DETRÁS
DE LAS PALABRAS Y LOS RITMOS
JCM
| Yo no hablaría de obsesión, sino
de preocupación. La búsqueda de los orígenes es una inquietud legítima y
natural en todo ser humano, y como intelectual nos adentra en el tema de la
creación, la evolución y la definición misma de la vida. La Historia funciona
como un espejo temporal de las sociedades; interesarse en ese espejo, mirarse
en él, es una forma de buscar la comprensión de lo que somos, como individuos y
como grupo social. Desde las Islas es una reflexión en torno a esas interrogantes,
hecha desde un lugar específico: el mar Caribe, porque no sólo “somos” en el
tiempo sino también en el espacio. Quiero aclarar que no estoy definiendo esa
obra, sino compartiendo una faceta de su génesis. Por otra parte, es difícil
dejar de navegar por las aguas bíblicas cuando se tratan temas como la Creación
o el Apocalipsis (Urbi et Orbi, 1983), la saga de un hombre que también fuera
rey, su paso por la Historia, su conciencia de ser (Flagellum Dei, 1985), o el
nacimiento de un nuevo concepto del Yo (Desde las Islas).
FM | Vienes acumulando premios importantes (Siboney, Pedro
Henríquez Ureña y el reciente Nicolás Guillén, de la UNEAC, Cuba). Sin embargo,
me asombra que algunos poetas dominicanos, que habitualmente se dedicaron al
estudio de la poesía en tu país, como Víctor Villegas, Andrés L. Mateo y José
Mármol, no te mencionen en las revisiones que hicieron de innumerables
desdoblamientos estéticos de la poesía dominicana a lo largo de este siglo. Me
parece que esto crea una cierta condición de marginalización de una poética.
¿Cómo observas esa ausencia?
JCM
| Mi literatura, a excepción quizás
de Urbi et Orbi que obtuvo cierta atención de la crítica (no así su edición
bilingüe en Francia que fue, en mi país, un no-acontecimiento), ha sido ignorada,
con amables excepciones, por críticos, intelectuales y organismos culturales.
Flagellum Dei a pesar de ser Premio Siboney, no mereció un solo comentario, una
sola crítica, ni buena, ni mala; lo mismo pasó con Aquí, el Edén (1998) y Dulce
et Decorum est… (1997). A Gaia (Premio Pedro Henríquez Ureña, 1991), le fue
peor: misteriosamente fue censurado, bloqueando su distribución, y nadie, salvo
unos cuantos lectores, gracias a los ejemplares que me correspondían, han
tenido acceso a él; igualmente, el silencio de los críticos fue total. En
cuando a Desde las Islas, no recibí ningún reconocimiento de mi país, ni de
organismos culturales privados ni oficiales, a pesar de haber ganado un
importante premio internacional. Me gusta pensar que una excesiva privacidad,
una posición ideológica a contracorriente, un alejamiento físico del territorio
nacional y una casi total ausencia de foros, peñas, reuniones, talleres,
discusiones, asociaciones, cofradías, programas de televisión y de grupos en
general, me han en cierta manera marginado y que esa ausencia la ha pagado,
injustamente, mi obra. También puede ser que mucha gente no entienda o no
acepte un recorrido intelectual diferente, o que simplemente a la mayoría no
les guste lo que hago, o lo consideren sin interés, ¿por qué no? Creo que es a
los críticos, en ultima instancia, a quienes les toca responder esa pregunta, y
a mí, escribir mi obra, lo que precisamente hago cada día.
FM | El asunto me recuerda una idea de manipulación del
tiempo, el aislamiento de hechos en una especie de imagen detenida –aquí
recurro a la historiadora Catherine Darbo-Peschanski–, lo que conceptúa el
tiempo como un lugar de conflictos e intereses. Pienso en esto no solamente en
función de lo que observé anteriormente, sino también movido por tu propio
interés por la historia, sea en la poesía o en la dramaturgia.
JCM
| El paso del tiempo me intriga. Si
para el intelecto el pasado funciona como herencia palpable, dinámica; algo que
podemos medir, observar, manipular… para la conciencia de un individuo es sólo
una realidad probable, tan presente como cualquier otro hecho-recuerdo, ajeno o
personal, del que tengamos experiencia. Todo hecho histórico está tan cerca de
mí como el día de ayer, o la paloma que acaba justo de pasar cerca de la
ventana. Como me interesa la vida me interesa la historia. Toda nuestra
experiencia, todo el bagaje de hechos y conocimientos se inscriben en él, a
excepción de nuestra íntima cognición de ser, ese incesante transcurrir que
dura lo que dura nuestra existencia. Mi interés en Atila (Flagellum Dei), en
Pedro Santana (Dulce et Decorum) o en Nicolás de Ovando (La Cruz y el Cetro) no
es sólo histórico; es humano. Son personajes que funcionan como arquetipos y me
ayudan a mostrar aspectos comunes a todos nosotros.
FM | Romulo Pianacci, al escribir sobre García Lorca, evoca
a Shakespeare y establece un posible paralelismo entre ambos: “llegan a la
madurez trágica luego de haber pasado por la etapa de un juvenil aferrarse al
drama histórico, la comedia de costumbres y el mero entretenimiento”. Una vez
aceptado este paralelismo, ¿cómo situar tu experiencia dramatúrgica en este
contexto?
JCM
| Los géneros pueden ser una manera
conveniente de clasificar las obras literarias, pero cuando se trata de crear,
los considero como estructuras útiles a mi disposición. Independientemente de
sus exigencias técnicas, permiten soluciones diferentes, elecciones posibles
para los distintos enfoques y soluciones de escritura. He frecuentado algunos,
entre ellos la canción dramática, el texto para multitudes, la frase comercial,
el cuento infantil, el discurso y el teatro. Me ruboriza que los ejemplos que
antepones sean tan ilustres, pero para el caso es lo mismo. El contacto con el
drama permite tomar conciencia del efecto dramático de la palabra, su
inmediatez y su calidad no-definitiva (es común realizar cambios en los
parlamentos hasta momentos antes de la función). Además está el factor “voz.”
En el teatro, la palabra deja de ser una sugerencia y se convierte en algo
material, algo capaz de golpear. El Otro, el lector, en ese caso el público,
está siempre presente y te recuerda el aspecto manipulador de la palabra, sus
mecanismos de influencia. El texto teatral, es un entrenamiento eficaz para
aprender a calibrar los utensilios de un escritor.
FM | Acostumbras decir que descubriste la poesía con Rubén
Darío. ¿Hasta qué punto Darío no habría sido percibido, en su tiempo, en tu
país? ¿Cómo eran las relaciones entre España y la República Dominicana en el
pasaje del siglo XIX al XX, y cómo se reflejó ese rechazo del modernismo
mencionado por varios historiadores dominicanos?
JCM
| Sin duda, el fenómeno modernista
representó una revolución literaria en mi país. Sirvió de puente entre una
renaciente y atrevida poética francesa representada por Verlaine, y la poesía
complaciente y respetuosa de la tradición que sobrevivía penosamente en nuestro
medio. No soy un historiador ni nada parecido, sólo puedo hablar en términos
personales. La primera vez que entré en contacto con el modernismo tenía quince
años y era sólo un lector de poesía, pero ya me daba cuenta de que si pretendía
escribir debía encontrar mi propia voz, ya que Rubén Darío había creado un
universo del cual era él el centro, y ese universo era tan cerrado. Lo que le
debo a Darío es el placer de la palabra precisa, el sentido de una escritura
sonriente, la visión del verbo como sortilegio, la magia sencilla “hecha con
las cosas de todos los días…” y esa íntima convicción de que la palabra es un
vínculo prodigioso entre lo cotidiano y el misterio. Creo, por demás, que ese
descubrimiento pudo haber sucedido con Whitman, con Borges, o con Prévert. El azar quiso que fuera Darío.
FM | ¿Estás de acuerdo en que la entrada en la modernidad,
en el caso dominicano, se daría solamente con La poesía sorprendida y no con el
postumismo? Aunque no te guste mucho hablar de influencias, percibo que, al
menos a través de Franklin Mieses Burgos, hay un enlace posible entre tu poesía
y la tradicióin poética renovada a partir de La poesía sorprendida. ¿Esta
relación te incomoda? ¿ Y cómo medir la influencia surrealista en los dos
casos?
JCM
| La poesía sorprendida refleja un
conjunto de corrientes de pensamiento en plena ebullición, en su momento; la
búsqueda de un nuevo concepto de libertad con ecos freudianos y tintes
surrealistas, la violación de las fronteras del verso, de sus múltiples límites;
la liberación, un tanto tardía, frente a un modernismo avasallante en sus
melodías, la búsqueda de una voz acorde con un mundo en pleno cambio… Le debo
mucho a Franklin Mieses Burgos, a su persona, a su amistad, a sus palabras de
aliento, y también a su poesía, sobre todo a su concepto del ritmo interno del
verso, y me enaltecería cualquier relación que algún crítico travieso
encontrara. En este punto debo señalar que para don Pedro Troncoso de la
Concha, (a propósito de Urbi et Orbi) mi poesía se inscribe más bien dentro de
una tradición postumista. En cuanto al postumismo de Moreno Jiménez, siempre lo
he considerado, más que un fenómeno coyuntural, el renacimiento de una poesía
universal, libre en su rigor y sencilla en su profundidad, que podemos encontrar
en otros como Virgilio, Shakespeare o Whitman.
FM | ¿Qué implicaciones tuvieron en tu obra las residencias
fuera de la República Dominicana? ¿De qué manera la experiencia del exilio
define o consolida una poética? Y más: ¿de qué manera la poesía dominicana
logra pasar límites geográficos? Si acaso hay un aislamiento, ¿qué lo define?
¿Y qué relaciones se pueden detectar entre ese aislamiento y una corriente de
pensamiento que se conoce por “pesimismo dominicano”?
JCM
| Viajar me ha permitido visitar
universos intemporales. Cuando nos desplazamos no sólo lo hacemos en la
geografía, sino también en la historia, en la dimensión lingüística, en la
diversidad cultural, en el espacio vital del Otro. También nos alejamos de lo
que hasta ese momento era nuestro pequeño mundo personal y curiosamente es
entonces cuando lo vemos con ojos nuevos. Cuando el hombre llegó a la luna por
primera vez, lo primero que se presentó a sus ojos asombrados, girando en el
espacio como un azul y esférico milagro, fue ese gran planeta que era su hogar,
la Tierra. Los viajes más enriquecedores se realizan a través del lenguaje. La
geografía es una fuente de experiencias sensuales generadoras de reflexiones
diversas, pero es la lengua la que te hace viajar por el espíritu de las civilizaciones.
Aprendí francés en mi adolescencia porque quería leer a Verlaine en su lengua
original. Junto a Verlaine me esperaba toda una dimensión de pensamiento, una
manera diferente de ver y de expresar el hombre y su entorno, de apreciar la
palabra. La lengua inglesa tiene paisajes más arrobadores que las Montañas
Rocosas o la costa del Pacífico. Lo mismo es válido para todas las lenguas y
las culturas. Hay, sin duda, una relación entre la experiencia personal del
exilio y la producción poética pero no es algo que yo intentaría establecer.
Por otra parte, no pienso que la poesía dominicana sea definida por límites
geográficos. Las ediciones, la distribución, su difusión, quizá; pero no la
poética. Si una obra como la de Avilés Blonda o de Freddy Gatón Arce no son
globalmente conocidas, siguen siendo universales en su calidad. No veo cómo la
insularidad se pueda aplicar al intelecto. En cuanto a la teoría del pesimismo
a la que haces referencia, no la conozco; y no creo que la poesía dominicana
sufra de pesimismo.
FM | Esa idea de un interés tuyo “en las posibilidades
rítmicas del lenguaje y el poder de sugerencia de las palabras”, según
observación del crítico José Acántara Almánzar, ¿de qué manera la abordas en la
escritura de tus libros? ¿Cómo enfrentas el desafío de la escritura poética?
JCM
| Cada uno de mis libros ha
tenido puntos de partida diferentes que me han empujado, cada vez, a reinventar
mi poesía. Creo que lo mismo sucede con los demás poetas. Lo que afirma
Alcántara Almánzar se aplica a toda poesía verdadera porque en ella las
palabras adquieren valores inéditos en sus connotaciones, en sus resonancias a
través del paisaje lingüístico, en las curvas melódicas de las frases, en su
riqueza sintáctica y en su tesoro de imágenes, movimientos y referencias de todo
tipo, ya que la poesía cuando dice, sugiere; cuando nombra, bautiza; cuando
señala, descubre; cuando muestra, asombra como los magos; cuando habla, canta;
cuando se asoma, renace cada vez como manantiales de Heráclito. Nunca he tenido
la impresión de enfrentar un desafío al escribir un poema, sino más bien, de ir
en busca de un acertijo. No se trata de comunicar con otro ser humano, lo que
en sí es ya difícil, sino de dejarle ver una parte de la realidad con nuestros
ojos, de dejarle sentir el mundo con nuestra intimidad, prestada durante la
lectura. Mi escritura, en sí misma, se alimenta de elementos que yo llamo
“elemento orbital” porque es a su alrededor que gira y nace la totalidad del
texto; puede ser una frase como en el caso de Gaia (un verso del poeta sueco
Eric Lindegren), puede ser una melodía, como en Flagellum Dei (Carmina Burana
de Orff), o la imagen múltiple de una ciudad (Aquí, el Edén). Pero como en la
música, son los silencios, que la conforman en última instancia; detrás de las
palabras, de los ritmos, de las denotaciones y de los temas se esconden sus
diversos sentidos y sus verdades. ¿No es acaso lo mismo para todas las cosas
este mundo?
FM | Antonio Leal menciona esa condición de cronista de una
época cuyas referencias geográficas principales encontramos en Derek Walcott,
Saint-John Perse y Aimé Cesaire. ¿De qué manera te relacionas con ese
entendimiento de la poesía como canto de un lugar?
JCM
| Somos siempre aquí, y ahora.
No nos podemos sustraer a un lugar, a una ubicación. Aunque un poeta, un
escritor, no busque en forma voluntaria convertir su quehacer en la voz de un
lugar, invariablemente su discurso tendrá resonancias locales. Su visión
partirá, por más universal que sea el mensaje, de un punto de visión
específico, aun así, podrá encontrar la totalidad en cualquier detalle de su
entorno. Quizá es lo que predendía decir Borges al afirmar: sólo hay un hombre.
Es a partir de una porción del mundo, (la que sentimos que nos pertenece, o más
bien que pertenecemos a ella), que entendemos, imaginamos y construimos todo lo
demás. En algún lugar, para cada uno de nosotros, la estrella polar está a su
perfecta altura, el barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Ese lugar
nos acompaña siempre, nos da el sentido del orden, de la pertenencia, y se
refleja, de una u otra manera, en nuestra poesía.
FM | Me interesa mucho esa sugestión tuya de un
“maniqueísmo perfecto” que evoca una relación entre Drácula y Cristo. ¿Podrías
hablar un poco al respecto?
JCM
| Los últimos veinte siglos, la
zona de influencia cada vez más amplia de las renovadas ruinas del Imperio
Romano, se ha visto definida por un fenómeno cultural sin paralelo en la
historia: el cristianismo. Sus conceptos de individualidad, de libertad, de
igualdad, de bondad, de dicha, de redención, de promesa de vida después de la
muerte, han sido el fundamento de la llamada civilización occidental y de sus
hechos más significativos. Cristo es la representación humana de esta
civilización. Más que un hombre, solía decir Avilés Blonda, es un estado
espiritual. Es normal que tal paradigma tenga su sombra, su anticristo. Si en
la religión es la Bestia, en la literatura, en mi opinión, es Drácula. Yo no sé
si Stoker estaba conciente de ello cuando creó al personaje, pero no tengo la
menor duda de que la fuerza de su vampiro y su influencia en el inconsciente
colectivo proviene de esa relación. Todo los une y los separa al mismo tiempo.
Las promesas de eternidad, que en ambos requieren el paso por una misma puerta:
la muerte; el vínculo de la sangre, que en uno es un ritual divino para la
supervivencia del alma y en el otro una perversa necesidad del cuerpo; el uno
es la luz, el otro la oscuridad; hacedores de milagros, uno camina sobre las
aguas, otro vuela con alas bestiales, a uno lo anuncian ángeles y reyes, al
otro los orates y las ratas; uno asciende hacia el cielo, otro baja a las
profundidades de la tierra en las noches; a uno lo señalan las estrellas, al
otro las tormentas; uno es el cordero y el otro el lobo; uno promete la vida
eterna y otro sólo una no-muerte sin final. No es de asombrarse que el Conde
Drácula, sobreviva las edades y las modas. Una acotación: he notado que la
descripción de las facciones Conde contiene los mismos rasgos que se le prestan
al rey Atila, percibido en la imaginación popular, víctima aún de la propaganda
del imperio, como un anti-cristo capaz de volver estéril la tierra con sólo
pasar sobre ella.
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Visões da névoa: o Surrealismo no Brasil. Natal: Sol Negro Edições, 2019.
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Delito por dançar o chá-chá-chá, de Guillermo Cabrera Infante. Rio de Janeiro: Ediouro Publicações, 1998.
Nós/Nudos, de Ana Marques Gastão (edição bilíngue). Lisboa: Gótica, 2004.
A condição urbana, de Juan Calzadilla (edição bilíngue). Florianópolis: Letras Contemporâneas, 2005.
Dentro do poema – Poetas mexicanos nascidos entre 1950 e 1959, Org. Eduardo Langagne. Fortaleza: Edições UFC, 2009.
A aventura literária da mestiçagem, de Pablo Antonio Cuadra (em parceria com Petra Ramos Guarinon). Fortaleza: Edições UFC, 2010.
III novelas exemplares & 20 poemas intransigentes, de Vicente Huidobro & Hans Arp. Natal: Sol Negro Edições/São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2012.
Sobre Surrealismo, de Aldo Pellegrini (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2013.
Memória de Borges – Um livro de entrevistas (2 volumes). São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2013.
Bronze no fundo do rio, de Miguel Márquez (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2014.
Tremor de céu, de Vicente Huidobro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2015.
Costumes errantes ou a redondeza da terra, de Enrique Molina (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2016.
Reino de silêncio, de Mía Gallegos (edição bilíngue). Teresina: Kizeumba Edições, 2019.
Traduções do universo, de Vicente Huidobro. Natal: Sol Negro Edições, 2016.
O álcool dos estados intermediários, de Gladys Mendía. Santiago: LP5 Editora, 2020.
A tartaruga equestre, de César Moro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2021.
Agulha Revista de Cultura
Criada por Floriano Martins
Dirigida por Elys Regina Zils
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