CÉSAR MORO ENTRE AMIGOS
SINÁN
– El poeta mexicano Enrique González Rojo, que fungía como Secretario de la Embajada
de su país en Roma, y que, a su vez, era hijo del gran poeta mexicano Enrique González
Martínez, me familiarizó con la poesía mexicana, sobre todo con el famoso grupo
de Los contemporáneos, que encabezaban Carlos Pellicer, Salvador Novo, Xavier
Villaurrutia, Gilberto Owen y otros, que figuraban en la famosa Antología, de Cuesta,
que me obsequió González Rojo. También pude informarme, a través de él, del belicoso
movimiento estridentista capitaneado por Manuel Maples Arce y German List
Arzubide. (1)
Antes
de su estadía en Roma, cuando pasó por Chile, conoció a Pablo Neruda (1904-1973);
sin embargo, no se sabe si estuvo con Rosamel del Valle (1901-1965) o Humberto Díaz-Casanueva
(1907-1992). Estos dos poetas, que se sientan también con nosotros a la mesa, estuvieron
siempre unidos por una fuerte amistad, iniciada en 1925, cuando colaboraban en la
revista Caballo de Bastos, que entonces dirigía Pablo Neruda. Más tarde,
Díaz-Casanueva ayudaría a costear la edición de algunos libros de Rosamel. En cuanto
a su libro inicial, El aventurero de Saba (1926), fue publicado a los 19
años. Tiempo después, confesaría que el adjetivo metaforizado era lo que
le daba alguna afinidad estética con Neruda, y lo mismo valía para su posible identificación
con Pablo de Rokha (1894-1968), poeta que continúa enteramente merecedor de una
lectura que corresponda al valor inaugural de su obra. En 1928, Díaz-Casanueva estuvo
en Uruguay y Argentina, donde conoció, respectivamente, a Juana de Ibarbourou y
Jorge Luis Borges. En declaración posterior, dijo que en aquellos días los escritores
argentinos se preocupaban febrilmente por la política, y que por tal razón no
conversó sobre poesía (2). Algo interesante
nos dirá acerca de la escritura de su segundo libro, Vigilia por dentro (1929),
cuando todavía residía en Montevideo:
DÍAZ-CASANUEVA
– Me veo en aquel entonces con una mano sosteniendo el aluvión surrealista que
se precipitaba sobre mí; y con la otra esgrimiendo El origen de la tragedia
de Nietzsche. Su lectura me produjo una profunda impresión y amplió mi visión de
la existencia. (3)
Mas,
no obstante, hay entre nosotros algunos poetas que no fueron presentados y que empiezan
a impacientarse en sus sillas. El argentino Enrique Molina (1910-1997) aprovecha
para decir que fue sólo hasta 1983 que conoció a Díaz-Casanueva, cuando estuvieron
juntos en Caracas, en un recital de poesía. Dos viajeros notables, aunque Molina
fuera más afecto a los mares y los ríos. En uno de sus viajes a Lima conoció a César
Moro, de quien acabaría editando Trafalgar Square, en 1954. El peruano, que
se vinculara al Surrealismo desde 1925, ya para entonces se había apartado del movimiento.
Después de una larga residencia en México, entre 1938 y 1948, retorna a su país.
Obsérvese que Moro no conoció a Alfredo Gangotena (1904-1944), el ecuatoriano que
se sienta allá, más a la derecha, en la esquina. Era un año más joven que el peruano
y ambos residieron en París durante un periodo considerable de sus vidas: Moro entre
1925 y 1938, Gangotena entre 1920-1928, regresando en 1936 por más de un año. Entre
ellos, un puente invisible que jamás se mostró: pese a la gran amistad de Gangotena
con Henri Michaux, que también conocía a Moro. Asimismo, aquí están otros dos poetas
que jamás se encontraron: Manuel del Cabral (1907-1998) y José Lezama Lima (1910-1976).
Tanto el dominicano como el cubano tuvieron complicadas relaciones son sus países:
CABRAL
– Veo que hablan de escritores mediocres, que no son nadie fuera de aquí y a
mí, que he puesto el nombre del país muy en alto, me ignoran. / Yo nací aquí, pero
no estoy muy com el trato que me dispensan, porque para el nombre que tengo ahora
mismo en el mundo, que no lo tiene ningún otro poeta, ni político, no me lo reconocen.
(4)
LEZAMA
– Mi vida ha sido toda, un hilo continuo, ha seguido siempre la misma línea.
No creo haber hecho nada que pueda traer odio de resentimiento que nadie puede evitar.
En mi tierra he sufrido hasta el desgarramiento, he trabajado, he hecho poesía.
En los dominios de la expresión y del intelecto he trabajado en una zona donde no
hay dualismo, donde los hombres no se separan. No he oficiado nunca en los altares
del odio, he creído siempre que Dios, lo bello y el amanecer pueden unir a los hombres.
Por eso trabajé en mi patria, por eso hice poesía. (5)
No habiendo
salido nunca de Cuba, Lezama raramente estuvo con algún poeta de otro país. Un hecho
destacado sería su larga amistad con Juan Ramón Jiménez, iniciada en 1936, cuando
el poeta español visitó La Habana. A su vez, Manuel del Cabral residió tanto en
Madrid como en Buenos Aires. En su permanencia en Argentina –final de los años 30
y comienzo de los años 40–, escribió y publicó uno de sus libros más importantes:
Biografía de un silencio (1940), aunque la crítica lo haya consagrado por
Compadre Mon (1943), donde es más nítida la presencia de una búsqueda de
la expresión nacional en su poética. Pero ahora me gustaría hablar sobre los demás
invitados. De Ecuador se sienta también con nosotros Jorge Carrera Andrade (1902-1978),
con ese libro fundamental que escribió: Biografía para uso de los pájaros
(1937). A su lado están sentados Luis Cardoza y Aragón (1904-1992), Aldo Pellegrini
(1903-1973) y César Moro. Pellegrini es hoy un nombre injustamente olvidado. Urge
que se recupere su obra y su pensamiento tan claro y tan lúcido.
PELLEGRINI
– La creación de una poesía pura no tiene sentido. Si realmente es poesía, siempre
es impura, pues arrastra lo vital del hombre. El proceso de cristalización de lo
poético al que pretenden llegar los defensores de la poesía pura, para obtener un
producto tan acendrado como el más puro cuerpo químico, sólo logra eliminar, junto
con las impurezas, a la verdadera poesía. No hay otra explicación para lo poético
que la creencia en un estado superior de vida para el hombre, pero no en una vida
más allá o más acá de la real, sino en esta vida concreta que vivimos, aquí, con
los pies en la tierra. (6)
Seguramente,
esta creencia en un estado superior de la existencia se enraíza en la necesidad
del hombre de descubrirse a sí mismo, lo que no hará mientras no comprenda –y no
simplemente anule– al otro que trae consigo. Es en el diálogo con su doble donde
se funda su propia existencia.
MORO
– El hombre está solo con el mar en medio de los hombres. / Impotencia del deseo.
Mientras el hombre no realice su deseo el mundo desaparece como realidad para transformarse
en una pesadilla de la cuna al sepulcro. / Acaso ¿no hay un ritmo que no es el nuestro?
De pronto mis venas se ramifican, crecen y vivo el latido del mundo. / Soñé que
un coche me llevaba hacia la eternidad. Pude despertar mas no quise saber la hora.
/ Escorpiones vigilan el horrible subsuelo de la eternidad. / Me despierto en medio
de la noche y espero la llamada discreta. Pero es el viento y nada más. (7)
Al igual
que Pellegrini, el peruano cree en un poder secreto de la poesía, que pueda abarcar
todas las formas de disidencia en un mismo núcleo, con la naturalidad de los elementos
constitutivos de una única fuerza.
LEZAMA
– ¿Lo que más admiro en un escritor? Que maneje fuerzas que lo arrebaten, que
parezcan que van a destruirlo. Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia.
Que destruya el lenguaje y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado
y por la noche sea milenario. Que le guste la granada, que nunca ha probado, y que
le guste la guayaba que prueba todos los días. Que se acerque a las cosas por apetito
y que se aleje por repugnancia. (8)
La grandeza
de esas voces, desplegadas en revelador encantamiento a lo largo de este nuestro
encuentro imaginario, continuaría en una cadencia tan asombrosa que acabaríamos
indagando los motivos por los que esos poetas han encontrado tan mínima repercusión
internacional. Hasta en el ámbito del propio idioma, es inquietante observar que
no hay un diálogo sistemático entre poetas españoles e hispanoamericanos. ¿Sería
oportuno preguntar aquí sobre las razones de ese ojo ciego de España en relación
con la América hispánica, por ejemplo?
CARRERA
ANDRADE – En cuanto al interés reducido que existe en ese país con relación a
las letras hispanoamericanas, es un fenómeno de la España franquista. Casi todos
los escritores de nuestra América tomaron posición en favor de la República, motivo
por el cual no tienen entrada sus obras ahora. (9)
Tal
vez estaba acertado Jorge Carrera Andrade al escribir desde París, en 1969, a su
amigo Rodrigo Pesántez Rodas, otro bravo poeta ecuatoriano que se encontraba entonces
en Madrid, buscando ediciones para poetas de su país. Con todo, me parece que la
ausencia de relación crítica de los poetas españoles en lo tocante a la poesía hispanoamericana,
se da con respecto a Franco apenas tangencialmente. La no relación, que implica
un obstáculo inmenso en la lectura de los valores intrínsecos de esa poesía dentro
y fuera de un ámbito geográfico, tiene su raíz principal en la indigestión por parte
del conquistador –si cabe hablar de conquista– frente a un hecho incontenible: la
explosión imagética de la poesía hispanoamericana frente a la atrofia estética española,
replegada en una circularidad retórica. Hasta los vanguardismos allí propuestos
fueron redimensionados en la otra margen del Atlántico. No por el establecimiento
de una discordia, sino antes por el simple hecho de la colisión entre dos eras.
Lo que se presentaba como último suspiro en un continente, en el otro eran sus más
valiosas señales de vitalidad. Tanto es cierto, que hasta el Surrealismo –con la
pasión ocultista con que lo desentrañara André Breton– amplió su acervo de maravillas
gracias a su entrada en el nuevo continente. Basta pensar en cuánto deben al enriquecimiento
de su obra las residencias de Breton, Péret, Artaud, Michaux y tantos otros en América.
2 | Si ya sabemos de las
acentuadas relaciones entre Moro, Pellegrini y el Surrealismo, creo interesante
preguntar a nuestros invitados sobre el asunto. Algunos fueron siempre muy retraídos.
Manuel del Cabral no gustaba de entrevistas. Martín Adán llevó una vida vertiginosa,
en la que el desarreglo era la única regla posible. Cuando en 1960 lo conoció el
poeta estadunidense Allen Ginsberg, dijo después en un poema que se había engañado
al pensar que él estuviera melancólico (10). Adán propuso con voracidad desquiciadora
la relación entre el poeta y su tiempo. Javier Sologuren nos habla de una escritura
de por sí compleja y desconcertante (11), al comentar la poética de Adán. Tan
desconcertante, además, que se inicia proponiendo una confluencia entre verso y
prosa, desorientando a los amantes de la clasificación genérica con su La casa
de cartón. En sus provocaciones formales se mostró como un notable guardián
del lenguaje poético, procurando afirmar lo que Pellegrini llamaría el verdadero
sentido de la destrucción.
PELLEGRINI
– El impulso que mueve al hombre hacia la destrucción tiene un sentido y toca
al artista revelar ese sentido. Cualquiera que sea la motivación del acto destructivo:
el furor, el aburrimiento, la repugnancia por el objeto, la protesta, ese acto debe
tener un sentido estético y ese sentido evita que la destrucción –acto procreador–
se transforme en aniquilamiento. Destrucción y aniquilamiento desde el punto de
vista del artista son términos antagónicos. La destrucción de un objeto no lo aniquila,
nos enfrenta con una nueva realidad del objeto, la carga de un sentido que antes
no tenía. (12)
De la
insumisión de Adán, la contundencia de su identidad: cuerpo y alma inconfundibles
de una consistente poética. Claro, La casa de cartón no puede ser vista como
una propuesta aislada, pero sí como parte de una ventura que buscaba el canto
además del cuento. En la que la narrativa osara despojarse de su hilo
retórico, redimensionada a partir de un reconocimiento de sus raíces. Así, tenemos
antes el contar rehecho en el cantar en José Antonio Ramos Sucre,
en José María Eguren, en Jorge Luis Borges, en el poco recordado Vicente Huidobro
de Temblor de cielo (1931), tanto como enseguida en Lezama Lima, en Humberto
Díaz-Casanueva, en César Moro.
Pero
digo antes y temo que se establezca una confusión. Si invité a los poetas
aquí presentes, no lo hice sino basado en una (¿desatinada?) condición: todos nacieron
en la primera década del menguante siglo y concentran marcadamente en los años 30
la publicación de los libros que definirían sus poéticas. Esta es la década en que
surgen Vigilia por dentro (Humberto Díaz-Casanueva), Biografía para uso
de los pájaros (Jorge Carrera Andrade), Muerte de Narciso (José Lezama
Lima), El sonámbulo (Luis Cardoza y Aragón), Nostalgia de la muerte (Xavier
Villaurrutia), Muerte sin fin (José Gorostiza), Poesía (Rosamel del
Valle), Biografía de un silencio (Manuel del Cabral) y Tempestad secreta
(Alfredo Gangotena). De esta misma década data la escritura de los poemas de
César Moro, que sólo serían recogidos en libro en 1987 (13). Los años 30, en verdad,
sugieren una admirable confluencia de voces de dos generaciones, pues allí también
se da la publicación de Espantapájaros (Oliverio Girondo), Altazor (Vicente
Huidobro), Poemas humanos (César Vallejo), entre otros. Se produce entonces
una mezcla, tanto cronológica como estética.
DÍAZ-CASANUEVA
– Creo que el problema generacional –de cuya importancia no prescindo– nos puede
llevar a clasificaciones arbitrarias, a confundir lo coetáneo con lo generacional,
y a sobreestimar lo cronológico en el surgimiento o en la terminación de un grupo
de poetas en el tiempo o en el espacio. Otros, le dan importancia al factor geográfico:
poetas del sur, del norte. Lo peor es que la perspectiva generacional lleva implícita
la idea de que existe un progreso en las artes y en la literatura, en línea recta,
y que cada generación es una etapa que supera a la anterior, tiene que rebelarse
contra ésta y aportar algo fresco, nuevo. (14)
Concluyamos
la ambientación en que se ubican los invitados, anotando que aquellos que extrapolan
los límites de los años 30 lo hacen por muy poco, por ejemplo: Onda (1929)
de Rogelio Sinán; Las cosas y el delirio (1941), de Enrique Molina, y Le
chateau de grisou (1943), de César Moro. Más distanciado en términos de publicaciones,
se halla el argentino Aldo Pellegrini, que sólo en 1949 se estrenaría con El
muro secreto, aunque no debemos olvidar su actividad en los años 30 como principal
difusor en su país del ideario surrealista. Además de ellos, otros poetas podrían
ser mencionados; por ejemplo, los mexicanos Salvador Novo y Gilberto Owen, el ecuatoriano
Hugo Mayo, los colombianos Luis Vidales y Aurelio Arturo, el peruano Carlos Oquendo
de Amat, el costarricense Isaac Felipe Azofeifa, los cubanos Eugenio Florit y Emilio
Ballagas, el uruguayo Juan Cunha, el chileno Pablo Neruda y el nicaragüense José
Coronel Urtecho, todos vinculados de una o de otra forma a aquella estación de la
vanguardia.
Dos
son los aspectos que saltan a la vista cuando nos encontramos delante de todos esos
nombres: no constituyen una generación en cualesquiera que sean los moldes requeridos,
al mismo tiempo que nos asusta que sean, si no del todo desconocidos, sólo o al
menos ligeramente comentados. Se puede afirmar el paso y mencionar una cierta desatención
en la lectura de esos poetas. Desatención descripta por un torcer la nariz en lo
que respecta a la dificultad de situarlos conjuntamente como una generación, un
grupo, una concentración estilística etc. Pero una desatención igualmente propiciada
por una cierta fanfarronería de parte de Octavio Paz, al desvirtuar el radio de
acción de esa lista de poetas –anulando la presencia de unos, confundiendo la importancia
de otros–, de modo de favorecer intereses personales que lo llevarían a establecer
un puente entre la vanguardia desatada por Huidobro, Vallejo etc., y su reconfiguración
definitiva a partir de la generación del propio poeta mexicano, aunque no recuerde
nunca la real dimensión de ese nuevo ciclo generacional, que incluiría a
poetas tan esenciales como el peruano Emilio Adolfo Westphalen (1911-2001), el venezolano
Vicente Gerbassi (1913-1992), el chileno Gonzalo Rojas (1917-2011) y el argentino
Alberto Girri (1919-1991).
3 | Por medio de libros que
alcanzaron gran repercusión –Las peras del olmo (1971), Puertas al campo
(1972) y Los hijos del limo (1974)–, Octavio Paz se esmera en presentar,
a lo sumo en la índole de una dispersión, lo que antes se desenvolvía –a despecho
de su opinión– como la afirmación de un carácter privilegiado de la poesía hispanoamericana:
su fructífera insubordinación ante los dictámenes escolásticos, su enriquecimiento
a partir de los errores del modernismo, la liberación de todos los preconceptos;
en fin, la búsqueda de la fundación de un mapa que se caracterizara por la multiplicidad
de huellas que no tenían necesariamente que conducir a un lugar común. Para eso,
aun habría que recurrir a las más variadas estrategias, una aventura que no eludiese
el riesgo de ser tomada como dispersión, base –insisto– del ardid de Octavio Paz.
Me referí también a otras desorientaciones críticas, y aquí cabría mencionar una
idea defendida por el argentino Saúl Yurkievich al restringir a siete poetas de
distintas promociones generacionales la condición –siempre cuestionable, cuando
menos por precipitación catalogadora– de fundadores de la nueva poesía latinoamericana,
llegando al máximo de excluir de su entendimiento de lo que sea América Latina,
a los poetas brasileños (15).
Al embarullamiento
de ideas de Yurkievich, se suman duros compendios académicos que tantean en lo oscuro
a la búsqueda de una definición en torno al elástico periodo de las vanguardias,
olvidándose siempre de que no se podría jamás entenderlo si está subordinado al
escenario de articulaciones estéticas de la vanguardia europea. No se trataba de
una complicidad, sino primeramente de un desdoblamiento, en muchos casos de una
ruptura. Así es que Paz se mantiene intencionalmente ciego al orfeísmo rebosante
en Rosamel del Valle, al fulgor romántico redimensionado en Alfredo Gangotena y
al corrosivo humor en Martín Adán, valiendo lo mismo para la dimensión onírica y
desgarradora en César Moro, el fervor metafísico en Humberto Díaz-Casanueva y la
laboriosa tesitura metafórica en Luis Cardoza y Aragón. Al considerar los años 30
como un lapso entre lo que él denomina una vanguardia académica y una
vanguardia otra, crítica de sí misma y rebelión solitaria, Paz recurre a una
grosera simplificación que no permite otro entendimiento que el de su voluntaria
deformación de un paisaje histórico. No creo que constituya una impertinencia mía
agregar a este nuestro encuentro un lúcido abordaje del crítico español Jorge Rodríguez
Padrón, al referirse a la defensa de Paz en lo concerniente a su propia generación:
Octavio
Paz dice: no invención, exploración en esa
zona donde confluyen lo interior y lo exterior: la zona del lenguaje. Quienes
hacia 1945 regresan a la vanguardia, pero a una vanguardia silenciosa, secreta,
desengañada, en un salto injustificable, no se hallan movidos –sigue Octavio
Paz– por una preocupación estética; para ellos, el lenguaje era contradictoriamente,
un destino y una elección. Algo dado y algo que hacemos. Algo que nos hace. Bien.
Pero los poetas de ese otro período que él elude, no sólo se adelantaron a ese cambio,
afirman y despliegan también una actitud estética que no hace abstracción, en modo
alguno, de la evidencia del lenguaje como hombre, del lenguaje como mundo. Porque,
se no, cómo explicar que el reto, para casi todos, sea la asunción de una prosa
que penetra al espacio de la poesía, agitándola con sus ritmos (una prosa que nada
cuenta, que prolonga y desarrolla el misterio propio de la poesía) y, en paralelo
sentido, el cultivo del poema largo como forma de abordar, desde la configuración
temporal del verso, la dimensión de ese espacio inédito: canto, sin duda,
pero desplegado como visión, como población espacial. (16)
También
se podría añadir la opinión del poeta costarricense Carlos Francisco Monge, lúcido
e igualmente objetivo observador de los desarrollos poéticos en América hispánica,
al moderarse la presencia del Surrealismo en tal ámbito:
La experiencia
surrealista fue lo mejor que nos dejaron los movimientos históricos de vanguardia.
Sus raíces culturales son tan extensas, y sus fundamentos estético-ideológicos tan
vigorosos, que no podía haber sido de otro modo. Pero, además, el Surrealismo superó
con mucho los años de la moda vanguardista. Por eso, no me parece exacto (y creo
que ni justo) hablar de una herencia tardía en la poesía hispanoamericana. Todo
lo contrario: constituyó un verdadero caldo nutricio que transformó y renovó el
panorama poético, desde la década misma de 1930; basta releer las Residencias
de Neruda, o a Lezama Lima, la poesía de los mexicanos Gorostiza o Villaurrutia,
las novelas de Asturias o Carpentier. (17)
Si recurro
a estas dos declaraciones, lo hago por lo que concentran en sí en términos de características
esenciales de esa poesía que aquí nos interesa desentrañar; o sea, su opción –acentuada,
aunque no única– por la prosa poética, el redimensionamiento del epos; y
el diálogo enriquecedor con el Surrealismo, identificación y no sumisión, enlace
donde es imprescindible mantener la identidad. Ahí se verifica lo que Lezama Lima
sitúa como la creación de una nueva causalidad de la resurrección. (18) Y justamente en función de eso es que Rodríguez
Padrón destaca todavía la relación con la muerte, aquí entendida dentro de un concepto
defendido por el filósofo Eugenio Trías; es decir, como la gran prueba de la
ética fronteriza. (19) Esa relación fronteriza,
como destaca Rodríguez Padrón, la encontramos en Xavier Villaurrutia (Nostalgia
de la muerte) y en Lezama Lima (Muerte de Narciso), aunque la seguimos
encontrando también en autores menos difundidos; por ejemplo, el ecuatoriano Alfredo
Gangotena y el chileno Rosamel del Valle. En ambos impera una desbordante lírica
órfica, con osado acento trágico en Gangotena. Pasión desmedida por la ruptura;
sin embargo, nunca desaparecida de su fe en la revelación de un cuerpo otro, una
forma otra rehecha y vibrante. Las puertas devoradoras que Orfeo busca cruzar
en su viaje por las tinieblas (el descenso por vertientes de fuego), (20)
definen la metáfora asombrosa e inquietante de Rosamel del Valle. El espíritu torrencial
fermenta asimismo en las imágenes de la poesía de Gangotena:
Mi canto
se unifica en la abrupta de las piedras que miden el abismo; canto de una luminosa
madrugada a los bordes pomposos del ramaje …
[…]
Toda
mi gracia reside en el adiós. (21)
Obra
densa, en ambos casos, con su aturdidora fluidez metafórica. Si hay una fértil
alegoría esencial del onirismo (22) en Rosamel, en Gangotena se verifica la
expresión radical de un tormento interior. Tal vez provenga de ahí el epíteto de
enigmática dado a la poesía del ecuatoriano. Importa, no obstante, no apartarse
de una razón: en la obra de los dos radica el mismo sentido de ruptura que seguimos
rastreando.
En 1924,
Luis Cardoza y Aragón publica en París Luna Park, libro escrito en Berlín
en la misma época. Aunque la crítica lo sitúe con excesiva comodidad en un cosmopolitismo
que identificaba a muchos autores europeos en aquel escenario de entre guerras,
no veo en esta poesía señales de deslumbramiento frente al fulgor tecnológico o
aun de derrota de la humanidad delante del conflicto bélico. El poema está acompañado
por un hilo de vida, una defensa crítica de las posibilidades reales del hombre,
una fe incorruptible en la existencia humana. La desconstrucción irónica
(23) a que se refiere Rodríguez Padrón acerca de La casa de cartón,
de Adán, también se aplica al siguiente libro de Cardoza y Aragón, Mäelstrom
(1926), en el que pone a bailar prosa y verso en un ritual de mutua masticación.
Postura crítica en relación con una limitación genérica. Expansión, no de espectáculo
de la creación, pero sí de sus posibilidades de desentrañar la esencia poética de
cada situación. Busca no exactamente anular o acentuar los contrastes; por el contrario,
afirmar un posible diálogo entre fuerzas complementarias. Relación intrínseca entre
vida y muerte, como en El sonámbulo.
¡Oh!
Frío, lúcido fuego, llama de agua,
flamígero
insomnio de la vida,
integras
tú conmigo un dos impar
en esa
sed de muerte tan continua. (24)
O aun
en una imagen más adelante: la noche diurna, cerrada y sin tinieblas.
O todavía:
por la muerte voy, voy perteneciéndome (25). No la noción usual de la figura del conquistador,
al contrario, una idea de la conquista basada en el diálogo. No se trata de cortar
el nudo gordiano, pero sí de desatarlo. He aquí el punto clave en la desvirtuada
o incomprendida lectura de la poesía hispanoamericana: supo desatar el nudo. Riesgo
innombrable, necesario. Allá atrás hay fundamentos ingeniosos, tanto en la creación
de personae en el colombiano León de Greiff (1895-1976), cuanto en la anulación
del verso en la poética del venezolano José Antonio Ramos Sucre (1890-1930). Bajo
este aspecto me parecen más fundadores de la modernidad que los argumentos resbalosos
de Saúl Yurkievich en relación con Neruda o Girondo.
El chileno
siempre fue un cazador de modas literarias, mientras que el argentino radicalizó
su aventura con el lenguaje ya muy posteriormente a otras incidencias poéticas.
Si no lo vuelve menor, tampoco lo ubica en condición fundacional. Era tan
consciente de la importancia de una actividad publicitaria en cuanto a León de Greiff,
con la diferencia de que Buenos Aires disponía de un canal de comunicación con el
mundo, mientras que Bogotá mal dialogaba consigo misma. La indefectible acción de
los polos culturales sobre la importancia estética de una obra literaria es siempre
un generador de traumas, de pesadillas históricas.
Otro
libro visto como inaugural en la vanguardia de su país es Onda, del panameño
Rogelio Sinán. El poeta hablaba allí de un sueño no apercibido / pero siempre
constante / como el mar, como el río… Se trataba del tránsito entre la sumisión
a lo meramente casual y la conciencia exigida por un rumbo a desentrañar. Sinán
no es tan claro en su metáfora como Cardoza y Aragón, aunque nos permite comprender
la sustancia de su perplejidad frente a la vida. No dejan de ser profundamente irónicos
los versos con que inicia su poema Transparencia del hombre: Porque olvido
mis sueños y mi sombra / soy un hombre desnudo, transparente. (26) La abstracción
carece de asombro, de un magma congestionado que irradie imágenes turbias que deberán
ser definidas a partir de un estremecimiento de fuerzas. El automatismo psíquico
defendido por Breton posee un vínculo indisoluble con ese vislumbre de lo insólito
que deberá propiciar un conocimiento más amplio de las fuerzas dispares y complementarias
que rigen la existencia. Abordarlo como interruptor de lo caótico o de lo hermético
es, por lo menos, irresponsable. Basta pensar en la voracidad de imágenes reveladoras
que encontramos en la poesía de César Moro. No hay allí propiamente caos o hermetismo,
a menos como entendidos en una limitación terminológica. Sus serpientes de reloj
nunca pierden contacto con el retrato de mi madre; confluyen antes –vestigios
de alta arqueología– en el camino de un equilibrio pasajero de dos trenes
que chocan (27). Un descarrilamiento
de conceptos, un choque entre dos mundos. No un desafío, por el contrario: la sutil
carpintería de una mesa que permitiese el diálogo. La expresión del contraste está
en el origen del asombro, el vértigo; o sea, es la raíz del desarrollo de cualquier
actividad humana. Claro que no se trata de una ascendencia dionisiaca sobre un circunscrito
reinado de Apolo. Díaz-Casanueva ya se refirió a una acción ofuscadora de los poderes
dionisiacos. No hay cómo oscurecer la explosión de las fuerzas conjuntivas y
disyuntivas que rigen la poesía. En el chileno hallamos la misma corriente obsesión:
la poesía en debate con el poema. La margen derecha del verso empieza a perder terreno,
superada por un caudal voluptuoso, una vigilia por dentro que busca ubicar
su realidad entre dos mundos. Países violentos: prosa y verso. Cultivan sombras
sin cuerpo, espejos ciegos. El acento metafísico siempre se mueve en el camino de
un brillo conquistado a partir de las disimilitudes aparentes de la vida. Es lo
que su poesía nos revela.
Avanzar
de una margen a otra del curso de la existencia, revelando sus arraigadas confluencias,
fue también norma existencial en la poesía de los argentinos Aldo Pellegrini y Enrique
Molina, naturalmente que con las peculiaridades que dan sentido a una obra poética.
Guillermo Sucre llama la atención sobre el hecho de que el viaje de Molina es
exilio y rebelión simultánea (28). Se
acrecienta aquí el testimonio de Pellegrini:
PELLEGRINI
– La poesía es una mística de la realidad. El poeta busca en la palabra no un
modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la
palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación
del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta
mediante el verbo no expresa la realidad, sino que participa de ella. (29)
Aunque
la poesía moderna haya puesto en escena la discusión sobre sí misma –en algunos
momentos sin ir más allá de una admiradora trastornada por sus propios actos verbales–,
el hombre sigue siendo su gran tema, por el simple hecho de que la relojería
intelectual (30) seduce apenas al vanidoso ego, no permitiendo el despliegue
de las innumerables posibilidades de expresión y participación del potens poético
en nuestra vida. La arquitectura verbal es exigencia mínima de toda gran poesía.
Molina y Pellegrini defendieron eso durante su vida entera. La misma idea encontramos
en César Moro, aunque tomemos en cuenta los juegos lingüísticos que lo sedujeran
en sus últimos poemas. Desde los textos iniciales, Moro invocó la presencia del
amor, encarnando su sombra cantante, el parpadeante esplendor, así
como las imágenes sangrientas, extasiadas, de su celebración y caída. La voracidad
de sus abordajes ocasiona, según Emilio Adolfo Westphalen, la sospecha de que
para Moro lo ideal sería que los amantes se devorasen mutuamente (31). El conflicto amoroso es –no hay cómo soslayar
que toda relación humana es conflictiva de raíz, independiente de aquello en que
se convierta–, por lo tanto, el aspecto central de la poesía de César Moro. Y lo
trataba con notable vehemencia, con un fervor que no disfrazaba siquiera la exageración.
Estremecimiento surrealista alcanzado en sus vivencias de París, aunque no un Surrealismo
canónico con el que se sintió identificado inicialmente. Potencia surrealista latente
en su propio ser, desatada en París, confirmada en su regreso al Nuevo Mundo (México
y Perú), retorno a los orígenes. Surrealismo esencial que encontramos también en
la poesía de Xavier Villaurrutia o de José Gorostiza, al igual que en Manuel del
Cabral o en Jorge Carrera Andrade. De la irreductible y desbordante melancolía en
Villaurrutia a los temblores metafísicos de Cabral –donde se entrevé una severa
ironía–, o del lirismo arrebatador en Carrera Andrade a la investigación luminosa
de los gemidos del lenguaje poético en Gorostiza: una múltiple huella afirmada en
la diferencia. Entrelazamiento de experiencias, trazos perceptibles de confluencia
–ya anotados aquí–, algunos raros encuentros para una charla feliz en torno a la
poesía. A contramano, en las relaciones extraviadas entre una margen y otra del
Atlántico, el vicio académico de clasificación de la historia, la charlatanería
de Octavio Paz: mezcla de redundante provincianismo y ausencia de visión crítica
en la apreciación de aspectos más ligados a la vida –sea el homosexualismo o la
filiación surrealista– que a su propia obra, entre otros aspectos menores.
La condición
que ahora se presenta ante una lectura crítica de la obra de César Moro, permite
finalmente que no se deje escapar lo imprescindible: traer a la mesa los mapas secretos
de la aventura poética de la América hispana en los años 30. Que el azar nos haya
traído a esta mesa imaginaria justamente a partir de Moro, no es sino una señal
de su inconfundible pasión por la verdad. Intencionalmente, traté menos de él que
de sus coetáneos, y lo hice por evidentes necesidades. En un momento cercano, cuando
se ensanche el filamento de luz aquí lanzado, ciertamente se percibirá que la importancia
de esa poesía no se limita a un rastrillo de la vanguardia; así como se comprenderá
que en su aparente dispersión se ocultaba la carta fundacional de una aventura límite
en la poesía hispanoamericana, basada en un principio de diferencia que encontraba
en el mestizaje –se encuentra todavía, aunque bastante disimulado– su raíz sagrada:
magma hirviente y selva vertiginosa que buscan puntos de convergencia sin erradicar
la pasión por su contradicción igualmente reveladora.
NOTAS
1. Sinán, Rogelio. Conferencia pronunciada el 16 de julio de 1969, con ocasión
de las conmemoraciones, en Panamá, de la publicación de su primer libro, Onda
(1929). El texto sufrió posteriormente una adaptación para su inclusión en la
edición especial de la revista Maga # 5-6 (Panamá, junio de 1985), dedicada
por completo al poeta panameño.
2. Díaz-Casanueva, Humberto. Manuscrito recogido por Ana María del Re, forma
parte de la edición de su Obra poética, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1988.
3. Díaz-Casanueva, Humberto. Conferencia pronunciada el 24 de enero de 1985,
en el Ateneo de Madrid
4. Caminero, Alberto. “Manuel del Cabral dice que morirá con pesar de ser
ignorado en su patria”, El Nacional, Santo Domingo, 02/08/94.
5. Lezama Lima, José. Carta a su hermana Elisa, fechada en febrero de 1962.
6. Pellegrini, Aldo. Conferencia pronunciada el 18 de mayo de 1952 en el
Institut Français d’Etudes Supérieures; incluida posteriormente en Para contribuir
a la confusión general, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 1987.
7. Moro, César. Fragmento fechado en “Enero 1953”, de Alfabeto de las
actitudes.
8. Lezama Lima, José. Fragmento de la introducción a su Esferaimagen,
Tusquets Editor, Barcelona, 1970.
9. Carrera Andrade, Jorge. Carta a Rodrigo Pesántez Rodas, fechada el 28
de junio de 1969. Documento cedido por el destinatario.
10. Ginsberg le dedicó un poema en su Reality Sandwiches, City Lights
Books, San Francisco, 1963.
11. Sologuren, Javier. “Martín Adán. La primacía de un signo”, La imagen,
Lima, 09/01/77.
12. Pellegrini, Aldo. Catálogo de una exposición de Arte destructiva,
realizada en la Galería Lirolay, Buenos Aires, noviembre de 1961. Post. op. cit.
13. Moro, César. Ces poémes… Ediciones La Misma, Libros Maina, Madrid,
1987.
14. Espinoza, Blanca. “Un riesgo, una fuerza, un sueño decisivo”, entrevista
a Humberto Díaz-Casanueva, Lar # 8-9, Concepción, mayo de 1986.
15. Yurkievich, Saúl. Fundadores de la nueva poesía latinoamericana,
Editorial Ariel, Barcelona, 1984. El epíteto fundador se aplica a los poetas
elegidos -Vallejo, Huidobro, Borges, Girondo, Neruda, Paz, Lezama Lima- por tratarse,
según el autor, de “centros radiantes”.
16. Rodríguez Padrón, Jorge. Fragmento de “Octavio Paz: lectura de la poesía
hispanoamericana de los años treinta”, versión actualizada de la conferencia pronunciada
en Sevilla en abril de 1999. Documento inédito, cedido por el autor.
17. Monge, Carlos Francisco. “Diálogo sobre algunas huellas esenciales”,
entrevista concedida a Floriano Martins, mayo de 1999. Texto inédito.
18. Bianchi Ross, Ciro. Entrevista
a José Lezama Lima, revista Quimera, s/f.
19. Rodríguez Padrón, Jorge,. Op. cit.
20. Pasajes del poema-libro Orfeo (1944).
21. Pasaje del poema “A la sombra de las secoyas”, del libro Tempestad
secreta.
22. Orellana Espinoza, Manuel. “Presencia de Rosamel del Valle”, La época
# 214, Santiago, 17/05/92.
23. Rodríguez Padrón, Jorge. Op. cit.
24. Pasaje del poema-libro El sonámbulo (1937), dedicado a Xavier
Villaurrutia.
25. Pasajes del poema “Nocturno del sonámbulo”, de Venus y tumba (1940).
26. Poema incluido en Saloma sin salomar (1969).
27. Pasajes del poema “Visión de pianos apolillados cayendo en ruinas”, de
La tortuga ecuestre 1955).
28. Sucre, Guillermo. La máscara, la transparencia, Monte Avila, Caracas,
1975.
29. Pellegrini, Aldo. “Se llama poesía todo aquello que cierra la puerta
a los imbéciles”, Poesía=Poesía # 9, Buenos Aires, agosto de 1961, post.
op. cit.
30. “Personalmente, pese a Poe, no me seduce la imagen del poeta en su taller
de relojería intelectual. El azar también toma parte en el poema.” Fragmento de
la entrevista de Oscar Hermes Villordo a Enrique Molina, La Nación, Buenos
Aires, 1980.
31. Westphalen, Emilio Adolfo. “Digresión sobre Surrealismo y sobre César
Moro entre los surrealistas”, conferencia pronunciada el 5 de julio de 1990 en la
Pontificia Universidad Católica del Perú.
∞
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Escrituras surrealistas. O começo da busca. Coleção Memo. Fundação Memorial da América Latina. São Paulo. 1998.
Alberto Nepomuceno. Edições FDR. Fortaleza. 2000.
O começo da busca. O surrealismo na poesia da América Latina. Coleção Ensaios Transversais. São Paulo: Escrituras, 2001.
Un nuevo continente. Antología del Surrealismo en la Poesía de nuestra América. San José de Costa Rica: Ediciones Andrómeda, 2004.
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A inocência de pensar. Coleção Ensaios Transversais. São Paulo: Escrituras, 2009.
Escritura conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana. 2010.
Invenção do Brasil – Entrevistas [edição virtual]. São Paulo: Editora Descaminhos, 2013.
Esfinge insurrecta – Poesía en Chile [edição virtual, em coautoria com Juan Cameron]. Fortaleza: ARC Edições, 2014.
Un poco más de surrealismo no hará ningún daño a la realidad. México: UACM – Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2015.
Sala de retratos. São Paulo: Opção Editora, 2016.
Um novo continente – Poesia e Surrealismo na América. Fortaleza: ARC Edições, 2016.
Valdir Rocha e a persistência do mistério. Fortaleza: ARC Edições, 2017.
Laudelino Freire. Rio de Janeiro: Academia Brasileira de Letras, 2018.
Escritura conquistada – Poesía hispanoamericana. Fortaleza: ARC Edições, 2018.
Visões da névoa: o Surrealismo no Brasil. Natal: Sol Negro Edições, 2019.
120 noites de Eros. Fortaleza: ARC Edições, 2020.
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Delito por dançar o chá-chá-chá, de Guillermo Cabrera Infante. Rio de Janeiro: Ediouro Publicações, 1998.
Nós/Nudos, de Ana Marques Gastão (edição bilíngue). Lisboa: Gótica, 2004.
A condição urbana, de Juan Calzadilla (edição bilíngue). Florianópolis: Letras Contemporâneas, 2005.
Dentro do poema – Poetas mexicanos nascidos entre 1950 e 1959, Org. Eduardo Langagne. Fortaleza: Edições UFC, 2009.
A aventura literária da mestiçagem, de Pablo Antonio Cuadra (em parceria com Petra Ramos Guarinon). Fortaleza: Edições UFC, 2010.
III novelas exemplares & 20 poemas intransigentes, de Vicente Huidobro & Hans Arp. Natal: Sol Negro Edições/São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2012.
Sobre Surrealismo, de Aldo Pellegrini (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2013.
Memória de Borges – Um livro de entrevistas (2 volumes). São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2013.
Bronze no fundo do rio, de Miguel Márquez (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2014.
Tremor de céu, de Vicente Huidobro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2015.
Costumes errantes ou a redondeza da terra, de Enrique Molina (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2016.
Reino de silêncio, de Mía Gallegos (edição bilíngue). Teresina: Kizeumba Edições, 2019.
Traduções do universo, de Vicente Huidobro. Natal: Sol Negro Edições, 2016.
O álcool dos estados intermediários, de Gladys Mendía. Santiago: LP5 Editora, 2020.
A tartaruga equestre, de César Moro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2021.
Agulha Revista de Cultura
Criada por Floriano Martins
Dirigida por Elys Regina Zils
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1999-2024
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