediante la cual
la mujer pasa a ser protagonista de su propia creación literaria, al adueñarse de
su ser individual, de su cuerpo, de sus pensamiento y reflexiones.
El ceremonial de la
palabra escrita o pronunciada por mujeres, puede y debe seguir manteniendo su fuerza
y sus frutos, los cuales ya se sabe, perdurarán en términos de sus calidades y de
su capacidad de convencimiento de que la voz femenina es parte vital y permanente
de la construcción de un mundo mejor para los habitantes del planeta.
*****
SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 181 | setembro de 2021
Artista convidada: Virginia Tentindo (Argentina, 1931)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2021
Visitem também:
Atlas Lírico da América Hispânica
¡Excelente ensayo!!!!!!!!! Lo disfruté mucho
ResponderExcluir