En el caso del poema “Inana y Eibe” de Enjeduana, se presenta, hace cuatro mil
trescientos años este esquema, cuando Inana va donde An, su padre, y le pide apoyo
para poder oponerse a la insolencia de Eibe; Enjeduana nos presenta entonces el
evento en que Inana se alza contra su padre y repentinamente consciente de su energía
intrínseca toma en su mano elementos femeninos y masculinos, ataca y destruye a
Eibe, aunque sabe que éste tiene el apoyo de An, es decir, aunque sabe que An decide
no apoyarla a ella. Ese poema tuvo mucho éxito; podemos leerlo hoy porque se han
excavado las tablillas de barro en que durante mil quinientos años se copió una
y otra vez; luego vinieron tres mil años de olvido, tres mil años en que las tablillas
yacían bajo las arenas de Ur; ahora, al haberlas encontrado, volvemos a poder leer
el poema y a enfrentarnos nuevamente con este dilema: dónde está la energía, la
fuerza que mueve los átomos, y, por ende, toda la materia.
Asocio esto con el recuerdo del espectáculo cuando mi hijo, intentaba caminar;
los seres humanos estamos programados para ser bípedos y yo observaba cómo el niño
luchaba por erguirse y luego caía repetidamente; se erguía, se daba el momento de
tensión en que tendría que haber tomado ese primer paso, yo lo alentaba, pero él
volvía a la posición segura cerca del suelo; hasta que en cierto instante se levantó
y poniendo sus manos en sus pantalones, y con la sensación de algo a que aferrarse,
dio ese primer paso y triunfalmente caminó por su cuenta los pasos cruciales del
inicio de su propio destino.
Hombres y mujeres tenemos algo enorme a que aferrarnos. Las mujeres nos hemos
olvidado de esto y también olvidamos que los hombres siempre se han aferrado a nosotras,
y nosotras hemos dejado durmiendo el concepto de este algo que llevamos dentro,
algo con que nos podemos armar y podemos pararnos y tomar en manos nuestro propio
destino. Nuestra formación social nos ha desviado de tomar consciencia de ello;
ahora esa misma sociedad y su cultura nos dan los elementos para ver que la solución
está dentro. La conciencia de que se puede apoyar un ser en su propia fuerza, de
que se puede agarrar de su propio pantalón para dar ese primer paso crucial, nos
pertenece a todos.
Lo que se transparenta de lo que precede es que pienso que porque somos seres biológicos nuestras estructuras funcionan desde el espejo de los bioesquemas; cae de maduro que nuestro cuerpo y sus funciones también están bajo la férula de esos esquemas; lo que no es tan fácil de comentar es que yo creo que los esquemas psicológicos también pueden estar influidos por la biología que los sustenta; sabemos que nuestra conducta gregaria se parece a la conducta gregaria animal de muchas especies; sabemos que nuestra composición física y química es semejante, si no completamente igual, a la de otros seres vivos; y como éste hay muchos ejemplos que mencionar; por eso pienso que es casi imposible concebir que nuestra psique no estuviera condicionada por nuestra estructura biológica básica.
Todos los seres sexuados procedemos de un elemento masculino y uno femenino; los seres humanos, así como los mamíferos todos procedemos de un esperma y un óvulo; la vida surge de la unión de estos dos elementos; faltando uno, fallando uno, estando alguno de los dos en algún problema, no se puede dar la vida. Es pueril repetir esto, pero es importante recalcarlo, porque en el patriarcado que hemos heredado gran parte de nuestra vida se desarrolla dentro de lo que yo llamo “pensamiento espermático,” un modo de actuar, de proceder en que prima el elemento masculino y se tiende a olvidar el elemento femenino. Podemos extrapolar estas ideas a la conducta humana toda y decir que faltando uno de los elementos constituyentes no se puede dar la vida; si en el pensamiento que rige nuestra conducta predomina el elemento masculino, ya sea porque el elemento femenino está ausente o porque está asfixiado, se dan todos los eventos que nos llevan a la masacre. Hablo de masacre de los seres humanos mismos, así como la masacre del entorno de vida en que estamos insertos; sabemos que todo está conectado, que no se puede masacrar algo vivo sin que ello afecte la vida de todo el resto de lo que constituye la vida en nuestro planeta; sostener la vida y los procesos naturales de muerte es la tarea conjunta de todas las especies y de todos los sistemas biológicos que están inevitablemente ligados y entrecruzados.
Si, como me parece, por ser seres biológicos, nuestro pensamiento mismo se origina
en esta condición, eso nos permite hablar de nuestro modo de pensar en términos
que se ajustan a lo biológico en sí; de ahí surge la imagen que quiero llamar “pensamiento
espermático” que me nace de la visión de los muchísimos espermas que durante el
coito parten en su viaje dentro del útero de una mujer, en busca del óvulo que puedan
fecundar; esta carrera comparte muchas características con conductas humanas; se
dan muchos casos en que se compite, se deshace del semejante que está obstruyendo
el paso, se le quita incluso su territorio, para impedir su subsistencia y apoyar
la propia; de hecho gran parte de la cultura occidental es competitiva; es lo que
evoca incluso la palabra “carrera” de significados múltiples, uno de los cuales
es descripción de las tareas que se realizan en alguna profesión; al usar la palabra
“carrera” no se evoca tan sólo el hecho de que la profesión en sí es un fin bueno
—o malo si es el caso—, sino que se la ve como una competencia con otros profesionistas
semejantes.
Nuestra cultura ha sido llevado por un pensamiento espermático durante milenios,
un pensamiento en que prima la imagen del esfuerzo del esperma que lucha contra
sus semejantes, millones de otros espermas, que compite, que echa a un lado a sus
contrincantes, todos contra todos, y que finalmente triunfal, llega, primero y único,
donde el enorme, inmenso óvulo y lo penetra para formar parte de ella, sumirse en
ella, realizarse en ella y producir con ella, con la energía de ella y la fuerza
de ella, el milagro de una nueva criatura.
El pensamiento que se parece al óvulo enorme y poderoso del que procedemos,
el óvulo que espera el momento en que llega el esperma y si no llega se muere, se
desvaneció durante mucho tiempo; ese pensamiento primó antes en nuestras culturas,
durante muchísimos milenios, y fue remplazado por el pensamiento espermático. Ahora
que por fin podremos llegar a aprehender y contemplar el encuentro de los elementos
masculino y femenino, ahora es el momento en que podemos llegar a entender el milagro
de la vida; eso es para mí el resultado de la percepción de que la energía está
en el fondo femenino del que procedemos todos y que esta energía todo lo alimenta
y es nuestro impulso, así como es el impulso del cosmos y de la materia toda.
La trascendencia del elemento masculino en nuestra cultura se ha establecido
con firmeza; sucedió sin embargo que la trascendencia del elemento femenino se ha
vuelto opaca o ha desaparecido por completo; se recurre a la idea de lo femenino
cuando se precisa de apoyo, pero se la concibe, en occidente por lo menos, sólo
como cosa acólita, adjunta, pero no como algo que es trascendente y sagrado en sí;
en la vida biológica los elementos, masculino y femenino tienen equilibrio; es en
nuestras civilizaciones patriarcales en las que se ha perdido ese equilibrio; volver
a establecerlo es la tarea más urgente que tenemos delante de nosotros, porque es
la clave de nuestra supervivencia y también de la supervivencia del planeta que
habitamos.
Existe una tendencia de pensamiento de salir del planeta Tierra, de buscar otro
lugar en el cosmos que podamos habitar; es la misma conciencia del desecho de lo
que no nos sirve, de botar a la basura lo que no nos place o conviene y buscarle
un remplazo. Resulta que en el plano macrocósmico esto no funciona; no hay otros
planetas que estén a mano como para poder asegurarnos que las condiciones de vida
que tenemos en esta Tierra se puedan dar; en cambio las condiciones de lo que ya
tenemos las conocemos en gran porcentaje (¡y eso que aún nos falta mucho que aprender!!),
por lo que la apuesta es que es aquí, la solución está en la Tierra. El desequilibrio
en que estamos la produce en gran porcentaje la humanidad que puebla el planeta;
el remedio entonces está en las manos de esta misma humanidad; es desde dentro de
nosotros que va a surgir la solución al impasse en que nos encontramos.
Debo mencionar en este punto que cuando digo “lo femenino” no hablo la mujer,
y cuando digo “lo masculino” no hablo del varón, sino de seres que tenemos componentes
femeninos y masculinos como complemento de nuestra tendencia específica de base;
estos componentes son necesarios; no podemos prescindir de lo masculino, pero tampoco
de lo femenino. Que se haya prescindido de la sacralidad de lo femenino ha producido
un desequilibrio que ahora tenemos que considerar y examinar y lo que es más, debemos
recordar que en psicología profunda se constata que la parte creativa de los varones
es femenina, mientras que la parte creativa de las mujeres es masculina. Durante
un periodo de muchos siglos se ha preferido la búsqueda de la trascendencia a través
de lo “espiritual” y a través de la negación del cuerpo y de lo que se consideraba
“material;” las niñas que nos criamos dentro del catolicismo aprendimos que se debía
mortificar el cuerpo, renunciar a todo lo sexual, sensual y toda materialidad de
la mujer para poder acceder a un nivel de espiritualidad. Si se enfatiza este tipo
de conceptos durante un periodo tan largo como fue el caso —mil setecientos años
por lo menos—, se llega a que mujeres y varones quedan convencidas de que desear
trascender sus impulsos naturales expresados a través de lo corpóreo, a través del
cultivo del cuerpo, es nefasto, y que deben dominar esos impulsos a toda costa;
es lo que las mujeres hemos oído como prédica desde Pablo de Tarso (en el caso del
cristianismo) y que también se predica en los grupos fundamentalistas que se adhieren
a los preceptos del Islam, o del Antiguo Testamento. Es imprescindible abarcar tanto
al cuerpo como al espíritu en un solo abrazo, es imprescindible y urgente llegar
a cohesionar lo perdido, lo femenino, con lo conquistado, lo masculino; estamos
en una nueva etapa, buscando nuevas formas, nuevos métodos y lo estamos haciendo
con los instrumentos que ha conquistado nuestra parte masculina; esto es importante
recordar y es importante también recordar que hay que tratar de profundizar nuestras
experiencias y no quedarnos en esquemas superficiales.
MATERIA
Y ENERGÍA
Me
ha nacido la idea, no sé exactamente de dónde, de que para Enjeduana, la poeta de
Ur de hace cuarenta y cuatro siglos, la figura de la diosa Inana representa la energía
que existe en toda la materia. Esta idea la tengo hace bastante tiempo y hace un
año, cuando vi un programa que trataba de explicar la Teoría de la Relatividad a
personas sin instrucción científica (entre las que me incluyo), asocié la ecuación
de Einstein a mi intuición.
Para mí es claro que Inana, un arquetipo femenino, representa la materia.
La materia no es poca cosa, es todo lo que hay en lo que hasta ahora concebimos
como universo.
Enjeduana, la poeta akadia de 2300 a.C., en el poema que escribe en sumerio
sobre la lucha de la diosa Inana contra Eibe, y en el poema Señora de gran corazón, la presenta como
superior a todos los dioses, incluso a An, su padre.
Al ser Inana un símbolo de lo femenino, creo que Enjeduana nos sugiere
que la energía misma es un elemento femenino.
Se puede considerar que las mujeres somos portadoras de esa energía en el sentido
simbólico del arquetipo. Esta idea puede que sea una estructura a la que le falta
la firmeza del logos, pero concebirla
me ha dado un impulso extraordinario y una confianza total en la forma en que vislumbro
el arquetipo para el cual no tengo nombre, y que podría mencionarse como deidad,
que es la única manera en que puedo mentalmente dirigirme a Ella.
Como digo, no sé de dónde me viene la idea, es posible que haya alguna
mención de esta energía en algún libro que he leído y que me haya llevado a divagar.
Desde que tengo esta noción, la palabra energía me inyecta adrenalina.
Hace algunas semanas en un programa de difusión científica había mención de la teoría
de que la cantidad de energía en el universo es constante.
Vengo de la generación que aprendió el dictum de Lavoisier de que en una reacción química “Nada se pierde,
todo se transforma”. Esto lo he repetido alguna vez y entonces alguien que me escuchaba
me dijo: sí, se pierde la energía que produce la reacción. No sé si la energía esa
pueda perderse. Han pasado cincuenta años o más desde que yo era estudiante. Quizás
ahora nuestros conocimientos sean más refinados y se pueda medir cantidades de energía
muy pequeños. En todo caso, en la ecuación de Einstein la energía es una constante.
Y si Einstein se equivocara, ¿adónde se iría la energía que “se pierde”?
Volviendo a lo mío: si la energía en el universo es lo que representa el
arquetipo de Inana según nos la presenta Enjeduana, estamos hablando de algo muy,
muy grande que todo lo penetra, a lo que nada escapa y sería el caso de algo que
tenemos que considerar como parte de nuestra conciencia femenina —seamos varones
o mujeres—, porque nosotros también somos materia.
Ya mencioné que a mi parecer la psique depende de la materia y se origina
en ella. A esta idea que siento verídica se suma otra: que la energía es algo intrínseco
a lo femenino, que es algo que transforma interiormente. Esta conjunción, de poder
probarse, exige una revisión total de los otros conceptos que hasta ahora han regulado
la conducta de las mujeres condicionadas por la experiencia social en que se han
formado.
Habemos muchas mujeres que crecimos con la impresión de que el impulso,
el estímulo, la dirección para la acción viene de los varones. Asociado a eso aprendimos
que se debe seguir, acatar, respetar y promulgar la preponderancia del pensamiento,
primero, del padre y luego de los compañeros varones. En muchas de nuestras sociedades,
las mujeres, para hacer todo lo que hacen, se ven en la situación en que la opinión
y apoyo de los varones son imprescindibles para establecer si sus actos son justos
o si sus creaciones tienen valor. La imagen que muchas mujeres tenemos de nosotras
mismas es que nuestro valor depende de los juicios de los varones.
En el caso del poema lnana y Eibe
de Enjeduana, se presenta, hace cuatro mil cuatrocientos años el siguiente esquema:
Inana va donde An, su padre, y le pide apoyo para poder oponerse a la insolencia
de Eibe. El padre la trata “paternalmente”, y no la apoya. Enjeduana nos presenta
entonces el evento en que Inana se alza contra su padre y, repentinamente consciente
de su energía intrínseca, toma en su mano elementos femeninos y masculinos, y ataca
y destruye a Eibe, aunque sabe que éste tiene el apoyo de An. Es decir, procede
así en cuanto sabe que An decide no apoyarla a ella.
Ese poema tuvo mucho éxito. Podemos leerlo hoy porque se han excavado las
tablillas de barro en que durante mil quinientos años se copió una y otra vez. Luego
pasaron tres mil años de olvido, tres mil años en que las tablillas yacían bajo
las arenas de Ur. Ahora, al haberlas encontrado, nuevamente se puede leer el poema
y nos enfrentamos con este dilema: dónde está la energía, la fuerza que mueve los
átomos, y, por ende, toda la materia.
Hombres y mujeres tenemos ahora algo enorme a que aferrarnos. Las mujeres
nos hemos olvidado de los símbolos del poder de lo femenino y también olvidamos
que los varones siempre se han aferrado a nosotras, mientras nosotras hemos dejado
durmiendo el concepto de este algo que llevamos dentro, algo con que nos podemos
armar y podemos pararnos y tomar en manos nuestro propio destino. Los varones tienden
a olvidar que su parte creadora es femenina. Nuestra formación social nos ha desviado
de tomar consciencia de la energía que tenemos. Ahora esa misma sociedad y su cultura
nos dan los elementos para ver que la solución está adentro.
La conciencia de que se puede apoyar un ser en su propia fuerza, de que se puede anclar en su propia alma, es crucial, y nos pertenece a todos y todas.
*****
SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 182 | outubro de 2021
Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2021
Visitem também:
Atlas Lírico da América Hispânica
Nenhum comentário:
Postar um comentário