RECUERDOS
DE LA REALIDAD
CA | Fue por Rilke, que supe que mi vocación era la poesía. Leyendo, a los catorce
años, Cartas a un joven poeta, me di cuenta de que yo quería ser poeta, que la poesía
era mi camino. No conocía ninguna otra obra de Rilke en ese entonces. Años más tarde
leí mucho suyo. Los Sonetos a Orfeo y las Elegías de Duino me parecen
magistrales.
Antes de conocer la obra de Rilke, conocía, cuando era aún adolescente,
a muchos de los poetas del Siglo de Oro español. Mis padres tenían una bella biblioteca.
Me fascinaron y me siguen fascinando Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis
de León. También leía a los hispanoamericanos: Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela
Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Amado Nervo, Barba Jacob, por ejemplo.
Los Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda cayeron en mis manos
cuando yo ya tenía diecisiete o dieciocho años. Me fascinaron tanto que cerré el
libro y juré no volver a leer a Neruda sino hasta mucho más tarde, porque comprendí
que si lo seguía leyendo en ese momento, sería una seguidora más de Neruda y nunca
encontraría mi voz propia. Cuando era niña, mi libro favorito era Platero y Yo.
Me preguntas cuál ha sido mi contribución a la poesía. No sabría decirte,
pero sí sé que sin la poesía no podría vivir. La poesía me ha acompañado siempre,
me ha ayudado en mis momentos más dolorosos, me ha señalado el camino. No sé, Floriano,
qué habría hecho yo sin la poesía cuando murió mi marido. Creí que nunca más iba
a escribir, pero ella vino a mi rescate.
FM | Hay siempre un punto en común cuando la crítica se manifiesta acerca de
tu poesía, que tiene que ver con lo que me arriesgo a llamar tu doble ciudadanía:
nicaragüense y salvadoreña. Fue extraño para mí no encontrarte en la antología Poesía
Nicaragüense, de Ernesto Cardenal. Por suerte, te encuentro en otra antología, Poesía
contemporánea de Centro América, de Roberto Armijo y Rigoberto Paredes. Pero allí
apareces con un único poema, corto, y que no expresa la grandeza de tu obra poética.
¿De alguna manera te sientes incomodada por esa doble ciudadanía? O sea, ¿esta condición
puede funcionar como una excusa para dejarte fuera de las dos instancias?
CA | No es que me sienta incómoda con la doble ciudadanía, pero ya me harta que
me pregunten de dónde me siento más, si de El Salvador o de Nicaragua. Tengo patria
y tengo matria. Mi patria es El Salvador, allí pasé mi infancia, mi niñez, mi adolescencia,
mi primera juventud. Allí fue donde gocé de los primeros sabores, olores, sonidos,
colores. Esa es la patria. Mi matria es Nicaragua porque allí nací y allí vivo y
también la amo. Me duelen las dos y las llevo conmigo a ambas.
No tiene nada de extraño que Cardenal no me haya incluido en su antología.
En ese entonces yo ni siquiera conocía Nicaragua. Nací en Estelí, Nicaragua, pero
cuando apenas contaba nueve meses de edad mis padres se fueron a El Salvador, porque
a mi padre (nicaragüense) los yanquis le hacían la vida imposible. Mi madre era
salvadoreña. Nunca más volví a Nicaragua (salvo una vez cuando tenía cinco años,
para una visita corta a mi abuela), sino hasta fines de 1979, despuecito del triunfo
de la Revolución.
Daisy Zamora, una gran poeta nica, hizo una antología de mujeres-poetas
nicas, donde me incluye a mí como un caso especial. Soy, en realidad, conocida como
escritora salvadoreña. Mi nieto menor, que tiene ahora doce años, dice que soy salva-nica.
FM | Con respecto a la segunda antología que te mencioné, veo que no contiene
prácticamente ninguna información sobre ti, de manera que el lector no tiene cómo
saber cuál es tu importancia en el escenario centroamericano allí mostrado. ¿Cuáles
serían, por ejemplo, tus relaciones con el Grupo 6 y con la “Generación Comprometida”?
CA | Mis relaciones con el grupo “Generación Comprometida” fueron muy esporádicas.
Los que formaban ese grupo eran como diez años menores que yo y sólo nos comunicábamos
por cartas, de vez en cuando. Sobre todo con Roque Dalton y Roberto Armijo.
Yo me fui de El Salvador a los Estados Unidos, cuando tenía dieciocho años,
para aprender el inglés e ir a la universidad. Nunca más regresé a vivir a El Salvador.
Iba todos los años a visitar a mis padres, pero por períodos cortos. En realidad,
de mi generación, sólo conocía a Dora Guerra, hija de Alberto Guerra Trigueros.
Somos de la misma edad. Dora, de mucho talento, publicó un libro de poemas, luego
se casó, se fue a vivir a Francia y no volvió a publicar.
Conocí más a los de la generación anterior a la mía: Salarrué, Alberto Guerra
T, Claudia Lars, Serafin Quiteño. Ellos frecuentaban la casa de mis padres y me
enseñaron mucho.
FM | En una entrevista que le concediste a Rafael Varela, tocas un punto que
me parece caracterizar parte de tu poética: el humor, “un poco negro”, como dices
allí. Alguna vez dijo Breton que “el humor negro está limitado por demasiadas cosas,
la imbecilidad, la ironía escéptica, la gracia sin medida… (la relación sería larga),
pero es por excelencia el enemigo mortal del sentimentalismo, con su eterno aspecto
desesperado –el sentimentalismo sobre fondo azul, siempre– y de una cierta fantasía
de corto alcance”. ¿Estás de acuerdo?
CA | Hasta cierto punto pienso que André Breton tiene razón al decir que el humor
negro está limitado por demasiadas cosas. Es verdad eso, si el humor negro se usa
indeliberadamente y en exceso. Por otra parte, como tú dices, el humor negro es
el enemigo del sentimentalismo y nos salva muchas veces de caer en la cursilería.
No le temo a la cursilería, hay que acercarse a ella, pero no caer en ella.
Charles Chaplin es un ejemplo de eso. Camina por la cuerda floja.
El humor negro nos enseña a reírnos de nosotros mismos. Hay que aprender
a reírse de uno, para poder reírse luego, de otras cosas que sin la risa nos harían
mucho daño.
Pienso que nunca debemos tomarnos muy en serio, eso es sano.
FM | Bien, ¿el Surrealismo tuvo alguna importancia en tu vida?
CA | Cuando descubrí el Surrealismo, quedé impactada. Te confieso que me llega
más la pintura que la poesía. En la pintura surrealista cada cuadro es un poema,
un escalofrío, una puerta, una ventana que se abre internándonos en esferas hasta
entonces desconocidas. Pienso en Max Ernst, Magritte, Tanguy, Chirico, Chagall,
Dali. Cómo me han ayudado.
Cuando era joven intenté la escritura automática. Los resultados no fueron
felices. Descubrí que era obsesiva. Repetía y repetía una palabra y nunca salió
nada interesante.
FM | En la bibliografía de un libro de Nydia Palacios Vivas, figura un ensayo
de Margaret Randall, originalmente publicado en Caracas, en 1980, que fue integrado
a un libro llamado Mujeres en la revolución, que editó Siglo XXI. ¿Crees que hay
excesos de represalia de los sectores sociales victimados, que, en vez de actuar
positivamente por un rescate de la dignidad, puedan confundirse con la misma exclusión
que combaten? ¿Cómo se identifican esas contradicciones y se ayuda a adaptarlas?
Desde luego que en una sociedad machista es fundamental defender esas cuestiones.
En varias ocasiones observas que tu feminismo no tiene excesos, y que, sobre todo,
importan los aspectos que dimensionan el sentido de lo humano en nosotros; y me
parece que de ahí viene tu real afinidad con César Vallejo.
CA | Me alegra que te hayas dado cuenta de mi feminismo. No me gustan los extremos.
Soy feminista sin excluir al hombre. Estoy contra el machismo y eso se da también,
a veces, entre las mujeres. El hombre necesita de la mujer y viceversa. Nos complementamos.
Yo lo que exijo y por lo que peleo es por que tengamos las mismas oportunidades,
que no nos excluyan, que nos respeten, que nos traten de igual a igual. Desde que
yo era joven hemos avanzado, pero todavía falta mucho, mucho. Las revoluciones,
tanto en Nicaragua como en El Salvador, ayudaron bastante. Sin embargo, observo
que hay un deslizamiento hacia atrás. Cuánto ganaríamos sin el horrible machismo.
Hay que escuchar a la mujer tanto como al hombre. No excluirnos, sino, al contrario,
incluirnos.
Para darte un ejemplo de cómo estamos todavía de atrasados te diré que hace
un par de años, hablando yo en confianza con un editor, le pregunté que si le llegaban
dos libros igualmente buenos, uno de un hombre y otro de una mujer, y si él sólo
pudiese elegir uno, ¿qué haría? Me respondió sin titubear que publicaría el del
hombre, porque se vendería más. ¿Te das cuenta? Ni siquiera me dijo que los volvería
a leer con gran cuidado, que se los daría a otros para saber su opinión.
Recuerdo que en mi adolescencia, apenas se publicaban libros de mujeres
hispanohablantes. Se contaban con los dedos de una mano: Grabriela Mistral, Juana
de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y quizás dos o tres más. Todas,
entre la burguesía, eran consideradas como raras. Yo escuchaba decir con gran seriedad,
aun a las mujeres, que el cerebro femenino era inferior al masculino. Todavía recordar
esa frase me indigna y me da rabia.
FM | Evidente que no se puede aquí rehuir el tema de la Revolución cubana y sus
desdoblamientos en la historia reciente de América latina. En los encuentros frecuentes
en París, en los años 70, de los cuales participaban Julio Cortázar, Carlos Fuentes,
Mario Benedetti, Vargas Llosa, entre otros, ¿de qué se conversaba que hoy pudiera
funcionar como un balance de expectativas?
CA | Sí, en la década de los 60, cuando yo viví en París, nos reuníamos a menudo
con Cortázar, Fuentes, Benedetti, Vargas Llosa. Estábamos deslumbrados con la Revolución
cubana. Nos maravillaba que los cubanos hubiesen tenido el valor de enfrentarse
al coloso del norte, que lucharan contra el analfabetismo hasta erradicarlo, que
tuvieran formidables programas de salud para todos, que no hubiese miseria. Todo
eso nos deslumbraba y a mí me sigue deslumbrando. Es un ejemplo a seguir. Fue entonces,
cuando la Revolución cubana triunfó, que yo empecé a pensar en mi país, en mis países.
Antes era totalmente apolítica. Pensaba que era imposible luchar contra el gobierno
de los E.U. que protegía a nuestros dictadores. La Revolución cubana me enseñó que
eso no era así y desde entonces me interesé más, me vi involucrada cada vez más
en los problemas de nuestros países. Mis recuerdos comenzaron a aflorar y de allí
nació Cenizas de Izalco.
FM | Volviendo a tu larga entrevista con Rafael Varela, en un momento dado te
refieres a “una magia que me interesa enormemente y que no deja de darme miedo”.
Está claro que no se trata del entendimiento demasiado intelectual que se suele
tener de la magia, sino de fuerzas que a veces escapan al control y que, en este
sentido, se encuentran verdaderamente con la poesía en su raíz. ¿Cómo influyó esta
magia en tu obra?
CA | La magia me ha interesado siempre. En nuestros países tenemos la suerte
de vivir rodeados de magia, la encontramos a cada instante. Cuando le dije a Varela
que a veces me daba miedo, no me expliqué. Me da miedo cuando por ejemplo siento
que un poema no ha sido escrito por mí, sino por alguien desconocido que me lo dictó,
que yo soy apenas un instrumento. A veces sueño la primera línea del poema y lo
sigo escribiendo. Eso es magia, ¿verdad? Lo llaman el subconsciente. Si es así,
para mí es mágico estar en contacto con mi subconsciente que es mucho más rico que
yo. Hay un librito mío que se llama Luisa en el país de la realidad, donde la magia
campea. Luisa es una gitana que se me presenta en sueños desde hace muchos años
y dialoga conmigo y me descubre mundos. Ese librito, y Pueblo de Dios y de Mandinga,
que es acerca de Deyá, el pueblo mallorquín donde vivió Robert Graves, están totalmente
infiltrados de magia.
¿Qué haría yo sin la magia? Es la raíz de mis poemas. Seguramente sin ella
jamás habría escrito y me hubiese secado como una planta sedienta.
FM | Ah sí, eres traductora de Robert Graves. Cuéntame cómo fue conocerlo y la
experiencia de traducir su poesía, tan compleja y con tantas referencias mitológicas.
CA | Venía yo una tarde caminando hacia mi casa con la cestita de compras, cuando
me encontré a Robert. Nos saludamos y él me dijo que por qué no lo invitaba a una
copita de vino, que tenía algo importante que decirme.
Entramos a casa, bajó Bud de su estudio y nos sentamos los tres en la sala
con una copita de vino. “Quería contarles”, dijo Robert, “que me acaban de escribir
de una editorial española pidiéndome poemas míos para una antología”. Bud y yo nos
alegramos mucho; Robert en España era más conocido por su mitología y sus novelas
históricas que por su poesía y él ante todo se consideraba un poeta.
“Pero”, continuó Robert, “yo sólo acepto si es Claribel mi traductora”.
Yo le di las gracias, pero protesté enérgicamente. Le dije que no me sentía capaz,
que a mí me gustaba enormemente su poesía, pero que su estilo y el mío eran muy
distintos, que él era de corte clásico y que no, que de ninguna manera.
“Bueno”, dijo, “pues entonces no se publicarán”.
Bud intervino y me dijo que él me ayudaría y Robert dijo que él también
si yo tenía alguna dificultad.
Seguí resistiéndome, pero al final acepté con la condición de que yo eligiera
los poemas.
Leí cuidadosamente la obra de Robert y elegí 100 poemas. Estuve dos años
trabajando en ello. Primero los traducía literalmente, luego los trabajaba para
que la música no se perdiera, luego se los mostraba a Bud que me hacía correcciones
y sugerencias, y al final se los mostraba a Robert que también me hacía valiosas
sugerencias. Así nació el librito que la Editoria Lumen publicó.
Cuando salió publicado ya Robert estaba muy enfermo, pero sin embargo, cogió
el libro entre sus manos, se le humedecieron los ojos y nos apretó las manos a Bud
y a mí.
Trabajar en ese libro no sólo significó un reto, sino que también me enriqueció
mucho con respecto a muchas cosas, pero sobre todo con respecto a la mitología.
Robert me comunicó una tarde que yo era una hamadríada (espíritu del bosque)
y que debía escoger un árbol donde yo habitaría después de mi muerte, pero que nunca
le dijera a nadie, ni siquiera a Bud cuál era mi árbol. Así lo hice y tengo tres
árboles: uno en Deyá, otro en Santa Ana, El Salvador, y otro más en Managua.
FM | ¿Te gusta traducir?
CA | Me encanta traducir poesía. Lo hago como un ejercicio cotidiano, como un
llamado a la musa. Sé que es dificilísimo y nunca he estado convencida de que mis
traducciones sean buenas. Algo les falta, algo, el aroma quizás. He traducido mucho
a Emily Dickinson.
Mi hijo, Erik Flakoll, lee chino y me propuso traducir conmigo el Tao. Yo
lo traduzco literalmente desde el inglés y luego él, basándose en el chino, corrige
mis traducciones. Es un lindo ejercicio y los dos gozamos haciéndolo, sabemos ambos
que cada línea del Tao que traducimos, nos enriquece. Qué libro maravilloso.
FM | Leo lo que escribió Nydia Palacios Vivas sobre Cenizas de Izalco (1966),
la aproximación que traza entre la protagonista de tu novela y Emma Bovary. No sé
si estás de acuerdo, y ya me dirás. Pensé en cómo relacionar este libro tuyo con
el universo del realismo mágico latinoamericano. También querría saber si conoces
Isla Mágica, del panameño Rogelio Sinán. Es curioso observar que Panamá es un tipo
de zona fantasma, al mismo tempo desterrado del mapa cultural de América Central
y de América del Sur. ¿Ya habías reparado en eso?
CA | Nunca había pensado en el paralelo de Isabel, mi protagonista en Cenizas
de Izalco, y Mmme. Bovary. A lo mejor Nydia tiene razón. Son dos mujeres provincianas
inteligentes, desdichadas en su matrimonio, que se ponen a soñar.
Leí hace algunos años Isla Mágica de Sinán. Recuerdo que me gustó mucho
pero no podría hablarte sobre ese libro. Está lejano.
Tienes mucha razón cuando dices que Panamá es un poco una zona fantasma,
ni de América Central ni de América del Sur. Ahora se le está incluyendo cada vez
más en América Central. Qué bueno. No es justo ignorar a Panamá.
FM | ¿Y cómo te relacionas con las otras artes, Claribel? La música, por ejemplo.
CA | Todos los días o las noches, escucho música. Sobre todo me gusta la música
clásica: Bach, Mozart, Beethoven, Haidyn, Schumann, Bela Bartok, por ejemplo.
Gozo con toda la música que me llega hasta el fondo, que me emociona, que
me hace salir de mis casillas. El jazz me fascina: Armstrong, Ellington, Bessie
Smith, Monk, entre otros.
Me gusta muchísimo también la música brasileña: Villa Lobos, Jobim, Buarque,
Veloso. Me encanta el tango: Gardel, Piazzolla; los buenos boleros y last, but
not least: la ópera. María Callas creo que es mi favorita. La voz humana puede
ser maravillosa, como en su caso. Ningún instrumento la iguala.
FM | ¿Y el cine?
CA | Me pasa como con la música. Gozo de todos los films que según yo, son buenos.
Si el film no es muy bueno, pero los actores sí, también los gozo. Veo en DVD a
Greta Garbo, Marlene Dietrich, Charles Chaplin, musicales de los años cuarenta,
en fin. Mientras contesto a tus preguntas pienso, Floriano, que soy una devoradora.
FM | ¿Olvidamos algo?
CA | Creo que no, que me has sacado el jugo. Sólo querría añadir que a lo largo
de mi ya larga vida, lo más importante ha sido el amor, el dar y recibir amor. Sólo
el que da amor lo recibe acrecentado.
∞
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Bronze no fundo do rio, de Miguel Márquez (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2014.
Tremor de céu, de Vicente Huidobro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2015.
Costumes errantes ou a redondeza da terra, de Enrique Molina (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2016.
Reino de silêncio, de Mía Gallegos (edição bilíngue). Teresina: Kizeumba Edições, 2019.
Traduções do universo, de Vicente Huidobro. Natal: Sol Negro Edições, 2016.
O álcool dos estados intermediários, de Gladys Mendía. Santiago: LP5 Editora, 2020.
A tartaruga equestre, de César Moro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2021.
Agulha Revista de Cultura
Criada por Floriano Martins
Dirigida por Elys Regina Zils
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