∞ editorial | Alquimía de los sentidos
01 | Tal vez fue la última noche o
incluso la última llama del deseo. Pero la razón por la que estamos aquí debe llegar
a un punto más allá de toda duda y confirmación. Un rayo de cada elemento, por polvoriento
que sea, debe salir a la superficie dibujando seductores bultos en la piel del horizonte.
No hay razón para rehacer o recrear, el instinto debe en todo momento confabular
una lista innumerable de enigmas. Las grandes rocas que levitan en el desierto,
el laberinto arrugado que confiesa la pérdida de sus salidas, el murmullo embrujado
del tiempo, ya nadie se preocupa por las vestiduras rotas del desencanto. El aniquilamiento
es el último estigma que se conserva en el imperio de las catástrofes. La ruina
del ser, la chispa intransitiva del caos, el destino sellado como representación
fallida. Fantasmas yaciendo boca abajo, como un escenario ominoso, la profecía reticente
que acaba cediendo al abandono. Todo parece no tener fin, como una agonía aplastada
por la ausencia de dolor, la parálisis continua del aislamiento en sí mismo. Deshabitado,
el hombre ya no encuentra armonía en sus diferencias. No sabe escribir su propio
nombre sobre los escombros de la existencia. Quizás ha decidido, por el contagio
de su inercia, que esta será su última noche.
02 | En un librito mágico que supuso
uno de los hitos para la entrada en escena del surrealismo, ya en 1919, André Breton
y Philippe Soupault se quejan de que la inmensa
sonrisa de la tierra no nos basta: necesitamos viejos desiertos, ciudades sin resplandor
crepuscular y mares muertos –Les champs magnétiques, escrito en mayo y junio de 1919, publicado en mayo de 1920–. Allí
comenzamos nuestro viaje, por el imperativo de descubrir otras dimensiones de nuestro
paso por la tierra. El propio surrealismo nace en las bitácoras de la goleta errante
llamada Cabaret Voltaire, y sus intensas reuniones de viajeros.
El automatismo estaba
ahí, la mecánica de las tarjetas de collage, la instauración del momento como carbón
propiciatorio de la magia perenne de la existencia humana. Una verdadera comprensión
del tiempo como un juego inalámbrico. La sublime comunicación del yo con sus inefables
otros. En las páginas de la revista Littérature
comienza a viajar el doble mundo que llevamos dentro y fuera.
Un viaje que lleva
en sí mismo tanto los lugares de encuentro como la geografía del espíritu de cada
uno de sus participantes. Las multiplicaciones creativas de los abismos personales
y el fluir de las miradas en nuevas formas de explorar el mundo. Teoría del nuevo
horizonte. Una metafísica de lo desconocido. Así es como la vida alcanza su arraigada
altivez polimorfa.
Así nace el Surrealismo.
Con ese sentimiento incesante de buscar nuevas tierras. Como centro de atracción
de los viajeros más comprometidos con desvelar nuevos trucos para conjugar imagen
y palabra. El entusiasmo de ir y venir por mundos imborrables. Este centro, por
impulso de vitalidad, desde su núcleo se ha afirmado como una red de canales en
perpetuo movimiento. Su nombre no es Zurich o París, sino un cabaret y luego un
café y más, las calles y galerías y puertos.
Los juegos y creaciones
colectivas, las alocuciones del entusiasmo común, un sinnúmero de actividades enriquecedoras
que les permitieron llevar el espíritu de regreso en su equipaje a varios países
del mundo. De esta forma, el Surrealismo llegó a otros continentes, llegando a Adelaida,
Lima, Tokio, Rabat etc. El Surrealismo llegó a Japón de la mano de Nishwaki Junzaburo
(1894-1982) y su encuentro con Takiguchi Shuzo (1903-1979), los dos poetas y artistas
visuales, o a Inglaterra, de la mano de Roland Penrose (1900-1984) y la formación
de grupo con David Gascoyne (1916-2001), o en Perú, con el regreso de César Moro
(1903-1956) y su amistad con Emilio Adolfo Westphalen (1911-2001), y así fue en
todas partes. Pero casi igual a este modo de impulso del movimiento también contribuyó
la 2ª Guerra Mundial y sus inevitables exilios.
Con el tiempo, se
descubrió que era impensable una práctica ortodoxa del Surrealismo, pues en su transcurso
se registraban acciones tanto grupales como aisladas. Además, los viajes brindaron
una reciprocidad que poco a poco fue agregando nuevas perspectivas, modificando
errores de formación, sin dejar de basarse en su tríada fundamental: amor, poesía,
libertad. Era necesario deshacerse de los eufemismos de la ortodoxia para crear
nuevas visiones de uno mismo y del mundo. En esto, el Surrealismo creció hasta el
punto de ser el movimiento cultural más importante del siglo XX.
Uno de sus clásicos
errores provino de la negativa de André Breton a conocer idiomas distintos al francés.
Con ello, trajo a escena una presencia más plástica que poética en el surrealismo
internacional, dejando bajo cierta oscuridad la grandeza de la obra renovadora de
muchos de sus poetas. El mismo Breton, sobre la imagen surrealista, apuntó en el
primer manifiesto:
Para mí, no lo niego, el más fuerte es el que presenta mayor
grado de arbitrariedad; la que requiere más tiempo para ser traducida al lenguaje
práctico, ya sea porque contiene una enorme dosis de aparente contradicción, o porque
uno de sus términos está curiosamente escondido, o porque, habiéndose presentado
como sensacionalista, parece que termina débilmente (que cierra, bruscamente, el
ángulo de su compás), ya sea porque toma de sí una justificación formal burlona,
o porque tiene un carácter alucinatorio, o porque, con toda naturalidad, da a lo abstracto la máscara
de lo concreto o viceversa, o porque implica la negación de alguna propiedad física
elemental, o por provocar la risa.
Poetas como César
Moro, Enrique Molina, Ludwig Zeller han descubierto una clave de raíces entrelazadas
que les conduce a las cotas más altas de la creación poética en lengua española.
Lo mismo puede decirse de los griegos Odisseas Elytis, Andreas Embirikos y Matsi
Chatzilazarou. Del mismo modo, podemos pensar en los japoneses Kansuke Yamamoto,
Kitasono Katue y Takiguche Shuzo, o en poetas de lengua inglesa, como Max Harris,
Joyce Mansour o Philip Lamantia. Los ejemplos se reproducen en muchos otros idiomas
y esta clave no radica en el antagonismo entre el mundo auditivo y el mundo visionario
–como defendía Breton, eligiendo lo auditivo como la mayor forma de concepción de
lo poético–, sino en una fusión de los dos y sin olvidar los otros sentidos.
Todavía tenemos
que descubrir las esferas vinculadas del surrealismo en la poesía de innumerables
países. Las ventanas abiertas de esta tormenta que avanza mucho más allá de los
conceptos de tiempo y espacio. Ha pasado un siglo desde la redacción de Los campos magnéticos y el escenario de maravillas
que fue la revista Littérature. Un siglo
desde la comprensión que dan los collages de una nueva realidad. Un siglo de la
aventura trascendente de los juegos colectivos, donde la verdadera poesía se hace
en el reconocimiento –nunca en la sumisión– del otro.
Esta alquimia de
los sentidos dio una nueva percepción de cuerpo y alma al siglo XX, como una prueba
más de la inmensidad del pensamiento, como las letras de fuego que alargan nuestra
permanencia en la tierra. Esta esfera –la suma de lo angelical y lo demoníaco que
ofrece el Surrealismo– es lo que ha construido todo en nuestro tiempo.
03 | Leila Ferraz (Brasil, 1944), todavía muy joven, a los 20 años, descubre el Surrealismo y se atreve a montar, junto con unos amigos, una exposición internacional del movimiento en São Paulo. También fue coeditora del catálogo-revista de la exposición, A Phala. En sus páginas un ensayo de Leila –Introducción al pensamiento mágico surrealista– imprime la fuerza de su identificación con los postulados del Surrealismo, al mismo tiempo que comienza a despertar a la misoginia que contaminó las acciones del grupo. Hace un rato hablábamos de la relatividad de la libertad, especialmente en relación con la mujer, cuando raspamos el barniz canónico del Surrealismo. Entonces me dijo: La mujer es, en sí misma, una fuerza transgresora en todo momento. Como una estrella en la mecánica celeste. Su transgresión es su propia condición femenina y todo lo que así la caracteriza. Mira, hoy publicaron por primera vez la foto de un agujero negro en el universo. Cuando lo vi, inmediatamente lo asocié, más aún, vi el cuello uterino femenino. Ambos son transgresores en sus misterios y trascendencias. Una transgresión infinitamente cambiante y paradójicamente única. La esencia de un escenario indiscutible. Algo tan sagrado y violento. Algo que es cóncavo y en el límite de esta comprensión, convexo. Nunca objeto. Es un mutatis mutandis entre el dolor y el placer. La conversación nos permitió abordar las formas de reacción de la mujer, en especial la interdicción ulterior. La mujer no está vedada, pero se veda, como si se guardara, al menos en parte, la celebración de sus oficios para sí misma. Como si siempre guardara algo oculto, nunca revelado, que es la parte revitalizante que lleva dentro de sí. Ante esto es que la mujer no cede a los trucos de la repetición, porque guarda en sí misma un mineral que perennemente alumbra a cada acto, que la hace parecer (e incluso ser) otra, siempre renovada, en ella. Y Leila llegó al fondo del mineral de esta relación precisamente con el Surrealismo y su revelador pozo de contradicciones.
Floriano Martins
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Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 06
Número 205 | março de 2022
Artista convidada: Leila Ferraz (Brasil, 1944)
Tradução: Floriano Martins
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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