Ludwig
Zeller tiene la costumbre de hacer todo cuando se lo dicta alguna motivación interior.
En diciembre de 1974 me dijo de repente un día que quería escribir una carta a Edouard
Jaguer (1924-2006), un crítico de arte y poeta que vivía en París, cuya dirección
le había sido dada por Aldo Pellegrini, el poeta, líder del movimiento surrealista
argentino, cuando Ludwig estuvo visitándolo en Buenos Aires en 1968. Cuando me dictó
la carta, ni Ludwig ni yo teníamos una idea clara de quién podía ser Edouard Jaguer.
Aldo Pellegrini le había dicho a Ludwig que Jaguer se interesaba en el surrealismo
latinoamericano y que, cuando él (Pellegrini) estuvo juntando material para su antología
de la poesía surrealista, Jaguer lo apoyó y ayudó en su tarea. No había entonces
Internet ni nada que se le pareciera y no teníamos otra fuente de información para
guiarnos sobre qué había hecho Jaguer antes de nosotros conocerlo ni qué planes tenía
en esa época.
La carta
se fue poco antes del fin del año. A principios de enero recibimos la respuesta
de Edouard Jaguer [1] quien nos contaba que en los días entre Navidad y Año
Nuevo (periodo en que descansaba el correo francés) había tenido un sueño en el
que veía una enorme cantidad de correspondencia que entraba por la ranura de la
puerta de entrada de su departamento y que entre todos los sobres había uno que
venía de un tal Ludwig Zeller. Contó su sueño a Simone, su compañera, y fue ella
quien le recordó que ese era el nombre del escritor cuyos poemas habían leído hacía
poco, en traducción francesa de Jean-Louis Bedouin, en el Bulletin de Liaisons
Surréalistes (que era una revista de circulación muy restringida, una especie
de órgano interno de los que participaban en el surrealismo de los setentas). Vale
mencionar que entre los que participaban en el surrealismo en 1974, habían distensiones
y los surrealistas que estaban publicando el Bulletin no colaboraban en las
actividades que organizaba Jaguer, y tampoco ayudaban a que éstas se divulgaran.
Este sueño
de Jaguer, este evento dentro de la más pura tradición del azar objetivo tan caro
a los surrealistas, nos decidió a planear nuestro primer viaje a Europa, a París
específicamente, cosa que se nos hacía factible ya que yo llevaba varios meses trabajando
en Sheridan College, con un buen sueldo. Con unos boletos baratos viajamos en junio
hasta Amsterdam, lugar en que conocimos a Frida y Laurens Vancrevel, con quienes
estábamos ya en contacto a través de nuestras incipientes publicaciones a cambio
de la revista que ellos hacían y que se llamaba Brumes Blondes (esto nos hacía suponer
que Frida sería una mujer rubia, cosa que no era el caso). De Amsterdam tomamos
el tren a París y tras esfuerzos enormes llegamos con nuestro cargamento de publicaciones,
collages, dibujos y esculturas de cerámica al departamento de los Jaguer. El esfuerzo
de llegar ahí fue de triple característica: intelectual –en nuestro contacto postal
en los meses precedentes entendimos que compartíamos mucho con Jaguer–, emocional
–este fue un viaje histórico para ambos, Zeller iba a Europa por primera vez y yo
volvía ahí por primera vez desde que mis padres emigraran de Hungría, en 1949– y
físico. Esto último en alto grado: fuimos con nuestra carga en metro hasta la estación
Simon Bolivar, subimos seis pisos de escaleras hasta la calle, ascendimos las escaleras
de la loma llamada les Bûtes Chaumont, en cuya cumbre estaba el edificio en que
vivían los Jaguer [2] y luego subimos otros cuatro pisos de escaleras para
llegar al departamento. Fuera de aliento al límite de la apoplejía caímos en los
brazos de los Jaguer quienes nos recibieron con comprensión y mucha calidez.
Fue un
encuentro que nos pareció inmediatamente de cercanía, de empatía que cimentó nuestra
colaboración con el grupo que rodeaba a Phases y que lidereaba Jaguer, y produjo
que organizáramos exposiciones de surrealistas franceses, españoles y de otros países
en galerías de Toronto y sus alrededores, así como publicaciones de textos y obra
artística del surrealismo internacional en nuestra editorial, Oasis Publications
(1975-1994) y nuestra revista El Huevo Filosófico. A su vez Jaguer nos incluyó en
las exposiciones y publicaciones de Phases.
Donde los
Jaguer respirábamos un ambiente cálido. Siempre nos esperaban con buena comida (la
bonne bouffe, decía Jaguer) o con alguna cosilla especial para acompañar
el estupendo café que preparaba Simone. Las comidas se regaban con buen vino. Jaguer
tomaba cerveza, para disminuir su ingesta de alcohol y se burlaba de que a Ludwig
le gustaba tomar Coca Cola, repitiendo: Ludwig et son coca.
Percibíamos
que, al igual que nosotros, los Jaguer estaban por completo comprometidos con sus
ideales, entregados a la tarea de promover la poesía y el arte visual. Jaguer era
poeta y ensayista-crítico y sus artículos sobre artistas de lugares muy diversos
se publicaban en libros o en revistas italianas como Terzo Occhio y de otros países,
[4] además de la propia revista Phases (primer número, 1954). La hechura
de esta elegante revista era obra de Jaguer, él mismo obtenía todos los materiales
que ahí se incluían y hacía su diseño gráfico. La revista se financiaba con la venta
a precios elevados de los ejemplares especiales de cada número que incluían obra
original, generalmente de pequeño formato o grabados de los artistas que se publicaban.
[5] Phases no era tan sólo una revista. Era un Movimiento (iniciado en 1952)
en todo el sentido de la palabra, con postulados que apoyábamos sus participantes.
Al incorporar el abstraccionismo en el surrealismo, Phases proponía abrir una nueva
dimensión dentro éste. Esta postura no era aprobada por André Breton quien había
excluido al abstraccionismo de su propio movimiento. Esto no significaba sin embargo
que el joven Jaguer no tuviera, en su momento, una buena relación con Breton.
Los Jaguer
estaban dispuestos a invertir todo lo que tenían en su tarea de impulsar el movimiento.
Jaguer tenía un negocio que fabricaba hebillas de cinturones. Además, vendía obra
de arte a particulares. Tenía muy buena relación con varias galerías. Una de estas
es la de Marcel Fleiss, que se llama 1900-2000. Los Jaguer poco viajaban fuera de
Francia, y no hacían mayores viajes dentro de Europa, salvo cuando Edouard estaba
montando alguna exposición de Phases. Jaguer, apoyado en la incansable Simone, organizaba
muestras en diversas ciudades de Francia y otros países. Habíamos dejado obra en
su poder y con esas participábamos en esas muestras.
Al departamento
de los Jaguer llegaba una gran cantidad de personas, como Walter Zannini, el director
del Museo de Arte de la Universidad de Sao Paulo, en Brasil, o la dueña de una galería
de Bruselas. Tanto Simone como Edouard mantenían un flujo constante de correspondencia
con muchísima gente y escribían cartas extensas. Tras nuestras vueltas a Toronto
nos mantenían al tanto de los eventos que se desarrollaban en París y también otros
lugares de Europa. Nuestras cartas fueron siempre respondidas en tiempo muy breve.
La planeación de exposiciones y publicaciones fluía en forma continuada.
Edouard
Jaguer, desde joven idealista y luchador, había participado con un grupo de Resistencia
francesa en contra del nazismo y la invasión de Francia. Era un hombre buen mozo,
con ojos muy brillantes que escudriñaban con mucha intensidad y rapidez; con sonrisa
siempre a flor de labios; con mucho sentido de humor. Era muy sensual y su mujer,
Simone, era tolerante con sus entusiasmos por las mujeres más jóvenes que ella.
Simone
firmaba su obra visual, los así llamados collages revestidos, con el nombre de Anne
Ethuin.
Una de
las actividades de Phases nos llevó a nuestra primera visita a México en 1979 para
la inauguración de una exposición en honor de Wolfgang Paalen que organizaron Saúl
Kaminer y Edouard Jaguer. En esa muestra participaron, junto con artistas mexicanos,
la mayoría de los integrantes de Phases. Se realizó en el Museo Carrillo Gil, en
la Ciudad de México; Zeller y yo exhibimos varios de nuestros mirages.
Esa fue
una aventura gratísima, como todas las que tuvimos en los muchos años de nuestros
viajes y paseos. Uno de éstos últimos fue el que emprendimos con Simone y Edouard
quien pidió que buscáramos la casa de Trotsky en Coyoacán. Indagué dónde estaría,
pero no pude obtener una dirección exacta. La casa en esa época aún no era museo.
Decidimos por lo tanto ir los cuatro, Los Jaguer, Ludwig y yo, a la casa de Frida
Kahlo y Diego Rivera; la recorrimos con cuidado. Ahí pregunté de nuevo dónde estaría
la casa de Trotsky. Sabíamos que tenía que estar cerca. Tampoco me dieron una dirección
exacta, pero sí una vaga idea que quizás la calle tal y tal. Contábamos con la buena
voluntad del taxista que nos acompañó en esta expedición. Partimos hacia las calles
indicadas y preguntando casa por casa dimos por fin con la que buscábamos. Estaba
cerrada, pero insistimos en golpear la puerta hasta que asomó un hombre armado.
Le expliqué que la pareja que venía desde París, que nosotros que veníamos desde
Canadá... Nos dejó entrar. Esa visita resultó muy emocionante. Vimos la humildad
en que había vivido Trotsky, sus cuartos, su escritorio rodeado de estantes de libros
en que se apilaban principalmente diarios cuyo papel, para cuando nuestra visita,
estaba tan avejentado que a todas luces no podría soportar, sin desintegrarse, que
alguien lo tocase. Quien nos guiaba nos mostró con lujo de detalles cómo había sido
el ataque a Trotsky, desde la espalda, según él. Y nos explicó que el lugar lo estaba
cuidando un grupo de trotskistas dedicados que trabajaban completamente voluntarios
y sin recursos económicos para mantener apropiadamente el lugar. Los cuatro estábamos
conmovidos y muy callados, andando casi de puntillas. Agradecimos el privilegio
de poder recorrer las habitaciones y salimos igual de callados y algo melancólicos
para volver al taxi que nos había llevado hacia esa puerta. Fue una visita que nos
acercó una vez más a los Jaguer. Compartíamos emociones.
A Simone
y Edouard les gustaba tanto el buen comer como a mí misma. Recuerdo que en alguna
oportunidad los invitamos a un restaurante elegante en París en agradecimiento de
la hospitalidad impecable que ellos nos brindaron en todo momento. Fue en esa ocasión
que aprendí de Jaguer la expresión que se les da a las entradas: “amuse gueule”,
(que puede traducirse como: “algo con que distraer las fauces”) que me divirtió
muchísimo; en esa oportunidad los amuse-gueles fueron carnes frías y embutidos
servidos en un canasto y pan con que nos entretuvimos mientras el chef preparaba
nuestros platillos.
También
emprendimos un breve viaje con los Jaguer, en el auto que él manejaba. Visitamos
el taller de un artista, en el “pays de Nerval”, como Jaguer llamaba la zona al
norte de París. Ese mismo viaje nos dio ocasión para aventurillas que sólo se puede
tener en compañía de quienes conocen bien una región. En los viajes se prueban las
amistades. Viajar con los Jaguer fue muy agradable. Conversamos mucho, comimos bien
en pequeños lugares que ellos conocían. Era invierno, tiempo de castañas frescas
exquisitamente preparadas, marrons glacés, bocaditos que costaban fortunas.
Fue muy
variada nuestra colaboración con los Jaguer. Entre las muchas cosas que hicimos
hay un libro, Les assises de la grêle, conformado de un poema de Jaguer,
con ilustraciones mías en tintas y lápices de color, un libro único en un grueso
papel fino de color celeste pálido que se vendió en París. También publicamos en
nuestra editorial poemas de Jaguer traducidos al castellano y al inglés con ilustraciones
mías.
En París,
como en muchos lugares, hay constantes distensiones entre surrealistas con diversos
puntos de vista. A Jaguer le gustaba controlar celosamente a los que colaboraban
con él, pero contra su gusto –porque habíamos decidido no participar en las peleas
internas de lugar alguno–, visitamos a varios surrealistas, entre ellos Vincent
Bounoure, Jean-Louis Bedouin (en cuya casa estaba de visita Martin Stejskal, el
pintor checo), Annie Lebrun y Radovan Ivsic. Ese afán controlador de Jaguer nos
irritaba levemente y también nos entretenía. Era un juego casi como de adolescentes
desobedeciendo los deseos de sus mayores.
Nuestra
última visita regular a París se dio en 1986 cuando se hizo evidente que los precios
europeos eran demasiado onerosos para nuestro presupuesto canadiense. Fue el fin
de un periodo de trabajo febril de colaboración con el Movimiento Phases. Sin embargo,
no fue entonces que vi a Jaguer por última vez, sino años más tarde, cuando desde
Toronto viajé en auto hasta la Galerie Lumière Noire de Montreal que organizó una
exposición de sus dibujos. Esta es una obra juguetona con la que se entretuvo Jaguer
toda su vida.
La cálida
personalidad de Jaguer y su dedicación total al Movimiento que creó hacen de él
una figura singular y un muy importante impulsor del surrealismo. Sus muchos ensayos
presentaron con claridad sus ideales y sus conceptos en libros sobre artistas como
Remedios Varo o Jules Perahim, o sobre asuntos como la fotografía. Muchos nos beneficiamos
con su generoso apoyo. A nuestra vez gozábamos en trabajar con él y para el Movimiento.
Simone sobrevivió a Edouard varios años. Por lo que sé al final de su vida estuvo
ciega. Pero su visión interior tampoco se vio disminuida.
Mi reencuentro
con Edouard Jaguer se da mientras escribo estas líneas que me brindan momentos de
alegría y cálidas emociones, recorriendo notas de cuadernos de los años en que lo
conocí. Que estas emociones puedan darse es señal de que Edouard Jaguer sigue vivo,
en el tipo de vida que trasciende lo físico y lo efímero.
NOTAS
1. El apellido de Jaguer es un seudónimo
que él adoptó -según me contó- aún muy joven, por su entusiasmo por el automóvil
de marca llamada Jaguar. Si esto fue verdad o una broma suya, no sé.
2. En 24 rue Rémy de Gourmont, a pasos de la casa en que había nacido Jaguer.
3. Nunca pude descubrir dónde dormían Edouard
y Simone. Supongo que tenían una de esas camas que durante el día quedan dobladas
o escondidas dentro de un muro.
4. Otras revistas en que aparecían los artículos
o poemas de Jaguer: La Main à la Plume, La Revolution la Nuit, Le
Surréalisme Révolutionnaire, Rixes, COBRA, Boa, Il Gesto,
Salamandre, La Brèche, Aujourdh'hui, XXième Siècle,
Ellébore, Les Deux Soeurs, La Tour de Feu, La Nef.
5. Aparece obra de Zeller y Wald en Phases
# 5, Segunda Serie, 1975.
RAOUL WALLENBERG
¿Por
qué un grupo de seres odia a otro? ¿Por qué una persona puede considerar a otra
inferior, desechable, innecesaria, e incluso peligrosa para su existencia? ¿Y por
qué hay otros seres que tienen la visión de lo sagrado de la humanidad, de la imprescindible
alma humana, de la luz en el ojo ajeno, para la cual todo sacrificio es poco?
Raoul
Wallenberg estuvo animado por la sagrada obsesión de salvar a los perseguidos, fue
poseso por el espíritu que lo llevó a incontables sacrificios, a soluciones de increíble
originalidad e ingenio. Estuvo dedicado incansablemente, día y noche, a la tarea
de salvar a gente que no conocía. Obtuvo apoyo internacional y dinero para su tarea.
Organizó a un gran grupo de personas para que le asistieran. Uno de estos puede
haber sido mi padre.
El
evento que recuerdo es que nuestra familia ha ya había sido obligada a abandonar
el departamento de mi infancia y estábamos en un edificio de cinco o seis pisos
bajo protección de la Legación Sueca donde se amontonaba la gente de a una familia
por cuarto. En cierto momento mi madre que se veía muy agitada, comenzó a vestirnos
a mi hermano y a mí. Recuerdo que me puso un vestido sobre otro porque se decía
que no podíamos irnos sino con lo puesto. Mi padre le insistía en que no se apurara,
que hiciera todo lo más lento posible para que fuéramos los últimos en abandonar
el edificio.
Cuando
nuestra familia, junto con centenares de otras ateridas de frío estuvo en la cola
reunida en la nieve, en medio de la avenida esperando que la caravana partiera hacia
el exterminio, apareció Wallenberg con sus ayudantes y logró separar nuestro grupo
del resto de los condenados. Eso lo recuerdo bien, aunque no recuerde su rostro.
Nos llevó a la Legación Sueca, donde pudimos esperar la ocupación de nuestra ciudad
por el Ejército Soviético, parte de los Aliados, que acabaron en Europa, en abril,
con ese proceso que llamamos la Segunda Guerra Mundial.
Recuerdo
que en la Legación Sueca la gente se acomodaba como podía, encima y debajo del piano
en la sala, ocupando los rincones en los pisos. Me tocó dormir en un sillón para
mí solita, en la mañana cuando en un bombardeo aéreo ejecutado por la Fuerza Aérea
de los Estados Unidos le atinaron a una escuela secundaria que sin que los civiles
supieran había sido usada como arsenal. El estallido que se produjo fue colosal.
Volaron todas las ventanas de la ciudad. Los médicos que había entre la gente reunida
en la Legación se pusieron inmediatamente a la tarea de extraer los trozos de vidrio
de caras y manos de la gente. La única que no tuvo necesidad de ello era yo que
había estado durmiendo al lado de la ventana. Parece que los trozos de vidrio volaron
por encima mío. Después de este incidente toda la gente quedó refugiada en el sótano
del edificio de la Legación, en un hacinamiento total.
Mi
madre, decidida a no permitir que tuviéramos piojos, nos sacaba del sótano y nos
llevaba cuando podía arriba, para lavarnos. Recuerdo que el agua, que seguramente
no estaba caliente, la sentía tibia en el intenso frío. Mientras mi madre lavaba
a mi hermano recuerdo haberme acercado a la ventana y ver desde un segundo o tercer
piso a soldados del Ejército del Soviet, arrastrándose de puerta en puerta, en la
nieve, luchando con el Ejército Alemán en retirada, en su esfuerzo de llegar a la
intersección de nuestra calle con una avenida.
Raoul Wallenberg no se salvó de las consecuencias de esa terrible guerra. Cayó en manos del Soviet, estuvo preso en el Gulag el resto de su vida. No sabemos dónde lo encontró la muerte.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 182 | outubro de 2021
Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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