HUMOR
Y SÍNTESIS EN EL ACTO CREADOR
JC | En general lo que me ha parecido importante desarrollar en poesía es
una cierta conciencia del acto de escribirla. De los procesos para llegar al
poema; una inteligencia del acto creador que no lleva implícito un juicio de
valor ni tampoco atribuye seguridad a la cuestión de escribir, y que por el
contrario, genera desconfianza frente al valor del resultado. Una desconfianza
crítica, digámoslo así, que consiste en el deseo de desmontar el proceso
mientras éste se cumple. Tomo esto con bastante humor, como si no le diera
importancia, dado que pienso que la forma poética no es en sí misma poesía. Se
escribe en el momento y para el momento. Nunca sabemos para quién y para
cuándo. Nada garantiza que lo hecho, en cuento queda escrito, sea poesía.
Digamos que lo que se escribe continúa siendo un texto mientras no se produzca
una decisión. Yo puedo decidir qué es poesía. Pero tal opinión es discutible,
apenas transable. El verdadero juicio de valor corresponde al tiempo, a
instancias ulteriores, cuando no a la posteridad, o a sucesivos espesores de
lecturas, incluso las que uno hace, todo lo cual obra como un tribunal respecto
a lo que es o no es. Y si es cierto que esta comprobación frente a la operación
de escribir me da libertad para actuar con desenfado, por otro lado me produce,
paradójicamente, una gran incertidumbre, un freno, una paralización del habla
que se traduce en afán de síntesis, en conciencia del menester del lenguaje y
en tensión verbal, afán que normalmente busca satisfacerse a través de la
ironía o, se prefieres, del humor. Y esto es seguramente lo que tú entiendes como
“manía de jugar”, que es placer de armar y desmontar el texto, de verlo a
contraluz y decidir, después que en él ha intervenido una porción grande de
azar, guardarlo, amontonarlo, confrontarlo, rehacerlo o destruirlo. Y en esto
también hay ferocidad. La ferocidad que nos lleva, por ejemplo, a tachar casi
todo lo que hacemos.
FM | Recuerdo palabras tuyas: “Fui hasta la prosa para castigar más al verso
y colocarme las cuestiones como si lo que pudiera decir ahora resultase un
lugar común”. ¿Ya te es posible hablar de algunas contribuciones resultantes de
este diálogo con la prosa?
JC | Según Montale, no hay contribución importante en poesía contemporánea
que no provenga de la prosa. Sin prosa no habría buena poesía moderna, y menos
entre nosotros, en América Latina, donde se adoptó, espero que definitivamente,
el verso libre, y donde son cada vez más deplorables los ensayos de
restauración de la rima y la métrica tradicionales. La ventaja de la prosa es
que con ella se puede pensar, en ella la intuición y la reflexión pueden
desarrollarse en paralelo, auque sin fundirse. En poesía, en cambio, la
intuición contiene o ahoga el impulso reflexivo, o lo torna innecesario, ya que
la poesía recusa todas las explicaciones. La reflexión, cuando se da en prosa,
no aparece únicamente en un plano lógico, y es también susceptible de
desenvolverse metafóricamente, como en el poema. Esto es lo que, casi sin darme
cuenta, encontré en la prosa cuando, prescindiendo de toda diferencia genérica,
empecé a escribir sin preocuparme por dónde termina la línea, si termina antes
de llegar al margen derecho o si llega a él. ¿Para qué buscar un vaso si
podemos beber haciendo un cuenco con las manos? Fíjate que la terminación de
los versos libres es a menudo caprichosa y subjetiva, y que daría lo mismo
partir los versos de manera diferente, ya que en el fondo lo que interesa, más
que las pausas, es el ritmo interno del discurso, su cadencia y musicalidad, y
estos elementos no están dados por la medición silábica o por la presencia del verso,
sino por el ritmo propio de la conversación. Así, da lo mismo emplear la prosa
o el verso libre, si después de todo obtenemos el mismo efecto cortando en
versos o justificando a ambos lados. Personalmente, escribo en prosa y después
parto los versos cuando visualmente me conviene. Por eso mismo pienso que el
sentido siempre va primero que la forma, que el sentido está en el origen del
poema.
FM | ¿La organización de Minimales cierra un ciclo en tu poética?
JC | Con Minimales ocurre que es a medias una antología y a medias un libro
nuevo, por partes iguales. Una antología donde hay poemas ya publicados y
poemas inéditos. Esto es, un libro balance, pensado como objeto de
confrontación para establecer una especie de directriz o hilo de continuidad,
comparando la producción vieja con la nueva y proponiendo por esta vía las
condiciones para una relectura. La poesía es un género sujeto a comprobación,
que precisa siempre una nueva lectura. Piensa que nunca vas a escribir muchos
poemas que quedarán y que, por tanto, tienes el derecho a defenderte con
aquellos que mejor han resistido la prueba. Entonces se justifica que tu
vigilancia no se aplique tanto al presente, del cual pronto te olvidas, como a
un pasado del cual el presente se nutre. Por otra parte, yo pienso que los
poemas, para quien los lee, aparte de ser comunicaciones abiertas, se olvidan
muy pronto. Una nueva lectura siempre redundará, a este respecto, en un
redescubrimiento del poema. Y nada mejor como cuando has preparado con los
poemas que te interesaron un escenario para la reflexión. No importa si eres tú
mismo el que la hace. Yo no soy de los que creen, y menos en esta época, que el
libro es un producto acabado. Lo veo, en el caso mío, como un ordenamiento
susceptible en cualquier momento de una redistribución, en función de una
significación de conjunto. El poema es una pieza más y el libro es un todo
desmontable.
FM | En una conversación con Claudia Antonia Arcila y Juan Manuel Roca, hay
un comentario tuyo acerca de los días de El techo de la ballena, en el que
recuerdas que “en el fondo, lo que buscábamos era ensayar nuevas formas de
expresión: atacar la poesía de la nostalgia, ese lirismo tradicional que
reinaba desde el pasado”. ¿Es posible, hoy, una averiguación más clara de los
resultados de este “ensayo”? En el escenario venezolano actual, ¿cuáles son los
datos positivos de la actuación de El techo de la ballena?
JC | Se han efectuado algunos intentos aislados de revisar la gestión de El
techo de la ballena, como es el caso de la antología preparada por Ángel Rama
(Fundarte, 1988). Pero son ensayos hechos con criterios muy sociológicos o
limitados a la cuestión política, prejuiciados en algunos casos en contra del
Surrealismo y sin entrar en detalles en el análisis del asunto que más interesaría:
la obra literaria de sus creadores. Para esto hace falta una compilación mayor,
que reúna toda la producción valiosa conservada en títulos y en revistas.
Entretanto, la historia sigue su curso y se aprecia cada vez más, ya con
nostalgia, ya con sentido realista, que la acción de El techo no permanece
anclada en un pasado muerto, sino que tiene proyección en la actualidad,
especialmente en los planteamientos artísticos de lo que se conoció aquí como
el informalismo, una propuesta desenfadada que salió de las filas de El techo y
ha tenido secuela en nuestros días, como si de pronto se hubiera puesto de
moda.
Sin embargo, el deslinde más importante para medir la contribución de
El techo debe llevarnos directamente a destacar el papel de la poesía y la
forma en que algunos creadores de la agrupación, si bien pocos realmente, han
pasado, gracias a la acción personal y también al papel histórico del grupo a
convertirse en referencias obligadas o influyentes de nuestra poesía
contemporánea, justamente cuando comienza a verse que ésta se inicia con los
poetas de los alrededores del año 60.
FM | ¿Es posible hablar del “majamamismo” propuesto por Dámaso Ogaz y de las
razones de la discordancia de El techo con esa invención?
JC | El majamamismo fue el resultado de un planteamiento muy personal que,
respecto al programa de El techo de la ballena Dámaso Ogaz elaboró en París,
antes de establecerse en Caracas y adscribir a este movimiento, en 1963, el
proponía el majamamismo como una plataforma patafísica, de corte literario y
muy cerca del espíritu de Jarry. Ogaz era un surrealista iconoclasta, de ideas
anarquistas, no obstante que no rechazara, de cara al país, cierto compromiso
político, aunque en el fondo era pesimista sobre las posibilidades de cambiar
las cosas. Y tuvo razón. El lema, visto hoy, parece un tanto ridículo: Cambiar
la vida Transformar la sociedad. Un poco como a mí, a Ogaz le interesaba más la
subversión en estado puro, en orden a la provocación por medio del absurdo y el
humor. Por su parte, la gente de El techo, en su mayoría, era opuesta a todo lo
que pudiera entenderse como filiación o adscripción de El techo a movimiento de
vanguardia alguno. Opuesta a que se llegara a creer que actuábamos por reflejo
de lo que hicieron, décadas antes, las vanguardias con cuyo espíritu nos
identificábamos, especialmente con el Dadaísmo, por lo que concierne a las
acciones anárquicas y con el Surrealismo, por lo que concierne al compromiso
político y al lenguaje. Queríamos que se entendiera que era un movimiento
subversivo, pero en el marco de las circunstancias que vivíamos, obsedidos como
estábamos por los focos de insurrección local desde donde se combatía el
extremismo policial del gobierno y las posiciones del oficialismo en arte y
literatura. Nos afanábamos en el aprendizaje de métodos propios, que íbamos
descubriendo en los hechos diarios. Por tanto, no se veía bien un discurso que
no fuera bastante directo y descarnado y que no apareciera deslastrado de
literatura. El manifiesto majamámimo resultó así, al menos sabemos que despertó
interés y que a la larga fue muy importante para la obra poética de Ogaz. Este
representó el ojo de la conciencia en medio del temporal y mantuvo hasta el día
de su muerte un comportamiento ético ejemplar.
FM | Hablemos un poco de los errores del pasado. Pienso en Simón Rodríguez y
en el hecho de que su “logografía” fue la gran precursora de todas las
invenciones formales y lingüísticas de la modernidad. También la irreverencia
de sus conceptos, su humor. Sin embargo, creo que hubo cierto ocultamiento de
su importancia, que la poesía venezolana ignoró sus lineamientos esenciales.
JC | La logografía (es decir, la presentación visual y metafórica del
discurso) en la obra de Simón Rodríguez, a despecho de reconocer la importancia
que tú le atribuyes, hay que decir, no ha sido estimada ni estudiada en los
países americanos de habla española. Y aún menos en Venezuela. No sé si en
Brasil. Pero en todo caso es un acierto de tu parte haber reparado en algo que
hubiera podido, si no cambiar el curso de nuestra poesía, por lo menos
suministrarle una base lingüística más contenciosa y conceptual. Por eso,
disfrutamos hoy de una poesía poco pensante. Así que no creo que la lección de
Rodríguez haya servido en este aspecto mucho.
Yo no entiendo, sin embargo, la logografía de Rodríguez desligada del
contenido, es decir, no la remito a una cuestión puramente formal, referida en
el caso que nos ocupa a lo que su escritura pudiera tener de analogía o
precursión, como tú dices, respecto a la poesía moderna, sobre todo por la
distribución versificada y espacial que nuestro pensador hacía del texto en
prosa o por sus atrevimientos tipográficos y lingüísticos. Simón Rodríguez, ya
lo sabemos, era un pedagogo y su conducta y su pensamiento se orientaron a
llevar a la práctica una revolución educativa, para la cual extrajo modelos
teóricos y planes de acción de su propia experiencia como maestro en Venezuela,
Ecuador y Perú, sobre todo en el medio rural e indiano. Fue, así pues, un
pragmático y empleó la escritura con intención didáctica, adaptando el lenguaje
a una expresión parabólica, mediante demostraciones a una tal necesidad de
claridad y precisión, tan palpable, que para ello recurrió a un lenguaje
personal, insólito, que hoy nos asombra. Un lenguaje en el que se hace del
texto su ilustración misma, de manera que sentimos la forma del discurso como
un cuerpo visual en el que las distintas alteraciones tipográficas, la
distribución versificada, el uso arbitrario de la puntuación y las mayúsculas y
el tratamiento sintagmático de las oraciones tienen por fin hacer del texto
algo tan funcional como un objeto. Como si, más que escribir, tallara con las
palabras, piedra o madera. Esta función no está disociada de lo que creo más
importante en la obra de Rodríguez: el poder de síntesis, el menester de la
adjetivación precisa, la propuesta silogística, todo lo cual corre parejo con
una inventiva, una irreverencia y un desparpajo que ya desearía para sí muchos
poetas. Desde luego que hemos ignorado lo esencial de esos planteamientos. Al
imaginismo de hoy le aburre pensar.
FM | Lo que pasa con la poesía actual –al menos es lo que tengo observado en
mi país, y creo que lo mismo se da en Venezuela–, es que la forma derrotó al
pensamiento. Hay una especie de agotamiento momentáneo de la reflexión, que
vuelve el poema un diseño vacío, sin expresión alguna. Es una imagen aniquilada
por sí misma: no hay persona detrás de la poesía. ¿Qué tienen que ver con esto
los midia, la masificación de las costumbres y de los pensamientos?
JC | Yo creo que no sólo el pensamiento está derrotado, sino también la
forma. Tengo dicho a este respecto que “la forma es la estructura que el
sentido se da a sí mismo”. No hay dicotomía entre uno y otra. Cuando hay una
idea metafóricamente bien expresada, se aprecia que la forma corre detrás de
ella, lo que quiere decir que el sentido es primero. “Pregunten al hecho por la
forma”, decía Emerson; y W. C. Williams: “las ideas está en las cosas”,
comparto completamente estos pensamientos. Confiarse exclusivamente a las
palabras es peligroso. A este respecto el barroco sigue haciendo estragos entre
nosotros. Y es curioso que se continúe pensando en que la poesía puede hacerse
exclusivamente con palabras y que no importe el pensamiento del tipo que sea
que la respalde, y menos aún el compromiso. Pero los poetas de la nueva
generación acuden a las palabras como si cualquier orden que se les de a éstas,
por el hecho de poder asociarlas, es significativo. Y los es, pero sólo en un
sentido polisémico, es decir, prestándose a todas las interpretaciones
posibles. Se habla entonces de una poesía subjetiva, cuando en verdad sólo es
imprecisa, indeterminada. No hay personalidad detrás del poema, como tú bien lo
dices. Falta el universo del sentido, la reflexión que asista a la operación
del poetizar. Tenemos así que optar entre lo unívoco y lo polisémico, y si
escogemos lo primero debemos aceptar que la reflexión es la primera condición.
En mi país se ha generalizado el cultivo de una poesía abstracta bajo
la creencia de que el poema es una forma autónoma para la cual las palabras
actúan como objetos, en detrimento de la comunicación y para exaltar no la
forma propiamente, sino la carencia de sentido; una objetualidad visual
construida con palabras vacías de contenido. Esto no es independiente de lo que
está ocurriendo a nivel del lenguaje, en un sentido general; los midia, por
ejemplo, y más en países como el nuestro donde se ha desarrollado un instinto
mimético extremadamente primitivo, que tiende a satisfacerse en la
manifestación y lo impersonal, controlado como está por la TV, los midia
repito, ejercen un poder fascinante y maléfico e influyen no tanto en que no se
escriba bien como un que no se escriba ni se lea en absoluto, permitiendo que
quien se atreva a hacerlo no se interese para nada por su formación. Puesto
que, por otra parte, no hay alta exigencia en los lectores.
FM | No hay duda de que Juan Sánchez Peláez, para los poetas venezolanos, es
un puente, un modelo de referencia central entre el Surrealismo francés y su
versión singularísima que eclosionó en América Latina. ¿Qué importancia tuvo el
Surrealismo en tu formación de poeta y cuáles son las influencias surrealistas
en los avances de la poesía venezolana contemporánea?
JC | Permíteme un rodeo. Del Surrealismo se tiene en nuestros países una
idea errónea. En principio se le desconoce o se le reduce, al hablar de él, a
los clisés preparados por los medios de comunicación y la dominación. Como a
todo mito, se le acepta sin estudiarlo y sin discutirlo. Su desconocimiento es
garrafal, no sólo entre los poetas que lo adversan, o que creen ganar puntos
adversándolo, sino también entre los que lo siguen mediante adhesiones confusas
o fraudulentas, de última hora, que nada reflejan del Surrealismo y menos de
sus compromisos. Tú lo sabes bien.
Entre nosotros, el Surrealismo representa una influencia tardía. Y eso
explica que sólo hacia 1950 Juan Sánchez Peláez aparece en nuestro país como
una especie de abanderado, un puente como tú dices, entre el Surrealismo y el
lenguaje que nos legó, bastante empobrecido, la tradición del Modernismo. La
tarea de los poetas del 50 y del 60 fue iniciar la renovación de las formas,
adaptándolas a un requerimiento más realista, a una prosodia que en gran parte
encontró el modelo de libertad buscada en el Surrealismo. Pero supongo que, al
igual que debió ocurrir en Brasil, nuestra asimilación del Surrealismo, aparte
de ser tardía (por lo que respecta a Venezuela) no siguió un curso ortodoxo,
como el que consiguió imprimirle en Buenos Aires, Aldo Pellegrini, sino más
bien, por decir algo, sincrético; un curso por momentos singular e irregular,
apartado como en el caso de El techo de la ballena, incluso voluntariamente, de
una filiación muy avant la lettre respecto al Surrealismo francés. Esto
comienza a suceder cuando se desarrollan espontáneamente entre nosotros líneas
un tanto anárquicas, en las cuales el Surrealismo local se descubre a sí mismo
sin aspirar mucho a ser proclamado como tal, sin derecho a identidad, y sin
necesidad de recibir el aval de Breton, con fuerza salvaje en algunos casos,
como ocurre, me parece, en los mejores poemas de Dávila Andrade. Soy de opinión
que el Surrealismo tuvo gran influencia en mi formación, y siguió teniéndola
antes de que entrara yo en la actual fase minimalista. Fui surrealista en dos
libros de la década del sesenta y lo fui de la mejor manera en que podía serlo.
Es decir, quedando fiel al empleo del automatismo psíquico, con el que se
desbloquea el acceso al inconsciente mediante el pensamiento incontrolado. Pero
esto tampoco puede tomarse como una señal militante, pues para ser surrealista
y tener el visto bueno había que estar en Europa. Aunque esa carencia me acordó
por cierto bastante libertad como para justamente legitimar posiciones
comprometidas respecto a política, tradición y oficialismo que resultaban desde
una perspectiva ortodoxa el mejor expediente surrealista. Un Surrealismo sin
contendores pareciera un contrasentido. Como decir un Surrealismo sin sentido
de revuelta. Por fortuna nosotros encontramos esas condiciones en el clima de
violencia de los años 60 sin pretender por eso que, porque combatíamos con
armas del Surrealismo, éramos surrealistas.
FM e Juan Calzadilla. Caracas, 2008 |
FM | Otro nombre fundamental es José Antonio Ramos Sucre, por mucho tiempo
no reconocido merecidamente. Stefan Baciu lo destaca como uno de los precursores
del Surrealismo en nuestro continente, y recuerda que su primer libro (Trizas
de papel, 1921) “contenía en forma de prosopoemas algunos de los tonos más
alucinantes y desgarradores de la poesía latinoamericana”. Por otro lado,
entiende Lorenzo Tiempo (que, creo, es un seudónimo de Juan Liscano), al
referirse a Ramos Sucre y Julio Garmendia, que “en ningún caso –aunque ambos
estuvieron en Europa en plena revolución surrealista–, se puede decir que
tomaron conciencia de ese movimiento”. ¿Qué piensas de ese desencuentro de
opiniones?
JC | En principio, remetiéndome al inicio de tu pregunta, no soy de la misma
opinión que Baciu. Ramos Sucre no es un precursor del Surrealismo puesto que
para eso habría tenido que ser conocido por nuestros surrealistas. Fue, eso sí,
contemporáneo de los fundadores del Surrealismo, y en su obra, publicada entre
1922 y 1930, no más allá, es cierto que hay elementos propios del lenguaje
surrealista que hubieran podido hacer decir a Breton, si éste se hubiera
interesado por la poesía en lengua española, que Ramos Sucre era unsurrealista
a pesar de él. Éste no tuvo información alguna sobre la existencia del
Surrealismo francés y dudo que haya leído a Lautréamont, por lo menos antes de
escribir sus libros, y mucho menos por supuesto a Breton. La adscripción al
Surrealismo que suele hacerse con su nombre es una tontería. Tampoco comparto
la opinión que dramatiza los “tonos desgarradores” de su poética aunque no
niegue que esos trazos lúgubres que encontramos en sus poemas son de naturaleza
autobiográfica, lo que de algún modo explica que el sufrimiento del poeta,
registrado en sus textos, lo haya llevado al suicidio a los 40 años. Pero creo,
como pensaba Michaux, que se escribe para preservar la salud. El juego y el
placer que satisface la escritura compensan en el caso del poeta el dolor y la
amargura de la vida, aunque no los sustituyan; de allí que no creo que sea por
una necesidad confesional que la poesía de Ramos Sucre alcanza un tono
desgarrador, sino porque este tono corresponde a un sentimiento estético
aparejado con aquello a lo cual, formalmente hablando, el poeta sabía atribuir
mayor eficacia poética.
Coincido con Liscano, en que Ramos Sucre, como dije arriba, no estuvo
enterado el Surrealismo. Pero no creo que para ser surrealista haya habido que
pertenecer al movimiento o tener conciencia de éste. Ramos Sucre como Kafka fue
surrealista en su circunstancia. Es una circunstancia latinoamericana, en su
caso, quiero decir.
FM | ¿Qué dificultades encuentran hoy los escritores venezolanos que buscan
una difusión internacional de sus obras?
JC | El problema se encuentra en los escritores mismos y en un error e
perspectiva: suponer que es el estado el que debe velar por el lanzamiento de
los creadores. Se trata de un mal venezolano que consiste en dejar en manos del
estado la solución de todos los problemas. Venezuela ha sido, por lo menos
hasta hace poco, un país cerrado en sus fronteras y autosuficiente, un país en
el cual sus intelectuales se sentían seguros y protegidos por privilegios de
vario tipo, que incluían la publicación de sus obras por cuenta de las
editoriales o colecciones oficiales, y todo esto generaba un clima de
autoestima y autosatisfacción que no exigía de los escritores mayores
sacrificios y riesgos y tampoco necesidad de que confrontaran sus obras
internacionalmente.
El resultado ha sido que no se conoce casi a nuestros escritores fuera del país, ni siquiera a los mejores. En compensación, mirando dentro de la casa, teníamos falsos prestigios de sobra. Hoy las condiciones han cambiado. Ahora se constata que el estado nunca hizo nada responsablemente para lanzar a los escritores del país y que las embajadas han sido en esta materia completamente funestas. Hoy existe un ambiente esperanzador a nivel de los esfuerzos que hacen los poetas de varios países, por iniciativa propia, para lograr una integración que supere las barreras nacionales y para hacer del idioma común una patria general que nos abrigue a todos, por encima de las fronteras nacionales, para reconocernos exclusivamente por el empleo de un lenguaje común. Vínculos de naturaleza parecida podrían establecerse con el Brasil, y ya se plantean en pequeña medida. En fin, es en el plano de lo que puede hacer cada quien para sobreponerse a las escalas asfixiantes en que vivimos, saliendo al exterior, donde se encuentran las señales de salvación. Lo hemos sabido muy tarde.
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1961 Enrique de Santiago (Chile) LAS VANGUARDIAS EN CHILE
1962 Arturo Gutiérrez Plaza (Venezuela) LAS VANGUARDIAS EN VENEZUELA
1962 Raúl Serrano Sánchez (Ecuador) LAS VANGUARDIAS EN ECUADOR
1963 Pedro Xavier Solis (Nicaragua) LAS VANGUARDIAS EN NICARAGUA
1963-2016 Gonzalo Márquez Cristo (Colombia) CORRESPONDENCIAS ENTRE POESÍA Y ACCIÓN
1965 Jorge Fernández Granados (México) LAS VANGUARDIAS EN MÉXICO
1969 Luis Alvarenga (El Salvador) LAS VANGUARDIAS EN EL SALVADOR
1972 Gabriel Chávez Casazola (Bolívia) LAS VANGUARDIAS EN BOLIVIA
1972 Xavier Oquendo Troncoso (Ecuador) DIÁLOGO EN EL CENTRO DEL MUNDO
1973 Carolina Zamudio (Argentina) LA ILUSIÓN TRANSITORIA DE LOS ESPACIOS
1973 Ricardo Venegas (México) LA POESÍA DE RICARDO VENEGAS
1974 Fabricio Estrada (Honduras) LAS VANGUARDIAS EN HONDURAS
1974 Javier Payeras (Guatemala) LAS VANGUARDIAS EN GUATEMALA
1983 Manuel Iris (México) LAS VANGUARDIAS EN MÉXICO
1984 Alex Morillo Sotomayor (Perú) LAS VANGUARDIAS EN PERÚ
OBRA ENSAÍSTICA PUBLICADA
El corazón del infinito. Tres poetas brasileños. Trad. Jesús Cobo. Toledo: Cuadernos de Calandrajas, 1993.
Escritura conquistada. Diálogos com poetas latino-americanos. Fortaleza: Letra & Música, 1998.
Escrituras surrealistas. O começo da busca. Coleção Memo. Fundação Memorial da América Latina. São Paulo. 1998.
Alberto Nepomuceno. Edições FDR. Fortaleza. 2000.
O começo da busca. O surrealismo na poesia da América Latina. Coleção Ensaios Transversais. São Paulo: Escrituras, 2001.
Un nuevo continente. Antología del Surrealismo en la Poesía de nuestra América. San José de Costa Rica: Ediciones Andrómeda, 2004.
Un nuevo continente. Antología del Surrealismo en la Poesía de nuestra América. Caracas, Venezuela: Monte Ávila Editores, 2008.
A inocência de pensar. Coleção Ensaios Transversais. São Paulo: Escrituras, 2009.
Escritura conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana. 2010.
Invenção do Brasil – Entrevistas [edição virtual]. São Paulo: Editora Descaminhos, 2013.
Esfinge insurrecta – Poesía en Chile [edição virtual, em coautoria com Juan Cameron]. Fortaleza: ARC Edições, 2014.
Un poco más de surrealismo no hará ningún daño a la realidad. México: UACM – Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2015.
Sala de retratos. São Paulo: Opção Editora, 2016.
Um novo continente – Poesia e Surrealismo na América. Fortaleza: ARC Edições, 2016.
Valdir Rocha e a persistência do mistério. Fortaleza: ARC Edições, 2017.
Laudelino Freire. Rio de Janeiro: Academia Brasileira de Letras, 2018.
Escritura conquistada – Poesía hispanoamericana. Fortaleza: ARC Edições, 2018.
Visões da névoa: o Surrealismo no Brasil. Natal: Sol Negro Edições, 2019.
120 noites de Eros. Fortaleza: ARC Edições, 2020.
TRADUÇÕES
Poemas de amor, de Federico García Lorca. Rio de Janeiro: Ediouro Publicações, 1998.
Delito por dançar o chá-chá-chá, de Guillermo Cabrera Infante. Rio de Janeiro: Ediouro Publicações, 1998.
Nós/Nudos, de Ana Marques Gastão (edição bilíngue). Lisboa: Gótica, 2004.
A condição urbana, de Juan Calzadilla (edição bilíngue). Florianópolis: Letras Contemporâneas, 2005.
Dentro do poema – Poetas mexicanos nascidos entre 1950 e 1959, Org. Eduardo Langagne. Fortaleza: Edições UFC, 2009.
A aventura literária da mestiçagem, de Pablo Antonio Cuadra (em parceria com Petra Ramos Guarinon). Fortaleza: Edições UFC, 2010.
III novelas exemplares & 20 poemas intransigentes, de Vicente Huidobro & Hans Arp. Natal: Sol Negro Edições/São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2012.
Sobre Surrealismo, de Aldo Pellegrini (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2013.
Memória de Borges – Um livro de entrevistas (2 volumes). São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2013.
Bronze no fundo do rio, de Miguel Márquez (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2014.
Tremor de céu, de Vicente Huidobro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2015.
Costumes errantes ou a redondeza da terra, de Enrique Molina (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2016.
Reino de silêncio, de Mía Gallegos (edição bilíngue). Teresina: Kizeumba Edições, 2019.
Traduções do universo, de Vicente Huidobro. Natal: Sol Negro Edições, 2016.
O álcool dos estados intermediários, de Gladys Mendía. Santiago: LP5 Editora, 2020.
A tartaruga equestre, de César Moro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2021.
Agulha Revista de Cultura
Criada por Floriano Martins
Dirigida por Elys Regina Zils
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
1999-2024
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