segunda-feira, 20 de setembro de 2021

DELIA QUIÑÓNEZ | Libertad expresiva en la poesía escrita por mujeres

 


A propósito de los tópicos en la poesía contemporánea de mujeres, considero que siguen como temas recurrentes, los mismos, los por siempre universales: el amor, la muerte, la vida, la incertidumbre etc., pero lo que ha cambiado sustancialmente es la forma de enfrentar y plantear esos temas. Hay un acercamiento más preciso, al tema del cuerpo femenino, dentro de una marcada libertad expresiva.

En su lúcido ensayo titulado Anatomía de la libertad, la escritora estadounidense Robin Morgan señalaba, en los años 70:

 

A las mujeres se nos reserva la religión, en lugar de la filosofía, la moralidad en lugar de la ética, los temores femeniles, en lugar de la angustia existencial, las cuestiones comunitarias en lugar de la política, el altruismo en lugar de la preocupación personal; el voluntariado en lugar del trabajo remunerado y valorizado, la apariencia en lugar de la substancia, el romanticismo en lugar de la sexualidad, el procrear en lugar de crear y el hogar, en lugar del universo.

 

El panorama, ciertamente, no ha variado en forma sustancial. Hay avances significativos, pero aún existen, los esquemas de marginalidad de la mujer, no sólo en aspectos tan elementales como el derecho a una vida digna, sin mencionar los que se relacionan con la literatura, por decir lo que aquí nos incumbe.


Y en tal sentido, es necesario insistir en que aún existe toda una serie de opresiones que hacen largo y tortuoso el camino a la comprensión, al reconocimiento y al ejercicio de la palabra dicha o escrita por mujeres. Todavía no se tiene la vía despejada para expresarla, porque hay, entre otros, valladares de orden social, religioso y económico de por medio.

Sin embargo, es evidente que esa palabra ha fortalecido su presencia para convertirse en un vínculo pleno entre la individualidad femenina y la realidad de su entorno.

Es así, que durante las últimas décadas, la voz de las mujeres — sea ésta la de la oralidad o la de la escritura en cualquiera de sus expresiones— ha sido parte significativa de un proceso de cambio.

No obstante las limitaciones (vale la pena repetirlo) en medio de todas las complejidades del presente y del futuro incierto, hoy las mujeres que tienen la oportunidad de hacerlo, conocen y dan a luz los más disímiles manifiestos por medio de la palabra, con el fin de adentrarse en su propia realidad; y algo aún más importante, en la realidad de los seres humanos que conviven con ella.

Si bien la palabra oficiada por mujeres (o por hombres) no ha transformado el mundo, sí ha contribuido de manera importante en la toma de conciencia respecto del rol de la mujer en los grupos sociales. La palabra les ha dado la libertad para exigir oportunidades con el objetivo de llegar a la equidad; para lanzar la primera piedra antes de recibirla; para levantar banderas nuevas o redimir su condición de sombra del otro; para alzar su opinión política y de ciudadanas; para evadirse del paternalismo que no es sino otra de las máscaras de la opresión.

Entonces, interesa aquí señalar un importante juego de reciprocidades entre la palabra formulada desde el feminismo y la palabra surgida desde la literatura. Considero que, a lo largo de las últimas décadas, una y otra se complementan aún desde las distintas temáticas abordadas por cada una de ellas. Y lo más importante de todo, es que lo hacen dentro de una libertad expresiva que se fortalece cada vez más.

Puede decirse que, a partir de esa interrelación, las mujeres escriben hoy con más sentido del poder intrínseco de la comunicación y de su mensaje y ejercen ese vínculo con sus semejantes, más allá de los convencionalismos o los prejuicios. Ellas saben que pueden escribir y por qué lo hacen.

En ese libre juego de intenciones entre la creatividad y lo feminista, ahora las mujeres que escriben conocen con determinada precisión cuál es el ceremonial de su palabra, qué reglas aplican a su escritura; aquella que eligieron, la que le es propia por designio, por voluntad propia, por mística, por el criterio y las argumentaciones que sustentan su mensaje y por un largo etcétera. O sea, la palabra sirve para enriquecer el discurso feminista y a la vez, para hacer más ancho el mundo de la imaginación creadora.

Es evidente que la literatura escrita por mujeres se ha ensanchado significativamente a partir de los enfoques feministas. Y como ya mencioné antes, uno de los elementos más importantes en ese ensanchamiento del horizonte femenino, es la libertad para expresarse desde los diversos lenguajes literarios.

Desde el punto de vista literario, hoy, las escritoras no sólo conocen sino ejercen con libertad el ceremonial de la palabra; aquella que les ha servido tanto para adormecer a los hijos en su cuna; a cantar el amor que las hizo sentirse seres excepcionales en un planeta de hombres o a elogiar los prodigios de la naturaleza. También conocen cuál es el ceremonial para llegar a los entretejidos de lo filosófico—existencial, a las interioridades de lo emotivo, a lo erótico, a lo político y, en suma, a lo que cada una de ellas concibe como libertad expresiva.

En Guatemala, la poesía escrita por mujeres nos brinda un amplio espectro para matizar las anteriores consideraciones. Cito, por ejemplo, a Luz Méndez de la Vega, cuya palabra la conduce a la creación o descubrimiento de mundos interiores; a recrear la emoción a partir del pensamiento, con sus poderosos adjetivos y nombres esenciales y donde lo filosófico existencial aflora en un juego certero y permanente. Voz de reflexión y de análisis en donde se alojan los temas más disímiles y complejos.


En ese movimiento de libertad expresiva por medio de la poesía se inscribe también Margarita Carrera. Libertad desde la cátedra, el periodismo, el ensayo, la filosofía, la narrativa y la poesía. Ni la denuncia por la injusticia y los malabarismos de la politiquería; ni la angustia por el dolor de los seres humanos; ni el amor o el desamor, la condición femenina, el eros pleno y la palabra como espada, son ajenas a ella. De igual manera podemos referirnos a Alaide Foppa, autora de poesía de altísimos vuelos y feminista de primera línea.

Ellas confirman aquello que con tanta vehemencia señala Monserrat Roig:

 

“El ojo del que escribe modifica, transgrede, idealiza o selecciona la realidad usando un vehículo que parecía no controlable por la técnica y lo hace a través del lenguaje de las palabras” ya que se escribe “para huir de la muerte, pero también para liberar las palabras de la cárcel. De todas las cárceles. No escribimos sobre las cosas, sino sobre sus nombres, y así las cosas, nosotros no morimos”.

 

Con el avance de las décadas y el influjo de corrientes de pensamientos y de poéticas abiertamente propulsores de la libertad expresiva, surgen en Guatemala nuevas voces de cuyo análisis se han ocupado ampliamente los estudiosos de la literatura.

Dentro de la evolución temática y formal de la poesía guatemalteca de la segunda mitad del siglo XX, que sin lugar a dudas caminaba ya hacia la consolidación de la libertad expresiva de las voces femeninas, surge también la palabra de Ana María Rodas. Su voz es como un alto en el camino, una campanada recia, un acto que abre las compuertas de un discurso hondamente revelador de la voluntad constructiva de la poesía en función de, a la vez, renovadores discursos poéticos. O dicho de toda manera: se abre con más definición el espacio para el discurso feminista mediante la palabra poética. Esta hermosa simbiosis está dando frutos muy interesantes en las nuevas generaciones de escritoras.

La obra toda de las cuatro escritoras mencionadas, sintetiza lo que, a propósito de la libertad expresiva de las escritoras señala María del Carmen Meléndez de Alonzo:

 

La poesía feminista recoge el deseo emancipador y libertario de la intelectualidad femenina. (…) Es así como se instaura un espíritu crítico que desemboca en una reacción de inconformidad y rebeldía, en contra de una tradición que tiende a disminuir, si no a suprimir, la expresión y la creación literaria de las escritoras.

 

Este tema es primordial para el enfoque de la creación poética de las más importantes escritoras de nuestro país, porque pone de manifiesto algo fundamental para el ser humano en tanto mujer. Se trata de la búsqueda y descubrimiento de sí misma, como sujeto y no ya como objeto. Es ella misma en un acto de reflexión individual.

La libertad expresiva que he venido mencionando tiene, desde la poesía, un punto de confluencia de particular importancia en la obra de las escritoras guatemaltecas: el cuerpo femenino. Y con él no sólo la contemplación (que fue inspiración casi privativa de los escritores) sino su configuración esencial, su emotividad, la pasión que envuelve sus deseos, la ruta hacia universos íntimamente ligados a eros y sus confines. Se ha dicho que “era el cuerpo de la mujer el inspirador, pero las mujeres no se veían a sí mismas”.

Es en este punto, el cuerpo femenino, donde las autoras de poesía han concentrado sus múltiples afanes de búsqueda y en el que han concretado esa libertad de expresión a la que me he referido y en la que el feminismo está presente, sin lugar a dudas. El tema de su propio cuerpo, conduce a las escritoras a lo sensual y a lo erótico, con facetas cada vez más renovadas, abarcando sin limitaciones el amor a ese cuerpo que permaneció oculto durante muchos siglos.

Es ineludible mencionar aquí lo afirmado por Aída Toledo en su ensayo que antecede a la antología “Rosa Palpitante” (2005):

 


…hasta mediados de los ochenta, la poesía de mujeres en cuanto al tratamiento del erotismo y la sexualidad se mueve en dos registros, cuyas pendulaciones se alejan y se acercan a una línea culta y existencial; y a otra, mucho más feminista —en el concepto de los feminismos latinoamericanos e internacionales— ya despojada del lenguaje literario que tradicionalmente identificaba a la poesía como género.

 

Hay ligada con esta temática del cuerpo femenino y de lo erótico (y por lo tanto, vinculada al feminismo), una gama muy amplia de autoras, donde se mencionan con mayor frecuencia, los nombres de, Isabel de los Ángeles Ruano, Carmen Matute, Carolina Escobar Sarti, Johanna Godoy, Aída Toledo, Ana María Valdeavellano, Dina Posada, Rosa América Hurtarte, Gloria Antonieta Sagastume, Ivonne Recinos, Violeta Blanco, Cristina Camacho y Mónica Albizúrez. Muchísimas e injustas omisiones estoy teniendo aquí, por supuesto, sobre todo respecto de algunas muy jóvenes y aún sin obra publicada.

Reitero entonces, que el enfoque temático es lo que da vida y sustancia a la poesía contemporánea escrita por mujeres, en donde lo más importante es la libertad expresiva, mediante la cual la mujer pasa a ser protagonista de su propia creación literaria, al adueñarse de su ser individual, de su cuerpo, de sus pensamiento y reflexiones.

El ceremonial de la palabra escrita o pronunciada por mujeres, puede y debe seguir manteniendo su fuerza y sus frutos, los cuales ya se sabe, perdurarán en términos de sus calidades y de su capacidad de convencimiento de que la voz femenina es parte vital y permanente de la construcción de un mundo mejor para los habitantes del planeta.

 


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Número 181 | setembro de 2021

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