sexta-feira, 15 de dezembro de 2023

A GRANDE OBRA DA CARNE | Huesos de los presagios [escrito al alimón con Fernando Cuartas Acosta]

 


LAAS GEEL, LA GÉNESIS DEL ABISMO

 

El mundo es una invención de la memoria. Hasta en sus miserias más ocultas, en el acento nostálgico de sus accidentes. La memoria siempre ha dado forma a la existencia humana. Lo que hicimos de la humanidad no fue más que una selección a veces arbitraria de los dilemas de la memoria. La piedra rota. La arcilla en hipo. El fuego no siempre recuerda las cicatrices que dejó en la tierra. Y los minerales que venían del espacio, la argamasa de otras constelaciones. Quizás la memoria sea la única representación de la inmortalidad. Gracias a ella, atravesamos las edades y hasta la materia improbable del futuro. Georges Bataille buscaba el origen de la sexualidad entre las grutas pintadas, los cuerpos de cazadores inhiestos, las cavernas siempre nos han fascinado. Unos antiguos pintores, entre cenizas y huesos quemados, con la sangre viva de los jabalíes, con la esperma de grasa para iluminar el techo acústico donde quedarán los alaridos plasmados, han dejado un reguero de abismos en una superficie rugosa de ayeres ocultos bajo las cortinas de Cronos. Al entrar a estas catedrales de roco, uno se sobrecoge, hay unas palabras heridas en el suelo, hay regada una historia, hay unas pinturas que se debaten entre lo vivido y lo imaginado, es la poesía en sus inicios, es el arte en su epifanía.

 

 

SALIR ES NECESARIO

 

Fuertes vientos nos arrastran por mares inciertos, somos un navío incendiado en pleno mar, algo me recuerda a Turner y esas embarcaciones cual faroles en las madrugadas. Somos ese fuego donde agua y lluvia no apagan lo soñado, donde la memoria sigue avanzando en sueños borrados y el calor de las luces sangrientas murmura imágenes que bailan y hacen nacer otras formas en sus aguas sucias. El grito apenas se escucha entre los puentes, hay murmullos de seres que huyen y en las sombras se alcanza a ver un crisantemo. Las noches con sus piedras negras, el viento muerto, el pescado que ya no sirve de alimento. Los besos contaminados escriben cartas a sus amores antiguos. Tantas luces en movimiento en los desastres marítimos de William Turner, mientras nosotros, desde la tierra, seguimos oscureciendo todo. Mantos espesos alfombran las madrugadas. Un ejército de duendes aún sale a buscar estrellas perdidas en el agua. Pequeñas embarcaciones pariendo el caos, y la oscuridad sacude sus verbos que no saben nadar.  La vida avizora relámpagos y furias. Somos estirpes solitarias con un ramo de silencios y un faro de luciérnagas que salen a ver zarpar los navíos que nos llevan a un viaje largo. Salir es necesario, el viaje está abierto.

 

 

NATURALEZA RESUCITADA

 

Agua y fuego: dos cuchillos que transfiguran los enigmas de la tierra y el aire, como las tintas embotelladas de Morandi que embriagan mi glotonería existencial. Nunca caen al suelo esos envases donde en equilibrio vierten sobre las sombras un líquido de nubes y de glorias, la cremosa ostia de un sacramento de lluvias. Entre copas y recipientes que van de mano en mano en brindis de silencios. Allí habitamos, pócima alquimista donde nadan nuestras dudas. Los dioses están ciegos y comen en mis manos. Como la geometría en exceso de los pecados domésticos. El temblor de las mesas y los colores que se ponen a llorar. Búcaros, conchas, vieiras, vasijas del fondo de los barrancos sangrientos. Cuencos donde reposa el licor de unas lágrimas dejadas al azar. Cada cielo tiene su turno, los dioses han huido, más volverán hechos trueno y ceniza, escorpiones y besos, agua y desnudez entre la saliva y el sudor de los olvidados. Las botellas de Giorgio Morandi son como templos con sus animalitos sorteando el silencio. Venas de mil colores que aprendieron con los ríos a sobrevolar los mares. Son como Lotus en que podemos beber la eternidad. Tomad una botella de Morandi, apurad el mar. Los barcos siguen la ruta de los Nibelungos, los mares del silencio, los viñedos están maduros, dancemos sobre las esferas dulces del cielo. El aire y la tierra finalmente cubren los abismos, mientras duermen los cuchillos sagrados del agua y el fuego. Morandi está siempre cerca y el silencio guarda su nombre en mis venas.

 

 

LA NUBE QUE DA VUELTAS

 

Hebras rotas, un mundo que gira, cuerpos redondos y amarrados, estrellas suicidas en las noches, las líneas de oscuras vivencias en camas sudadas y agitadas. Una primavera sombría con vientos de ocasos y desdichas. Una fila de sombras sobre un diván si luces, el gemido de un huracán de sexos con escorbuto y miedo juntos. Atravesada por su viaje cósmico, Unica Zürn se hace imborrable entre los hilos y las marcas del caos. ¿Dónde la pupila del mentor? Ella sola hablando con un hombre jazmín, con un cuerpo atado y con un águila dormida entre su vientre. Ella sola, viajando por sí misma. Los encuentros fortuitos, la alegría de la pérdida de seres que no son buscados. Unica (Única) es una espiral, la nube que da vueltas. Piedras sueltas en el centro de la tormenta, mi corazón entre sollozos de orgasmos anunciados, la rotura de huesos, la desesperación que no quiere encontrar el camino de regreso, ella, contagiando mis soles, chupando mis principios, la veo y yo sé que nunca la alcanzaré, que aunque la haya atado en mi dominio, ella será siempre la corriente, el aguacero, el aceite inseparable de su propio ser en desorden. Ella y su pájaro-nube, su esfera temeraria y los castillos desmantelados para que un nuevo reino regurgite sus sombras en mi pecho.

 

 

LA MUERTA AQUÍ ESTUVO

 

Los cielos despejados, las oraciones debilitadas, el Infierno de gala consultando al oráculo sobre las disputas entre el bien y el mal. La Cosecha de la Muerta nos distrae con su mirada fija en el renacimiento. Un día sabremos que fuimos tontos engañados por las sectas. Las mujeres desnudas con senos en ruinas, las caderas caídas y sus nombres todos desacreditados. Hans Baldung vaga sobre escombros de cadáveres, pasa caminos desolados, es un vidrio rojo sobre un árbol de decapitados. La Muerta sigue ese paso incierto que toman los yacientes, los borrosos, los que nunca hablarán entre el viento. Como una reina que manda antes de morir que sea paseado su cadáver por las campiñas para dejar los jardines perfumados. Arañando tablas, pintando con carbones incendiados, con antorchas y aquelarres, la Muerta es la peste que nos sigue en un sueño erótico entre la sanidad y la epifanía. Nacemos y morimos, somos errantes goliardos borrachos en todos los caminos. Somos ritual, poema sucio, canto negro, somos lujuria y un pedazo de pan caído desde el cielo. Hans Baldung grabó en metal el Infierno decadente, las tierras proscritas donde el hombre perdió el sentido de su propia indignación. Las leyes no facilitaron la creación de un nuevo mundo. El diluvio no ahogó los pecados. No pudimos leer las tablas podridas. La Muerta se burla de nuestra ceguera, pero en el fondo sabe que no es así. Seguimos aquí, un poco de vino y sangre, una letra incierta, plegada en el vientre del abismo. Seguimos donde dejamos de estar. La Muerta seguramente encontrará algo a lo que agarrarse antes de que nos deje varados en una fosa común en el Paraíso.

 

 

LA ALQUIMIA DORADA

 

El oro de los dioses derramado en túnicas ocres y suntuosas. Un Bizancio moderno descolgado entre los besos y muchachas vírgenes desnudas en los sótanos de los palacios de invierno. Nada es frío, palpita el sol entre las ropas, dulces naranjas ruedan en los pliegues, joyas y abalorios se muestran en los vestidos que ruedan por la estancia. La desnudez es sacra y sale en madrugadas a bañarse entre lágrimas. Las guerras se avizoran, mientras se pintan arreboles. Las mansiones son una muestra de cabellos rojos, todo es música secreta y un dardo queda atravesando un pecho, Cupido ha salido de un armario viejo. Los muebles lloran ríos que nadie en sus casas ha logrado cruzar. Las cortinas seducían los espacios de aquella casa muy grande donde la sífilis escribía sus tratados. Muchas mujeres a perseguir con los pinceles de sus mantras. Muchos fríos calentándose con la tinta iluminada de su sexo incansable. Gustav Klint soltaba un gemido de vez en cuando, que su hermana recogía y ponía en la crema de brócoli que le servía para la cena. La madre lloraba sin saber a ciencia cierta qué tenía su hijo en esa mirada que ya no se bañaba en la línea del horizonte.

 

 

LA ILUSIÓN DE LOS COLORES

 

Alguien me dijo que los colores crean sus bultos, como figuras que saltan del abismo antes de que sea devorado por el tiempo. Los colores son un buen disfraz para inventar los demás elementos de la creación. Tal vez ellos son – Berthe Morisot llegó a pensar en eso – la verdadera razón de la creación. Alguien seguirá pensando lo mismo durante más de un siglo, alguien siempre impresionado con los mundos que giran en torno a la luz que solo perciben los colores. Berthe es la feminidad policromática, la sutil desnudez, el fluir de los estanques, la pálida sonrisa de una madre escuchando caer pétalos, hay en ella algo más que masas de color, hay una trascendencia de luces, una hermandad mística con los lugares y los seres. Berthe toca la pintura con un bello temblor, una música sacra entre pinceles. En ella estamos y en ella conjugamos presentes, al contemplar su obra sólo percibimos un leve y muy lejano susurro del viento. Somos nosotros, los de otro siglo que hemos salido a conversar con las cofias y las barandas, los balcones y los signos. Hay un amor en espera, una aparición que nos seduce, una melancolía de luz que nos perfuma, hay un lugar para sentir, en ella todo está abierto, como un cielo que nos deja entrar por los cuartos de su mirada intima.

 

 

LA BELLEZA SUBTERRÁNEA

 

Debajo de esas veladuras y esas flores temblorosas hay una belleza subterránea. Cada loza, cada esfera con ojos que vuela sobre los insomnios de cada final de historia sagrada, existen cavernas, silencios, hondonadas, gritos, templos en penumbras y calles sin nombre. En Redon, hay más ocultamiento que exhibición. Las mujeres pasan entre leyendas oblicuas y las flores hablan lenguajes de leyendas épicas sin héoes faustuosos. Hay un trágico anonimato en los seres, aún estos sean ciclopes, arañas, Dantes, sacerdotes de extraños cultos, todos llegan al nivel de la oquedad y del silencio. Las mismas hojas asombradas flotando en los ríos. Las hiladoras preparando el lino para noches que serán hebras idílicas. Incluso el caos tiene una fuente que susurra una discreta ansiedad que seguramente traerá un nuevo horizonte a su nido. Son como casas preparadas para volar, o planes olvidados del hombre para cuando el tiempo rompa su matrimonio con el espacio. La vida puede acabar, pero Odilon Redon estará rehaciendo todo en la sencillez de sus pinceles. De la profundidad más temeraria del ser sabrá extraer la belleza imperativa de otra perspectiva de la existencia. Incluso la muerte – esa novia del abismo – jamás ha contado con la sabiduría de sus pinturas.

 

 

LA ESCRITURA DE LOS CIELOS

 

Las letras fueron succionadas al interior del silencio, de donde sólo pudieron salir cuando se dieron cuenta de que por sí mismas no expresan ningún deseo. Pronto sería el turno del camino para decir lo mismo a sus vagabundos. Como una ráfaga de viento en la frente de los poetas. Los océanos se despojan de sus espejismos. El movimiento de las olas dio a los dioses los frutos de sus emanaciones, sábanas sudorosas, cálidos refugios, los puentes sumergidos que permiten a la humanidad comunicarse en todas direcciones. Los velos que guardan los sueños para el giro de sus anhelos. Un sabor inconfundible a sombras que aceleran la mecánica sexual. Katsushika Hokusai fue el pintor de estas lecciones ancestrales. En él todo habla, hasta la mínima brizna nos remite a esas líneas donde se ha podado alguna vez una gacela. Hemos sucumbido al golpe de una ola, en él todo flota, nada es sólido, los objetos nacen, besan y se van. Cada trazo nos deja un rayón en el alma, es la cicatriz y su pulsión. Las cuerdas están a punto de saber del arco, las aguas tocan la punta secreta de los sueños. Nada se le escapa, un meticuloso arte de hacer poesía entre el bambú y los pinceles. Las cuerdas, ellas, ellas mismas, son la escritura de los cielos, de esas nubes que vemos rodar como las rocas y que se visten de rojo en los crepúsculos. Y los opúsculos de la fiebre, los apóstoles de la caída, las mil caras del ángel empujado por el precipicio de la fe. Hokusai es un dragón lleno de invisibilidad, la misma bestia ancestral que ha llevado sobre su espalda los ciclos infinitos de la humanidad.

 

 

LA PUERTA ABIERTA

 

Un enorme girasol está subiendo la escalera, las niñas destrozan las paredes, una infanta sale de un estado de simple duerme vela, la puerta está entreabierta. Aquí todo es ensoñación poética, cada ser está diciendo algo desde adentro. Las voces hablan de pájaros que aprendieron a dormir en pleno vuelo, de niños metamorfoseados en animales extintos y árboles que destrozaron un bosque entero en busca de una esfera luminosa caída del cielo. Pasemos los umbrales, los marcos infinitos del abismo. Entre lo pestilente y la poesía, Dorothea Tanning escogió la poesía. Abre la puerta, sigue un paso hacia la noche. Todo se abre, una puerta abre otra puerta, cada espacio tiene un halo de misterio y encantamiento somnífero. Pasamos por los espacios de Dorothea sonámbulos, son queja y sin congoja, sólo fascinados, hondo y abisal estado de la contemplación sin fondo. Ella es amiga, una tinta-guía que recorre el espesor anónimo de los collages de su amor, estable como una puerta donde cada figura nos habla. Dorothea es el temblor, el pavor, la agonía y lo sublime, las esculturas son blandas y las muñecas duermen. Hay en ella un pedazo de toda la humanidad asomada entre postigos y bisagras. Ella preparó una hendidura para sus flores carnosas, el erotismo de un jardín esparcido por el mundo que aprendió a cada paso que las noches están hechas para el trabajo exquisito de los días, la espesura de las máscaras que suben al escenario para devorar el equilibrio de la naturaleza y pronto dar un paso adelante en su cornucopia de milagros. Me senté a su lado mientras traducía las hebras de ensueño de sus aceites. Me besó y su mirada de elocuencia infantil saboreó las insinuaciones libidinosas, el contagio de plantas y animales. A su lado, las puertas siempre abiertas.

 

 

JARDÍN DE DIFAMACIONES

 

Las noches son un despojo recuperado y una cadena de alucinaciones que preparan los cuerpos para el orgasmo. Por eso enseñé mis facciones a abrir un hueco en el espacio que dividiera la realidad hasta el límite de lo soportable. No fue simplemente una elección por la herejía o un rechazo a todas las formas de traición. Los lápices-peregrinos, las plumas-idealistas, las embestidas de tinta y el alboroto del carbón – me interesé por esta mecánica de tramas excomulgadas para iniciar un nuevo argumento abismal. Muchos nunca quisieron pronunciar mi nombre. Aubrey Beardsley – era escucharlo y elaborar el condimento de los planes de asesinato. Una juventud que escarbaba la hipocresía victoriana, lápiz y tinta como arma, alucinada presencia de un sexo que copulaba cicatrices y armaba trincheras sobre los glúteos de las mujeres nobles. Artista sin escrúpulos, algo tiembla cuando su presencia se deja sentir en las salas de las casas más decentes. Agua, sangre, orgasmo incontenible, acaricia su mano un pez en media noche, lanza su grito entre cortinas barrocas y dulce amanecer romántico. Hay un castillo doblado entre sus músculos, un tiempo de dolores y de ausencias, un joven que se muere entre sus cuadros. Somos todos un Aubrey Beardsley que escondemos la inhiesta bandera de un ocaso. Somos todos: un pintor atribulado en una sociedad que nos ha quitado el goce.

 

 

LA LENGUA DE LOS PÉTALOS

 

Árido ese desierto entre cactus y canciones. Alucinados colores del centro de la magia. Cada flor tiene su lengua, su sexo con espinas y sus colores hechiceros. Georgia nos regala su jardín de dudas y de cardos. Chamanería de ciclos de agua y terracota. Simbolismo de un Edén desnudo, juego mántico en un abismo de colores. Hay en ella un grito erótico, cada flor despierta una pasión nueva, es boca y perfume, es la lengua y el pistilo, es el presente y lo lejano, es ella que se muestra entre un paraíso que tiembla y hace grietas, es ella la más cercana, la noctambula en miles de colores. Georgia, oh Georgia o’Keeffe, la indecible, el disco de fuego en la lengua tallada en nuestras bocas. Los sueños alimentados por tiernas heridas. Un vuelo difícil de imaginar que pudiera alcanzar el nido subterráneo, el magma llorón de sus tormentos, el cambio de timbres y formas que ordenaba a las almas leer sus libros de oraciones. Los míticos peces que fueron contemporáneos de las perlas en cada orgasmo. Una orgía de líquenes calentados en el umbral de piedras, troncos, esferas, preparados por el arte para ser la silueta infatigable del instante.

 

 

EL FRESCO CAÍDO

 

En los grabados del abismo marqué los espasmos de tu fascinación por el infierno. Cuando me pediste que improvisara los detalles más sangrientos, realcé el drama colectivo del mundo. La representación de la fe debe requerir una horca. Las espaldas retorcidas de esculturas demoníacas. Los profanadores más crueles que jamás podrían ser salvados. Era amar los cuerpos más repulsivos, los rostros petrificados y las inverosímiles terracotas del inframundo. Cuando las heridas de Félicien Rops traducen las formas que tomamos con cada condena, los méritos se deshacen, los principios se vuelven polvo, los pájaros se detienen en pleno vuelo. Nadie logra elegir el traje más apropiado para la ceremonia secreta del pesaje de las almas. Explícito dolor entre maderos y huidas con antorchas, las crucificadas muestran el cuerpo revolcado y el placer escondido entre los clavos y las lanzas. Un mundo de antagonismos y sentires, a la racha de abulias e infamias exaltadas, se suman los seres que buscan el color orgiástico de todos los rituales. Todo se encuentra, altares y rituales desolados, sacrificios y una sensualidad abierta, convergen en sus obras un dulce encanto mórbido, una fe de fieras que comulgan, los actos de un cielo degollado. Nadie aquí se salva, quien ve y quien es observado, la sangre y los telones carmesí se ven quietos como escenario vivo donde padecer es un lenguaje sacramentado, onírico y erótico.

 

 

LA DESNUDEZ SAGRADA

 

Los pies van descalzos. La bruma y el silencio ocultan la carne y los suspiros. Seres alados cruzan la aurora, soles reblandecidos bajan al mar, se agota la mitra. Y se ven oleos y ungüentos por todas las paredes, danzan vírgenes sobre un tapete de agua, es la desnudez sagrada, ese estado adánico sin paraíso, la cúspide mundana de los dioses buscando reposo. Gustave Moreau sale desnudo también entre sus sombras. Es un mito asombrado, una creación desde la primavera muerta y el ciclón de Pegaso sobre una aguja del desierto. Vive, sin rezos, ni alabazas, pinta los rituales, sacramenta lo común, deja una nube para guardar sus penas. Es dulce y fatal, es un ciclo fantasmal que nos abraza. Sigue, no le hace falta tener un hermano sobre un pabellón de luces. Sigue sin cuidado creando lo sagrado en lo más profano de la desnudez sin tregua. Un manto destapa el mutismo de mis cielos. Los espectros corroídos de tantas fábulas acumulados en los pliegues de un horno en desuso. Déjame leer la escultura de tus pubis –Gustave imploraba a sus diosas–, los fríos chorros de fuego que cortan tus gritos. El faro proscrito donde los demonios son feroces gigantes ciegos que ignoran las formas de lo que sea que destruyan. Yo, el peregrino sucio de tu papiro arrugado, las cuerdas ciegas de tus artimañas arrancadas del escenario. Cómo te amo, destacado en tus fugas, la inspiración lasciva de tus horrores, el ano salpicado de sangre y el aspecto sin rumbo de los niños que nunca llegarán al otro lado de la pesadilla.

 

 

LA REINA DE LAS OFRENDAS

 

Las bodegas pueden oír los mares en medio siglo de desertificación. Las imágenes que se remontan a uno de los últimos tiempos que tanto cavó el hombre a su alrededor. Tal vez sería posible recuperar algunas venas, accidentes, cenizas. Tal vez encontrar alguna virtud solitaria enterrada, pero aun respirando. Un barco que visto de lejos era las dos cunas de una balanza. La cabeza cortada de un caballo en la ventana. Las alfombras-serpiente devorando la casa por dentro y por fuera. ¿Cómo recrear un mundo que hizo tanto esfuerzo por deshacerse de sus objetos esenciales y saltar de la pared camino de una apariencia monstruosa? Cuando le pedimos una sugerencia a Gertrude Abercrombie, nos dijo que sólo podía pensar en el jazz, en la iluminación rítmica, en ese flujo constante de pétalos-clave que son la feliz conjunción de todas las formas perdidas. Un Jazz de solitarios, barcos enfermos a la deriva entre notas oscuras de un ajedrez de migrantes. Una soledad donde residen las penas embufandadas y tímidas. La hora donde todos los seres se levantan y hacen casas solitarias con árboles sembrados en caminos nunca hoyados. Gertrude Abercrombie es una refugiada de sí misma, se ha metido en un paisaje misterioso donde huevos, gatos, búhos y bohemios se juntan a conversar sobre lo huido, lo que ya no está, lo que queda en el vacío. Ella es un cuenco. Es el azar sobre un tapete dulce donde todo puede estar perdido. Los faros no alumbran y los seres sólo hablan de sus sombras. Nadie está, queda una atmosfera de silencios que nos arropan por toda la eternidad.

 

 

LA MARCHA DE LOS CREPÚSCULOS

 

Se apagan las fogatas, cae la esfera dorada y los dioses se sumergen en aguas turbias y asesinas. Tocan un tambor sobre la arena, hay figuras que danzan en trapecios, cae agua de un mar entre los nervios, Wifredo Lam saca sus hilos blancos para tomar arañas pardas, y buscar recuerdos de una dinastía perdida entre el oriente de monarcas descalzos y los despellejados marinos que llegan de otro lado. Wifredo hace el ademán de saludar estrellas, vagar por islas encantadas, ponerle coronas a la aurora, ya el día se ha ido, quedan las caras pintadas del caos y el primer caracol dormido sobre un triángulo de soles. Hay fiesta, Wifredo no ha muerto, sigue desde los relámpagos guardando por nosotros. Sus bestias proyectadas en pantallas, sus destellos, el ardor de mil veces que se atreve a resucitar en cada sombra, las señales de humo, los cantos de invierno, los amores hechos en hamacas y las pipas de un tiempo que se reconquista constantemente. Wifredo mezcla sus colores con el sol y la sangre de los bosques y leyendas que templan su memoria. Es un emancipador de la tormenta, un guía espiritual del caos. Cantemos alrededor de sus cuadros. Estamos ante un presentimiento inquebrantable de que el mundo podría caer mil veces, pero seguiremos sus pasos escribiendo una luz constante, vehemente, que se esparce por la espalda e intimidad de todas las formas.

 

 

EL CIELO CANTANDO EN EL OJO

 

Su rostro es un atlas, como lo es el alcance de su mirada. Lo que me impresiona de su pintura es el tapiz en el que se sumerge, como si fuera un engaño de la imagen captada como un secreto. A través de esta magia ilusoria podemos viajar al interior de mundos que van desde la infancia hasta la sospecha de que no estamos solos en el planeta. La mirada de Naata Nungurrayi es como la chispa que nos recuerda las visitas de otras esferas, los viajeros del espacio y el canto de las mujeres recogiendo pasas en el desierto. Yo crecí en las estampas de sus tintas mágicas. Estuve por primera vez en Australia Central cuando me dejé abrazar por los lienzos de Naata, un abrazo que era también el de la inmensidad de su cuerpo, el cuerpo con el que busca las células místicas del pasado. Así dejo que me pinte, en toda la ilusión de sus líneas. El cielo cantando como la cosecha de una comunidad estelar. Naata Nungurrayi, nos sumerge en redes, mapas, hilos de cortezas de mundo, tapiz deshecho y vuelto a ver crecer, cartografías de territorios imaginados, donde llegan seres invisibles, mujeres de trapecios y niñas color ocre recogiendo nubes secas. Ver esos territorios, es un regreso al origen, es una certeza de espirales y túmulo de soles dormidos para después de las batallas, con ella y su bastón nos adentramos a la boca del mundo, a los movimientos míticos y a los ciclos vitales, en ella todo es un estado de excitación perenne, la lucidez de los montículos donde se suelen hacer los pagamentos y los rituales funerarios, las danzas póstumas y los cantos de iniciación adolescentes.

 

 

LA DANZA DE LUCES DEL CAOS

 

Marc Chagall llegó a Amazonas en otra encarnación. Era un adorador de serpientes del caos o un cuidador de rebaños en la pangea. Como pastor de sueños influyó también en las sagradas escrituras. Le gustaba decir que no había diferencia entre la palabra y el gemido. Fue Chagall quien enseñó a los árboles más viejos del planeta el ballet de las luces ardientes del expresionismo. Al pintar parecía ubicar los puntos esenciales de la alienación de todos los colores. Había tanto movimiento que parecía imposible contener sus lienzos en las paredes. Y de ellos emanaba música que transportaba los objetos y personajes por un camino de vientos en el aire. Niños tocando campanas en los pelos del bosque. Cabras amamantando a los violinistas para que no desafinen en las fiestas. El cielo cortejando a la tierra, la inevitable atracción que hizo del mundo uno. La fascinante entonación de los violines haciendo sonatas a la luna. Los vitrales donde se esconde la luz para dar goce entre el misticismo y un amor secreto por el cielo. Azules sublimes y amarillos donde se derriten las luces y las figuras danzan abrazadas, entre la desnudez y lo sacro de sus deseos, donde los amantes flotan y las letras de una biblia salen disfrazadas de peces y caballos, aves de corral cabalgadas en los sueños o soles rojos bailando universos. Un aldeano cósmico, un campesino con alas, un ángel con mil besos, un silencio con música y acrobacias sobre una bóveda azul con campanarios. En Marc Chagall, el mundo no parece creer en su propio fin.

 

 

MUÑECAS DEL SOL BLANCO

 

Las auroras son azules, vuelan pájaros de sombras, cuelgan de las palmeras ojos de muñecas. El medio día es blanco, una luz iridiscente cae y golpea hasta borrar colores y hacer de la belleza trasparencias y vírgenes agotadas por el iris blanco del silencio. Reverón solo cual loco de Macuto, sigue pintando entre ocres colores y cantos de fronteras, sigue silbando tonadas evanescentes, la sombra de una madre ausente de una amada entre las piedras, la aldea perdida y la mar besando sus sandalias. El pincel y la carne no se juntan – su desnudez envuelta en lienzos, un fervor de santo o de apóstol, entre la pobreza más povera, la más lánguida propuesta de tocar el sol con la punta de la lengua, de envolver el vientre para no hacer impúdica su fiesta. Las muñecas saltan del lenguaje que las predica, son como ángeles anunciando los deseos secretos del Apocalipsis. La tierra nunca sabe cómo satisfacer la demanda de esos colores de arena y ensoñaciones. Sus cuerpos ocupan una imprecisión de dimensiones, pueden ser enanos o gigantes, visibles o no. Hay quienes aún hoy escuchan sus risas jugando al escondite entre trapos que son la grasa rancia de sus almas. Reverón sale a fumar un cigarro sobre la piel de esos trapos y alambres, corazas y pájaros sombríos. Las muñecas danzan, cuelgan de los techos, hablan y cantan para él solo. El sol se ha vuelto blanco, sus barbas son vertientes de la luz y sus ojos alumbran en las noches. La Guaira es flautilla de tubos naturales, sonido soplado por los vientos, es pequeña embarcación, es horno donde se cuece pan y algo de silencios. Es donde vienen a vivir los solitarios, poetas y pintores de la luz y los infiernos. Las cicatrices proclaman las últimas aventuras sobre las carnes de tela, las fiebres pastosas que guardan los enigmas de agujas y alambres en la cama. Los sueños de estas diosas encarnadas son el combustible natural del absurdo, la mejor novela escrita en la lengua de su lejano país salvaje. Algo se hace difuso y trasparentan soliloquios, llueve en los ojos y hace invierno en las noches donde las lluvias limpian huesos. Un pintor se va haciendo con hebras de olvidos, trapos viejos, alambre y tinturas arrancadas de las piedras. Un pintor con castillete, hecho de palmas, caracoles y la sangre hirviendo mientras se caen a pedazos sus recuerdos. Un pintor agrupando soledades y oraciones, cantos y balbuceos de amor en las hamacas. Armando Reverón es un cascarón de la más noble aventura. Quizá Dios le dio un motivo para volverse loco y sembrar misterios en los muslos de todas las semidiosas desnudas en trance. O tal vez todo esto, incluido el mismo Dios, sea solo un fruto, el más sabroso, de su imaginación. ¿Quién dudaría de algo frente a su creación? Un pintor así nunca se muere, queda girado en el sol blanco del cenit de su tiempo.

 

 

LOS PÁJAROS TORMENTADOS

 

La mano copia la cabeza de quien le enseña a escribir. La copia proyecta al pájaro atormentado por la maternidad abstracta del vuelo. Uno de nosotros tendrá que volar para buscar la fuente donde la copia hace un ángel de geometría incierta. La primera vez que las dos mujeres azules estuvieron desnudas en un abrazo, las brasas se derritieron y la imagen de ese amor despertó, disipada en la pared. Era verano y nadie se percató de la lluvia que durante toda la noche imitó el paisaje, mezclándose con dos nuevos pecados capitales. La pareja arrodillada afuera sudaba como una narración esencial y se tocaba en la excitación intensificada de las imágenes que decodificaba. Alguien escuchó el nombre de Ismael Nery bajar de los cielos como si su figura negra fuera parte de otra realidad. Como quien guarda en su bolso restos de ambigüedades olvidadas. Uno de nosotros quizás merece un estudio más detenido. Pero lo cierto es que al tocar la tierra Ismael Nery era más que un nombre disfrazado desde el inconsciente. Rostros macizos, fuerzas tutelares, gestos de un paraíso herido y una sala huérfana. Cada cabeza está hecha a martillazos de volcanes y estruendos de montaña, fumarolas de sílex derretido, miradas indómitas y geometrías asimétricas, dolores de alma colgados de los parpados. Nace entre sus manos colores nerviosos y pesados, dardos y flechas lanzados por mujeres mulatas y figuras heridas y danzantes. Existe en Nery un poeta de la muerte, del velorio y de la fiesta, del silencio y del color suspendido en los abismos geométricos donde el mundo da tumbos y salen nubes vestidas de rostros afilados.

 

 

LA MÚSICA ENCANTADA

 

Las noches que tanto amé fueron un refugio para Sus lápices. Las delicadas nubes que imitaban el más profundo estruendo de la incertidumbre. Cuando vi a Christine Boumeester dibujar sus bocetos oníricos sus ojos bebieron en los míos mientras celebraba el lenguaje del infinito en cualquier parte de nuestros cuerpos descubiertos. Yo la quería para mí, por la delicadeza de su voz, el trazo de su garganta, el grito iluminador de su fantástica Holanda, país que supo tocar en muchos otros mundos, como una esfera alucinante que atravesaba los abismos retrospectivos de la imaginación. Siempre que la veía esbozar el encanto de sus imágenes transfiguradas, me sentía parte de su pintura. Ya no como un observador, sino como un canto, una música, un sentimiento que habitamos todos nosotros, el mundo entero, en cada película de la inmensidad de sus acuarelas. Podría decirse que uno habita entre sus obras. Uno se resbala entre sus lienzos y papeles de acuarelas mirándonos en medio del asombro. El arte adquiere musicalidad de rituales, una juventud asombrosa que no le han pasado años, la luz tenue y el girasol de alas convertido en olas de viento y agua sobre la espalda del mundo para refrescar los músculos de Atlas. Vibra la vida entre sus patinas, vibra la vida en cada pincelada de cristal, todo se desvene en el aire como un bello libro de plomo trasformado en nube. Ella sale a pintar un caos de añicos donde se refugia el alma.

 

 

LOS MAPAS CIRCULARES Y LOS JUEGOS DE LOS MOVIMIENTOS

 

El amor está mal dibujado, hay que ir hasta el fondo de los juegos de la bioquímica, los mapas secretos de los cuerpos. Un viajero que ha pintado la geografía de los traspasos, la figuración de los temblores, la alquimia de los juegos, la poesía entre los pianos, los violines y las fiestas. Todo es circular, hace ciclos, mueve mundos, crea figuras en trance, en Matta hay un niño que tiembla y ama, una caracola de siglos, un pedernal azul tallando una bóveda de amatistas y argentas latitudes del planeta. Un surrealismo nacido desde cuna, algo así como un milagro sin portales y sin replicas. El saludo en papel verde del planeta. La alegría de un drama donde hasta la muerte ríe y los guerreros van a la batalla jugando con serpientes. Como quien siempre ha sabido asomarse al enigma de las estrellas, que sabe muy bien que los dioses caen de lo alto, y que de alguna manera somos anteriores a la memoria. Con él vamos a la fiesta de todas Venus y cuando nos abrigamos en la humedad sagrada de los espejos escuchamos el eco resplandeciente que dice yo soy, yo soy. Como el impensable poema que escribía cortando ventanas por donde pasaba. Matta es el punto más lejano de la vegetación de nuestros sueños.

 

 

EL ESPEJO MISERABLE DEL SER

 

Cuando regresamos de nuestro viaje y el transporte ya no quiere habitar el puerto que había dejado atrás. Las paredes internas del útero y las cavernas guardan un polvo tóxico que podemos convertir en tinta. Son pequeños puentes interminables que sostienen la rara lucidez de los habitantes de este planeta que poco a poco va perdiendo sus colores. Los primeros signos de una miseria que se va instalando en el vientre del paisaje. Un exilio asombrado que todo el mundo sabe de dónde viene y cuánto peor se pondrá, pero sorprende que nadie haga nada por enseñar a estas heridas el elemento secreto de su curación. La pintura de Adriano Herrerabarría fue abriendo poco a poco los lazos de lo imponderable, una imagen gigante, huellas ajenas, un polvo de estrellas no nacidas. Con él es posible que hayamos estado muy cerca de tocar el punto de inversión. Esclusas, puentes, compuertas, niveles, todo es agua, muros de acero y tintas de óxido y bienes olvidados. Hay heridas y rasguños, huecos y zanjones, puertos mal olientes, puertas desvencijadas y vientos al oriente. Adriano aún cabalga el caballete y sus alforjas son pinturas, líneas con la magia, murales o lienzos, plazas o figuras totémicas, nada se le escapa, un sentido pueblo entre las venas y un alarido de huracán entre su aliento. Adriano estará sentado en el muelle, comiendo porotos y dibujando el viento.

 

 

GIGANTE EN LO COMÚN

 

Mi abuela decía, lo simple no carece de profundidad. En Amighetti se cumple eso a cabalidad. Niños colgados del cielo con el péndulo de algún de sus cometas o papirolas al viento. Hombres con las arrugas del rostro como mapas para huir a ningún lado. Aldeas diminutas donde se pierden dos perros buscando algún espejo. Todo está entre el buril las maderas talladas con olor a madrugadas. Francisco Amighetti es un pacífico grabador, un anacoreta en su oficio silencioso. Reza con murmullos de agua y gotas de rocío. Mira en derredor y siente que cada rostro mira por dentro de las jarras para ver la risa en el fondo de las copas. Es un testigo inmaculado de su entorno. Hace girar la luna sobre un sombrero de espigas y logra ver un gato conversando con un hortelano en el tejado de una iglesia. Es un ser limpio, que nos muestra la profundidad de todo lo que vive y siente. Como las tiernas semillas del ojo jugando con gubias en la espesura de la imaginación. La mano negra hablando con el pasado sobre la piel blanca de su amante. La soledad casi permanente yaciendo en la isla tallada en las palabras de madera que tuvo como fieles amigas. Podríamos pasarnos toda la vida amando las imágenes de Don Francisco, que también fue un poeta enamorado de las imágenes más cortantes. La escala de su belleza equivale a un vendaval que sonríe al paisaje antes de devorarlo. Y su gesto final es la prueba de que nos hemos rendido al amparo de su iluminación.

 

 

LA ELECCIÓN DEL OJO

 

Llegaron muy lentamente hasta que las últimas voces casi se confundieron con el silencio. A partir de ese momento, sólo rastros de luz iluminaron el destino de las imágenes. Nubes líquidas dibujando las mermeladas de miel y sueño. Hong-Oai Don sonriendo todo el tiempo mientras fingía fotografiar cuál era el origen de los espejismos de su corazón. Estuve a su lado mientras su cámara-ojo de pájaro salía goteando delicadeza sobre el cuerpo del paisaje. Había una pantalla frondosa, el ritmo parsimonioso de pájaros que ciertamente inventaron el vuelo, casuchas olvidadas detrás de vastas montañas tragadas por la niebla. Al final, sus fotos parecían ser testigos de la génesis de todo. Como si no hubiera habido nada antes de ellas, ni siquiera una secta perdida de presagios. Hong-Oai Dom nos muestra otra manera de ver. Dunas y siluetas cargando infortunios, abismos, silencios, bruma y acantilados, caminos inciertos, magia en los recodos, lugares de llegada hacia la nada y de salida hacia el invierno. La laguna es un espejo y las barcas están moviéndose sobre un cristal del tiempo. Las aves nadan en un siglo de nenúfares y quedan abatidas con un rayo de luz que las deja nadando en un mundo enmudecido donde habitan fantasmas y algunos forasteros cargando vino después de todo cuenco. Allá hay placidez y un letargo luminoso añorando paisajes de agua, arena y saltimbanquis, viajeros y seres emplumados durmiendo bajo nubes. Hong-Oai Don hizo de cada imagen revelada en su cuarto oscuro la invención de una nueva humanidad.

 

 

EL CLAUSTRO NEGRO

 

Haití sigue haciendo la magia entre las líneas de un Sébastien Jean pintando sus ocasos. Los silencios conservados y los colores reservados, los objetos encontrados y las tinturas exploradas. Hay magia, luto, lágrima y canción y un ausente prematuro, que ha dejado obra y silencio, claustros negros y pabellones de aullidos sobre una piedra oscura. La muerte apurada, los cuadros con ojos imantados, las sabanas para cubrir cadáveres, los naranjados color gritos, los azules entre lo más oscuro, leguas de caminos andados con linternas fosforescentes y mies de hormigas comiendo mieles del frasco roto de la vida. En Sébastien hay una vida de incógnitas, las preguntas ruedan en los barcos y las respuestas anidan en un claustro. Todo se oscurece, crece una leyenda, hay un grito enmudecido y un breviario de dos o tres colores básicos. Son quizás los últimos colores de un día perdido en los pliegues del cuerpo arrojado al abismo del tiempo. Sus sombras alimentan el espíritu del mundo, los verdes errantes de los metales que aún nos quedan por descubrir. Todo es una serpentina que escucha el viento y pone el orden de las cosas para dormir en lechos aleteantes. La sonrisa de Sébastien, incluso muerto, incluso muerto, ensancha los brazos abiertos de sus figuras, como fábulas que hacen brotar de las piedras los huevos de un imaginario que desemboca en el desierto más profundo de nuestra alma. Todo en él es esa síntesis jugada con el mínimo peso, con la síntesis milenaria de una letra, dos frijoles, tres sonrisas. En él todo nace, descansa y se disuelve, como si fuera un solo gesto. Éramos los únicos que quedaban para verlo pasar.

 

 

LOS FRAGMENTOS COMPLEJOS

 

Tuve que mezclar los sueños en el mismo tazón. Pero de nada serviría seguir alguna receta. Los componentes deberían sentirse cómodos y algunos actuarían mejor la escena si no supieran lo que están haciendo en el escenario. Los senos aterrizarían mejor en la flor levantada si ella flotara en el espacio. Tendrían el resplandor perfecto de un orgasmo, la brillante excitación de sus pezones. Podríamos intentar lo mismo con los rostros fragmentados repetidos unos sobre otros, para que la ausencia de mirada reflejase mejor la sensualidad de los labios en el bronce. Las imágenes pueden ser febriles, pero cuando cambian de posición deben hacer coincidir deseo y memoria. Siempre que me encontraba con Alina Szapocznikow, de eso hablábamos, porque nadie mejor que ella entendió que los senos, las piernas, la nariz, las manos, las pestañas, son partes de un problema llamado cuerpo, que se concreta en variables complejas, intrigantes e inesperadas. Las memorias del holocausto entre los pliegues de los labios. La piedra con fisuras, los senos y los rostros, los caracoles y sus babas, la inercia y sus encantos, la voluptuosidad y sus dobleces sobre el cuerpo. En ella hay una sensualidad que grita, un deseo que se hunde entre la carne, un marfil que llora, una boca que no come, pero besa, un ser que hace de todo una orgia de elementos, un juego entre lo impetuoso y voluptuoso. Piernas, volúmenes, formas, vientres, senos, ojos, labios, parecen fragmentos, más en ella todo es un todo, un centro de unidades donde todo se relaciona y habla.

 

 

NOTAS DE LOS ERRORES

 

Los rasgos más secos necesitan escuchar el gonzo de la pasión. Las tonalidades llevan en su intimidad un cesto de desórdenes objetivos. Como las vueltas que damos en el vientre antes de conocer los misterios de su canto irresistible. Tal vez sea cierto que necesitamos aprender a cometer errores. Lejos del conflicto construimos solo tumbas. La pintura de Etel Adnan recuerda a los papeles recortados y la diversión de juntarlos como si fueran un juego de reglas, tijeras y pegamento. Sin embargo, sus encajes son líquidos y dan vida a un paisaje palpitante, un vestíbulo de imágenes, el viento golpeando los lagos, la alucinante trayectoria de una flecha tras tocar levemente una paja de cocotero. Cuando puso un lienzo sobre la mesa, Etel parecía estar recortando el universo. Un mundo en siluetas, en recortes, planos yuxtapuestos, geometría viva y en colores, dulce presencia de unas manos que ven y unos ojos que tocan. Cada color nos mira desde adentro, no hay atenuantes, es el Color, algo que forma y se deforma en un sólo tazón, un plano que aparece de repente, el calor, la luz, los silencios, la audacia de ver sin pudor, el acto de contar que existimos. Etel narra historias con colores, es una pastora que junta experiencias, y hace que los que la están mirando sientan una paz inédita. En ella se pacifica el rojo y nos hermanamos con amarillos y azules, los párrafos policromos del mundo.

 

 

LA RISA CON MARTILLOS

 

Si hay alguien que nos produce escozor y a la vez una risa entre fantasmal y desdentada, la risa a martillazos, el señor con clavos en el rostro y los niños corriendo sobre sus muñones, el rostro herido con silencios agudos y la señora abierta con el corazón sin trabas mientras goza. Entre lo azaroso y una risa de infante haciendo pilatunas. Ese ser es Roland Topor, el humor con mazos y con máquinas, el óxido corrosivo de lo diario, la vulgar muestra de todo vulgarismo que se hace a dentelladas y se come con el agrio sentido de la burla. En él existe un encuentro brutal de realidades que se juntan y estallan, el sentido Pánico y la risa estrujada sobre andamios. Roland soñaba escenografías, amaba lo grotesco como una acción de advertencias sobre el mundo, los vestuarios, lo bizarro, el delirio, el cine, la poesía, el teatro, un carrusel de imágenes donde no parece haber dolor sino una risa sórdida y una mofa cáustica. Los amputados caminan, los de la boca reventada ríen, los muertos conversan, la ira se encuentra en una maleta de penas del pasado y el amor en un libro de imágenes rotas o quebradas, hundidas y olvidadas. Las Fiebres anticipan sus festines con relojes ciegos y un guiso con moluscos que contrataban como extras. El teatro volcado donde las obras más bizarras se mantenían a la espera de un público digno. Cuando rebuscaron entre sus restos, encontraron una comedia demoníaca en la que los actores se comían las manos en el escenario y se contaban los dedos con los ojos como si fueran huesos de cigarros mohosos. ¿Quién hubiera sido Roland Topor si no hubiera pintado el retrato de cuerpo entero de su propia muerte? Entre sus obras, las páginas fueron copiadas en los asombrosos lienzos como si el destino de sus pinturas representara la caída de una actriz atormentada por la sangre que había perdido en su última noche.

 

 

ADIÓS A LAS VISIONES DISECADAS

 

Las selvas gritan hasta que las reservas de sus verbos amontonan ojos vendados que nunca conocieron la forma de huevos de cristal. Las hijas atrapadas en sus mallas, los hilos con sus cuerpos suspendidos, la desnudez de filtros que cambian de color al recibir la noticia de la muerte de las bailarinas. La noche corteja los sueños dejados al margen. El metal precioso de sus tormentos. Norma Bessouet guardaba en su caja de predicciones los esqueletos y las sombras de sus animales pintados en vidas pasadas. Todo en ella parecía conocer el libre tránsito entre diferentes mundos. Fue una mujer que enseñó a los espejos a reproducir sus propias imágenes. Y con su mirada inconfundible cosechó las semillas más dulces de la magia que residía en sus lienzos. Niñas salidas del cáliz de una metáfora de agua. Adolescentes jugando con violines, sobrillas y gatos, sillones rojos con aviones de papel y niños durmiendo en el suelo, casas con miles de puertas entreabiertas, ensoñación en un bosque de niebla con una joven chica caminando desnuda y una mata roja a su espalda. En ella hay un dialogo juvenil de esferas blancas, una luz de adolescencias y magias del recuerdo. Los espejos y la vía láctea se juntan observados por felinos que murmuran alboradas. Las visiones de Norma Bessouet son la casa exquisita del Renacimiento, la litografía salvaje de los sueños, los libros renovados de todas las horas que diseccionamos.

 

 

LA MÁSCARA OSCURA

 

La niña sale del ocaso, la conjuntivitis nunca da en el alma. Hay máscaras vestuarios, escenas de ópera y carnaval entre los huesos. Una máscara oscura sale del vientre, la mujer vestida de hombre, femenina hasta el tuétano, ella la pintora ave, la pintora de esqueletos con cabello largo, ella la desnuda de cabellos rojos, la que mira un laurel hasta palidecer un sueño. Ella entre gatos, sueños y disfraces, está ahí sentada esperándonos con el rostro cubierto, las botas y en abrigo emplumado, desnuda entre pliegues, erótica de las gasas y los velos. Leonor Fini se ha salido de las márgenes, no se ha dejado encasillar, es una nube de ámbar, el ocre sacro de un Bizancio con flores, la escenografía de gatos y gestos rituales en silencio. Leonor siempre pintó para esperarnos, para que llegaran invitados a sus cuartos, para convivir con nuestros ojos en una lámpara o en un vaso, en un espejo o en una peluca de víboras sujetas de los cuernos de una luna. Ella siempre nos espera. Nosotros sabremos llegar entre su obra. Sabemos visitar la transparencia de sus huesos, las radiografías de los sueños, las zambullidas rojas llenas de plumas que discutían toda la noche sobre las ideas de vértigo y orgasmos. Esa lujuria caligráfica que tenía en el pecho. Leonor con sus colores que no parecían existir fuera de sus lienzos. La anatomía exultante de sus misterios. La ceremonia de los gatos en su paso de las almas cuyas máscaras imitaban a los seres humanos. ¿Cuántas veces la misma biografía de rostros en su imitación de delicadas extravagancias? Mi amor en su bandeja de acertijos. Una flor custodiando la maleta que no va a ninguna parte. El cruce de nuestros cuerpos de un origen a otro de sus cuadros. Sí, Leonor siempre nos espera sin preguntar por el teatro de nuestros deseos. Ella sabe que todos acudiremos a sus obras.

 

 

ALEGORÍA DE LAS SOLEDADES

 

Mundos entrañables donde quedan figuras alargadas y pasos multiformes, el abismo y lo sagrado, el arte de las encrucijadas. En June Leaf todo es alegoría y soledades, la escultura en movimiento y la pintura en recogimiento. Un abrazo hecho de zarpazos, de uña ensangrentada, de labios que no pronuncian ni una risa, en ojos inmutables y sagrados. Hay una timidez con garra, fuerza airada, bruma escondida entre las yescas de un fogón donde se cuecen piedras y se dobla el hierro de las voluntades más selectas. Hay un deseo de lo invisible y una búsqueda de parecer nimio el universo. En ella hay máquinas con aspas que pulen superficies planas, rasguños sobre la piel del tiempo, argollas para hechizos, lienzo para vestir secretos, todo se ve en ella y a la vez es mucho lo que esconde, lo nada manifiesto. Obras que son sonidos aún por encima de las capas policromas. Pinta sobre manchas sacando formas como cuando uno mira nubes. Habla con objetos, sacraliza sus movimientos, alarga sueños, expone los fantasmas que planean arruinar nuestras noches, desfigura sus apariciones frente a las líneas trémulas atribuidas al pavor. Cuando notamos los gestos con que sus sombras ensalzan el amor carnal, somos sus modelos y pintores. June nos permite serlo todo en la lascivia de sus luces, la paradoja según la cual las minucias revelan el sello oculto de nuestros castigos, la curiosa debilidad, el vuelo de la imaginación pictórica. En su estuche de pinceles encontramos un volumen de cuchillas que nos hacen creer que primero recorta sus motivos, para luego rehacerlos con las antorchas de belleza que encuentra en sus restos.

 

 

BALADA DE MELUSINA

 

Con el cielo todavía medio dormido, Melusina abrió la ventana de su dormitorio, sin saber que estaba en un lienzo de Moritz von Schwind. Su mirada curiosa tocó levemente las nubes y preguntó en silencio: ¿Dónde están las pinturas extraterrestres que estuvieron aquí ayer? ¿Qué fue de las piedras parlantes y de la cordillera de sus lamentos? ¿Quién le enseñó al Zodíaco el momento adecuado para sonreír o vestirse para la guerra? Era su manera de despertar como si fuera una buceadora en los misterios del tiempo. Moritz la dejó vagar por los bosques de muchos de sus cuadros, donde conoció delfines, sirenas y argonautas. Melusina mantuvo muchos de estos encuentros en secreto, pero le gustaba hablarle a Moritz de sociedades donde nadie más era víctima de enfermedades, donde hombres y mujeres compartían sus deseos comunes y todos los animales eran anfibios. Moritz la escuchaba como si su voz saliera de las fábulas, mientras pintaba a sus vagabundos perfeccionando las palabras de Melusina. Y se multiplica de tal manera que ahora son muchas y se mueven de diferentes maneras en cada uno de los paisajes del creador. Las Melusinas de Moritz, miran ventanas y la mañana siempre será temprano, entran en alcobas y se bañan con flores. Hay algo de dama de castillo y de serpiente y sus sirenas en un castillo sin puertas y en una gruta abierta. Hay una serenata de piano en noches congeladas, un caballo desbocado y una danza de media noche con seis mujeres medio locas. Hay algo de ermitaño solitario y de bucólicas escenas donde habitan fiestas palaciegas, jornaleros de la luna y algún rincón donde un goliardo quiere enamorar a una princesa de aldeanos. Las Melusinas de Moritz, son efímeras, bellas y lejanas, son viajeras que nos llegan sólo en estados somníferos y en trance entre los sueños.

 

 

CELEBRACIÓN DE MUNDOS OLVIDADOS

 

Traducimos las mejores hazañas en las hojas Cocidas de estos árboles que pintamos sin que correspondan a ninguna realidad. Como la fiesta donde los niños se pintan como oseznos que tocan metales resonantes y preparan los dulces que alimentan la astrología, los sueños brumosos y un alambique con el elixir de la inmortalidad. Traducimos a los chicos con sus máscaras de payaso, bailando sobre las aguas y compartiendo una panacea que aceleraba la transmutación de todos los seres. Estas criaturas, efímeras y delicadamente elaboradas, fueron el resultado de las pinturas preparadas por Tadeusz Makowski y sus propiedades milagrosas. No eran anticipos de pinochos o sombrereros locos, sino un ritual de trasiego de metamorfosis, donde todas las formas necesitaban secarse para encontrar la expresión más viva, su manera natural de prolongar los presagios. La infancia pintada con ojos asombrados, juego y carnaval de hechizados, párvulos de narices largas y de gorros en punta, casquetes y chapelas puntudas, escenarios narigones, donde todos juegan cartas en el azar del viento. Hay algo hierático y solemne en sus figuras, una pose de dioses infantiles, barro hecho de picardías y de ausencias. Hay algo de guiñol y de polichinela, con narices grandes y arqueadas, un rastro bufonesco y una comedia entre mutismos y sigilos.

 

 

LA BÚSQUEDA DE LA PERFECCIÓN DE UN ÁNGEL TARDÍO

 

No bastan los paisajes, los atardeceres y crepúsculos, los retratos y sus gestos, para Hilma af Klint hay otras realidades y no son visibles a simple vista. Lo oculto en lo oculto, el culto sagrado de lo desconocido que se hace manifiesto. Hilma hablaba con lo invisible, con Gamaliel y Parsifal, con las sombras y la luz desde lo mítico y las fuentes ocultas de las pirámides, los triángulos, las esferas con los signos de dioses que crecen escondidos y salen de las sombras. Hilma es automática con sus signos escritos y sus colores imantados. Olvidada de sí misma, con una obra escondida entre graneros, sale pujante de un conjuro. Hilma la difusa, la del hechizo de la flor herida, la de la geometría espiritual y el goce místico. Hay secretos que todos llevamos más allá de nuestras tumbas, lugares lejanos que hemos recorrido en trances, amistades que nos llegan con una imaginación brillante, lazos de amor que sobrepasan las tumbas y sus lúgubres silencios. Hilma nos ha dejado una herencia hermosa después de cuarenta años de ausencias. Su obra sacra, esa religiosidad de un arte de líneas y de curvas, de atmosferas secretas y geometrías de un alfabeto espiritual, nace y nos deja ella el arte de hacernos ver lo que hay entre los cuerpos, lo que existe entre átomos y versos. El abismo que muerde la carne misma al verse desaparecer y reaparecer en cuerpos humanos y celestes. Los colores que viven en el hábito de sus mezclas, que son tinieblas cuando la locura lava sus lágrimas, y son ritos de iluminación cuando las estrellas pretenden ser senos y bosques, erecciones salvajes y ramas ardientes de la ironía. Hilma y su caja secreta de aromas, la insistencia con que los metales se doblan y rehacen en una lámpara la línea de un horizonte agotado. Ella sabe reconocer en su humedad los triunfantes animalitos del deseo. Trofeos de orgasmos y huesos de bailarinas. Hilma les dijo a los invitados de las tormentas que no entendía el motivo de sus despedidas. Una noche bailas con las momias en sus harapos de colores. En otra, somos los candelabros que aún creen en el destino de una luz desconocida.

 

 

CONSTELACIONES DE INVIERNO

 

Un nido de estrellas flota en una charca de hielo, los colores se difuminan, los oleos están entre un estanque o un cielo de rayas azules y nostalgias doradas. Helen Frankenthaler riega, gotea, esparce colores, crea formas que se cruzan y se diluyen, juega a la exquisitez de los demiurgos. Ella es una hechizada del color. Crea mundos de gran serenidad plástica y caos donde no espanta ni se genera el miedo. En ella hay una dulce guerra y una pacífica armonía con aristas. Ella se pasea por sus cuadros, crea y hace rondas, vierte colores, despeina universos, deja huellas, signos, símbolos y marcas de existencia: Una diosa de formas, colores cruzados, alquimia de un desorden que nos invita a la trasparencia y al goce del silencio. Cada masa de formas se mueve entre nostalgia y cielo, entre recuerdo y agua, entre amores suspendidos y acertijos blandos y magias sin fisuras, un arte sublime de colores que navegan. En Helen hay un momento donde se ven las constelaciones de invierno crujiendo por las telas, sin afanes, sobrias, silentes, magas, ella misma es una estrella. Y nos lleva de paseo por esos paisajes centelleantes, como si el cielo fuera la tierra o la piel de sus cuadros el camino místico que recorremos cuando queremos revelar lo que somos. Los azules de Helen, sus colores votivos, la terracota expandida en nuestra mirada, la forma en que se inclina para pintarse. Ella y las ventanas electrificadas de sus viviendas, la noche ajena al aliento de los muros impasibles. Uno de nosotros siempre había querido que Rothko aprendiera a bailar con ella. Helen la diosa bohemia del jazz incomprendido. El mundo ya está completamente cubierto de un negro hecho de cenizas. Las absurdas bestias que aún tenían entre los dientes los restos de una civilización devorada. Las entrañas desfiguradas por un grito que resonó como un viejo árbol escondido en los papeles que ya nadie se atreve a rascar. Helen Frankenthaler rocía, gotea, esparce colores, crea formas que algún día seguiremos viendo protegiendo el desolado silencio de nuestras vidas.

 

 

EL SACRIFICIO DEL ORIGEN

 

Quizás el arte no sea más que un incansable palimpsesto que prolonga las ilusiones del pecado original. Quizás Adam es solo un hombre frustrado que no tenía a nadie a quien culpar. Rabelais en este punto se reía mucho de la convalecencia de los genios vencidos por Duchamp. Burhan Doğançay se rió más, como diciendo que nunca le había dado importancia al genio. Un coro de jóvenes plagiarios repitió el mantra: El mejor árbol de la vida es el que solo da frutos podridos. Que alguien me consiga una tabla de planchar para el cuidado de la lengua y el lingam de estos venerados trapos. Muros de todo el mundo rechazaron significados verosímiles, el orden secreto que distinguía a Occidente y Oriente, y maldijeron hasta los altos relieves de sutileza marcial por creer que el hombre agoniza por sus aspiraciones y que la sabiduría es un plato recalentado del mal mirado. Hay fragmentos de papeles del mundo, sinfonías azules donde yace la historia, lenguas salidas de los muros, acción de zarpas rayando la ventura, el ciclo del azar sobre un derrumbe. Hay alguien escondido tras ver rasgar el día. Afiches, carteles, hojas de color, todo se junta y el diálogo con las ciudades que se evaporan con la mirada y la nostalgia. Todo son heridas y arañazos, el corazón roto y el rostro ingenuo, el bonachón entre los platos, la caricia del papel como Babel, las lenguas sabias conversando entre las grietas.

 

 

CASA DE MUÑECAS

 

Las cartas juegan un ballet disonante lleno de faroles que convocan mazos que se emparejan entre sí desde la distancia en mesas flotantes en varias ciudades. Es posible que Eva Švankmajerová haya creado este juego como una exquisita corriente de conciencia. Las sociedades habían perdido su creatividad, las plazas estaban vacías, algunas aún con la inmundicia del botín de guerra, los servicios públicos representaban un estereotipo de la explotación de las lenguas. Eva quería hacer que el mundo volviera a girar en un ejercicio de combinación de símbolos alucinantes. Quería que sus títeres y collages y óleos se unieran y revelaran una perspectiva de implosión de las ruinas de un tiempo que había consumido todo el apetito onírico del ser humano. Tal vez era posible. En esto estaba pensando cuando decidió que Alice sería la primera mujer. El origen de un paraíso entre los conspiradores del placer, el celuloide jugando a no caer. Eva pasa por la infancia huyendo de pequeñas casas, en caballos al galope, en colchones con la boca abierta, por niñas entre el ahogo y las fogatas, en ella hay un rezo antiguo, la venus barbada de las oraciones con alfileres y ostias entre lozas y cerámicas sin tapa. Eva habla con los lobos, con seres insepultos, con recuerdos y con visiones donde dormir no es necesario. Abre arcones y saca duendecillos, reza para sí oraciones sin nombre, se hace sacerdotisa en el hacer.

 

 

DICCIÓN DEVORADORA DEL AZAR

 

Perdí la vaguedad de mis mejores días. Ciertas figuras me miraban tanto desde sus rajas alimentadas por un atrevimiento provocador que terminé creyendo que podía ocuparme de otras cosas, porque en cualquier momento estarían allí esperándome. Sin embargo, aprendí que la realidad puede hasta esperarnos, pero las elocuentes figuras de nuestras tramas existenciales, éstas no permanecen más que un instante en el mismo lugar. Todavía recuerdo haber tomado notas en un libro donde estaba escribiendo un artículo sobre Isabelle Waldberg. A medida que las páginas fueron dejadas atrás, escritas, el papel y la tinta crearon una especie de emboscada inquieta que terminó desconcertando la memoria. En el fondo, todo lo que planeaba se estaba convirtiendo en un diario de falsas cuestiones. Poco a poco el bronce me fue esculpiendo, iba encarnando todas las formas imaginadas, era necesario salir de ese truco infernal, creer que las cosas no necesariamente tenían que ser vistas para estar frente a nosotros. Entonces comprendí que era posible desmaterializar la existencia. Masticar diariamente un nuevo cableado de abismos. Ir al estudio de Isabelle como si visitara un libro cuyas páginas aún están en blanco. Como todo en la vida sale y hace grietas, las marmóreas figuras tienen agujeros y silencios, abisales escondrijos del tiempo, libros que se leerán tomando un talismán, la respiración muy queda, simples obras nacidas del invierno, fauces y alambres, moles y mazas lentas y solemnes. La vida aparece cual cráneo expuesto sobre un ajedrez silente y respetuoso, animal de las avocaciones, acción devoradora del azar.

 

 

LA FLOR CARNAL

 

Recortando telas y colocando alfileres, pegando broches y botones, se construye un universo de muñecas que hablan y de flores carnales. Mirando un río bajo la canícula del trópico se tejen paraísos, se miran hombres y mujeres con el torso anaranjado, cubiertos por velos y colchas de imitación Damasco, objetos purpura y más caras de un carnal siempre iniciado. Flor María Bouhot se ha metido en la piel de la ciudad, conoció de bares y callejuelas tristes, de travestis y lesbianas anónimas, de sangre y tambor, de la amistad y los túneles del alma. Flor María hace que cada ser sea una flor carnal, con colores brillantes y pétalos en bandolera, con oráculos de besos y bailarines negros con sus alegres tocados. Hay una fiesta en ella, cada signo que nos deja es una nota a mordiscos y alucinado colorido que hechiza sin un credo, que seduce sin ningún pretexto. Flor María es la flor sexuada, la delirante flor que nunca tiene noche ni tampoco madrugada, es un idilio con la luz, un sol con lámparas y hechizos, una noche con luna al medio día. Habla con los no nombrados, con los anónimos de burdel y de taberna. Nos invita a conocer la sensual vida de los matachines, las bailarinas, el concubinato, el desafuero y el licor sobre una sábana cargada de colores. Flor María es la flor carnal del tacto y la palidez sensual. Es la negra sonrisa, la roja presencia, la locura en danza, la belleza en la sencillez de los lugares oscuros iluminados por los destellos de su jardín personal. Tanto quiso amar a los dioses que incluso mezcló sus carnes en una fiesta que anuncia la llegada de todos los santos y demonios de una civilización que camina sobre los talones de su propia consunción. Flor María bebió el néctar de tantas vísceras sacudidas sin ritmo en las calles oscuras y manchadas de vómito de tantas ciudades miserables. Ella la obsesión de todos los corazones desesperados, la oscuridad desprendida de la carne que corrompía, los secos tiros de lujuria que desalineaban las rectitudes de una hipocresía tan seductora como morbosa. Flor María Bouhot conocía el interior y el desenfreno anónimo de todas las puertas, el comercio al por menor y al por mayor del mercado de las almas, las innumerables veces que el cuerpo humano podía caminar sobre sí mismo, sin derrumbarse, como una máquina siniestra hecha para sonreír y gozar.

 

 

LA CONFESIÓN DE JOHFRA BOSSCHART

 

He estado pensando mucho en los niños y el drama de los cautivos. Las arenas chorreando palacios transparentes. Una arquitectura onírica que crece dentro de nosotros. Estamos habitados por ella, como seres entregados a los excesivos misterios del lenguaje. Me han llamado un degenerado, un ocultista esquizofrénico, un genio polifacético pero anticuado. He estado en innumerables cuevas, descifrado inscripciones en piedras y tablillas, pintado los rayos secretos de una humanidad a punto de perderse. Mi corazón se ha roto tantas veces que la pintura ya no era un regalo. Yo era el anfitrión de una maldición. Desde el principio supe que la muerte tenía mi nombre en la punta de la lengua, en la humedad de su portal glorioso. Cuando el Tarot de Thoth, los cuadernos de Trismegistus y los rituales desvanecidos de la vieja brujería eran evocados a cada momento, yo hablaba con los dioses, a través de mis pinceles, de los niños que habían sido robados. Ninguno de ellos me dijo adónde habían llevado sus almas. Como el flautista de Hamelín, se llevó los niños a las grutas y yo los he visto cual cruzada de los niños, caminando por las nevadas puntas de granito y olvidos. Yo seré siempre de otra época, otros seres me visitan en las noches, juego al tarot de las ausencias, juego con el oro y con la alquimia, soy la balanza y el cristal, la copa y el silencio, los árboles fantasmas y una tribu de desnudos que ascienden hacia el cielo. Soy lo que no han visto, soy el macho cabrío y soy la rosa mística, soy el anciano y el párvulo, soy el árbol desnudo y un destello de luz, soy una esfinge en el bosque y una lápida clavada en el horizonte. Algún día volveré, quizás convertido en otros seres.

 

 

LA OTRA ARCA EN LOS MAÑANAS

 

No habrá un mañana, no habrá un futuro, existen ya los ayeres y los mañanas van llegando siempre en plural. Giger hace su arca, vislumbra los últimos viajes, nos lleva al sótano de la mente, al ático de lo incierto. Ha visto la guerra y el esqueleto vidrioso de los posibles futuros, no hay una realidad, hay muchas y se reúnen algunas de ellas en sus cofres, salas oscuras y tronos sin tiempo. La máscara perturbadora de un amor suicida, la cara ennoblecida de una actriz que ha huido, el estado sepulcral de la ironía, él no crea pesadillas, él las vive. Se sumerge en ese mundo de aristas, seres imposibles, hierros y humanos vestidos de máquinas y deseos ocultos tras sus huesos. Nos prepara las mañanas del futuro. Nos deja viajar por holocaustos, esqueletos y cráneos de los no nacidos. Él es el lagarto informe, el animal sin zoología, los rostros de los bebés dormidos en estanques, la dama de las dagas, la serpiente oxidada de los amaneceres. Las sillas, las naves, los crepúsculos, la imagen oscura de los huesos que ríen. No existe en él ni un asomo del horror portátil, es un cofre, un arca, un escenario, nada de prejuicios, lo horrido en él es una ternura, algo nefasto con corazón de infante. Un delirio con manos de liebre y un deseo con ganas de futuro. No quería ser Noah ni pensar en ser devorado por el monstruo biomecánico del fetiche, con sus pueblos masacrados por las virtudes de la ciencia, las gigantescas cavernas atestadas de dioses vencidos, los destronados, los chismosos, los dioses ennegrecidos que violan la creencia, los recaudadores de impuestos, los muñecos mecánicos que acumulan el botín del horror, la eternidad con plazo vencido, la caída que repite a sí misma en ridículas contorsiones, el hombre que no deja de sangrar atrocidades. Las criaturas metálicas se rebelan contra estos hombres-dioses, el reinado de sus vísceras expuestas, la casa descuartizada: cuartos y piernas, manos y cocina, el frente estofado para el desayuno, entre lubricantes y labiales. El mundo se agota en estas patentes amparadas por el poder. Giger acabó desfigurando el instante con su aerógrafo de asombros.

 

 

LA DISOLUCIÓN ÍNTIMA

 

Mi nieta parecía conocer todos los trucos de las olas y cuando me hablaba gesticulaba en movimientos que imitaban los mares. Como un druida oficiando en la altura de su infancia, me enseña a sumergirme en el silencio y en lo profundo de las aguas donde me lleva. Juntos descubrimos que el origen de todas las cosas no tiene motivo, le pregunto si somos la emanación de un espíritu superior, y ella accede, me toma de la mano y me lleva a un lugar que ella considera el hogar de este compartir de lo maravilloso. Me dice que los motivos engañaron al hombre, le hicieron creer que era necesario escribir una historia del mundo. Con el tiempo, surgieron más historias de las que el mundo podía contener, y cada historia defendía sus motivos como superiores a los demás. El lugar a donde me llevó fue una genealogía llena de los elementos más dispares que compartían la alegría de esa bendición común. Me parecía que allí estaba la verdadera historia del mundo. Mi nieta abrió el libro por la página que luego descubrí que era la que más amaba: Un loro para Juan Gris, que en realidad era una cacatúa. Le encantaba sumergirse en ese libro, Wanderlust, de Joseph Cornell, y se rió cuando le dije que imaginaba que todas esas cajas eran la arquitectura submarina de los mares y desde entonces hemos sido los buzos asombrados en ese viaje sin fin. Un día me dijo que mirando página por página las cajas en el fondo de las aguas, pensó en mundos que íbamos creando y guardando en nuestra memoria, que nunca desaparecían a menos que dejáramos de ser lo que somos. Entonces le enseñé el significado de la palabra disolución y ella no pudo contener una lagrimita que insistió en poner en la caja llamada Hölderlin objects, que siempre me decía que era una caja vacía. Somos coleccionistas de la nada, ese objeto perdido en la memoria de los trasteos y luego encontrado en una caja de abalorios. Somos nieta y abuelo colocando seres en aposentos para el alma, un cuarto de nostalgias reunidas en el fondo de las piedras, un abecedario de leyendas hechas con el pico de los pájaros, anaqueles donde hemos venido depositando ayeres y conociendo las sustancias del mañana. Somos un museo interior con todos nuestros pedazos arrumados en arcones humedecidos por la lama de los tiempos.

 

 

EL MURAL A LA ESPERA

 

Esta María luchadora, raza de indígena y voluntad de cielo. Sigue viva entre sus cuadros, pocos sospechan que el muro aún la espera en el Distrito Federal con el mural El progreso de la ciudad de México, donde águilas, serpientes y pintores de afilado acento la bajaron de esa muralla, la fustigaron y terminaron por desconocerla. Los muros que le legaron fueron mercados públicos y escuelitas olvidadas, más ella sigue subida en su caballete, sabe de su tierra y se ha untado del lodo y de la sangre, de las flores olvidadas y de la risa inmaculada. Fue una fémina atormentada, vilipendiada, más su obra se ha mantenido, crea su propio altar, conoce sus raíces y las celebra, se auto glorifica en sus rostros, se da salvamento de gracia con aldeas y sus frutas, sabe del degollado y sus cruces, del espanto y sus vertebras, su cabeza decapitada aun es peinada por las manos de mujeres, hay rituales con mordazas y columnas con amarres, más todo en ella es más limpio que un caballo blanco liberado de su soga o que un pez acariciado por las sombras debajo de un árbol de preguntas. María Izquierdo y sus mujeres bailando en un pueblo mágico. La casa de las gracias seculares, el nido de las aguas-madres, el sentido profundo de sus pérdidas. María Izquierdo y sus peces galopando por la línea imaginaria de sus mares, el sarcófago de las aguas donde envolvieron y sellaron sus dolores. Ella, la inventora de las piedras agujereadas que contenían en su interior los secretos de la eternidad. Ella y el universo paralelo de sus juegos con el mito. Un alma para cada dualidad inevitable. Una criatura nacida de lo inesperado y del tiempo desconocido que todavía trabaja en silencio buscando recuperar la compasión.

 

 

LAS ÚLTIMAS TEMPESTADES

 

Una aristócrata de tempestades, ungida en los viajes y en una proximidad con la ceguera, le hacía tocar el cielo con sus dedos y hundir ciudades en sus lienzos. En ella se puede ver un caracol dormido en un cajón de melancolías, la soledad más allá de Chirico. Las olas de piedra, las puertas entreabiertas, la ironía de los andamios y los trapos al viento, hay una dulce lejanía que apremia, huevos parasitando las escalas, objetos cual rocas erigidas al viento. Hay una voz solitaria escondida en la cascara de todos los naufragios. Ella es la última tempestad desatada para el inicio de los futuros muertos. Ella se asoma a la ventana donde se desgarra el ocaso. Levantó la arquitectura de los delirios con sus piedras conmovedoras y sus metales rectilíneos, forjando la residencia de lo imaginario. La mañana era una gran imposibilidad en el edificio más lejano de su maqueta mágica. Las gigantescas huellas de su idea de morada. Los cuadros sin sombras, cuyas proporciones están destinadas a componer un bosque de milagros ante nuestros ojos. Nunca estuve más cerca de Kay Sage que el día que vi sus tres ciudades que el ojo se negaba a aceptar. Sabía muy bien que el surrealismo es ese estado de tensión entre lo que vemos y lo que perdemos de vista.

 

 

¡GUAU, LA MÉRET…!

 

La admiración no se cierra con dos bastones y una lágrima, la admiración no es la onomatopéyica figura de la voz de un perro, pero todo está cubierto en esos rastros felpudos, esas voces del bosque escondidas en zapatos que hablan y ruedas engrasadas donde el erotismo se defiende de las máquinas. La Méret, dice un amigo: la invocación de una lógica sin lógicas. Los seres se trasparentan, juegan con las cosas y las cosas se dejan jugar entre el cerebro, los jugadores que jugamos a escondernos en un pozo de mil siglos. El milagro que evoca la seducción entre tacones, la gracia de verse acogido por un plato de sandalias o por un cúmulo de piedras ascendiendo de las aguas. En ella los guantes tienen gracia, conversan y las mesas tienen patas de ave, las orejas esconden las palabras y la vida es soñada entre pocillos gemelos. Guau, la Méret, sigue creando lo insólito una reseñadora de objetos con lo más onírico de nuestras propias pieles. Y no se trata de metamorfosis, o de recrear formas a partir de la fusión de los sentidos. Los objetos tocados por ella no se convierten en otros. De alguna manera, tanto extraña como fascinante, siguen siendo los mismos, con un acento distinto, como si la taza contuviera más que té o café; los guantes acarician unas manos que también están por fuera en un exuberante intercambio de caricias. Como un pájaro dentro del vuelo o un río en el interior de sus piedras. Los caminos bifurcados en las punteras pegadas de los zapatos de una pareja distraída. La idea de que las cosas están contenidas en la clave misma que revela el secreto de Méret Oppenheim se clavó de manera sorprendente en la piel de sus óleos, de sus paisajes dentro y fuera del agua. Una sucesión de mantras.

 

 

EL CÓDIGO GENÉTICO DE LA ARCILLA

 

La noche le pidió al sol que durmiera un poco más. Una pequeña tregua algún día. Tal vez el agua de ese día abriría otro surco más en la morada de los dioses. Un mundo solo se olvida por completo cuando el alma se ha ido. Cuando el pasto de las dimensiones pierde su interior y su exterior. En tal momento no hay magia ni matemática que logre encajar los universos paralelos dispersos entre sí. Sin duda, es por esta razón que es tan importante para nosotros identificar a los habitantes de nuestro mundo. Una radiofonía permanente de los sueños, la transmisión incesante de analogías que nos permiten vivir intensamente el presente de todos los tiempos. La inmortalidad del arte es lo que impide que las almas de las personas estén disponibles. Mestre Vitalino fue un gran hacedor de migraciones, conocedor de los verbos de arcilla, como pocos, en la frecuencia de lo que hacía supo ir más allá de los estereotipos populares. Tal vez Vitalino sabía que somos greda y fango, somos tierra y siempre volveremos a ella. Eso de tocar el barro y hacerlo hablar es acto de demiurgos, entre la música y el horno: las figuras salen a bailar, sorprende los oficios de la humanidad, pastar, moler, ordeñar, mirar al cielo, conocer las hierbas y hacer pócimas. Una versión de Adán en cada gesto. Acto creador donde la paciencia es la paz y la ciencia, el arte de hablar con la materia, sensualizar la arcilla para conversar con las ausencias.

 

 

MÚSCULOS DE LA PROTESTA

 

Las piedras siempre significaban el cuerpo. También lo son las aves, las avalanchas y los tres ciclos solares. Luis Caballero lo ha dicho toda su vida. En su línea prevaleció siempre la noción del cuerpo, el concepto múltiple de su naturaleza, la forma perversa en que la sociedad lo había deteriorado. El comercio de fetiches. La promiscuidad de los privilegios. El estado de sitio proclamado por la homofobia. Todo en Caballero era la impugnación de los vicios. Sus cuerpos mezclaban técnicas que acentuaban el erotismo que destilaban tanto los distintos espesores del deseo como el ambiguo estallido de su dolor. Nada en ellos eludió el pecado u otras aberraciones atribuidas al hombre. Las aspiraciones sexuales eran fuente de profanaciones santificadas. Los cuerpos abrieron las páginas de sus torsos y apéndices, sin título, a las posturas lascivas que simbolizaban sus principios preferidos. Transpuso a sus lienzos el contorno preciso del árbol de las impurezas, el hombre original, anterior a la gran vergüenza de la tierra. Musculatura y nube, seres desfallecidos y yacientes, rebosados de sexualidad y a la vez arcángeles sin alas exhibidos para la contemplación de forasteros. Los cuerpos son líneas, piedras, goces profanos, accidentes geográficos, alborozo de existencia, goce vital: los cuerpos se hacen entre líneas perversas, lúcidas y tiernas. Son un culmen de seres que llegan para hacernos sentir que la desnudez también es ciega, llamarada opaca, somos nosotros allí tirados sobre nubes o sobre el mismo suelo, somos un lugar hecho de gemido mudo y de lágrima sin agua.

 

 

LOS DIOSES DESCUBRIERON SU SEXO

 

Las primeras nubes se dibujaron sobre mis pechos. Yo acababa de nacer, esa vez. Llevaba en mi corazón una lágrima convertida en nieve. El mundo deambulaba en la noche con un violín boca abajo sobre un brazo. No era tan común –después me dijeron– que los violines estuvieran al revés de esa manera. Los pastos no suelen crecer sobre las alas. Los exilios son jaulas olvidadas en las arrugas del martirio. Nadie vuelve a buscar los pecados transmutados en locura. Las nubes preguntaron a mis pechos cuántas máscaras resistirían la caída de toda la humanidad.

 

Una mirada desde el centro terráqueo advierte que existen rajas y cuerpos punzantes, las jirafas duermen sobre los sombreros de un dios ebrio. Y de repente todo se desprende, se crean zanjas, se habitan los abismos, cristales y pechos erectos salen de las rocas, cuelgan frutos rojos de las pupilas de las serpientes, ellas las que siempre han salido a auscultar el origen de todas las preguntas. La humanidad aún escarba con un báculo las geometrías del abandono. Silva el viento sobre los rostros macilentos, hay un aire de agobio en el sexo de los Ángeles.

 

Debo decirles a los monstruos que no se resistan, porque puedo yo multiplicarme en tantas versiones que los dioses fingirán cambiar de dirección, temiendo que mis rasgos los conviertan en pedazos de una deidad extasiada. Puedo ser un escalofrío que calienta el mar en tu vientre. Puedo hacer que mis pezones filtren los secretos de las tormentas. Puedo prender fuego a los ríos palpitantes, a las lágrimas insolubles, a los muertos que mendigan en las calles. Rápidamente te diré mi nombre mientras tú me cuentas el milagro de tus fatalidades. Mi nombre es Susana Wald, pero no oirás los molinos de la tierra aullar en mi sexo.

 

Mi nombre que será siempre un sello, un pacto tentacular con lo abisal. Nadie pronunciará mi nombre en vano. Seremos entre las mujeres de la tierra una semilla de los lagos y los estanques, flores que flotan y emergen con sus pechos hechos ojos contemplando cielo y bruma. Al paso de mis besos saldrán jardines negros y las arañas jugarán con las oropéndolas emplumadas, nada será igual, todo cambiará entre las entrañas y el sol que gira en unos versos.

 

Guardo en mi ombligo un presagio que el espíritu del fuego escribe de manera ilegible para que los destinos nunca sean fatales. Cuando leemos que una leyenda ha perdido el esplendor de sus laderas, recogemos los catecismos asfixiados, las distancias perdidas de la historia, los laberintos desertores. Confesamos nuestra confusión y anunciamos que somos un obstáculo para el futuro de las migraciones. La rueda dentada de la desgracia nos lleva a creer que hasta el amor nos hizo un favor al dejarnos. Pero debo decir que no me siento así. Todavía puedo ir incluso donde nadie más me sigue.

 

Estos mapas que se hacen con las señales de la hoguera, con cristales y cubiertos de hueso metidos en el barro, esos lugares entrañables por donde han salido fieras y que han sido trasformadas en luceros, son los espacios por donde veremos su nombre escrito en los muros de los huertos. Esa vida entre nómade y secreta, esa expansión de formas cabalgando por ciudades de humo y plazas de feria, donde nadie podrá sujetar tu leyenda a un banco de mimbre entre gladiolos. Serás siempre un referente para secar la sed, apagar el miedo, lucir las capas rojas de todos los deseos.

 

Tal vez por eso mi nombre es la chispa más imprecisa del viento, esa antorcha del relámpago que activa una rapsodia de milagros. Mis abrazos ocupan todas las estaciones. Soy el pájaro que guarda la lluvia en su cancionero. El estruendo que se desplaza y envuelve la ortografía de los huesos. El narrador de esta residencia interminable sabe muy bien que mi nombre es Susana Wald. Una sibila que ha sobrevivido a todas las fronteras.

 

 

LOS SÍMBOLOS PRODIGIOSOS QUE NO LEEMOS

 

Octubre de 2167 fue la última vez que estuvimos con Amanda Torv. Le fascinaba la delicadeza gestual de Albrecht Dürer, incluso en sus escenas de lucha o bacanales. ¿Era su rinoceronte el mismo que el de Ionesco? ¿Cuántas muertes sufriría Orfeo antes de que escuchemos con atención las bendiciones de su lira? ¿Y quién aún recordaba a las mujeres desaparecidas dentro de sus lienzos? Amanda Torv buscó con sus tintas una narración exuberante del pasado de Durero. Sus cuerpos desnudos en movimiento parecían saltar en busca de una vehemencia despreciada en un oscuro pasado pagano. El triunfo satanista de los espejos. Las nieblas góticas de la intolerancia. El nacimiento de mundos más allá del nuestro. En cada lienzo parecía animar las líneas de acuerdo con la antigüedad. El conjunto de pinturas le dio a la sala de exhibición la apariencia de un libro de aforismos. Amanda dedicó sus óleos a la incómoda revelación de que el hombre había perdido el entusiasmo, que la energía humana se había convertido en un río negro cuyo curso indefinido era un martirio público, contaminado con las páginas rotas de todas las religiones. En Amanda Torv, hay premoniciones, hallazgos de trozos de futuros dejados al azar del transeúnte, existe un diálogo renacentista y una mirada trasversal desde el pasado, es encontrar el árido mundo descompuesto, la alquimia rota de un aro de recuerdos, un azul celeste que pareciera bajar hasta las catatumbas enterradas en los templos. Todo se dice y todo se deshace, nada está en el lugar inicial, hay un profundo movimiento de esferas, cataclismos y temblores, su obra se muestra como un barco a la deriva azotado por los vientos del misterio.





 

 


FERNANDO CUARTAS ACOSTA (Colômbia, 1956). Poeta e ensaísta, historiador da Universidad Nacional Sede Medellín, diretor do “Taller de Luna”, programa de rádio da mesma entidade dedicado à literatura e divulgação cultural, e coordenador da oficina de literatura “Da Terra à Lua, paisagens poéticas, geografias imaginadas.” É autor de um livro escrito a quatro mãos com Floriano Martins, Osso dos Presságios, 51 retratos compostos em prosa poética, que reflete a magia de seus encontros com esse mesmo número de artistas, de vários períodos e diferentes tendências, incluindo uma projeção do futuro, que são faróis cósmicos da criação dos dois poetas.


 

 



A GRANDE OBRA DA CARNE

A poesia de Floriano Martins

  

1991 Cinzas do sol 

1991 Sábias areias 

1994 Tumultúmulos 

1998 A outra ponta do homem 

1998 Autorretrato 

1998 Os miseráveis tormentos da linguagem e as seduções do inferno nos instantes trágicos do amor de Barbus & Lozna 

2003-2017 Floração de centelhas [com Beatriz Bajo]

2004 Antes da queda 

2004 Lusbet & o olho do abismo abundante 

2004 Prodígio das tintas 

2004 Rastros de um caracol 

2004 Sombras raptadas [Coroa] 

2004 Sombras raptadas [Cara] 

2004-2015 Estudos de pele 

2004-2017 Mecânica do abismo 

2005 A queda 

2005 Extravio de noites 

2006 A noite em tua pele impressa 

2006 Duas mentiras 

2006-2007 Autobiografia de um truque 

2007 Teatro impossível  

2008 Sobras de Deus

2008 Blacktown Hospital Bed 23 

2009-2010 Efígies suspeitas 

2010 Joias do abismo 

2010-2011 Antes que a árvore se feche 

2012 O livro invisível de William Burroughs

2012-2014 Em silêncio [com Viviane de Santana Paulo]

2013 Anatomia suspeita da realidade 

2013 My favorite things [com Manuel Iris]

2013 O piano andou bebendo 

2013 Sonho de uma última paixão 

2013-2015 Breviário dos animais fabulosos fugidos da memória 

2014 Mobília de disfarces 

2014 O sol e as sombras 

2014-2015 Reflexões sobre o inverossímil 

2015 Enigmas circulares 

2015 Improviso para dois pianos [com Farah Hallal]

2016 Cine Azteka [com Zuca Sardan]

2016 Circo Cyclame [com Zuca Sardan]

2016 Trem Carthago [com Zuca Sardan]

2016 A mais antiga das noites 

2016 A vida acidental de Aurora Leonardos 

2016 Altares do caos 

2016 Breve história da magia 

2016-2017 Convulsiva taça dos desejos [com Leila Ferraz]

2016-2017 Obra prima da confusão entre dois mundos 

2017 O livro desmedido de William Blake

2017 Antigas formas do abandono 

2017 Labirintos clandestinos 

2017 Manuscrito das obsessões inexatas  

2017 O mais antigo dos dias 

2017-2020 A volta da baleia Beluxa [com Zuca Sardan]

2017-2022 Nenhuma voz cabe no silêncio de outra

2018 Atlas revirado 

2018 Tabula rasa 

2018 Vestígios deleitosos do azar 

2021 Las mujeres desaparecidas

2021 Museu do visionário [com Berta Lucía Estrada]

2021 Naufrágios do tempo [com Berta Lucía Estrada]

2022 As sombras suspensas [com Berta Lucía Estrada]

2022 Las resurrecciones íntimas [com Berta Lucía Estrada]

2023 A casa de Lenilde Fablas

2023 Caligrafias do espírito

2023 Huesos de los presságios [con Fernando Cuartas Acosta]

2023 Inventário da pintura de uma época

2023 Letras del fuego [con Susana Wald]

2023 Representação consentida

2023 Primeiro verão longe de casa 


 

 

1991-2023 Mesa crítica [Prefácios, posfácios, orelhas]

2013-2017 Manuscritos


 

 

Poeta, tradutor, ensaísta, artista plástico, dramaturgo, FLORIANO MARTINS (Brasil, 1957) é conhecido por haver criado, em 1999, a Agulha Revista de Cultura, veículo pioneiro de circulação pela Internet e dedicado à difusão de estudos críticos sobre arte e cultura. Ao longo de 23 anos de ininterrupta atividade editorial, a revista ampliou seu espectro, assimilando uma editora, a ARC Edições e alguns projetos paralelos, de que são exemplo “Conexão Hispânica” e “Atlas Lírico da América Hispânica”, este último uma parceria com a revista brasileira Acrobata. O trabalho de Floriano também se estende pela pesquisa, em especial o estudo da tradição lírica hispano-americana e o Surrealismo, temas sobre os quais tem alguns livros publicados. Como artista plástico, desde a descoberta da colagem vem desenvolvendo, com singular maestria, experiências que mesclam a fotografia digital, o vídeo, a colagem, a ensamblagem e outros recursos. Como ele próprio afirma, o magma de toda essa efervescência criativa se localiza na poesia, na escritura de poemas, na experiência com o verso, inclusive a prosa poética, da qual é um dos grandes cultores. A grande obra da carne – título emprestado de um de seus livros, é uma biblioteca desenvolvida como espaço paralelo dentro da Agulha Revista de Cultura, a partir de uma ideia do próprio Floriano Martins, de modo a propiciar acesso gratuito a toda a sua produção poética.


 

 

OBRA POÉTICA PUBLICADA

 

Cinzas do sol. Rio de Janeiro: Mundo Manual Edições, 1991.

Sábias areias. Rio de Janeiro: Mundo Manual Edições, 1991.

Tumultúmulos. Rio de Janeiro: Mundo Manual Edições, 1994.

Ashes of the sun. Translated by Margaret Jull Costa. The myth of the world. Vol. 2The Dedalus Book of Surrealism. London: Dedalus Ltd., 1994.

Alma em chamasFortaleza: Letra & Música, 1998.

Cenizas del sol [con Edgar Zúñiga]. San José, Costa Rica: Ediciones Andrómeda, 2001.

Extravio de noites. Caxias do Sul: Poetas de Orpheu, 2001.

Estudos de pele. Rio de Janeiro: Lamparina, 2004.

Tres estudios para un amor loco. Trad. Marta Spagnuolo. México: Alforja Arte y Literatura A.C., 2006.

La noche impresa en tu pielTrad. Marta Spagnuolo. Caracas: Taller Editorial El Pez Soluble, 2006.

Duas mentiras. São Paulo: Edições Projeto Dulcinéia Catadora, 2008.

Sobras de Deus. Santa Catarina: Edições Nephelibata, 2008.

Teatro imposible. Trad. Marta Spagnuolo. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana. 2008.

A alma desfeita em corpoLisboa: Apenas Livros, 2009.

Fuego en las cartas. Trad. Blanca Luz Pulido. Huelva, España: Ayuntamiento de Punta Umbría, Colección Palabra Ibérica, 2009.

Autobiografia de um truque. São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2010.

Delante del fuego. Selección y traducción de Benjamín Valdivia. Guanajuato, México: Azafrán y Cinabrio Ediciones, 2010.

Abismanto [com Viviane de Santana Paulo]. Natal: Sol Negro Edições, 2012.

O livro invisível de William Burroughs. Natal: Sol Negro Edições, 2012.

Lembrança de homens que não existiam [com Valdir Rocha]. Fortaleza: ARC Edições, 2013.

Em silêncio [com Viviane de Santana Paulo]. Fortaleza: ARC Edições, 2014.

Overnight medley [com Manuel Iris]. Trad. ao espanhol (Juan Cameron) e ao inglês (Allan Vidigal). Fortaleza: ARC Edições, 2014.

O sol e as sombras [com Valdir Rocha]. São Paulo: Pantemporâneo, 2014.

A vida inesperada. Fortaleza: ARC Edições, 2015.

Circo Cyclame [com Zuca Sardan]. Fortaleza: ARC Edições, 2016.

O iluminismo é uma baleia [com Zuca Sardan]. Fortaleza: ARC Edições, 2016.

Espelho náufrago. Lisboa: Apenas Livros, 2017.

A grande obra da carne. Fortaleza: ARC Edições, 2017.

Tabula rasa [com Valdir Rocha]. Fortaleza: ARC Edições, 2018.

Antes que a árvore se feche (poesia reunida). Fortaleza: ARC Edições, 2018.

Tríptico da agonia [com Berta Lucía Estrada]. Fortaleza: ARC Edições, 2021.

Las mujeres desaparecidas. Santiago, Chile: LP5 Editora, 2021.

Un día fui Aurora Leonardos. Quito: Línea Imaginaria Ediciones, 2022.

El frutero de los sueñosWilmington, USA: Generis Publishing, 2023.

Sombras no jardim. Fortaleza: ARC Edições, 2023.


 

 

Agulha Revista de Cultura

Criada por Floriano Martins

Dirigida por Elys Regina Zils

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/

1999-2024 

 


 

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