UNA
POÉTICA DE LA LEVEDAD
JS | Es cierto que el proceso de creación, mi poetizar si se quiere, se
produce siempre en términos de una relación bipolar entre lo ético y lo
estético; entre un deber ser, paradigmático, del texto (una meta expresiva
oscura y casi penosamente entrevista) de una parte, y de otra, la verbalización
de esa experiencia en formas que conjuguen transparencia, libertad y conciliador
equilibrio. Esta relación trae por consecuencia, como se puede colegir, el
insoslayable afloramiento de una tensión interna, la que a su vez trasunta un
temple anímico sui generis: sentimiento de opresión, de molestosa gravidez. Al
“entrar” en la escritura de un poema carezco enteramente del conocimiento
previo de su “salida” pertinente, la noción de un rumbo por seguir que a veces
puede ir clareando paulatinamente a lo largo de la escritura y en otros casos
no se halla brújula al navegar en estas aguas inciertas, solo desgarrones,
destellos, en medio de la oscuridad.
Por lo demás, pienso que esta situación por la que atravieso no debe
ser, en el fondo, muy distinta a la que se debe presentar a todo poeta en
trance de escritura.
La bien conocida agudeza crítica de Jorge Rodríguez Padrón –tal como me
lo recuerdas– ha dado con la formulación precisa: “abismarse en el vértigo de
la creación, vagar entre los signos de la noche”. Todo lo expuesto en las
líneas precedentes no viene a ser sino su deshilamiento explicativo. Sin
embargo, retomaré el hilo y seguiré, algo locuazmente, abundando en este
asunto. La poesía me toca como un rayo de luz en la opacidad, en la ceguera de
la existencia y, quizá alguna vez, “como una aurora en la noche”. Así como,
después del día vivido, nos hundimos en el bálsamo del sueño, así también, me
parece, sucede con la expresión poética. Aunque ya no en condición de olvido,
como en el sueño, sino de aventura y revelación. Los signos son el pasto de mi
hambre, nunca satisfecha, de sentido; de su busca tenaz. Es por esta, sin duda,
que mi poesía es, así mismo, irrigada por la sangre del cuestionamiento y de la
reflexión: monólogo o más bien diálogo con los translúcidos, o definitivamente
impenetrables, sucesos de la existencia irremediablemente vulnerados por el
agónico tiempo humano.
FM | Como bien dice el poeta cubano José Kozer, “el poema exige el
sacrificio total”. ¿Qué significa para ti el proceso de creación poética? ¿Cómo
lo enfrentas?
JS | El proceso de creación poética se me presenta como una tensión anímica
que me reclama, para reducirse o descargarse totalmente, su cristalización en
la palabra. A riesgo de repetirme una vez más, transcribo la respuesta dada,
precisamente a José Kozer, con ocasión de una entrevista que me hizo en 1983:
“Mucho me interesa –me dijo José– hables un poco de tu sistema poético en
general y de tu búsqueda de una espiritualidad cabal y amplia que sirva de
asidero en un mundo bullicioso y materializado”. Esta fue y es mi respuesta:
“Tales afirmaciones no son indicios de un sistema poético que, al menos en un
nivel consciente, carece de existencia. Provienen, en cambio, de un sentimiento
que se ha ido sedimentando paulatinamente. El sentimiento de muchas y plurales
experiencias en las que, largo tiempo después de haberlas vivido, he hurgado
como quien lee en las cenizas.
Pero si bien no obedecen a un sistema previo, manifiestan un terco
conato de edificación por el verbo de un mundo –cualquiera se su alcance– donde
hallar mi espacio propio y libre, y mi verdadera identidad. Mis poemas son,
aspiran a ser ciertamente, ese asidero del que hablas.”
Cuando la poesía está por suscitarse en mí, experimento un complejo de
sensaciones muy cercanas a la manifestación de un malestar. Algo que gravita
con exceso sobre mí, que me perturba y exige, para recobrar mi rutinaria
normalidad (habitualidad), ser de algún modo expresado. Quizá por ello, al
concluir un poema la impresión inmediata sea de alivio, al margen de la
impresión de éxito o fracaso que dicho texto posteriormente me cause.
No acudo a factores externos como condicionantes de la “inspiración”,
salvo, a veces, a la música. Vibro de mí mismo.
FM | José Miguel Oviedo cierta vez señaló la afinidad de tu poesía con la de
Huidobro, Paz, Mallarmé, Reverdy, en lo que se refiere a la relevancia de los
valores visuales y espaciales del poema. ¿El origen de esa relevancia estaría
en la lectura de estos cuatro poetas o sería otra su fuente?
JS | José Miguel Oviedo se refería en particular a los poemas de mi libro
Folios de El Enamorado y la Muerte, que reseñaba, y acertaba al hablar de
afinidades con esos grandes poetas, a los que habría que añadir, en primer
lugar, a Apollinaire. Todos ellos leídos, y en el caso de los franceses,
traducidos en parte por mí (lo cual, como bien sabes, significa haber ejercido
una lectura en profundidad y una consecuente mayor atención a sus poemas),
todos ellos de algún modo y en proporciones por cierto no cuantificables, han
afianzado mi concepto y práctica de los valores visuales y espaciales en
función del discurso poético. Pero existe también otra fuente que considero
importante. Es la poesía clásica japonesa. Tanka y haiku no solo por su
brevedad sino de modo principal por la energía surgente y sugerente del
yo-haku, el margen blanco o lo inexpresado; esa zona de silencio elocuente
adonde nos remite, si lo sabemos sentir, estas sutiles, profundas, esenciales
aprehensiones de los hechos del corazón y de la naturaleza.
Tal aptitud de concisión y síntesis, de especial estimación por el espacio
en blanco, ese silencio cuya pureza original vamos a herir y alterar, por otro
lado, me parece que se manifiesta en las páginas en prosa, en gran parte
dedicadas a la poesía, que hasta la fecha he escrito.
Esas voces ajenas despertaron y despiertan algo que es propio de mi
sensibilidad poética, de mi gusto personal, los que se ven así corroborados por
su fecundo magisterio.
FM | Se discute con cierta insistencia si el Surrealismo habría sido una
influencia vital o mortal para la poesía francesa. Con respecto a la poesía
peruana, basta pensar en nombres como César Moro y Emilio Adolfo Westphalen
para tener definida la extrema y vital importancia de ese movimiento. ¿Qué
importancia asignas al Surrealismo en tu propia obra?
JS | Para mí, el Surrealismo ha ejercido directa u oblicuamente una
removedora influencia que no puede calificarse sino de vital y universalista.
La gran poesía de este siglo y en lenguas de aquí y de allá, al margen de todo
tipo de fronteras, ha sido posible por la encarnación de los liberadores
aportes del Surrealismo. Los poderes mágicos de la imagen, el libérrimo flujo
de las asociaciones verbales, la inserción sorprendente en esa zona intermedia
entre la realidad y el sueño, y tanto más, dan cuenta de lo que fue su
insoslayable vigencia.
En efecto, tal como lo dices, en la poesía peruana el Surrealismo
prendió, casi con exclusividad en César Moro y parcialmente en Westphalen,
dando los admirables frutos que todos conocemos y gozamos. En mi caso, como en
los de otros poetas de mi generación (Eielson y Blanca Varela, en especial),
este movimiento (me resisto a llamarlo escuela) ha obrado junto a la rica
tradición poética hispánica evitándonos el enquistamiento en una retórica
consabida y exangüe. Según el crítico rumano Stefan Baciu, nos corresponde el
rótulo de “parasurrealistas”, lo cual me parece exacto.
Esos principios activos del Surrealismo han perneado mi expresión
conjugándose con los de la tierra natal de la tradición y sirviendo de
correctivos a lo que podría haber sido una excesiva y anquilosadota gravitación
de esta última.
FM | La poesía encarna la realidad, al revelarle su precariedad, su miseria
irreductible. Y evidenciar esa miseria es su manera de tornarla fértil, su
tentativa obstinada de rescatar la abundancia en pleno magma de la miseria, de
la escasez. ¿Crees que ésta es una tarea posible, lo que haría de la poesía una
pasión sin salida?
JS | Las tareas de revelación y rescate que reconoces como propias de la
poesía (que considero ciertas) no son imposibles. Siglo tras siglo como día
tras día, la poesía está actuando no solo en la sensibilidad estética del
hombre, sino además paulatina y casi inadvertidamente, obra en su sensibilidad
moral, elevándola, haciendo más lúcida su percepción de la condición humana. La
poesía es, o puede ser, una pasión que jamás se agota en sí misma. Ella nos
ofrece –salvando épocas, distancias, culturas– un espacio de reconocimiento de
la unidad radical del ser humano, de su identidad sustancial. La poesía, en
este sentido, alcanza esa meta de verdad poética que, de acuerdo con Paul
Éluard, debe serle connatural. Congrega y apacigua, une y exalta. Lleva al
hombre a más altos y duraderos designios. Lo he dicho y lo repetirá en tono de
profesión de fe: la poesía es un agente de descubrimiento y recuperación de lo
humano del hombre.
FM | Según Karl Kraus, todas las cualidades de una lengua tienen su raíz en
la moral. ¿Concordarías, por extensión, en que la moral es también requisito
fundamental de toda renovación del lenguaje poético?
JS | Pienso que todo hombre es una conducta y una moral en acción.
Ineludiblemente. Por ello, la afirmación de Karl Kraus concita mi interés y
reflexión. Asumo la verdad que revela y concuerdo, por extensión, en que toda
renovación de la lengua poética supone necesariamente un previo cambio de lo
que (algo pedantemente, me excuso) llamaré las estructuras morales subyacentes
a toda conducta, entre estas, las de la expresión y de la comunicación. Un solo
ejemplo al respecto. El enfrentamiento ante los hechos de la vida sexual y del
erotismo, en nuestra ética social contemporánea, va traspasando los límites,
siempre estrechos, de su silenciamiento o de su enmascaramiento.
A su vez, la ética en que se apoya el lenguaje poético puede ser
enriquecida y estimulada a dar un paso más allá con las revelaciones que, entre
otros rostros, la poesía puede brindar a la sociedad en la que se produce y
alienta.
FM | A lo largo de los tiempos, los poetas siempre fueron investidos de
alguna misión –entre los pueblos precolombinos se hablaba del poeta como de
“aquel que hace que las cosas se pongan de pie”; Mallarmé lo hacía responsable
por la “purificación de las palabras de la tribu” etc.–, lo que en cierta forma
liga la creación poética con la idea de restauración. En este sentido,
¿concuerdas con que la poesía sea, al decir de Eugenio Montejo, “la última
religión que nos queda”?
JS | Así es, en efecto. Y las misiones que citas poseen esa clara felicidad
de lo dicho con las palabras justas. “Hacer que las cosas se pongan de pie.”
¡Qué admirable formulación! Las cosas se ponen de pie, despiertan, se echan a
andar, la vida obra en ellas y ellas obran en nuestra vida.
De no ser la poesía, como postula Eugenio Montejo, “la última religión
que nos queda’, sería en todo caso el último y supremo rito con que el poeta
intenta consagrar o exorcizar los avatares de la vida humana.
FM | Es conocido y respetado tu magnífico empeño en traducir/editar poetas
franceses, italianos, suecos, japoneses y brasileños en el Perú. Y también
sabido que parte de tu propia poesía se encuentra traducida al francés,
italiano, sueco, japonés, griego, ruso, inglés, húngaro y alemán –lo que
confirma un admirable flujo de reconocimiento por tu trabajo ejemplar. Con
todo, en el Brasil, e incluso teniendo en cuenta las antologías de la poesía de
Mário y Oswald de Andrade, Cruz e Souza, Cassiano Ricardo, Sousândrade, entre
otros, que entre 1977 y 1985 organizaste para el Centro de Estudos Brasileños,
tu propia poesía sigue enteramente inédita. No se trata, sin embargo, de un
caso personal. Casi la totalidad de la poesía hispanoamericana –y aquí vale
destacar la indiscutible importancia de autores como Pablo Antonio Cuadra, José
Lezama Lima, Oliverio Girondo, Vicente Huidobro, Alvaro Mutis, Jaime Sáenz,
Enrique Molina, Juan Liscano, Enrique Lihn, José Emilio Pacheco, Carlos Germán
Belli, entre innumerable otros– permanece inédita en el Brasil, lo cual
constituye uno de los más graves crímenes perpetrados contra la cultura en
todos los tiempos. ¿Qué piensan, en general, los escritores peruanos, y, en
particular Javier Sologuren, respecto a esa “impenetrabilidad” de la poesía
hispanoamericana en el Brasil?
JS | Hasta hace unas décadas, el Brasil era una isla rodeada de mar y selva,
cuyas manifestaciones literarias y culturales eran generalmente desconocidas
por los hispanoamericanos. Curioso fenómeno, pues su lengua escrita no
constituye para estos una muralla insalvable. Mal que bien, podemos
entendernos.
La política brasileña de apoyo, promoción y difusión de sus valores
culturales –a través de sus representaciones diplomáticas, de convenios
editoriales u otros medios– ha logrado que aquellos nos sean familiares. En
particular, acá donde muchos poetas peruanos han traducido a un bueno número de
poetas brasileños de todos los tiempos, tal como lo haces notar.
Nada semejante ha sucedido, como en justa reciprocidad lo merecen, con
los poetas hispanoamericanos, aun teniendo en cuenta los de mayor relevancia
(salvo contadas excepciones) como bien lo señalas. No existen pues las
condiciones para el mutuo enriquecimiento y la ampliación de las experiencias y
perspectivas poéticas que sería lícito esperar.
Esta situación deficitaria es realmente extraña. Esa “impenetrabilidad”
puede deberse, de una parte, a la endémica falta de apoyo estatal para difundir
nuestra poesía y hacer otro tanto en respuesta a lo que ha hecho tu país. Se
puede pensar también en una progresiva pérdida de interés de los poetas
brasileños ante la dificultad de disponer de los libros necesarios, ya que los nuestros
no salen prácticamente del país.
Por suerte, tu empresa generosa de descubrimiento y difusión de la
poesía hispanoamericana –a través de la traducción, el comentario, la
entrevista, la edición– viene oportunamente a colmar ese gran vacío.
FM | ¿En qué circunstancias surgen en Lima las Ediciones de La Rama Florida?
¿Y cuál es la situación actual del mercado editorial peruano en lo que
concierne a la poesía?
JS | La Rama Florida fue una pequeña empresa gráfica de carácter artesanal y
doméstico. Una prensa elemental, de las llamadas minervas, ordinariamente
empleadas en la impresión de tarjetas; unas cuantas cajas de caracteres
movibles; una que otra herramienta, papel y tinta. De esa rama brotaron, año
tras año (más o menos doce) libritos de poemas tanto peruanos como extranjeros,
en una incesante continuidad, en ediciones trabajadas manualmente y de muy
corta tirada. Guardo muy buenos recuerdos de esta obra que emprendí, sin contar
con bienes de fortuna, con entusiasmo y cariño.
Todos sabemos –al menos acá en el Perú– que la publicación de textos
poéticos no es negocio para los editores. Mi taller y mis ediciones, al no ser
lucrativas, remediaron esta situación.
La ayuda económica decidida y abierta del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología ha hecho factible, en estos últimos años, la publicación de
innumerables libros de poesía, al lado de otros dedicados a las disciplinas
científicas, técnicas, científicos-sociales etcétera. Es un caso sin duda
único. Quien no publica sus inéditos o sus poemas reunidos, es porque no desea
hacerlo.
FM | La edición, este año, de tu obra completa, ¿significa el cierre de una
etapa, de un ciclo?
JS | La edición, en el año que acaba de pasar, de mi obra poética, que va de 1939 a 1989, significa más bien una mostración de una etapa, larga sin duda, en un decurso que siento continuo y deseo permanente. Obedece, pues, a esa incitación propia de los aniversarios, más aún cuando son prolongados y se dan en cifras redondas. Pero la vida es un continuum que rechaza por su propia naturaleza toda división, toda artificiosa separación estanca. Y yo me valgo de esta condición para darle título a mi obra…
Escritura Conquistada – Poesía
Hispanoamericana reúne ensayos, entrevistas, encuestas y
prólogos de libros firmados por Floriano Martins, además de muestra parcial de
su correspondencia pasiva.
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Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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