DOS ENCUENTROS
1 | SIN QUE LAS DUDAS SE AGOTEN
FM | Estaba leyendo un poema de Armando Romero que pregunta, al final:
“¿Dónde está el poema, entonces, /la mirada hacia adentro?”, y recuerdo que en
una entrevista con él conversamos sobre la distinción entre acción y objeto, o
sea, ese abismo que en muchos casos existe entre la poesía y el poema. No sé
cómo ves el tema, y no quiero aquí limitarlo a una única pregunta, pero ésta es
inevitable: ¿Qué buscas a través de la poesía?
JAL | Es una interrogante que me hago a menudo. El poema como producto
escritural, como artefacto, se limita a la aplicación de diversas técnicas y a
ciertos convencionalismos que acotan sus posibilidades expresivas. Octavio Paz
reflexionó sobre el tema en el libro La otra voz, específicamente en su ensayo
“Poesía y fin de siglo”, siendo ya un hombre de más de ochenta años con una
gran curiosidad, con la misma inquietud de un joven que se inicia en un arte y
en un oficio. La presencia de las nuevas herramientas electrónicas motivaba la
sospecha de que algo nuevo estaba por ocurrir en los terrenos de la poesía. Yo
he trabajado también este tema en mis ensayos sobre la realidad virtual y la
poesía, el sueño y la sobrevivencia. Más allá de una retórica, de una
disposición específica de las palabras, la poesía busca además su
reconocimiento y significancia en otros signos y otros discursos.
La palabra es la materia prima con que elaboramos los versos y los
textos, pero no podemos desdeñar las búsquedas de los poetas en diversos
lenguajes, en diversos planos de la realidad. Así tenemos la poesía visual, la
prosa poética, y me atrevería a incluir los poemas que encierran obras
plásticas, cinematográficas, musicales, dramáticas. Tarkovsky, Jim Jarmusch,
Bergman, Buñuel, Herzog, Wenders, comparten con Hermann Broch (La muerte de
Virgilio), en más de un sentido, el encuentro con la poesía en sus respectivos
lenguajes. Cada día me convenzo más de que la poesía nos revela el sentido del
tiempo, el significado individual de la historia, de las comunidades que nos
pueblan, de lo imposible. Si busco mi voz a través de la poesía y del poema, de
la escritura, es porque en realidad pretendo significar la nada, esa nada que
soy yo, que somos. Resumiendo, a través de los versos finales de mi Catulo en
el destierro: “Un manojo de llaves /para abrir todas las puertas /que dan hacia
ningún lado”, o mejor aún en versos previos: “Voy a lo inaudito /con el corazón
arponeado por la duda.”
FM | Ahora es un verso tuyo el que me socorre, que dice: “Hay días feroces /
en que nadie reconoce mis banderas”. Claro que el contexto al que se aplica en
el poema (“Viento fuerte”, de El espinazo del diablo, 1998) tiene su enfoque
particular. Lo que me interesa aquí es la expectativa creada en torno al
reconocimiento. Uno de los conflictos más agudos que debe enfrentar hoy un artista
–no sólo un poeta– es el de la convivencia con el reconocimiento de sus pares
más inexpresivos, aquellos dispuestos a la cooptación a cualquier precio. ¿Con
qué intensidad se verifica esa vorágine en México, y de qué manera has
sobrevivido a ella?
JAL | Tengo una biografía que me hace sentir una existencia epigonal y un
cierto escepticismo hacia las filiaciones ideológicas, las incondicionalidades
políticas, las admiraciones lucrativas, los matrimonios resignados. Fui
militante comunista en mi juventud, excesivamente liberal, según los camaradas
de entonces, en los años terminales del Partido Comunista Mexicano; estuve en
la Unión Soviética cuando se dio la invasión a Afganistán como anuncio del
desmoronamiento imperial del realismo socialista; soy tránsfuga de la medicina
y de la psiquiatría por no tener la capacidad de vacunarme contra el dolor y
por una morbosa afición por recrearlo en la literatura; me reconozco con graves
conflictos con la autoridad, con la simulación y la irracionalidad afectiva. No
puedo contener mis juicios a cambio del bienestar y el confort, del sosiego. No
me interesa comprar un espejo que me brinde una imagen en la que no me
reconozco. Ser poeta no me hace mejor persona, ni superior a otros, no me
garantiza la verdad ni me otorga un sitio en la historia. Creo ser poeta porque
soy un animal de preguntas, un animal que se conmueve al despertar de mundos
soñados que parecen imposibles, pero en su revelación manifiestan ya la
posibilidad de ser. De este modo mis banderas cambian, se contradicen, se
afirman y se niegan, combaten sin pertenecer a nadie, salvo a la misma causa
que las sostiene en el tiempo.
La enfermedad de los poetas no es la soberbia y la envidia que
caracteriza al gremio, sino la conciencia del prestigio y las prestaciones que
brinda el título con sus consecuentes cuotas de conformismo y sumisión. Nadie
con este padecimiento banal puede reconocer la obra del compañero, está
incapacitado para ver y sentir el pulso y la fuerza en el otro. En México, como
en el resto de los países de América Latina, no estamos exentos de pandillas y
predadores solitarios. Uno sobrevive entonces gracias al trabajo, a la
determinación de resistir el desaliento, de reconocerse en esa indiferencia o
ninguneo, con el propio entusiasmo de quien se ve nacer en la voluntad de
llamar a las cosas por su nombre.
FM | Dice Evodio Escalante en un ensayo sobre tu poesía que “todo poeta
tiene una forma de caer que es la suya y no puede ser copiada por nadie”. Lo
que naturalmente me llamó la atención fue esa aplicación inusual del verbo
“caer”. De alguna manera implica que toda afirmación del ser es una caída.
¿Estás de acuerdo con eso?
JAL | Absolutamente. Pienso en Cioran y en su Caída en el tiempo, que es de
algún modo el descreimiento de lo que uno supone o suele ser. La duda es el
principio de esa caída y de ese exilio que nos marca un destino, la lucidez del
final. Alfredo Fressia también alude en un ensayo sobre mi poesía a la
condición de escucha, del hombre que más que hablar está atento a los sonidos,
a los efectos sonoros y emocionales, racionales, de las palabras. Esa
connotación existencialista que da Evodio a mis poemas radica a mi parecer en
la memoria, en la noción de los hechos acaecidos, en lo irrepetible y en la
gravedad del tiempo. Caer es advertir la fuerza de atracción sobre el cuerpo,
su inevitable decadencia. Al nombrar caemos en el conjuro, somos víctimas del
vacío que representa y genera la muerte, lo pasado, lo futuro. Caer en la
cuenta, tomar conciencia de lo que somos porque fuimos o porque no hemos sido.
Caer de lleno o de plano en la novedad de lo que estamos siendo, diciendo,
haciendo, escribiendo, de lo que no somos.
FM | Estableces una distinción entre el “desorden” en que fue concebido un
libro como Botellas de sed (1988) y la “auténtica disciplina” que habría
propiciado la creación de Catulo en el destierro (1993). Me gustaría conocer un
poco más tu opinión respecto a estas dos circunstancias que aparentemente
consideras como antípodas.
JAL | En Botellas de sed los poemas brotaron bajo una ausencia de convicción
de la caída, del vacío, sin sumergirse en la oscuridad, hasta el fondo. Versos
que aparecen por el impulso y la casualidad. Catulo en el destierro fue
concluido en 1988, y después de casi cinco años a través de un accidentado
camino editorial poblado de anécdotas, fue publicado en la Universidad Nacional
Autónoma de México en la colección el Ala del tigre, que dirigía Vicente
Quirarte, quien es apenas cuatro años mayor que yo, pero en ese momento daba la
impresión de aventajarme un decenio por su vertiginosa carrera literaria y
laboral. Catulo surge en la ruptura con la medicina y el compromiso con la
escritura, bajo un sentimiento de orfandad y crisis de identidad, en medio de
una megaurbe donde la ansiedad y el miedo torturaban mis sueños, mi timidez
ante los deseos, ante las mujeres amadas. La inseguridad campeaba en mi
universo, no podía aprehender algo sin asfixiarlo. Thornton Wilder con sus Idus
de Marzo, Rubén Bonifaz Nuño con El amor y la cólera y sus traducciones de
Carmenes del poeta romano, me empujaron a visualizarlo en la megalópolis, en
ese tiempo de anuncios fatales que predicaban no sólo el fin del milenio, sino
de las utopías, de la historia, de la poesía, de los libros. El poeta Catulo
encarnaba en una de mis lecturas fundamentales, Palinuro de México de Fernando
del Paso, sin dejar de lado el pesimismo y el escepticismo de Cioran. Un viejo
amigo, Miguel Rubio Candela, que contaba ya con 70 años, leyó mis primeros
intentos y alguna vez enojado los rayoneó y rompió en mis narices. “Esto no es
lo que deseas y puedes escribir. Asume tu responsabilidad. Quieres hacer
poesía, entonces reconócete poeta, responde a ese designio.” Me dijo con el
ceño fruncido, pero con enorme generosidad. Catulo no era un conjunto de
versos, sino un poema extenso, un proyecto que exigía concentración y muchas
lecturas, la disposición de mucha energía para construir los escenarios donde
cobraba vida ese Catulo capaz de recorrer las entrañas de la ciudad y de
remontarse hasta los orígenes del verbo, de abrirse el pecho y preguntar a la
brújula de su corazón por las razones del cerebro, por las coordenadas de la
incertidumbre. El amor como enfermedad del ser, urgencia del deseo, rabia,
impotencia, insumisión e inconformidad son ingredientes de este personaje que
se fue apoderando de mí. Yo, autor, estaba poseído por esa criatura virtual que
me empujaba al delirio y el resentimiento con el mundo real, con mi
cotidianidad. La disciplina, pues, la imponía Catulo, no José Ángel Leyva. Años
más tarde el poema fue puesto en escena por Bernardo Galindo. Hasta la fecha,
el actor que representó al protagonista está convencido de que él es Catulo.
Nunca más ha vuelto a actuar.
FM | Al escribir sobre tu novela La noche del Jabalí (2002), Antonio
Coronado evoca lo que él llama una técnica aparentemente simple: el
desdoblamiento provocado de relatos comunes por parte de los integrantes de una
comunidad. Dice él que “parece ser que la clave de nuestra existencia
civilizada no está en el acto creativo como sugieren y aun afirman algunos,
sino en el recuerdo y la memoria”. Al comentar justamente la relación entre
memoria y acto creativo, Armando Romero observa: “La diferencia que yo
establezco con García Márquez es que yo quiero ir hasta el final de la
historia, mientras que él les pone a sus personajes alas o los llena de
mariposas amarillas”. Dice además Romero: “Para mí lo fantástico está en la
realidad imaginativa del personaje, para él en la realidad imaginativa del
escritor”. ¿Qué me dices tú?
JAL | Coincido con Armando Romero, lo fantástico ocurre en la realidad
imaginativa del personaje. Los autores solemos ser muy sosos, precarios en
nuestra dimensión protagónica. Por eso el narrador, como el poeta, abrevan en
la tradición oral, en la memoria y en la fabulación colectivas. Cuando se
descubre a un personaje real o cuando se le escucha verter su caudal
imaginativo, el escritor se lo apropia, o lo expropia, y le otorga la
naturalización literaria. Sigo convencido de que la fuente principal de la narrativa
es la tradición oral, el ojo de agua donde abrevamos la sed de contar y de
escribir motivados por la realidad y el mito. Los personajes propios, que
aparecen en el acto escritural, también exigen sus derechos y sus iniciativas,
no obstante que el autor está obligado a conducirlos y a determinarlos, es
inevitable el diálogo con ellos, la interacción con sus propias posibilidades
de ficcionar. Ese maravilloso ejemplo que nos otorga Miguel de Unamuno en su
famosa Niebla (la nivola) devela la condición rebelde del personaje que
polemiza con el escritor sobre su destino y de algún modo le exige que se
transforme en personaje para estar al nivel de la interlocución. Unamuno, como
Borges, asumiu el riesgo de trasladarse a la escena donde el tiempo no se renueva,
sino que se repite en su realidad fantástica, mitológica. Dante lo hizo antes
que ellos en La Divina Comedia.
FM | ¿Vamos a hablar un poco de tu genealogía?
JAL | Ahora descubro, tras la muerte reciente de mi padre, que fui en gran
medida un terreno fértil para sus sueños. Lo demás es parte de ese magisterio
donde los grandes poetas, los grandes escritores e intelectuales, los artistas,
los revolucionarios, los personajes, las conversaciones nos hacen parte de su
ADN o nosotros los incorporamos al nuestro.
FM | ¿Pero se puede pensar en algunas particularidades (nombres,
circunstancias, inclusive fuera del ambiente literario), inclusive algo que
funcione como una obsesión o un fantasma, algo que persigues, o algo de lo que
no te consigues librar etc.?
JAL | Sí, por supuesto, Floriano. Pienso que tiene mucho peso la presencia
del ambiente familiar. Soy nieto e hijo de profesores de primaria. Mi padre por
otro lado fue un activista en favor de los derechos de los campesinos y los
trabajadores de la madera. Yo viví con él mi infancia, en medio de bosques y
las montañas, de fiestas escolares y celebraciones populares que él organizaba
para los habitantes de un pequeño poblado que se llama Los Bancos, en las
inmediaciones de El Espinazo del Diablo. Desde muy niño tuve que memorizar
poemas de los poetas románticos y modernistas mexicanos y algunos que no son de
aquí, pero la costumbre nos hacía reconocerlos como mexicanos, como es el caso
de José Santos Chocano, de origen peruano. Así pues, mis lecturas escolares
giraron en torno a Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Ramón López Velarde,
Juan de Dios Peza, Salvador Díaz Mirón, y por supuesto, Sor Juana Inés de la
Cruz. Nunca faltó José Martí para alimentar el nacionalismo paterno. No había
muchas lecturas en casa, pero las pocas que había sirvieron para estimular mi
curiosidad y gusto por la declamación. En particular recuerdo un disco de
Manuel Bernal, que se autonombraba en la portada como “El declamador de
América”, que mi madre ponía a menudo para derramar lágrimas al escuchar esos
versos cargados de excesivo dramatismo. Fui quizás por ello y por el orgullo
que le provocaba a mi padre, director de la escuela donde estudié mi primaria,
un declamador con trofeos.
Antes que de la poesía fui lector de narrativa, pues mi hermano mayor
comenzaba a leer a los escritores rusos y a Hermann Hesse. Fui recogiendo cada
uno de los libros que él compraba y los leí con avidez. Tenía entonces unos 12
o 13 años y estudiaba la secundaria en Durango con mi abuela paterna, quien fue
también un ser muy importante en mi formación. Ella sobre todo era una cinéfila
incurable. Había quedado viuda muy joven y cada tarde sin falta asistía a las
salas de cine para ver funciones de tres películas. Con frecuencia lograba
adivinar a qué cine iba a entrar y la esperaba, junto con un primo hermano, en
la taquilla; no tenía más remedio que invitarnos a acompañarla. A lo largo de
mi vida el cine ha sido una presencia ligada a mis sueños y a mi vigilia. Me
leí casi todo Hermann Hesse en esa época de adolescencia, conocí a Tolstoi,
Dostoievsky, Máximo Gorky, Flaubert, Balzac, Zola. Luego, junto a los libros de
marxismo leninismo, y la infaltable influencia de Reportaje al pie de la horca,
del checo Julius Fuzik, descubrí a Pablo Neruda, César Vallejo, Octavio Paz y
Dylan Thomas. Quiero reconocer que en esa época leí por obligación en la
escuela, no recuerdo si en partes o completas, las obras El Quijote de la
Mancha y La Divina Comedia. Ambas vinieron más tarde, cuando la poesía
comenzaba a ser parte de la incertidumbre y de mis inquietudes estéticas y no
ideológicas. Ya era estudiante de medicina cuando me encontré por accidente con
un ejemplar de La Divina Comedia. Me llamó la atención el objeto, sus
ilustraciones y luego el prólogo de Borges y enseguida esas líneas inmortales
con que Dante abre el camino del Infierno. Hasta ese momento ningún autor había
sacudido mi ser con tanta fuerza como Dante. Luego vino Cervantes, Borges,
Hermann Broch, Juan Rulfo, Juan José Arreola, los Contemporáneos mexicanos,
Fernando del Paso, Fernando Pessoa, los simbolistas franceses, el boom
latinoamericano. En fin, un descubrimiento intelectual y literario que me
facilitaron dos amigos en Durango, la escritora Beatriz Quiñones y el
historiador y pintor Carlos Maciel. Lo demás vino a consecuencia de este
impulso adquirido en la adolescencia y los años previos a mis veinte de edad.
Por cierto, en esa etapa estuvieron Guimarães Rosa y Jorge Amado. Soy
tributario de cada una de las lecturas que sembraron mi horizonte local para
exigirme reinventar mi árbol genealógico.
FM | Conversando con José Vicente Anaya, tu compañero en la consistente
aventura editorial de Alforja, él me dijo que había tomado El Corno Emplumado
como un referente esencial en relación con el proyecto de ustedes. ¿Qué viene a
ser, exactamente, la “Fraternidad Universal de los Poetas”?, y ¿de qué manera
se siente ligada a aquella fraternidad de los años 60 –de que son ejemplos no
solamente El Corno sino también grupos desparramados por todo el continente, entre
ellos el argentino Eco Contemporáneo– y a la idea de una insurrección invisible
defendida en aquel momento?
JAL | Más que una realidad, la Fraternidad Universal de los Poetas es un
sentimiento o un anhelo que puede confundirse con un eslogan. Aunque difícil,
uno puede hallar gente como tú, mi querido Floriano, a quien se puede querer
como un verdadero hermano, como un compañero a quien se le reconoce en su
amorosa labor divulgativa, en su resuelta lucha por ser y por hacer. No es
común la fraternidad entre los poetas, y si la hay es del tipo de Caín y Abel.
Pero estamos obligados a convocar a esa fraternidad para que inicie la revuelta
de otros mundos posibles.
FM | Este es un aspecto que siempre me preocupó. ¿Habrá quizá una dosis
acentuada de orgullo en los poetas, junto a la frivolidad que en buena medida
nos caracteriza a todos, que nos hace creernos, a cada uno, el elegido? Fíjate
que hay ahí un plano ambivalente, pues los malos poetas se organizan en torno a
sus quejumbres, fundan cooperativas, “talleres”, periódicos de barrio etc. Son
aduladores de oficio, oportunistas disciplinados, asumen cargos políticos o
académicos, coleccionan premios, en fin. ¿Y los buenos poetas? ¿Son felices
así, buenos para sí, desconocidos, ajenos a todo, fieles a un reconocimiento
post mortem? Es un escenario curioso. ¿Cómo se reacciona en México –sobre todo
entre los poetas– ante el trabajo editorial que ustedes vienen realizando?
Lêdo Ivo, Jacobo Rauskin, Vanessa Droz, José Ángel Leyva & FM. Santo Domingo, 2007 |
JAL | Supongo que de una manera con mínimas diferencias a como se hace en
otros países. La fraternidad entre José Vicente Anaya y yo no está libre de
desavenencias y pleitos. Pero la realidad es que hemos mantenido una relación
amistosa y editorial durante los diez años que Alforja ha permanecido. Nos
salva con certeza una dosis de ética que aún impide caer en manos de la
complacencia y el amiguismo, que nos obliga a responder a ciertos principios
donde la calidad, la exigencia, la apertura, el respeto y el deseo de promover
la lectura de poesía van en primer término. No hemos pretendido hacer la gran
revista, la publicación concéntrica que gire sobre un grupo de poder ni
alrededor de éste. Hemos sí trabajado de manera ardua y desinteresada. Hasta
hoy ha dominado la gratuidad. Incluyo otro actor en este afán, María Luisa
Martínez Passarge. Su presencia ha sido determinante para definir la
personalidad y el diseño de la revista y de los libros que hemos venido
publicando, además de ser un punto de equilibrio entre José Vicente y yo, pues
su inteligencia y convicción por la poesía, aunque ella no sea poeta, fungen
como árbitros y como animadores del proyecto. Esto nos obliga a salirnos de
nosotros, a sacar los ojos del ombligo y a ponderar un trabajo editorial que
nos exige profesionalismo y generosidad.
Por otro lado, el camino de Alforja, como el de cada uno de nosotros
como poetas, intelectuales y promotores culturales, editores no es fácil.
México tiene una larga tradición donde las políticas de Estado consideran un
maridaje entre sus críticos potenciales y sus burócratas, sus representantes
populares. Los gobiernos priístas diseñaron políticas clientelares y
corporativas no sólo hacia los obreros y los campesinos, también las elaboraron
para los intelectuales y artistas. Octavio Paz describió muy bien este fenómeno
en su Ogro Filantrópico, y él mismo fungió como un cacique intelectual amparado
no sólo por el Estado sino además por el gigante mediático, por el monopolio,
que fue y es la empresa TELEVISA. Hay pues una élite que puede autodenominarse
por lo regular de izquierda que no hace gestos de repugnancia a los beneficios
que el Estado le brinda. Sus críticas tienen cálculo. Nunca se exceden si ello
les representa un riesgo para su bienestar, menos si la izquierda está en el
poder. Sólo pegan cuando esperan recompensa y por lo general obtienen dádivas.
La autocrítica está ausente en esa línea, la autocrítica no existe para la
izquierda. México es de los escasísimos países en vías de desarrollo que otorga
becas vitalicias a sus creadores, que tiene premios a la trayectoria, con
tintes y criterios evidentemente más políticos que estéticos, y un Sistema
Nacional de Creadores donde unos becan a los otros, es decir, los becarios en
algún año que no gozan del apoyo pueden ser jurados y designar las becas a sus
amigos, conocidos, alumnos. Son becas nada despreciables, durante tres años
reciben aproximadamente dos mil dólares mensuales. Muchos por supuesto repiten
una y otra vez. Hay el otro nivel, becas para Jóvenes Creadores, que comienzan
una vida becaria desde pequeños, y continúan elaborando obras apegadas al
designio de los apoyos, los numerosos concursos, premios de diversa índole, sin
dejar de lado organizaciones y fundaciones para formar escritores y artistas.
En fin, no quiero decir que está mal, lo que está mal son los mecanismos y los
propósitos de estas políticas que buscan domesticar el espíritu creador, que
abaten el ánimo crítico de los artistas y escritores, el mercadeo de los
beneficios que representa ser escritor, en nuestro caso. Por supuesto, eso
acarrea un ambiente carroñero que impide ver algo más que no sea el cadáver del
compañero y no su obra ni sus capacidades. Sólo se vuela con los de la misma
parvada.
FM | Aquí tenemos que tocar el asunto de cierta retórica del desconocimiento
mutuo entre nuestros países. Es evidente que México conoce mucho más la cultura
brasileña que al contrario. En primer lugar, en términos cuantitativos. Brasil
conoce más el estereotipo mejicano, o incluso su falsificación vía Estados
Unidos. Como no tenemos una política cultural que nos aproxime, nos reconocemos
más en los folletos de las agencias de turismo y en distorsiones presentadas
por las telenovelas de un lado y del otro. Además, he observado un aspecto
referente a la falta de actualización de lo que pasa con la cultura brasileña,
y esto no solamente en relación con México. Es bastante común la evocación de
ciertos íconos de nuestra cultura que hoy tienen una lectura distinta en el
Brasil. Un ejemplo clásico es el desconocimiento de los desdoblamientos de la
música popular, donde muchos de los nombres antes tenidos por sagrados hoy son
cuestionados aquí por el carácter decrépito y la dilución estética. Me gusta
cuando sugieres en una entrevista que deberíamos cuestionarnos más sobre este
nuestro desconocimiento mutuo. Pero, ¿qué hemos hecho en ese sentido? Claro que
no hablo de nosotros dos. La falta de una alianza entre nuestros países –y no
me refiero al ámbito comercial– ¿qué raíz tiene?
JAL | En México hay una tradición y un gusto muy fuerte por lo de fuera. El
trauma de la Conquista nos dejó una secuela seguramente más profunda que en la
mayoría de los países latinoamericanos. La fuerza cultural que emana de nuestro
pasado y presente indígenas es enorme, pero lo es también la curiosidad por lo
extraño, por lo externo. Digerimos con facilidad lo distinto, lo novedoso, sin
perder el encantamiento por lo propio. Frida Kahlo seduce al mundo por su
mexicanidad y por sus símbolos cosmopolitas, por su carga surrealista, su
anticonvencionalismo, su imagen mestiza y por la tradición que rezuma su obra de
apariencia agreste. Ambos países y sociedades perdemos mucho al no conocernos y
reconocernos en esa energía creadora que nos deslumbra y nos cautiva como
culturas vitales, bullentes, innovadoras, sorprendentes. Ya desde hace tiempo
Alforja y Agulha hablan-falam el mismo idioma, son, sin pretenderlo, eslabones
de esa fraternidad universal de los poetas destinada a cuestionar la validez y
eficacia de las políticas culturales de nuestros respectivos países. Desde
Alforja ya iniciamos el esfuerzo por dar a conocer entre los lectores mexicanos
a los poetas brasileños a través de nuestra colección de libros Azor. Esperamos
que ocurra algo semejante en Brasil con respecto a la poesía mexicana, que
tiene mucho que dar a los lectores de tu país.
FM | Las diferencias son innumerables, Leyva. En primer lugar, no se puede
hablar, en Brasil, de política cultural, sobre todo si lo comparamos con
México. Claro que entiendo lo que dices sobre la carga de exotismo que
internacionaliza la cultura mejicana, y también en el Brasil vivimos esto, en
rigor, algo más afecto a lo turístico que a lo propiamente cultural. Se trata
más de una política de mercado. Ahora, como la apariencia es todo –esta es la
gran ilusión de nuestro tiempo–, todos los planes de construcción de una cultura
están programados para mostrar las más vistosas y espectaculares evidencias, y
nada más. Si comparamos la colección “Azor” de Ediciones Alforja, por ejemplo,
con la colección “Ponte Velha”, de Escrituras Editora, brasileña, en seguida
vemos una diferencia que interesa aquí comentar. En el caso mejicano, la
creación de un sello editorial para divulgación de autores extranjeros en
México se lleva a cabo gracias al apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y
las Artes. En el caso brasileño, la creación de un sello editorial para
divulgación de autores portugueses en el Brasil, se lleva a cabo gracias al
apoyo del Instituto Portugués del Libro y de las Bibliotecas, de Portugal. En
un caso, es el gobierno mejicano apoyando la entrada de escritores extranjeros
en su país. En el otro, es una expansión del gobierno portugués, una nueva
carta de navegación, otra conquista. No hay correspondencias. Lo que esperas
del Brasil en términos de diálogo es una utopía, querido. Yo declaradamente me
avergüenzo de todo esto. Y no creo que esta situación se modifique con los
esfuerzos comunes de Alforja y Agulha Revista de Cultura.
JAL | En nuestro caso estamos aprendiendo a desprendernos de la imagen
paternalista del Estado y darle cauce a nuestras iniciativas culturales. Pero
ojo, es utópico pensar que vamos a lograrlo sin apoyos institucionales, no al
menos en la inmediatez histórica. No somos empresarios, pero sí tenemos un
carácter emprendedor. La diferencia es notable, el empresario busca la
ganancia, nosotros como poetas y promotores culturales pretendemos un efecto
sustantivo en el público al que nos dirigimos. Aclaro, no satanizo a la empresa
como generadora de plusvalía, pero reconozco que nuestras acciones se mueven
por motivaciones más espirituales y ello nos obliga a pensar en escenarios
diferentes donde lo determinante es la cultura. Cuando señalo el diseño de las
políticas culturales del Estado no critico sus beneficios, sino sus
orientaciones, la manera como selecciona y aloja a sus beneficiarios, los
criterios que establece para generar una élite que al final será la misma que
imponga reglas y normas para beneficio de unos cuantos privilegiados. Yo estoy
porque se amplíen esos beneficios, porque los intelectuales asuman que es una
responsabilidad, una obligación, no un acto de caridad, del gobierno, otorgar
partidas suficientes para el fomento y desarrollo de la cultura, pero no a
costa de la sumisión y el silencio. En países como México y Brasil el potencial
económico que representan sus culturas es enorme, tenemos una historia rica,
una diversidad biológica y humana extraordinaria, un bagaje literario y
artístico de grandes proporciones, sin dejar de lado sus manifestaciones
populares, artesanías y folclore. En fin, yo pienso que Alforja y Agulha son
consecuencia de esa energía que nos reclama y empuja. En Alforja buscamos la
complicidad con la Universidad Autónoma Metropolitana para sobrevivir y
continuar con nuestra labor editorial, fue una iniciativa que cuajó, por lo
menos hasta hoy. Tenemos además una colección de libros, “Poesía en el andén”,
que son pequeñas antologías temáticas cuyo propósito es hacer lectores entre
los pasajeros del Metro de la Ciudad de México. Esta alianza la hemos hecho con
una empresaria, una librera, Nelly Achar, que apuesta por una iniciativa en la
que de entrada sabe que las ganancias no son jugosas ni inmediatas, pero piensa
en un mercado potencial de cuatro millones de pasajeros diarios que podrían en
algún porcentaje, y en algún momento, convertirse en lectores de poesía, lectores
que saldrían de los andenes del metro buscando en las librerías a los autores,
a sus libros. Es utópico, sí, lo es, pero tiene ya un dedo del pie en la
realidad. Eso anima. Agulha, por cierto, ha puesto también un granito de arena
en ese terreno. Agulha es un referente no sólo de Ceará sino de Brasil y del
mundo hispanoamericano. Creo que el reto y nuestra mentalidad como productos de
estas culturas y estas sociedades abiertas es justamente trascender los límites
de lo nacional, del patrioterismo ramplón, del regionalismo chabacano y
provincial. Alforja y Agulha, como muchas otras publicaciones en Latinoamérica,
debemos ser catalizadoras de inquietudes y propuestas, de corrientes de
pensamiento, de posibilidades creativas más allá de las limitaciones que impone
el medio y las políticas locales.
FM | En una entrevista que hiciste al poeta Juan Manuel Roca (1946) te
refieres a la “emergencia tardía de ese movimiento de vanguardia colombiano que
fue el nadaísmo”. ¿Tardía en relación con qué? ¿No hay ahí un error de
interpretación? Si pensamos en varios focos de renovación de un ambiente
poético –y político, en su espectro más amplio–, todos surgidos en los años 60,
en países como Colombia, México, Argentina, Brasil, ¿no sería más acertado
identificarlos como el nacimiento de una nueva vanguardia?
JAL | Sí, si lo quieres ver desde esa perspectiva. Pero al reconocerla como
una nueva vanguardia se advierte como una nueva propuesta que surge 50 años
después del creacionismo, el ultraísmo, el estridentismo mexicano, la Semana de
Arte Moderno en Brasil (modernismo), la poesía de Oliverio Girondo, de Trilce
etcétera. Cuando digo tardío no lo califico como desfasado, sino pensando en
estos otros acontecimientos tempranos que corrieron paralelamente a la
agitación estética europea. He leído gracias al nadaísta Jotamario Arbeláez, el
libro de reciente aparición, Cartas a Aguirre. Contiene la correspondencia del
fundador del nadaísmo Gonzalo Arango con su amigo más cercano. Allí están las
reflexiones más íntimas y la gestación misma de la plataforma de principios de ese
movimiento o de esa propuesta estética-ideológica. Coincide más, por cierto,
con el movimiento beatnick, cuya agitación estuvo más enfocada a lo
social-cultural que a lo estético, sin negar el papel que éste tenga en lo
primero y a la inversa. Me refiero al hecho como movimiento, no como técnica ni
como bandera, mucho menos como actitud renovadora. Por principio me parece que
el arte está obligado a buscar la experimentación y la vanguardia o resignarse
a morir.
FM | En la misma entrevista a Manuel Roca señalas también, en el
Surrealismo, “recurso retórico” y “sentimiento de vanguardia”. ¿No estaría allí
expresada una condición refractaria de la lírica mejicana al Surrealismo, mucho
más que una lectura crítica de su transposición a un ambiente latinoamericano?
A ejemplo del poeta colombiano, ¿crees que la escritura automática no fue más
que una “tontería”?
JAL | No, la escritura automática fue y sigue siendo una técnica útil para
escribir poesía, las tonterías son responsabilidad de sus autores. Recuerda que
el Surrealismo estuvo tan presente en México que fue uno de los grandes
asentamientos del exilio, como lo atestiguó la exposición en el Museo Reina
Sofía, en España, en 1999: Surrealistas en el exilio y los inicios de la
Escuela de Nueva York. Entre ellos Benjamin Peret, como pareja de Remedios
Varo, Luis Buñuel, Leonora Carrington, Wolfgang Paalen, también debemos
considerar al extraordinario Gunther Gerszo; allí estuvieron en momentos
cercanos también artistas plásticos como Isamu Noguchi, Jackson Pollock, de
quien se dice tomó algunas técnicas de David Alfaro Siqueiros, el mismo André
Bretón y Antonin Artaud.
FM | Insisto en esta cuestión del Surrealismo, sólo como una referencia para
que podamos entender los desdoblamientos de la lírica en tu país. Por ejemplo,
Marco Antonio Montes de Oca (1932) dice en una entrevista a Andréa Fuentes
Silva: “Yo hice, en 1953, una escritura automática, mientras que Paz en 1951
hizo una escritura automática pero en la masa del Surrealismo, junto a Breton,
junto al ambiente intelectual europeo. Lo mío fue simplemente una
disponibilidad de sacar fuera lo onírico, el sueño, lo automático.” Montes de
Oca se declara, por ascendencia, un romántico, y no exactamente un surrealista.
Caramba, pero todos los surrealistas son, por ascendencia, románticos. Sin
contar que es reduccionista concluir que el Surrealismo de define únicamente
por el uso de la escritura automática. O hacer como los modernistas brasileños:
adoptar un desvairismo y evitar a toda costa referirse al Surrealismo. Dame tu
interpretación, Leyva, tu lectura de este momento.
JAL | No sólo Marco Antonio Montes de Oca, también los poetas Eduardo Lizalde
y Vicente González Rojo tomaron en sus inicios ciertas tendencias surrealistas
en algo que denominaron “poeticismo”. Los contemporáneos, en particular
Villaurrrutia en varios de sus poemas más representativos, Gilberto Owen y José
Gorostiza dejan al descubierto ciertas vetas surrealistas. Pero es cierto,
ninguno de ellos se suscribió como surrealista o como vanguardista. Un ejemplo
contrario fue German List Arzubide, quien hasta el final de su vida, a sus 99
años de edad, se proclamó estridentista, aun cuando su forma de vida nada tenía
que ver ya con los manifiestos y la mitología que crearon en 1921 él y sus compañeros
para una urbe llamada Estridentópolis. La presencia del Surrealismo en México
fue tan representativa, tan contundente, que no dejó seguidores o militantes.
Como prueba de lo que digo está la construcción que un millonario y surrealista
inglés, Eduard James, hizo en un lugar llamado Xilitla. Absolutamente
delirante, caprichosa, onírica, producto de esa dinámica cultural que se vivió
en México, y ante la cual, quizás, los artistas y escritores locales fueron no
refractarios, sino escépticos. Una agitación que los hizo volver la mirada a la
tradición. Pero luego vendrían los infrarrealistas en los años sesenta y
setenta, en donde estuvo José Vicente Anaya y de donde brotó la obra del
chileno Roberto Bolaño, hoy tan reconocida.
FM | Recuerdo haberle preguntado al guatemalteco Otto-Raúl González, en una
entrevista, acerca de su renuencia a reconocer a Octavio Paz, y entonces me
respondió en seco: “Él era un hombre de derecha y yo siempre fui y seré de
izquierda. Muy simple, ¿no?” ¿De qué manera se evidencia en México, sobre todo
entre las generaciones más recientes, esa disensión entre lo político y lo
poético que tan bien se aplica a Octavio Paz?
JAL | No es que Octavio Paz como persona sea santo de mi devoción, pero debo
decir en su beneficio que si bien terminó siendo un hombre de derecha, también
lo fue de izquierda. Lo que no se le puede negar a Paz es que fue un hombre
valiente que se enfrentó a sus contrincantes sin pelos en la lengua. Tampoco
que fue un hombre de poder. Al margen de esas posiciones y calificaciones que
parten de lo ideológico, la obra de Paz es deslumbrante. Las generaciones
recientes de escritores me parece que no tienen muy claro ese esquema de
izquierda y de derecha, la mayoría atiende más a la geometría de sus intereses
personales y al momento que viven. Quisiera estar equivocado. Por cierto, la
posición política de Fernando Pessoa y de Jorge Luis Borges no resta admiración
a sus talentos en escritores de una izquierda radical, como lo fueron en su
momento Juan Gelman y Ferreira Gullar. Ambos declaran un profundo
reconocimiento a sus obras. En México, me parece, también hay una tendencia a
poner cada cosa en su sitio.
José Ángel Leyva & FM. México, 2008 |
2 | COMPLICIDADES ENTRE DOS
POETAS
FM | Hace mucho nos
conocimos, querido. En varias ocasiones nos pusimos a platicar sobre gustos,
ideas, observaciones, perspectivas de vida y tanto más. Seguro nuestra amistad
está entre las más fecundas entre creadores de distintos países. Hay una muy
relevante lista de cosas que hemos producido juntos hasta el día de hoy. Podríamos
empezar hablando de la importancia de este nuestro cambio de ideas y
realizaciones, así como del punto inicial, o sea, cuando nos conocimos. La
primera palabra es tuya.
JAL | Si, querido Floriano,
es cierto, reconozco en nuestra amistad uno de los más productivos intercambios
afectivos y epistolares. Comenzaba el siglo XXI cuando comencé a recibir por
azares del destino o de la Red tus Agulhas
y de pronto tus mensajes. Dudé que fueras una persona real, sospeché incluso
que se tratara de un virus maligno que pretendía apoderarse de mi información y
quizás hasta de mi imaginación. Por fortuna pude comprobar años después, si mal
no recuerdo en los primeros meses del 2004, cuando viajé a tu ciudad para armar
el programa de lo que sería la presencia de Fortaleza, Ceará, en la Feria del
Libro en el Zócalo de la Ciudad de México, representando a Brasil y no sólo a
esa ciudad. Fue muy interesante la forma cómo sucedió todo porque el agregado
de la Embajada de Brasil en México nos pidió que no pensáramos en São Paulo ni
en Rio de Janeiro, sino en una región emergente del nordeste brasileño, Ceará.
No tenía idea dónde quedaba, pero de pronto se me iluminó la memoria y recordé
que yo me escribía intensamente, y desde hacía años con un personaje de
Fortaleza, y me llegaban también por él imágenes plásticas de otro personaje
llamado Hélio Rola. Pregunté por qué tanto interés en ese estado y me explicó
que estaban impulsando el turismo y la industrialización en el nordeste de
Brasil, especialmente en Ceará.
Ese Floriano
Martins cibernético no dormía y parecía en realidad un ensayo semejante al de
Luther Blissett que arribaba a nuestras bandejas de entrada para pontificar la
importancia de la imagen sobre la palabra, la trascendencia de pensar en
imágenes más que en ideas. Tiempo después aparecería una novela colectiva
ambientada en Italia y que algunos críticos califican de obra maestra. La
capacidad de respuesta de Floriano rebasaba mi velocidad de escape y apenas
planteaba una inquietud o una iniciativa, obtenía en automático una propuesta o
un ensayo de respuesta. En esa época aún sobrevivía el proyecto de la revista Alforja en México, en el cual estuve
inmerso desde su nacimiento; comenzaba también a migrar poco a poco al espacio
cibernético y también a su fin.
Era extraño
porque vivía una actividad frenética en mi trabajo en la Secretaría de Cultura
de la Ciudad de México, en la escritura de mi primera novela, en el proyecto de
Alforja que ostentaba pomposa y
engañosamente el lema de “la fraternidad universal de los poetas”. Pocas
comunidades tan poco fraternales he conocido como la de los poetas. Esa textura
de la realidad y de la velocidad se entreveraba con el vértigo de los flujos
cibernéticos, con pulsos que no sólo se me atragantaban sino que saturaban el
pensamiento y mis sueños. Ya desde 1990, al colaborar primero como escritor y
luego en la dirección de la revista Mundo
Cultura y Gente, con el escritor chileno Manuel S. Garrido, discutíamos el
aceleramiento de la historia tras la caída del Muro de Berlín y después con la
Guerra del Golfo, en la que atestiguamos los experimentos de la guerra como un
espectáculo transmitido por televisión, en vivo y en directo, a todo el
planeta. La guerra como un gran negocio no sólo de venta de armas, de una
industria que dinamizaba las economías exportadoras de la muerte, sino como un
gran negocio de mitos e irrealidades consumibles.
Podrás
comprender ahora que nuestro encuentro en la red era inevitable. Lo que
sorprende es que hayamos establecido una sinapsis tan explosiva y tan efectiva.
Por eso cuando volé por primera vez a Brasil todo era de una extraña sustancia
virtual, pero de una igualmente asombrosa materia tangible. Aterrizar en el
Aeropuerto Pinto Martins de Fortaleza y encontrarme a la una de la mañana con
las caras sonrientes de Socorro y con la tuya, dispuestos a llevarme a beber
cerveza y ver a los jóvenes bailar Forró junto al centro cultural Dragão do Mar
era poner literalmente los pies sobre la tierra.
Pero ahora yo
te pregunto ¿Cómo viviste el arribo a esa velocidad de escape, como fue tu
migración a la virtualidad y el alfabetismo cibernético?
FM | Tienes razón sobre la
casi absoluta ausencia de fraternidad en lo que acaso podríamos llamar
“comunidad de los poetas”. Es una lástima, porque justo ahí uno podría esperar
una más alta confirmación de esa humanidad que nos llena de magia. Asimismo, el
trabajo que has realizado en Alforja
fue lo más expresivo, si pensamos en esa indispensable complicidad que agrega
respecto y admiración al quehacer literario. Un gesto de complicidad tan humano
y al mismo tiempo cósmico, que seguro fue una de las firmas más constantes de
nuestra amistad. Recuerdo que allí mismo, en el período de Alforja, y luego de inmediato a nuestro primer encuentro físico,
como tan bien lo recuerdas, empezamos a trabajar en la preparación de un número
de la revista dedicado a la tradición lírica de Brasil. Y luego estuvimos
juntos en otras oportunidades –-sea en México, Brasil o en otros puntos del
planeta– buscando realizar cosas, a punto de agotar nuestras fuerzas en nombre
de esa comunidad muy poco solidaria.
Antes del
fenómeno de la Red yo me había dedicado a otra forma de comunicación, con una
intensidad casi igual, dado el descuento de que su velocidad era menos
devoradora. Pero era igual, para mí, el sentimiento desbordado de esta
necesidad que yo creía humana, la necesidad de comunicación, sobre todo la
necesidad de identificación con el otro. Así que utilizaba una parte de mi
sueldo de empleo –en esa época yo trabajaba en un banco– para costear gastos de
correo, primero en Brasil, luego abriendo las alas de la osadía para
presentarme a escritores, periodistas y fundaciones en varios países. Y lo
hacía con una voraz obsesión. Estaba decidido a salir de mi precario sitio de
aislamiento, sí, pero creo que mi empeño más grande siempre fue en el sentido
inverso, o sea, traer el mundo para dentro de mi casa, esa casa tan solitaria
llamada Brasil. Una casa que de algún modo parece temerse a sí misma. En esta
época llegué a editar algunos periódicos para la difusión de la poesía, sí,
pero igual del pensamiento, pues me hacía falta la afirmación de ideas por
parte de los poetas en Brasil. Era un territorio demasiado árido y necesitaba
ser tratardo con más atención. De esta época, el trabajo más consistente me
parece fue el periódico Resto do mundo.
Cuando entra
en escena el mundo cibernético, el cambio fue inmenso. La ganancia de tiempo,
la economía de costos, la perspectiva de producción de nuevos medios de
difusión, todo eso trajo nuevos estímulos, además de la presencia de una
experiencia que ya había logrado establecer algunos puntos mágicos de actuación
en sitios como Portugal, Costa Rica, Colombia, Venezuela… Todo eso se ha
multiplicado, irrefrenablemente, lo que ha permitido la creación de Agulha Revista de Cultura. Me parece que
de tu parte hubo algún tipo de resistencia al mundo virtual, o mejor, un
interés mayor por la realización en el mundo editorial impreso, con la
publicación de revistas y libros. Solamente ahora, 15 años de trabajo editorial
con la revista, es que he empezado a producir libros impresos. Pero este tema
me lleva a una inquietud. ¿Cómo funciona en México el mercado de publicaciones
impresas? No hablo únicamente de eses puntos de infortunio que viciosamente
llamamos de crisis, sino de la realidad funcional de este mercado.
JAL | Más que resistencia a
lo inevitable, creo que me movía con cierta cautela. Desde mi trabajo editorial
y periodístico en la revista Mundo,
Culturas y Gente, y más aún desde antes, en diversas revistas en las que
ensayaba mi situación en el ancho cibermundo. Había dirigido una revista Ambiente, que trataba, como ya lo
sugiere el título, de los ecosistemas, de la defensa de un buen desarrollo
ambiental ante el crecimiento urbano desmesurado, sobre todo de ciudades
gigantes, que ahora se conocen como megalópolis, tipo Ciudad de México o São
Paulo. Estoy hablando de fines de los años ochenta e inicios de los noventa.
Intelectuales e investigadores de la comunicación como Abraham Moles se
preguntaban, ser más rápidos ¿para qué? Sobre todo ante la caída del Muro de
Berlín, de observaciones de escritores como Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, y en
contraste con un mundo pesado, denso, mecánico y oscuro como el soviético, que
no obstante había mantenido su carrera espacial y armamentista. La Guerra fría
llegaba a su fin y se anunciaban los fines de todo. Fukuyama prendía la mecha y
nos alarmaba con el fin de la historia, otros hablaban del fin de las
ideologías, del fin del libro, del fin de la novela. Era sí, el fin del mundo.
Además, estaba en puerta el fin del siglo y el fin de otro milenio en la
contabilidad humana, occidental. Yo mismo había escrito un libro como Catulo en el destierro, en el que
colocaba a un personaje, eco del antiguo poeta romano de antes de la era
cristiana, más o menos del año 50 A.C, y de las proximidades de la decadencia
de un imperio, el romano. Ese personaje contemporáneo nacía de las entrañas de
una megaurbe, del derrumbe de una experiencia social, del deceso de las utopías
y de la desnudez de los monstruos del sueño de justicia social y equidad. El
desencanto crecería ante la lectura de El
caso Tulayev de Víctor Serge, que reapareció por esos años con el sello de
Ediciones El Equilibrista y en el que nos revela los procesos de Moscú. Una
rueda de la fortuna de los juegos de poder más siniestros imaginables.
Me gusta mucho
el concepto de Jean Baudrillard de que el hombre trascendente se volvió
exorbitante cuando rompió la fuerza de gravedad y se miró desde el Cosmos en su
planeta; más bien veía su casa planetaria, pero no a sus habitantes, sólo los
efectos de dicha presencia. Para muchas personas de nuestra generación, nacidas
en los años cincuenta, el anuncio de la llegada del hombre a la Luna fue un
suceso extraordinario, como lo fue la agitación de 1968, tendríamos alrededor
de 10 o poco más años de edad, pero el prohibido prohibir, la imaginación al
poder, entre otras, fueron consignas que se quedaron en nuestro inconsciente
con gran fuerza. Para mí Marshall McLuhan fue una revelación cuando afirma que
con la electricidad el hombre extendió su sistema nervioso, y con sus
sucedáneos representó el cuerpo con prótesis que ampliaban su presencia en el
ámbito de la realidad, de su percepción y acción a distancia. Entonces nos sitúa
en la cresta de una gran revolución del conocimiento, de los hábitos, de la
comunicación y de los alcances humanos. Ya Baudelaire anuncia ese salto, ese
delirio, cuando nos describe la velocidad y la iluminación de París, la
creación de grandes bulevares bajo la mirada arquitectónica de Haussmann, la
vida privada exhibiéndose en la vía pública, el poder de la moda, el
significado de la macadam (asfalto); eso en la segunda mitad del siglo XIX.
Rimbaud es sin duda el chispazo de una belleza incomprendida, de una
iluminación experimentada en los desenfrenos del infierno intelectual que lo
colocan ante el espejo, ese yo otro, ese desconocido que nunca es el mismo, que
no es él mismo. Lautréamont, Isidore Ducasse, experimentaría un vértigo
semejante. La noción del mal deja entrever una belleza perturbadora. Entonces,
sí, la percepción de esa fuerza transformadora me hacía moverme con titubeos
sobre la plataforma y los soportes de la virtualidad. Me alfabetizaba con
timidez, pero con decisión, en esta nueva noción del espacio.
Yo había
trabajado algunos años en la divulgación de la ciencia y la tecnología tras
abandonar la medicina. Recuerdo la frase de uno de mis entrevistados, el doctor
Ramón de la Fuente, jerarca máximo de la salud mental en México: “Es más fácil
viajar al cosmos que al cerebro humano”. Era cierto en ese momento, 1984,
quizás. El año de George Orwell. A la vuelta de unos 10 años esa afirmación
caía por su propio peso. La entrada de aparatos electrónicos como la tomografía
axial computarizada o la tomografía por emisión de positrones permitía hacer
cortes y análisis del cerebro sin tener que abrir el cráneo para hacer
diagnósticos de su interior, al mismo tiempo se reactivaban los viajes
espaciales, la carrera satelital, la exploración del cosmos a través de sondas,
la biotecnología, la biogenética. La aparición de la Internet, para Ernst
Jünger, al final del siglo XX, era la experiencia de la telepatía,
literalmente. Cada mañana al abrir su conexión a Internet, decía, entraba en
comunicación automática y simultánea con miles de mentes en diversos puntos de
la Tierra. Me siento pues, mi querido Floriano, aun confuso e incierto no en la
velocidad de los desplazamientos, en la rapidez y la simultaneidad de la
comunicación, en la brevedad de nuestros actos y la claridad de lo efímero,
sino en la comprensión de lo humano, en la importancia o no de la vida propia y
ajena, en el valor íntimo de las cosas, las personas, los actos, los gestos,
los sentidos. Tenemos más, sabemos más, conocemos más, poseemos más, pero me
pregunto si aún la frase de Shakespeare, en boca de Hamlet, “ser o no ser, es
la cuestión”, está vigente y si no nos plantea otra más inmediata “¿ser para
qué?”
FM, José Ángel Leyva & Hélio Rola. Fortaleza, 2004 |
FM | Bueno, tú mismo ya lo
respondes. Ernst Jünger ayuda en la comprensión: “Los nuevos valores no están
aún vigentes, los viejos ya no lo están”. Eso siempre fue una perturbadora
verdad, pero ahora la velocidad con que cruzamos las calles con los nuevos y
viejos valores es tan fascinante que no nos damos cuenta que ambos siguen sin
tocarse. Estamos en lo mismo, persiguiendo nuestras sombras. El hombre jamás
supo para qué es. Tantear en la oscuridad con el dilema de ser o no ser siempre
nos pareció en grado cero de la tragedia humana. En la relación hoy demasiado
efímera entre arte y filosofía, por ejemplo, muchos de los valores de la
segunda mitad del siglo XIX siguen vigentes. En la creación artística, por
ejemplo, hace medio siglo que se repiten los conceptos de las vanguardias de
los años ‘20 y ‘30 de la siguiente centuria. La Religión hace mucho no descubre
una ventana que sea en el callejón sin salida donde se metió. Las maravillas de
la ciencia todavía están maniatadas por el poder financiero. Las tres gracias,
en la más pura esencia –la ciencia, el arte, la religión– siguen sin respuesta
para tu pregunta. La Religión siempre fue adicta al fin de los tiempos; el arte
vive hace mucho obsesionada por el cambio automático, al paso que los artistas
siguen creyéndose dioses; la Ciencia es la más visible expresión de la
presunción, una vez que a todo instante mata el tiempo para afirmarse como el
nuevo punto de referencia. Pero, lo que importa es que en todo estamos hablando
del hombre, siempre el mismo personaje, que no parece estar muy consciente del
peligro a que expone el mundo con sus tremendas oscilaciones de conceptos.
De todos
modos, querido, mi pregunta sigue sin respuesta, y aquí la amplío un poco.
Fíjate que no hay más que dos novelas de Ernst Jünger publicadas en Brasil.
Hasta aquí desconocemos sus ensayos y los diarios. Un libro fundamental como Die Schere (1990) es un pecado que no se
lo conozca en lengua portuguesa. Por eso me parece importante tratar aquí un
poco de la realidad del mercado editorial en nuestros países, en lo que son
modelos decisivos de formación cultural de una nación. Casi 90% de mi biblioteca
está formada por libros en español y puedo pasar horas hablando con amigos
escritores en Brasil de autores que son del todo desconocidos, lo que me parece
asombroso. Por supuesto que el tema “¿Lo que queremos ser?” no está sino
agravado por la obsesión tecnológica, por el encantamiento ante la velocidad de
las cosas. Al vaciar su propia casa el hombre no encuentra en el mundo un sitio
donde pueda reconocerse.
JAL | Voy a la respuesta
específica sobre el mercado de las revistas impresas en México. Supongo que te
refieres a las revistas “culturales-literarias”. No creo que sea muy distinta a
países como Argentina o Brasil, Colombia o Ecuador. Hay un mercado muy
abundante en lo que se refiere a revistas comerciales y a revistas que cuentan
con fuertes apoyos del gobierno como Letras
Libres o Nexos, por citar dos
ejemplos relevantes de la escena nacional y que constituyen grupos muy fuertes
de intelectuales con poder. No está mal que reciban apoyos para realizar sus
actividades editoriales, lo que se ve mal es la desigualdad en el trato, que
refleja una clara vocación de inequidad en la distribución ya no digas del
ingreso, sino de todos los recursos de la nación.
Con todo y
eso, hay publicaciones que intentan sostener su presencia en el ámbito mexicano
y de habla hispana, como es el caso de La
Otra, o como la hacen los de Círculo
de Poesía, o publicaciones como Blanco
Móvil que ahora se atreve a dar el salto para meterse al ciberespacio, y se
encuentra la acción de la Fundación para las Letras Mexicanas. Pero la intención
de crear redes de mestizaje intelectual, como llamamos a aquel encuentro que
propiciaste desde la Bienal del Libro de Ceará en el 2008, y que está
consignada en una conversación que sostuvimos y que titulé “Cibercultura en tiempos de analfabetismo global”.
También escribí una reflexión sobre ese encuentro en un ensayito “Mestizaje cultural en la red”. El problema de
nuestro analfabetismo global y nacional, local, pasa entonces por la
sobresaturación de información y la incapacidad para discernirla y aprovechar
el conocimiento. No hablo por supuesto de las élites dominantes de nuestros
respectivos países, hablo de nuestras ciudadanías manipuladas y enajenadas,
encapsuladas en las eternas promesas de bienestar y desarrollo. ¿Te imaginas
las potencias editoriales que serían Brasil y México si sus mercados interiores
fueran en verdad consumidores de lecturas?
FM | Por supuesto la
constatación de este cambio valioso es motivo suficiente para evitarlo, de
acuerdo con la visión inmediatista de los que detentan las diversas formas de
poder. El espacio definido por lo que llamas de ciudadanías manipuladas, en Brasil es muy alarmante, sea por la
extensión, sea por la forma como, a lo largo de nuestra historia, se fue
configurando, puesto que la manipulación en lo que se pueda llamar de sistema
general de educación siempre fue, entre nosotros, más que simple descanso,
siempre fue muy bien direccionada por las élites dominantes. Ya en nuestro
encuentro en una mesa de discusión sobre revistas de cultura y políticas
nacionales, en Huelva, España, tratamos de esto, recuerdo que cuando hablaste
de los 100 millones de expectativas que encontrabas en México, yo las contrasté
con los 200 millones de problemas que tenemos en Brasil. No sé cómo desde
entonces ha cambiado la situación en tu país, pero en el mío no ha pasado nada
más allá de una estañación que, ella misma es un acelerador de catástrofes
sociales e culturales. Ya no es más solamente la población –de todo convertida
en masa electoral y consumidora– sino su parcela intelectual, siempre mínima,
que ha perdido sus puntos de visión. El país hoy es una inmensa barca a la
deriva.
Bueno, pero
aquí estamos, hemos realizado cosas, hemos encontrado salida para la creación y
la producción, de modo que no quiero la máscara de un profeta de la catástrofe,
aunque ni pensar en usar la otra, de un bobalicón de feria de variedades. Dime,
La Otra es un proyecto personal que
vino de un proyecto grupal, con Alforja.
¿Qué ha cambiado desde entonces en tu visión del papel que representas como
fuente de indicaciones, de iluminador de escenarios?
JAL | No me veo como un
poeta puro ni de la pureza, sino como un ciudadano, un sujeto consciente de la
otredad, de los otros en su individualidad. Quizás por ello me resulta muy
difícil desvincular el quehacer lírico de mi quehacer cultural. Nos quejamos de
la falta de lectores, de la ignorancia de nuestras comunidades, pero
demostramos una enorme incapacidad de sentirnos los otros, de ser los otros, de
ser nos otros. Veo en la poesía un regodeo de la imposibilidad, del ser
distinto a los otros por ser especiales y no por ser otros, ser como lo apuntó
Rimbaud un yo otro, un yo en transformación continua, una consciencia en
tránsito. Se busca a toda costa el re-conocimiento sin trabajar por el conocimiento,
sin su revelación, sin correr riesgos de ninguna índole, salvo el anonimato. En
un proyecto colectivo cada quien es responsable de su papel en el trabajo o en
el ideal común, en la construcción o destrucción del esfuerzo. Esa fue
justamente la dinámica en Alforja, no
un solo propósito e interés sino varios objetivos individuales que con el paso
del tiempo emergieron con fuerza y sin tapujos, pero amparados bajo la mampara
poco creíble de “la fraternidad universal de los poetas”, pues la revista
concluyó con la disolución de las amistades y la disputa por los méritos y
quizás hasta de su historia. Así, La Otra,
que se iba a llamar La Otra Alforja,
para evitar conflictos por el pasado y con el pasado, se quedó sólo en La Otra, pues fue un nombre en disputa
por el fundador e iniciador de aquel proyecto colectivo.
La diseñadora,
María Luisa Martínez Passarge y yo decidimos crear un nuevo proyecto, con un
formato y un diseño más modernos, pero también con una idea diferente, sin
desechar la experiencia que ya teníamos con Alforja.
En octubre del 2008 pusimos a circular el primer número de la revista impresa.
Coincidía con la presencia de un gran número de poetas internacionales que
venían a Poetas del Mundo Latino y otros que habían venido a la Feria del Libro
de Nuevo León, como fue el caso de Lêdo Ivo, quien se tomó la primera foto un
lunes, en el centro cultural Casa Lamm, y el martes voló a Río de Janeiro para
volver el jueves por la noche y estar en la segunda foto el viernes por la
mañana. La vitalidad de Lêdo era apabullante. Allí quedó constancia en las
fotos de Rogelio Cuéllar, y en algunas tomas colaterales de Pascual Borzelli,
pero también en un documental muy divertido que filmó Alfonso Serrano Maturino
y que puede verse en www.youtube.com/watch?v=8PhsYN85FDQ.
Más tarde, se
incorporaron al equipo Alfredo Fressia, primero y luego Víctor Rodríguez Núñez,
uruguayo residenciado en Sao Paulo, Brasil, el primero, y cubano ya nacionalizado
estadounidense el segundo. No ha sido un proyecto editorial de consignas ni de
propósitos estéticos o ideológicos, sino de coincidencias existenciales,
literarias y yo diría de energías y espíritus. No hay un compromiso oficial ni
de intereses mutuos, simplemente nos unió el azar y la empatía intelectual, y
diría que la amistad, también la distancia. Trabajamos cada quien por su lado y
nos comunicamos por los medios que estén a nuestro alcance. Víctor es un agente
activísimo que aporta mucho a la revista sin descuidar sus propios objetivos y
sus intereses. Alfredo es un personaje muy valioso desde la modesta dinámica de
su gigantesco entorno en São Paulo, y de su soledad poblada de amistades y
afectos, también desde el dominio de las lenguas que siente como casi maternas
además del español, el portugués y el francés. Hay muchos otros personajes
ligados a la revista electrónica y antes a la impresa, como Carlos Maciel,
pintor e historiador ahora jubilado, quien ha hecho muchas gestiones para el sostenimiento
de la publicación. Pero están todos los que han hecho antologías para la
colección 20 del XX, los autores de la colección Temblor de cielo, y quienes en
otro momento de manera desinteresada apoyaron nuestro esfuerzo como Luis
Ignacio Sáinz y el narrador Hernán Lara Zavala. En fin, eso es un poco de
historia.
FM | Este poco de historia
es fundamental para el registro de nuestro diálogo, porque me interesa aquí
justamente esta suma de historia y percepción de la misma mientras se pasa y
después. Así que gracias a los quejumbres de ego de una de las partes
formadoras del trío Alforja, surge La Otra y precisamente sin su idea de La Otra Alforja, que sinceramente sería
como mantenerse eternamente a la sombra del otro proyecto. Por veces los
infortunios son una perla magnífica. Todavía salen ediciones impresas de La Otra? La historia de Agulha Revista de Cultura igual tiene
que ver con un infortunio. No fuera por la imposibilidad de seguir con el
proyecto de una revista impresa – de nombre Xilo
– confieso que jamás pensaría en editar algo solamente en el mundo virtual. En
los primeros años fue difícil para mí alcanzar buena calidad visual sea por
desconocimiento de los medios, por trabajar sólo o por la dependencia de un
proveedor en quien yo no tuviera que poner plata alguna. Los primeros diez años
de la revista la compartí con Claudio Willer, pero su trabajo allí era el de
redactar conmigo los editoriales y ocasionalmente invitar algunos
colaboradores. Lo demás – definición de pauta, revisión de originales, diseño
gráfico, preparación de páginas para bajar a la red, difusión etc. – era mi
responsabilidad. Cuando llegamos al número 70 creí que era la hora de cerrar
las puertas. El proyecto tomaba mucho de mi tiempo y yo mismo tenía ganas de
hacer otras cosas. Pero fue imposible, una vez que la magia de la red, la muy
amplia circulación de la revista, las amistades, proyectos comunes con muchos
colaboradores – tú entre ellos –, todo eso fue definitivo para la decisión de
seguir el viaje. Así que he creado una opción, a la que llamé Agulha Hispânica, una revista dedicada
solamente al mundo artístico y cultural de lengua española. En ese proyecto he
trabajado sólo por dos años, tiempo suficiente para definir una serie de
cuestiones: la elección de un nuevo coeditor, nuevo proyecto gráfico, el cambio
de proveedor etc. Así que desde enero de 2012 pasamos a publicar Agulha Revista de
Cultura ya en su fase II y con la presencia a mi lado de Márcio
Simões, joven editor que desde entonces dirige la Sol
Negro Edições, una casa de libros artesanales. Márcio comparte conmigo
todas las etapas de realización de la revista, lo que da más gusto y agilidad
al trabajo. Con eso he generado coraje para arriesgarme en las ediciones
impresas, no de la revista, pero de una serie de libros, para ello creamos otro
sello: ARC Edições. Ahora trabajamos juntos
en varios proyectos, y finalmente tenemos en Brasil libros de autores como
Enrique Molina (poesía), Vicente Huidobro (prosa poética y manifiestos), Aldo
Pellegrini (ensayos y poesía), Cruzeiro Seixas (poesía y plástica), Hans Arp
(prosa poética) y otros que seguimos preparando.
Aquí está la
historia de nuestras aventuras editoriales, querido. Es un buen registro. Por
supuesto que somos ciudadanos, uno no podría, sobre todo en nuestros países
tomados de asaltos constantes por una barbarie política, sentirse como
habitante de un castillo aislado de todo. Además la base de nuestros problemas
sociales radica en la educación, así que como escritores y editores que somos
sería imposible vivir al margen de la realidad. Pero esto no quiere decir que
seamos ajenos a otra realidad, la realidad estética, la nuestra y de las artes
en nuestro tiempo, tan marcado por los caprichos de mercado, que ha
extorsionado la consciencia estética hasta el punto de ya casi no haber sangre
en esta tierra. Así que podríamos hablar de nuestras peleas, en nombre de la
estética, con la voz poética de cada uno y las acciones y reacciones generales
de artistas y mercado en nuestros países.
JAL | Los procesos
históricos de nuestros países, receptores de fuertes flujos migratorios de
Europa, principalmente, pero también de otros continentes, por diversos
motivos, primero en busca de fortuna y de dominios, luego también por causas de
las guerras y las crisis económicas en sus lugares de origen, la pobreza y el
desabasto, las epidemias, una cadena de motivos que fueron poblando nuestras
geografías y componiendo estos mosaicos culturales y raciales que definen
nuestras naciones o que les impiden aún arribar a su aceptación ciudadana. Sin
excepciones, hay una predominancia económica y cultural, política, de corte
criollo. El criollismo continúa siendo el factor dominante. Aun cuando los no
blancos arriban al poder o a los estratos económicos privilegiados asumen una
conducta criolla, una necesidad de blanquear su pertenencia a esos rangos. No
quiero dejar la impresión de que idealizo el indigenismo o la supremacía negra,
tampoco el mestizaje como fórmula democratizadora de las razas. Pienso en todo
caso en una educación que contemple la pluralidad étnica, la diversidad de
raíces y la continuidad de un flujo migratorio inevitable. Lo que están
viviendo los europeos ya lo vivieron los países de América hace siglos, pero no
como potencias de la conquista, ni como mercados en expansión, sino como suelos
dominados. Brasil como México arrastran lastres mentales que les impiden verse
tal como son, pueblos coloridos, poseedores de un bagaje linguístico y étnico
que por fortuna no ha desaparecido del todo y que emerge, no solo como acto de
supervivencia sino de resistencia cultural.
Digo esto
porque hay fenómenos internos que son invisibles, que pasan como aguas
subterráneas en las dinámicas periodísticas, en el diseño de políticas
culturales, en la perspectiva conceptual de las publicaciones literarias y
culturales de nuestros países latinoamericanos, tan preocupados por Europa y tan
olvidados de sí mismos. La emergencia del movimiento indigenista de 1994 en
México, los Zapatistas de Chiapas y luego de todo el país, nos hicieron ver una
realidad oculta, negada, innombrada. Casi 70 lenguas vivas, con sus respectivos
dialectos, grupos humanos en resistencia casi larval, encapsulados en adjetivos
que significan atraso, inferioridad, desprecio, olvido, repugnancia, fealdad,
todo lo que no se quiere ser y se es. Culturalmente estamos determinados por la
ceguera y la incapacidad de sentir las presencias significativas de nuestros
entornos, de nuestros medios. Culturalmente, digo, se conforman nuestras ideas
territoriales, nuestros sentidos de identidad y pertenencia, la idea de nación,
de raza, de tribu, de persona.
Aún recuerdo
discusiones en Fortaleza en casa de Hélio Rola acerca de si Brasil, el pueblo
brasileño, era o no latinoamericano, de si hay o no un mestizaje reconocido, o
si la palabra mestizo entra o no al vocabulario institucional, o si la palabra
pardo designa la mixtura racial, si Brasil es en todo caso una sociedad europea
trasplantada a suelo americano en lengua portuguesa. Hay grandes asuntos de
visibilidad cultural en nuestras naciones que no son abordados con
determinación y coraje. Insisto, en México un fenómeno claro de esa acción
visible fue el movimiento zapatista e indigenista de 1994. Nos confrontó sin
ambages con una realidad coexistente, pero oculta. La importancia de una lengua
dominante sobre otras sesenta y sobre grupos humanos que preservan sus usos y
costumbres, sus imaginarios. Esa relación de poder idiomático, esas ventanas
tapiadas que sólo permitían un asomo turístico y morboso, acaso antropológico.
Esas realidades ensombrecidas no nos permiten vislumbrar el horizonte cultural
de nuestras comunidades, complejas y ricas, asombrosamente ignoradas. Pero una
cosa es evidente, esa ignorancia justifica la estratificación no sólo social y
económica, sino cultural y humana. Impone una limitada visibilidad intelectual,
estética. Allí es donde advierto que deben entrar iniciativas editoriales como Agulha
Revista de Cultura y como La Otra, descolocadas de lo local, pero
emergentes de esa localidad provincial que recorre el mundo lanzando
interrogantes a diestra y siniestra, recogiendo enigmas, haciendo acopio de los
esfuerzos de claridad en esta aldea convulsionada por viejos problemas
civilizatorios: reparto de los mercados del mundo, fundamentalismos religiosos
confrontados con los fundamentalismos capitalistas, Occidente contra Oriente,
el cielo y el infierno, buenos y malos, el sur y el norte, globales y locales,
éticos y cínicos, pobres y ricos, demócratas y terroristas, pacifistas y
guerristas. Me parece entonces que la poesía y la cultura tienen mucho por
descubrir, mucho por dialogar, por preguntar, por indagar. Mirar hacia afuera
sin descuidar el adentro. En esa perspectiva veo a nuestras revistas, en la
perturbación.
Quizás me he
desviado un poco o mucho del foco de tus intereses. Es tu oportunidad de
reorientar la conversación, si así lo consideras.
FM | No fue propiamente un
desvío, sino el recuerdo feliz de que el dilema central es otro, y demasiado
grande para que no sea visto. Lo que pasa es que tenemos la mirada rellena de
oscuridad. Una oscuridad que es en grande parte religiosa, pero también un
recelo de descubrir la verdad oculta, también por medios religiosos – por
supuesto hablo de la religión del colonizador –, donde abrigamos, por ejemplo,
los refugiados de nuestra naturaleza indígena. El tema indígena en Brasil hoy
es una mezcla de honda tristeza aculturada y un mea culpa intelectual, casi diría seudo-intelectual. Además, lo que
me parece el punto más neurálgico, es nuestro rechazo a tratar en serio esas
cuestiones fundamentales de nuestro espíritu. Por supuesto, Brasil está ubicado
en Latinoamérica sin que haga parte de esa concepción regional. Tal vez pase
igual con la mitad francesa de Canadá, aunque supongo por razones distintas.
Bueno, seguro que con efectos muy distintos. Nuestras revoluciones no fueron
más que cambios de poderes. Evitamos la cultura hispanoamericana como se fuera
el mismo demonio. Aunque vivamos la nostalgia europea, tampoco tomamos
conocimiento de sus raíces, tampoco de ella nos acercamos como uno podría
pensar. Hay algo que nos aleja del mundo. A veces pienso que Brasil es una
civilización extraterrestre que rechaza la comunicación con el resto del
planeta. Como si viviéramos una realidad paralela, al mismo tiempo cerca y
lejos de todo. Una región rellena de miseria, pero al mismo tiempo que
reacciona como se fuera un Paraíso, que vive en fiesta para encubrir su dolor,
que se ríe de todo, pero no con desenmascaramiento, sino como quien no
comprende lo que pasa. Un tipo de ignorancia disfrazada de descaro.
Fíjate en los
reflejos que eso puede significar en la cultura artística. La repetición
inagotable de unos pocos conceptos estéticos que resurgen siempre como si
fueran la novedad, un tipo presuntuoso de vanguardia que se limita a la
superficialidad de la creación. El mercado explota y engaña más fácilmente, es
verdad, pero este es el apetito voraz del mercado, a que el arte debería
reaccionar. Pero aquí está una vez más el tema de nuestro miedo de tocar la
esencia de las cosas. Seguimos con la verdad del mercado, que es la verdad de
los medios y que alimenta nuestro ego. Tales manifestaciones del arte dejan de
ser estéticas, porque son profundamente conservadoras. Para no decir que se
trata simplemente de cobardía. Y aquí hablo de la creación en general, la
música, la plástica, el teatro, el cine, la literatura.
En medio de
todo eso, Leyva, el tiempo pasa, con su caravana de relámpagos, y algo cambia
en el mundo, un cambio que todavía está lejos de ser comprendido, porque de
algún modo estamos por salir del fracaso de la polarización de los sentidos de
las cosas, pero estamos en un punto muy peligroso, de exacerbación de esa
polarización, momento en que cuerpo y alma ya no se complementan. Nosotros, en
particular, tenemos una dificultad inmensa de percibir lo que pasa, sea por el
subdesarrollo educacional, sea por el consecuente embotamiento de los sentidos.
Así que en Brasil todavía estamos demasiado dependientes de la parte, lo que
nos impide aceptar el todo. Nuestro Yo aún no es el otro, tampoco es distinto,
porque simplemente no se reconoce, en nadie.
La realidad en
nuestro tiempo es lo que afirma la primera plana de los periódicos, impresos o
virtuales. La realidad de los medios, que cambia de modo vertiginoso, pero lo
suficiente para mantener su ordenamiento interno. Para los medios el caos no
pasa de un truco. La mala política ha tomado por asalto nuestras vidas. La
miseria es cortante, poco a poco destruye un país entero. Y ya no hay reacción
a todo eso. La gente está intentando sobrevivir, nada más. Además
experimentamos una declinación del sentido estético, el arte se ha dejado
convertir en pieza de mercado, nada más.
¿Cómo es posible en un momento así hablar de los conflictos entre la velocidad de la información y la conformación de la sabiduría, entre la idea y el concepto, entre la palabra y la imagen, entre el sueño y el deseo, entre lo visible y lo oculto, entre lo inútil y lo útil, entre lo trascendente y lo exorbitante? ¿Con quién y para quién hablar?
JAL | Celebro esa “caravana de relámpagos”. Me hace pensar
en la realidad destellante y fantasmal que describe Baudelaire en la segunda
mitad del siglo XIX, en ese proceso de rediseño del espacio urbano, de una
ciudad, París, que es el emblema del cambio hacia la modernidad capitalista,
con sus bulevares trazados por Haussman, el espectáculo de la vida privada y de
las enormes diferencias sociales donde el placer y la necesidad se cruzan
frente a los aparadores luminosos y los cafés al aire libre. La ciudad luz, la
noche iluminada. Rimbaud sería entonces esa estrella contradictoria y
relampagueante que hallaría a la belleza amarga, ese deseo resuelto en la
ansiedad y la prisa, consumido y consumado en la embriaguez de los sentidos y
en la revelación del mañana, de un porvenir sin ilusiones, de un yo otro que se
es extraño y familiar a la vez, pero siempre distinto de sí mismo.
Esa mirada de la
modernidad se vive de manera distinta en Brasil y en México a principios del
siglo que corre y en el anterior. En primer lugar por razones geopolíticas,
como tu bien lo apuntaste, nuestra vecindad con Estados Unidos, la nación no
sólo más poderosa del mundo sino el bastión de la modernidad planetaria, y
nuestra herencia hispanomexicana; Brasil, por su lado, un país territorialmente
continental con una fuerte centralización de la economía, la política y la
cultura, algo que comparten ambas naciones latinoamericanas. Pero la fuerza y
el interés de Brasil por lo moderno es mucho más fuerte que en México. Ello se
debe en gran medida porque carece de una herencia monumental del pasado
prehispánico y una relación satelital con una nación y una cultura como la
española. España es, por citar un ejemplo, el centro rector del mercado
editorial de habla hispana con cerca de 50 millones de habitantes. Esa relación
no existe con Portugal en ningún sentido. La otra cuestión es que nuestras
vanguardias, como el Estridentismo, o la presencia notable del surrealismo en
México, concluyen siempre en una especie de reconciliación con la tradición. No
juzgo si está bien o mal, simplemente anoto una tendencia y una realidad. Al
mismo tiempo, la intelectualidad mexicana es una comunidad abierta a todo
cuanto viene o aparece en el horizonte cosmopolita. México es un país abierto
por todos sus costados y con una frontera que representa la mayor desigualdad y
la más marcada asimetría entre naciones. La hibridez y la mezcla forman parte
del discurso de sus artistas y escritores. Quizás por ello un símbolo kitsch
como Frida Kahlo o las expresiones de la comunidad fronteriza y migratoria en
Estados Unidos llame tanto la atención.
Lo cierto es que la
cultura mexicana suele verse a través de la mirada de fuera, como el Chac Mool
de Henry Moore o el Infrarrealismo de Roberto Bolaño. Hablo entonces de la
visibilidad estética y de la perspectiva histórica que determinan en gran
medida nuestras expresiones y manifestaciones culturales y artísticas. Brasil
tiene como preocupación central el futuro, para México el pasado es aún
motivación del mañana. Y no obstante, el motor de los cambios empuja cuesta
arriba. Es interesante cómo se polarizan los debates entre quienes ocupan las
salas de exposiciones con arte conceptual y quienes no ven arte sino
ocurrencias, improvisación, actos banales en contra de la fuerte tradición pictórica
en México, ya sea pintura figurativa o abstracta. Es decir, la pintura contra
el arte conceptual sin matices, sin posibilidades de convivencia o de
interacción, de retroalimentación. En la poesía hallo algo semejante, una
guerra a muerte entre la poesía de la claridad (comunicativa) y la poesía de la
expresión o del lenguaje. Pero no encuentro un acto de rebelión y de revelación
como el de Ferreira Gullar con su Poema Sujo (sucio), donde nos
confronta con la trascendencia del lenguaje banal en su capacidad de mutación y
lucidez sobre lo humano y lo inhumano. Quizás se gestaba algo semejante en la
poesía de José Carlos Becerra, pero murió muy joven para saber si tenía un
propósito semejante. Yo lo percibo en un poema como “Batman”, del cual te cito un
fragmento:
La señal… la señal… la señal…
Así sonríes sin embargo, confiando otra vez en tu discurso,
mirándote pasar en tus estatuas,
flotando nuevamente en tus palabras.
La señal, la señal, la señal. Y entretanto paseas por tu habitación.
Sí, estás aguardando tan sólo el aviso,
ese anuncio de amor, de peligro, de como quieran llamarle,
ese gran reflector encendido de pronto en la noche.
Y entretanto miras tu capa,
contemplas tu traje y tu destreza
cuidadosamente doblados sobre la silla, hechos especialmente para ti,
para cuando la luz de ese gran reflector pidiendo tu ayuda,
aparezca en el cielo nocturno,
solicitando tu presencia salvadora en el sitio del amor
o en el sitio del crimen.
Solicitando tu alimentación triunfante, tus aportaciones al progreso,
requiriendo tu rostro amaestrado por el esfuerzo
de parecerse a alguien.
FM | Lo que antes fue la
más vertical aceleración ahora es lo inverso y hay un clamor por la
desaceleración. Pero en verdad hay un descontrol de las ansiedades, un hambre
sin frenos por la novedad, que resulta por crear las malas condiciones de
suportar los ritmos que nos imponen ciertos factores, sobre todo las trampas
publicitarias. De todos modos seguimos como dominados por las máquinas de hacer
espectáculos, incluso el espectáculo de la política, las máquinas de fantasear
deseos, las máquinas de generar negocios de todo orden.
En Brasil pasa
igual fenómeno con eso de que nuestras vanguardias regresan al huevo de la
tradición. O tal vez peor, nuestras vanguardias, en su esencia, no se alejan de
la opresiva tradición de nuestro formalismo estéril, nuestro parnasianismo
eterno. La presencia del Surrealismo en México prácticamente se resume al mundo
plástico. Es algo curioso cuando pensamos en instancias y mismo residencias en
México de surrealistas como Artaud, Breton, Moro, Péret, entre otros. En Brasil
tuvimos una gracia del azar, el hecho de que algunos de nuestros artistas
plásticos también escribían, tales como Ismael Nery, Cícero Dias, Vicente do
Rego Monteiro, Maria Martins, Flávio de Carvalho etc., lo que ha enriquecido la
creación por todas partes. Pero también entre nosotros el Surrealismo fue algo
raro. Mantuvimos, en la altura de los primeros momentos del movimiento, una
secreta relación en prosa y verso, donde pueden destacarse nombres como Murilo
Mendes y Antonio de Alcântara Machado. Más que secreta, una relación borrada,
la encontramos en el teatro de Oswald de Andrade. En general, el Surrealismo
fue muy despreciado en Brasil, y hubo casos criminales como el silenciamiento
de esa que fue nuestra máxima expresión surrealista, la escultora Maria Martins.
Esa estrategia de ninguneo ha sido impuesta a todos los demás, pero fue algo
demasiado brutal el caso de Maria. En México hubo algo curioso, la posterior
redirección de los caminos de la lírica gracias a las interferencias de Octavio
Paz, que se ha desempeñado de pastor de ovejas negras, diseñando un nuevo mapa
de las letras en su país. Bueno, en eso también nos acercamos mucho, y
peligrosamente.
En la poesía
recuerdo algo que dijo el pintor Francis Bacon, que la realidad en el arte es
algo artificial, que necesita ser recreada. Si no la recreamos, lo que
“estaremos haciendo será solamente la ilustración de una cosa… y una
ilustración de segunda mano”. Por supuesto la fuerza de una tradición demasiado
formalista ha impedido la recreación de la realidad en nuestra lírica. Eso ha
generado un tejido poético muy superficial, muy lejos de una densidad
existencial, más aún de una dimensión mágica. Este tipo curiosamente
presuntuoso de facilismo del lenguaje es lo que más ha llamado la atención de
todos, autores, medios, editores, críticos, lectores. Tienes razón cuando
hablas de Ferreira Gullar, su obra poética, camino al poemario Poema sucio fue toda hecha de riesgos
que, por supuesto, hoy lo sabemos, conducirían a este libro. Hubo otros puntos
de ruptura, antes y después de Gullar, pero repito que casi siempre volvemos a
la ilustración.
JAL | Bueno, Floriano, me
pides que cierre esta conversación que propiciaste e iniciaste. Retomo entonces
el concepto riesgo, que has apuntado en tu reflexión sobre las vanguardias en
nuestros países, en el caso particular de la poesía. Es probable que la
aceleración civilizatoria y tecnológica no deje espacios libres y estaciones
propicias para las emergencias de nuevos impulsos estéticos que generen una
onda de perturbación sobre los cuerpos de la poesía en aparente reposo, como
sucedió a finales del siglo XIX y a principios del XX, pero sobre todo a
finales del XVIII con los ideales de la Revolución Francesa, la mecanización
del mundo o Revolución Industrial, y para nuestro interés la emergencia de un
movimiento cultural como fue el Romanticismo que trazaba una relación honda del
hombre y el Cosmos, la Naturaleza, el yo ante su destino inevitable, pero con
una visión de trascendencia sobre la Tierra. Hoy esa visión cae ante el sentimiento
de transitoriedad y fugacidad de las cosas y del hombre mismo, de la persona.
Cada vez que puedo repito la frase de Jean Baudrillard relacionada a cuando la
humanidad venció la gravedad y se colocó fuera de la atmósfera terrestre,
cuando nos vimos desde el espacio, o cuando dejamos de vernos para contemplar
un planeta habitado por seres invisibles, pero de efectos crónicos y
destructivos, como virus: “El hombre trascendente se volvió exorbitante”. Esa
letalidad comprobada en las guerras, se escenifica hoy en el comercio
despiadado, en un mercado legal o ilegal para el que la persona carece de
valor. La vida se ha vuelto banal. Paradójicamente, el hombre se convierte en
un medio y no en el fin o ¿será el comienzo del fin del hombre? No quiero ser pesimista
ni fatalista, pero me parece que hay una dinámica de terror en todos los
órdenes de la vida, incluso en el espectáculo y muy a menudo en la literatura.
Aún no logro
entender el valor estético y conceptual de esa avalancha de productos de
zombies. No me cabe en la cabeza que haya público para esas baratijas que
pretenden colocarse en los terrenos de arte. No niego que pueda haber ciertos
valores estéticos en tratar esos temas, pues el arte no tiene límites en cuanto
a los asuntos a tratar. Pero intentar hacer un género de esa temática, me
parece la expresión más clara de la banalidad y la trivialidad discursiva.
¿Somos en realidad muertos vivos o muertos deambulantes?
Ni Brasil ni
México han sido hasta ahora fuentes de renovación tecnológica y científica, y
me parece que tampoco de ideas. Pero ambos han contribuido a incidir por
ejemplo en la música, en el cine, en la literatura, en la pintura, en la
arquitectura y por qué no, también en la poesía, aunque sea de manera modesta.
A su manera también han aportado su granito de arena en la música con
compositores como Silvestre Revueltas y Villalobos, o con el Bossa Nova, por
dar ejemplos. Y allí tienes, cuando han existido esos personajes portadores del
riesgo, es cuando se abre la posibilidad de abrir nuevos caminos, no solo
propios sino universales. El riesgo no es certeza de hallazgo, pero es un
requisito indispensable de la búsqueda, además de una formación sólida y un
conocimiento firme de la historia. Entonces, el riesgo es lo que hace falta en
este aceleramiento de la noticia y de empobrecimiento del espíritu, de dominio
de la publicidad sobre el deseo, y del éxito en lugar de la satisfacción de
metas personales, íntimas. Creo que el riesgo no está en relación directa con
el éxito, sino con la revelación, el descubrimiento de las otras posibilidades
de leer la realidad, de ver y ser vistos. El riesgo tampoco lo veo como la
emergencia futura de otras vanguardias, sino como exigencia irrevocable del
arte.
Las instituciones culturales fungen hoy más como reguladoras que como propulsoras o estímulos a la creación, como domesticadoras del arte, y eso no le hace bien a los artistas que se nutren de la inconformidad. No niego la utilidad de éstas, pero tal como están diseñadas sus políticas tienen un efecto pernicioso en las comunidades, pues, al menos en México, si tienen un efecto mediatizador, motivador de la complacencia, de lo correcto sobre lo audaz, de lo conservador sobre lo subversivo. Revistas como Agulha y como La Otra tienen esa tarea y ese desafío, poner documentos y señales en dirección de esas conversaciones y conversiones donde los cibernautas comprendan que no se trata de reducir la velocidad sino de aprender a viajar en ella. Como los trenes de alta velocidad o los aviones donde los pasajeros solemos pensar y trabajar sin prisa, pero estimulados por el influjo del viaje, del acortamiento del tiempo en los desplazamientos de largas distancias. Estoy convencido de que la velocidad no es prisa ni ansiedad, es parte de esa percepción del tiempo y el espacio que advirtieron Baudelaire y Rimbaud hace un siglo y medio. Creo que estamos muy cerca, si no dentro, de una era en la que volvemos a ser los nuevos hombres rupestres que se sientan ante un muro para contemplarlo y encontrar sus posibilidades plásticas, comunicativas, recreativas, místicas, y en la penumbra de nuestro entendimiento hablarle al porvenir de nuestras emociones cotidianas, de nuestro entorno y nuestro asombro. La insubordinación y la rebeldía tienen que ser la punta de lanza nuevamente contra estas culturas de zombies, contra este gusto de muertos vivientes, contra esta moda de uniformes caros.
FM & José Ángel Leyva. Punta Umbría, 2009 |
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Un nuevo continente. Antología del Surrealismo en la Poesía de nuestra América. Caracas, Venezuela: Monte Ávila Editores, 2008.
A inocência de pensar. Coleção Ensaios Transversais. São Paulo: Escrituras, 2009.
Escritura conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana. 2010.
Invenção do Brasil – Entrevistas [edição virtual]. São Paulo: Editora Descaminhos, 2013.
Esfinge insurrecta – Poesía en Chile [edição virtual, em coautoria com Juan Cameron]. Fortaleza: ARC Edições, 2014.
Un poco más de surrealismo no hará ningún daño a la realidad. México: UACM – Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2015.
Sala de retratos. São Paulo: Opção Editora, 2016.
Um novo continente – Poesia e Surrealismo na América. Fortaleza: ARC Edições, 2016.
Valdir Rocha e a persistência do mistério. Fortaleza: ARC Edições, 2017.
Laudelino Freire. Rio de Janeiro: Academia Brasileira de Letras, 2018.
Escritura conquistada – Poesía hispanoamericana. Fortaleza: ARC Edições, 2018.
Visões da névoa: o Surrealismo no Brasil. Natal: Sol Negro Edições, 2019.
120 noites de Eros. Fortaleza: ARC Edições, 2020.
TRADUÇÕES
Poemas de amor, de Federico García Lorca. Rio de Janeiro: Ediouro Publicações, 1998.
Delito por dançar o chá-chá-chá, de Guillermo Cabrera Infante. Rio de Janeiro: Ediouro Publicações, 1998.
Nós/Nudos, de Ana Marques Gastão (edição bilíngue). Lisboa: Gótica, 2004.
A condição urbana, de Juan Calzadilla (edição bilíngue). Florianópolis: Letras Contemporâneas, 2005.
Dentro do poema – Poetas mexicanos nascidos entre 1950 e 1959, Org. Eduardo Langagne. Fortaleza: Edições UFC, 2009.
A aventura literária da mestiçagem, de Pablo Antonio Cuadra (em parceria com Petra Ramos Guarinon). Fortaleza: Edições UFC, 2010.
III novelas exemplares & 20 poemas intransigentes, de Vicente Huidobro & Hans Arp. Natal: Sol Negro Edições/São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2012.
Sobre Surrealismo, de Aldo Pellegrini (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2013.
Memória de Borges – Um livro de entrevistas (2 volumes). São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2013.
Bronze no fundo do rio, de Miguel Márquez (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2014.
Tremor de céu, de Vicente Huidobro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2015.
Costumes errantes ou a redondeza da terra, de Enrique Molina (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2016.
Reino de silêncio, de Mía Gallegos (edição bilíngue). Teresina: Kizeumba Edições, 2019.
Traduções do universo, de Vicente Huidobro. Natal: Sol Negro Edições, 2016.
O álcool dos estados intermediários, de Gladys Mendía. Santiago: LP5 Editora, 2020.
A tartaruga equestre, de César Moro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2021.
Agulha Revista de Cultura
Criada por Floriano Martins
Dirigida por Elys Regina Zils
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
1999-2024
emocionei-me ao recordar o meu encontro com Leyva e Floriano.abraços
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