EL POEMA COMO CUERPO
VIVO
JAM | Creo que el
nudo de la frase del recordado Enrique Puccia reside en la alusión al
matrimonio –indisoluble– del “pensamiento y los sentidos”. En la noción de que
una idea, para irradiar pathos poético y no ser vehículo inservible de
conceptos fosilizados y de ineficaces nombres genéricos (lo cual, por cierto, nada
tiene que ver con la poesía), ha de vivir y anidar en la imagen; ha de brotar
desde el núcleo mismo de la lengua sensible. Aclaro: sensible, pero sin
degradarse a sentimentalismo; para ello, estará motorizada desde lo
sensorial-sensual-intelectual. Un todo inescindible y alquímico que alumbre la
amalgama de los signos en rotación de Paz… En este marco, las voces que, mal o
bien (casi siempre lo primero), puedan hablar dentro de mis poemas, son las de
la letra hecha carne –también: carne hecha letra–, letra que es a su vez sonido
y, al propio tiempo, sonido que derrama sentido/s. Lo ha dicho muy bien Louis
Zukofsky: “El acto de ver estructura las cadencias de lo que se ve”… y: “la
posición y la interrelación de los sonidos nutren, en lo sustancial, los múltiples
significados del poema”. Un sonido significante per se. Esto es: el multánime
acto de ver-palpar-vivir-soñar-imaginar-recrear, irradia su propio jadeo; una
cadencia o latido profundo, que nace tanto de esa entidad inefable que se da en
llamar espíritu, cuanto de las entrañas y pulsiones más personales e
intransferibles.
Por ello, espero
del poema que sea cuerpo en una doble acepción: por un lado, en tanto objeto
vivo que se autoengendra y respira (cada inhalación-exhalación deparará una
sílaba, una palabra, una cesura y estructura en el espacio); por otro, en tanto
traducción verbal del cuerpo-alma del poeta que lo escribe y que es escrito por
él. Por supuesto, no pretendo con esto reducir el acto poético a una suerte de
absurda “secreción glandular” sublimada. Se está hablando de la forma que en
definitiva adoptará, inevitablemente vinculada a la persona total del autor,
aun cuando éste se pretenda “espíritu puro” e incontaminado por las miasmas y
pasiones terrenales. El poema más abstracto o hermético expresa sin embargo (y
ello es deseable e inevitable) las tensiones y deseos más o menos confesos del
poeta. Claro está: importa el fruto final y no su análisis freudiano. Pero
desde tal fruto, malogrado o espléndido, la voz poética es un cuerpo que exige
y anhela un alma, como rogaba la desdichada criatura del doctor Frankestein.
Es la rebelión
contra los corsets de la palabra fascista del lenguaje convencional o del
poder, y a favor de la expansión en big-bang de la conciencia. El poema no se
define, pero sí define a su autor-portador al sentir el pavor y riesgo mortal
de explorar el misterio concreto de un insecto, de una mujer, de una naranja,
de la vida o la muerte, mediante otro misterio: la voz. En lo personal, mi
deseo más intenso sería, en el poema y gracias a él, llegar por un segundo
inmortal a ser lo Otro/el Otro, hurgar el espacio de las metamorfosis. Despojarme de mi fútil coraza natal.
Digamos: el sueño de re-encarnar en “uma pedra no
meio do caminho” o, para seguir con Drummond: “Sou Clodoaldo rima de Everaldo…
com Gérson e Piazza me acrescento…”. Que lo sensible no abra las
exclusas a un mero impulso confesional sino que cumpla con el fracaso más
glorioso de todo poema: el afán de ser “sentimento do mundo”. De todos los
mundos posibles. Que, ya se sabe, están en éste.
Tema aparte es el
de los amores poéticos que a uno lo han ido revolucionando, desde los grandes
clásicos a Eliot-Pound, Rilke, Kavafys, Michaux… y tantos otros “gigantes
tutelares” de Europa, Rusia, América.
FM | En tu Piedra de
amolar, hay un capítulo titulado “Trilceanas”, que es un diálogo intertextual
con Vallejo. ¿Hasta qué punto el ejercicio intertextual puede incidir en tu
postulado de que “el lenguaje poético sólo tiene sentido si nace y se asume a
sí mismo como riesgo”?
JAM | No me asusta
revelar mis amores. Ello no supone buscar salvavidas, como ocurre con tantos
poemas cuya única virtud radica en sus acápites o epígrafes, pedidos en
(dudoso) préstamo a grandes poetas. Tampoco persigo la demostración de alguna
ecuación teórica, tal como el regodeo intertextual o la falsa erudición de
citas y paráfrasis. En suma, ninguna argucia que induzca a “redactar” el poema
de una u otra manera, lo que estaría en las antípodas de cualquier riesgo. Y
del gesto poético mismo. No: aunque nacidos a modo de emocionado –y humilde,
claro está– homenaje, esos textos de Trilceanas son también una
mini-declaración de fe: he aquí uno de los grandes puntos de partida; veamos a
dónde desemboco, en este día y en esta hora, con mi precario e insuficiente
registro personal y sin pretender imitar al modelo. Por el contrario:
olvidándolo hasta cierto punto, aunque no por completo, para ser fiel a lo que
ahora esté pujando dentro de mí (porque, de escribirlo mañana, el resultado
sería diverso y aun opuesto).
Sólo después de
volcar al papel esos brevísimos poemas, advertí que tal acto podía asimilarse a
una fatuidad. ¿Quién es éste que pretende apropiarse de una línea de Vallejo
como pie, nada menos, de un nuevo texto? Bien; aquí apelo a una reflexión que
me hizo tiempo atrás, vino tinto mediante, otro poeta grande y amigo, Francisco
Madariaga: “No todos podemos ser Cristos como Rimbaud, pero somos todos
necesarios para que fluya el río.” Si no nos arriesgamos hasta donde cada uno
de nosotros sintamos que podemos y deseamos arriesgarnos, pero dando siempre la
espalda a modas y presiones tribales incluida la de fingirnos más o menos
“clásicos” o “vanguardistas”, según dicte el canon), el río no habrá de fluir.
Entonces: el
riesgo, así lo siento, consiste en ser uno mismo aunque usufructuando toda la
herencia poética –y del imaginario colectivo– legada por las generaciones
anteriores. Ese uno mismo está, en mi caso, íntimamente ligado a mi
circunstancia histórica-social aunque, es obvio, la trascienda o traduzca por
vías no siempre advertibles. Más aún, el riesgo radica en ese ser uno, pero
intentándolo paradójicamente por vía de la relativa des-individuación. Procurar
–con la máxima honestidad poética concebible– la
destrucción-reconstrucción-redefinición de la propia subjetividad; el Je
l’autre de Rimbaud. Abandonarse, por un instante epifánico, al canto de sirena
de la entropía y disolución de la identidad para atisbar, tras un arduo camino,
la orilla prometida de esa Forma que organice el caos. Al menos, como
estructura móvil; como un Eros de fragmentos palpitantes.
El hecho de que
esta forma crepite, en ocasiones, como una “angustiosa ausencia de forma” (al
decir del venezolano Eugenio Montejo) no impide su búsqueda, en un trabajo a
tientas no menos angustioso.
FM | Dentro de esa misma
perspectiva, ¿qué influencias atribuyes al cine y al jazz en tu poesía?
JAM | Has
martillado en un clavo importante. La entropía y el orden. El saxo barítono
John Coltrane podía desangrarse tocando por dos horas de modo ininterrumpido.
Era una vertiginosa huida de los acordes, fraseos y planetas habituales, hacia
un punto del universo turbador en escala humana. Los espacios parecían abrirse,
desestructurarse en quiebres, balbuceos y agudos tildados por muchos de
cacofónicos. Pero la línea volvía, una y otra vez, a su eje. En tanto su
baterista percutía en un tono, Coltrane trepaba un acorde más arriba aún, on
and on. Pero sobre aquella fuga, los platillos de Elvin Jones seguían
machacando el ritmo organizador de fondo, monótono y reiterativo, que “ataba”
al conjunto.Y estaba, por supuesto, la técnica obsesiva, las innumerables
boquillas de metal que Coltrane afilaba al milímetro para conseguir el sonido
deseado. Obsesión imprescindible, pero que de nada serviría sin la conexión con
los yacimientos más intensos del alma: el sonido que nace de esos subsuelos es
lo único que vale. El trabajo, aun el más severo, sale de allí.
Este es un ideal,
llevado al paroxismo de la improvisación y las variaciones recurrentes por el
saxofonista Ornette Coleman y su free-jazz. Otro (y los ideales están para
incitar, jamás para alcanzarlos), podría ser la ductilidad armónica del bop de
Charlie Parker a dúo –auténtica gestalt creadora– con Dizzie Gillespie. O el
blues, tan dramático como austero, de John L. Hooker. Y la pasión de Armstrong,
y el desgarramiento de Joplin o Billie Holiday. Y el dificílisimo autocontrol
de Gerry Mulligan. Los silabeos del jazz y su don para que el chorus insurja en
mágico contrapunto sin sujeción a un plan rígido, pero sí a un rigor extremo,
son lo que ansío para el poema. Sea éste breve o extenso, contenga ingredientes
líricos o rupturistas, minimalistas o narrativos, no importa: le pido esa
tensión y fulgor del buen jazz.
La palabra,
inclusive la sílaba, es sentida así como ladrillo de transmutaciones y no como
espejo o adorno de “la realidad”; con peso y valencia propios, fluyendo en una
circularidad donde el tiempo tiende a coagularse en estampas vívidas, en vez de
trotar el devenir diacrónico de la prosa; ese “horror de lo sucesivo” que
acosaba a Borges.
Ambigüedad y
vacíos, polisemia y hasta fracturas sintácticas/semánticas, desjerarquizaciones
y descentramientos si obedecen a la necesidad, y no a un pueril experimentalismo:
el poema, ese gesto perdido en el aire, se inventa a sí mismo y en tal acto
escribe su verdad. No reproduce una experiencia previa, es la experiencia
poética primigenia sedimentada y re-elaborada con infinita complejidad para
tornarse experiencia segunda en el lenguaje. Permíteme aquí traer a Eliot: “La
comunicación no explica a la poesía. Lo que ha de comunicarse no existía antes
del poema”. En mi caso es el deseo de interrogar, en una síncopa fragmentada,
por la conmovida extrañeza de lo más cotidiano y aun banal: poema como jazz.
También, es claro,
el teatro y el cine. Ah, el cine mudo… (y la pintura, otro subítem esencial).
Limitémonos a aludir a las retortas del moderno montaje, desde Griffith acá.
Sin olvidar los documentales que revolucionaron la idea de descripción.
Ese tipo de
imágenes remueve mi afán de dar movimiento a objetos, sueños y seres, desde su
dorso inexplorado. Y ni que decir, la memoria activa inducida por el privilegio
de espiar los gestos del ayer a través de cuerpos y rostros ya idos y
luminosos: el presente continuo al que (mal) bautizamos pasado. Esta memoria
hecha presente es poesía en acción. El toque de la gracia y el mito, los mundos
alternativos que acaso fueron, o que no son pero serán, o no serán jamás. El
Tiempo. Eso que no es, es lo
que el poema es. El canto a una ausencia.
FM | Cristina Siscar,
al escribir sobre tu Mientras él duerme (1977), habla de una retórica
surrealista basada en una trangresión de la lógica con fines meramente
provocativos, y destaca que tu poesía no se apoya en la provocación sino en el
reconocimiento. Esto me recuerda una declaración de Francisco Madariaga acerca
de que el Surrealismo no le sirvió para “rechazar el mundo sino para
celebrarlo”, sobre lo que luego aclara: “La realidad americana, con sus
excesos, ya cumple con la rebelión que los europeos debieron llevar adelante
por medio de sus ataques al racionalismo. La expresión de esa realidad
americana vinculada a mi país natal siempre estuvo en mí. El Surrealismo me
ayudó a encontrar la manera. Fue una revelación. Precipitó.” Independientemente
de cuáles sean las infuencias del Surrealismo en tu poesía, ¿qué piensas de esa
distinción establecida por Madariaga?
JAM | Madariaga, él
lo dijo, admiró sobre todo del Surrealismo su “defensa absoluta de la poesía”,
afirmando que en América “el Surrealismo está desparramado en estado natural”
por lo que, “sin dejar de ser una actitud rebelde es también celebratorio y
nupcial.” Idéntico tipo de reivindicación fervorosa esgrimía Enrique Molina,
aunque sin adherir al absoluto de la escritura automática. Cuando conocí
–limitándome aquí a poetas de mi país– a Madariaga, Carlos Latorre, Juan José
Ceselli, Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Juan Antonio Vasco o Julio Llinás, no
pude menos que sentirme estremecido por la impetuosa verdad de una poesía
entendida como bandera de vida. Esto, dicho más allá de cualquier ismo. Uno –y
hablo sólo de mí– puede sentirse afín, según los momentos, tanto a un
creacionismo de cuño huidobrano como a cierto expresionismo y revolucionario
coloquialismo de un Vallejo, al subjetivismo objetivado de William Carlos
Williams o Wallace Stevens (“…things as they are. Or so we say…”), o de Pessoa
y Ponge, al minimalismo de Emily Dickinson, al gesto antipoético de Parra, a la
danza del pensamiento entre las palabras de un Eliot, al neo-gongorismo de
Carlos Germán Belli o Lezama o a un Surrealismo que estalla en los sitios menos
esperados. Por ejemplo, en algunos beats como Ginsberg y Kerouac. Pero la
afinidad es con los mejores frutos de esos y otros creadores, y no ya con
etiquetas que, si se pretenden excluyentes, se tornan anacrónicas.
Al decirlo así no
postulo, es obvio, un potpourri o eclecticismo de todo-vale. Valen únicamente
el tono personal y la marca de fábrica –estilo o como se llame– que uno mantiene
en el tiempo como hilo conductor, más allá de cambios incluso drásticos. Ocurre
que no podemos negarnos a aprovechar, según exija el instante poético, los
mejores afluentes que conviven dentro de uno y que auxilien al ciclópeo
equilibrio entre el rimbaudiano desorden de los sentidos y el poema como
construcción, como la mano que encamina a un animal salvaje. Sin encaminarlo
jamás al conformismo. La rebeldía, la no aceptación pasiva del ucase y lo
canonizado, es la chispa perenne de la que nace ese nuevo poema-forma. Y aun
cuando tal forma pueda no alardear con los signos extremos de la trasgresión
verbal (porque sería inútil y autoritario reclamar al poeta que escriba de tal
o cual manera, y a veces lo “trasgresor” puede ser una contención que reinvente
lo clásico, como los sonetos o las “Citas” de Gelman), siempre se estará a
siglos luz de tanta seudo poesía dócil al paladar del poder y de las célebres
“señoras gordas”…
La propuesta
surrealista sí, además, por la validez del ideal (inalcanzable pero
movilizador) de la poesía como un modo de vivir. “Algo discutible y hasta muy
difícil de sostener, pero nuestra apuesta fue y sigue siendo a eso. Antes que
profesión u oficio literarios, pasión de vida.” Lo afirmó Raúl Gustavo Aguirre
en 1981 recordando las luchas de Poesía Buenos Aires, pero rechazando a la vez
la noción (o el malentendido) de la supuesta “irresponsabilidad del poeta en la
escritura, o del poema como un acto mediúmnico.” Por no hablar de la maquinita
de producir imágenes de la que tantos abusaron, una retórica ajena a cualquier
necesidad interior. Por lo demás, sobre el desafío de la fusión poema-vida ya
se ha advertido que “la palabra perro no muerde”. Pero rubrico para mí la
prioridad del vivir, un compromiso extensivo al vínculo con el prójimo, y la
ética del poema como leal a su hacedor. Sin olvidar que son planos distintos y
que el poema es un artificio u objeto dotado de fulgurante autonomía.
FM | Dijiste en una entrevista que la tradición lírica argentina fue
rota, “fruto de quiebres culturales individuales y colectivos”. ¿Podrías ser
más específico al respecto? Si pensamos en una tradición como la chilena, con
una trayectoria bastante evidente que abarca nombres como Pablo de Rokha,
Neruda, Mistral, Huidobro, Del Valle, Casanueva etc., ¿cómo podríamos situar a
la Argentina en este ambiente? ¿Quiénes serían los grandes padres de la poesía
argentina?
JAM | Creo que la
tradición pudo recrearse y realimentarse con relativa fluidez hasta las feroces
sacudidas de los ‘60 en adelante. En 1958 aparecía Poesía=Poesía, piloteada por
Roberto Juarroz, cuyos textos rindieron tributo a una condensación y
conceptualismo casi epigramáticos. En 1952 había irrumpido A partir de Cero, de
magnífica impronta surrealista, continuada por la más abierta Letra y Línea
donde junto a Pellegrini batallaba el siempre adelantado a su tiempo Oliverio
Girondo.
Una y otra fueron
antecedidas por la revista, grupo y editorial Poesía Buenos Aires (1950-60). Un
modelo no menos importante de rigor, de claridad y verdad líricas y –a la vez–
de pluralismo en su indagación de un registro poético moderno (allí tuvieron
cabida los surrealistas al lado de figuras tan distantes entre sí como Drummond,
Macedonio Fernández, Baldomero Fernández Moreno, Leónidas Lamborghini, Char,
Reverdy, Pavese, Vallejo, Stevens, Dylan Thomas o Keats, y otros nombres
entonces muy poco difundidos entre nosotros, entre ellos Odiseas Elytis). Y
antes aún, Arturo y el movimiento Arte Concreto-Invención motorizados, entre
1944-45, por un importante núcleo de artistas plásticos y, en lo poético, por
Juan Carlos Lamadrid y el inclasificable Edgar Bayley, quien repudió el
poema-lamentación en el estilo de la melancolía impostada de ciertos
cuarentistas y el versillismo hispanizante aún en boga. Deudor de su amado
Apollinaire y del creacionismo pero asimismo –en parte– del expresionismo y el
Surrealismo (“para mí el mundo de la subjetividad es muy fuerte, y también la
necesidad de objetivar. Hay, sí, una cierta raíz romántica, expresionista y,
por qué no, surrealista. Movimiento con el que tengo una gran deuda aunque no
soy surrealista”), Bayley supo conjugar en su obra, altamente personal, los dos
estados extremos pero que interactúan sin cesar: el alerta y la inocencia. En
una carta de enero del ‘85 me hizo compartir esta reflexión: “La poesía,
cualesquiera fuesen su forma y su temática, apunta a despertar en cada uno el
sentido de quién es él, qué son las cosas y los seres que lo rodean y, de algún
modo, es una respuesta tácita a ese terrible ¿para qué? que a veces nos
derrumba. Una respuesta tácita pero más eficaz que muchas cavilaciones. Es un
acto vital, una prueba, un toque de gracia. Es entonces cuando uno puede
decirse: ¿lo demás qué importa? He llegado a la tierra prometida…”
Sí: esas voces (y
no enumeraré más ni seguiré hacia atrás, a las muy destacadas e influyentes
generación del ‘40 y vanguardias del ‘20), eran la tierra prometida. Por
supuesto, los jóvenes de los ‘60 entre quienes me contaba, catalogados luego
como una generación afincada en lo coloquial y el realismo social –obvio: no
fue tan así–, y más tarde los muy estimables poetas y grupos que llegan hasta
el día de hoy, son parte crucial de esta historia y marcan una huella
indeleble. Surgieron en este último período revistas, sellos editoriales y
corrientes enfrentadas aunque, como siempre ocurre, los marbetes –neobarrocos,
neorrománticos, neoclásicos, intimistas, objetivistas, poesía
visual-concretista o poesía “social”–, fueron cediendo en favor de la obra
misma.
Eran pugnas
normales. Pero el quiebre en el seno del hacer poético fue, en verdad, un cisma
general: “pueblo versus intelectuales” (la falsa opción advenida con el primer
peronismo en el ‘46), continuó con las divisiones entre quienes se alegraron
con la “Revolución Libertadora” que derrocó a Perón en 1955 (incluidos aquí
muchos seguidores de Poesía Buenos Aires) y quienes nos opusimos a ése y a
cualquier golpe militar. Aunque, es cierto: el gorilismo pro-militar fue pronto
objeto de una angustiada revisión. Las vanguardias se acercaron a lo nacional y
al pueblo, y lo populista-coloquial se acercó a la especificidad poética. Ello
fue visible en la revista Zona de la Poesía Americana, de 1963. Lo destacó Daniel
Freidemberg en “La poesía del cincuenta”, Centro Editor de América Latina,
Colección “Capítulo”. La radicalización se profundizó tras el golpe del general
Onganía en 1966, cuando fueron arrasados sindicatos y universidades (la fuga de
cerebros y la famosa “Noche de los bastones largos”) y surgieron los primeros
grupos represivos para-militares. Todo ello se agudizó con el dramático Perón
de 1973-74 y su séquito del que emergió José López Rega, impulsor de los
crímenes de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) hasta culminar con el
atroz genocidio planificado de 1976-1983. En todo este durísimo trámite, hubo
relevantes poetas y escritores muertos junto a otros luchadores sociales, o que
sufrieron la tragedia en sus seres queridos: Miguel Ángel Bustos, Paco Urondo,
Roberto Santoro, Rodolfo Walsh y tantos otros tipifican lo primero, Juan Gelman
o David Viñas lo segundo. Súmese a ello los muchos que se exiliaron.
En tal clima, ¿cómo
esperar el curso natural de la lucha inter-generacional? Al lado de la
honestidad creativa arraigó en ciertos casos un tribalismo que se desvive por
el “poder” poético y el aplauso mutuo. Pero también hubo fecundos
redescubrimientos y una actividad múltiple, casi increíble. La Argentina
vaciada y en el abismo sigue siendo semillero de un número inusual de lecturas,
publicaciones y hechos poéticos, así como de valiosas voces jóvenes. Pero hoy
suena muy remota cualquier idea de un proyecto cultural-vital integrado a una
comunidad global, o a un país-nación.
¿Padres? Claro que
sí. Algunos –reitero– gracias al revival a que alentó su tardío
redescubrimiento. Es el caso del impar poeta, ensayista-filósofo, humorista por
la paradoja, cuestionador del universo y novelista a contramano Macedonio
Fernández (1874-1952). Uno de los pocos genios de la literatura argentina. Pero
¿lo de él era literatura? Los padres, si aludo sólo por razones de espacio a mi
país, incluyen al poema “Martín Fierro”, más vigente de lo que se cree, y a los
nombres citados en respuesta anterior. Resaltan el vitalismo panteísta de
Molina, el anti-modernismo de Baldomero Fernández Moreno, Nicolás Olivari y,
luego, Mario Jorge De Lellis, la audacia conversacional de César Fernández
Moreno, las vanguardias con los “martinfierristas” y Pellegrini, Latorre,
Girondo o Bayley, el sutilísimo lirismo del entrerriano-universal Juan L. Ortiz
cuyo mito crece con los años y el finísimo rigor de Carlos Mastronardi y
Enrique Banchs, el ejemplo de evolución poética de Alfonsina Storni, la
gravedad elegíaca de Olga Orozco, la no menos profunda pero más multifacética
Amelia Biagioni, la dicción ontológica y medular de Alejandra Pizarnik. Y otros
nombres fundantes: Alberto Girri, Ricardo Molinari, Raúl González Tuñón. Borges
es Borges (¿quién lo duda?), aunque la óptica sobre su poesía se divida. Y
están los relevantes hermanos mayores de los muy jóvenes: Gelman, Madariaga,
Joaquín Giannuzzi, Rodolfo Alonso, Mario Trejo, Aguirre, Osvaldo y Leónidas
Lamborghini…
FM | Francisco Urondo,
en un ensayo sobre la revista Poesía Buenos Aires, observa que en aquel
momento, en los años 50/60, había una precariedad, en parte de los poetas
argentinos, con respecto a tomas de posición. Son palabras de él: “Este
movimiento oscilatorio entre el desarrollo de una conciencia y el atavismo,
ocasiona que que los surrealistas adoptan una casi total prescindencia
política; los invencionistas, que actuaron políticamente en el 45, hasta ser
desplazados del oficialismo de izquierda, se han alejado de toda actividad”.
¿De qué manera esas contradicciones intervienen en ese quiebre de la tradición
lírica al que te refieres? ¿Hasta qué punto la creación artística se vio
interceptada o castigada por ese ambiente político?
Jorge Ariel Madrazo & FM. Porto Galinhas, 2007 |
JAM | Algo dijimos
en la respuesta anterior. La alusión al “oficialismo de izquierda” daría lugar
a un libro. Esos desencantos, y la represión, pudieron alentar en algunos una
poesía más sofisticada y elíptica. En su época se reprochó (sin razón) al grupo
Ultimo Reino, de tinte neo-romántico en su origen, haber escogido aquella
tangente. Los fundadores de esta revista-editorial, de merecido prestigio
latinoamericano, y surgida en plena dictadura, demostraron ya entonces que eso
era falaz. Uno de ellos, Víctor Redondo, impulsó y dirige la flamante Sociedad
de Escritoras y Escritores de la Argentina, SEA, nacida por rechazo y
diferenciación de la obsoleta SADE. La pancarta de SEA participó en la marcha
multitudinaria del 24 de marzo de 2002, aniversario del nefasto golpe del ‘76,
junto a mujeres y hombres de las asambleas vecinales, “piqueteros”,
agrupaciones y gente común. José Luis Mangieri es otro legendario editor-poeta
de firme consecuencia ideológica desde los ‘60 a hoy.
Hay, cómo no,
rivalidades: Diario de Poesía, aunque acoge una variada gama de materiales no
oculta su afán por promover una especie de prosaísmo presuntamente perseguidor
de lo “natural”. En las antípodas, Hablar de Poesía y el también grupo editor
tsé-tsé en Buenos Aires, o Fénix en Córdoba, militan en una estética de elevado
rigor formal y aliento mucho más ambicioso en lo ensayístico-creativo. Otras,
como Barataria, aúnan esa apertura a la poesía mundial con una actitud
redescubridora, albergando inclusive a francotiradores injustamente postergados
de distintos países. Adscriben a su modo a esta línea La Danza del Ratón, que
ahora decidió cerrar su dilatado ciclo, y El Jabalí. Desde Bahía Blanca llega
la notable propuesta joven de Vox, publicación que se propone como modular y
“desarmable”. Rollos del Mal Muerto es otro registro estético muy digno de
atención. Todas ellas ofrecen documentos, teoría, traducciones y espacios de
creación.
Se explicitan así
tomas de posiciones en un medio donde la polémica de fondo está casi ausente.
En el campo político, sobre todo dentro de los núcleos primeramente citados, la
participación queda más librada a lo personal y, salvo situaciones
particulares, puede hablarse de un mayor distanciamiento.
FM | Tu estudio sobre
Elizabeth Azcona Cranwell tiene la importancia de recuperar una gran voz de la
poesía argentina. Junto a Olga Orozco y a Alejandra Pizarnik, ¿se podría decir
hoy que esas voces femeninas se reconocen finalmente como parte esencial de la
poesía argentina?
JAM | Sí, con las
obvias diferencias personales. Entiendo que Elizabeth, como María Victoria
Suárez, es una de esas altas y prestigiosas voces que debería, con todo, ser
recuperada en mayor medida por los novísimos. En el estudio a que aludes ya
volqué lo que pienso. En muchos casos las exaltaciones dan paso a modas y al
forjamiento de estatuas de bronce, que relegan a otros poetas a un relativo
segundo plano. Olga, Alejandra y Elizabeth fueron siempre grandes compañeras en
vida y obra. Curiosamente, Olga también valoró en alto grado a Girri en lo
poético y lo amical, pese a que sus posturas no podían ser más distantes.
Alejandra, a su vez, de tan fuerte peso sobre todo entre los jóvenes, ha sido
capturada como conejillo de Indias por académicos y profesores norteamericanos
que gracias a ella redactan multitud de papers. El hipotético suicidio (la cosa
no está clara) y la remanida cuestión del género, otro tópico de moda, han
interferido demasiado en una apreciación justa de lo que creo es una obra de
notable valor.
FM | Otra observación
tuya se refiere al carácter del poeta argentino. Dices que ese poeta “es muy
culto pero no hace suficiente caso de una serie de voces que existen”, y en
seguida agregas: “Creo que se lee poco, que hay poco esfuerzo en darse al
trabajo de atender a los otros”. ¿Cuáles son las implicancias de ese
comportamiento en los desdoblamientos de esa tradición que venimos comentando?
¿No crees que la corriente neobarroca hoy invocada es fruto de esa ausencia de
diálogo con el otro? Más que en moda, ¿ello no consistiría en presunción?
¿Estéticamente esa corriente enriquecería en algo la tradición poética
hispanoamericana?
JAM | El llamado
neobarroco es una filiación muy discutida: no son todos los que están, y a la
vez hay otros buenos poetas cultores de un cierto formalismo acaso emparentado
con esta concepción. Todos ellos tienen una formación muy sólida. Es cierto:
hay en muchos poetas un nivel de cultura poética superior a la media pero que
coexiste con la tendencia a prestar sólo oídos a quienes adscriban a
determinada/s cofradía/s, sea por lo del “poder” literario, por soberbia
egolátrica o empatía estética-amistosa. Pero esto es universal, ¿o no?
Insisto: más que
hablar de hipotéticas corrientes me importan los creadores en concreto. Con
mayores o menores salvedades –y, como muchos, tengo en más de un caso fuertes
reservas– creo que el pionero y personalísimo Leónidas Lamborghini, Nestor
Perlongher, el joven poeta y ensayista de Córdoba Silvio Mattoni, Tamara
Kamenszain, Arturo Carrera y el también editor Luis Tedesco aportan, desde un
considerable nivel poético, trabajos que ensanchan la percepción del mundo y de
la conciencia (Tedesco fue algo así como un adelantado del expresionismo
barroco con su poemario Cuerpo, del 75). En algunos se advierte lo que con
manía clasificatoria podríamos tildar de “para-gongorismo” (¿no podría hablarse
también de “neoclacisismo” y hasta de redundancias “neo-tangueras?”). En cierto
momento se dio en bautizar como neobarroco casi a toda escritura dotada de
cierto nivel de complejidad e independencia sígnica, y propensa a la
proliferación, el estallido metonímico y el juego de enmascaramientos. En
aquella época se asistió a un debate interesante entre los empecinados
defensores del sentido, por así decir, y los abanderados del significante a
ultranza, en onda lacaniana. Los neobarrocos suelen –y tal es su imperativo
casi kantiano– regodearse con su propia parla; es innegable: la sectaria
reiteración de fórmulas hartó a muchos con razón. Pero hay que oírlos de a uno.
¿Cómo identificar el tajo carnavalista-aliterativo-barroso de Perlongher con el posmodernismo fractal
(esto último, dicho por él mismo) de Carrera? Como poetas y/o traductores, me
interesan los posibles logros, la voluntad de forma y la saludable iconoclastia,
al margen de escuelas reiterativas. Y creo que “Cadáveres”, el gran poema de
Perlongher, es algo así como nuestro “Howl” criollo.
Y ya acotó con
humor Héctor Libertella: “Cada escritor aplica determinados procedimientos para
convocar cosas, que aparecen súbitamente a partir de la más impensada
combinatoria de letras”. Para concluir: “Es como un milagro. De la perdición
total en el trabajo lingüístico puede saltar un conejo real.”
En lo de no
escuchar al colega y la ausencia de lecturas, alarma ver cómo poetas muy
jóvenes –tampoco generalizo; ya mencioné el valor de tanta nueva generación con
cuyo trato me enriquezco– se entregan al mero exabrupto escatológico por eso de
la “sinceridad” (!!), con resultados deplorables; los directivos de cierta
revista que se jacta de su virulenta autenticidad, sea esto lo que fuere, se
extrañaron cierta vez: ¿Para qué leer a los poetas griegos? Otros dijeron que
lo de Pizarnik eran sólo aforismos. Y no faltan quienes atienden casi
únicamente a las poetas feministas, o a los “sociales” y próximos a la poesía
descriptiva. En fin, en todas partes se cuecen habas.
FM | Por un largo
período estuviste viviendo en Venezuela, en los años 70; allí dirigiste la
revista Elite. Antes de ti, podemos pensar en el caso de un Juan Antonio Vasco,
otro argentino que vivió en Caracas, publicando textos en la revista Sardío y
luego participando de la formación grupal El techo de la ballena, por los años
50. ¿Son casos aislados o podemos hablar de un diálogo más corriente entre
poetas venezolanos y argentinos?
JAM | Pregunta
inquietante. El diálogo entre nosotros, los (mal)
vivientes de estos países que oscilan del trópico al hielo, suele ser un coito
interrupto, malgrado la ayuda del nexo virtual. Más bien tiene lugar entre
miembros de revistas o grupos. Un aporte nada desdeñable son los encuentros de
poesía, y citemos aquí a los excepcionales de Medellín y Bogotá, los convocados
por la Casa de la Poesía de Venezuela y los habidos en Brasil, Cuba, Uruguay,
Paraguay, México etc. En la Argentina, el Festival Internacional de la ciudad
de Rosario, provincia de Santa Fe, cobró ya fuerte significación. En éstas y
otras citas, como algunas de alcance internacional celebradas por la Casa
Nacional de la Poesía que con auspicio oficial dirigió en Buenos Aires la poeta
Susana Villalba, fue posible hilvanar un diálogo fecundo.
Sobre el puente
Venezuela-Argentina: Sánchez Peláez, Perdomo, Crespo, Cadenas, Palomares,
Lizcano etc. etc., son nombres muy considerados aquí. No hace mucho tiempo
dieron lecturas y trasnocharon con nosotros Juan Calzadilla, Eugenio Montejo y
Luis Britto García, entre otros. La sorprendente editorial venezolana “Pequeña
Venecia”, montada a fines de 1989 por Yolanda Pantín, Antonio López Ortega y
Blanca Strepponi –quien, si no recuerdo mal, es argentina allí radicada– ha
dado cabida a traductores y poetas de mi país: algunos, como Mercedes Roffé,
Saúl Yurkievich o María Negroni, residen y actúan en medios académicos de
Europa y los Estados Unidos. Otros son indudables referentes, como Perlongher o
Héctor Viel Temperley. Carrera tradujo para ese sello a Yves Bonnefoy etc. En
Venezuela también vive y escribe sin pausa el argentino Manuel Ruano cuya
publicación Quevedo, en papel y virtual, aloja un material riquísimo.
Cuando Venezuela
aún montaba su stand en la Feria del Libro de Buenos Aires era posible hacerse
con las novedades y dialogar con poetas invitados. Eso también se cortó. ¿Las
embajadas? Allí están. Hay contactos que se sostienen porque la amistad, como
la poesía, flota. El resto, Hamlet dixit, es silencio.
FM | Anoto un pasaje
de una declaración tuya donde tú dices: “Una de mis lecturas, que hacíamos en
la escuela, era José Asunción Silva, entre otros grandes, Rubén Darío, algunos
poetas argentinos que conocíamos a través de la escuela o de la biblioteca
familiar”. La enseñanza de esa literatura en las escuelas argentinas ¿es sólo
superficial o se ha buscado, de manera institucional, una integración entre las
diversas culturas hispanoamericanas? ¿Qué se puede vislumbrar hoy de la América
soñada por Bolívar?
JAM | Lo ya dicho.
Bolívar mismo confesó su decepción. Aun así confío en que algún día vamos a
descubrir que en América “Inventamos o erramos”, como enseñó el maestro y
mentor de Bolívar, Simón Rodríguez. Los escolares argentinos de nivel medio
viven hoy, en su mayoría, desinteresados de todo. El vaciamiento fue muy grave:
antes, el libro se compraba o conseguía, hoy en gran medida se manejan con fotocopias.
La marginalidad golpeó de modo dramático. Así que mucho depende del profesor.
Se atisban, sí, algunos clásicos españoles y americanos junto a argentinos no
obviables como Lugones, Borges o Baldomero, hasta llegar a veces a Orozco y
Molina; pero de modo muy azaroso y superficial. La situación mejora algo –no
radicalmente– en lo que hace a poesía argentina en la universidad, sus centros
de extensión y algunas de sus publicaciones. Pero aun así falta mucho, y las
culturas hispanoamericanas siguen infinitamente alejadas de la nuestra.
FM | Recordemos un
verso de Elizabeth A. Cranwell: “Si no podemos subir –está claro–
descenderemos./ La vertical de nuestros actos será sustancia de esta vida”. ¿Coincides con ella?
¿En esto radicaría tu idea de que “tenemos que entrenar la sensibilidad”?
JAM | El poema no es tal si no está preñado por la luz de la experiencia poética. Esto suena a obviedad: no lo es. Ha de poseer la gracia de la necesidad y ser la pregunta intuitiva por alguna verdad; mejor dicho, por una nueva pregunta. La idea poética es, para mí, sentimiento que piensa. La única vía que faculta rozar, por un instante, lo real-real. Y si bien el germen de un poema puede surgir, en una suerte de alumbramiento dictado por el subconsciente, en el momento menos previsible, este manantial profundo sólo mana si lo alimenta un incansable entrenamiento para estar disponibles al color de este árbol, al fulgor de esta mirada. A la retraducción de realidades existentes o imaginarias. Eso sí: tartamudeando, siempre, la lengua extranjera de una “muda minoría desconocida.” Es verdad lo de Elizabeth: Si no subimos descenderemos. La exigencia de verticalidad, de no ceder a los incontables naufragios y derrotas, no ha de dar tregua en la palabra. La palabra que es parto mortal.
Jorge Ariel Madrazo & FM. Porto Galinhas, 2007 |
1874-1942 José María Eguren (Perú) A POESIA DE JOSÉ MARÍA EGUREN
1893-1948 Vicente Huidobro (Chile) LA COSECHA VERTIGINOSA DE LA IMAGEN POÉTICA
1899-1986 Jorge Luis Borges (Argentina) AS ENTREVISTAS COM JORGE LUÍS BORGES
1903-1958 César Moro (Perú) CÉSAR MORO ENTRE AMIGOS
1903-1973 Aldo Pellegrini (Argentina) SOBRE SURREALISMO
1904-1973 Pablo Neruda (Chile) A POESIA DE PABLO NERUDA
1910-1996 Enrique Molina (Argentina) OS COSTUMES ERRANTES DE ENRIQUE MOLINA
1912-2002 Pablo Antonio Cuadra (Nicaragua) POESÍA: EL ENSAYO DE LO INEFABLE
1915-1995 Enrique Gómez-Correa (Chile) TESTIMONIOS DE UN POETA EXPLOSIVO
1915-2001 Juan Liscano (Venezuela) LA EXPRESIÓN DE LO ESENCIAL
1917-2011 Gonzalo Rojas (Chile) A POESIA DE GONZALO ROJAS
1919-1974 Eunice Odio (Costa Rica) LAS VERTIENTES DEL FUEGO
1920-1994 Freddy Gatón Arce (República Dominicana) LA HUMANIDAD SECRETA DE LOS ABISMOS
1920-1999 Olga Orozco (Argentina) RETRATO-RELÂMPAGO DE OLGA OROZCO
1920-2004 Fernando Charry Lara (Colombia) PASIÓN Y REFLEXIÓN DE LA POESÍA
1921-2004 Javier Sologuren (Perú) UNA POÉTICA DE LA LEVEDAD
1921-2007 Otto-Raúl González (Guatemala) GUATEMALA Y SUS VOCES OCULTAS
1921-2010 Amanda Berenguer (Uruguay) VIAJES INCESANTES DEL LENGUAJE
1923-2013 Álvaro Mutis (Colombia) A POESIA DE ÁLVARO MUTIS
1924-2018 Claribel Alegría (Nicaragua) RECUERDOS DE LA REALIDAD
1924-2021 Manuel de la Puebla (Puerto Rico) MEMORIA POÉTICA DE UN PAÍS
1927 Carlos Germán Belli (Perú) PRECIOSOS MISTERIOS DE LA EXPERIENCIA POÉTICA
1927-2000 Francisco Madariaga (Argentina) “SOY SÓLO UN PEÓN DEL PLANETA”
1927-2010 Rolando Toro (Chile) A POESIA DE ROLANDO TORO
1927-2019 Ludwig Zeller (Chile) EL SURREALISMO EN LA MESA (Part. Susana Wald)
1928 Graciela Maturo (Argentina) LAS VANGUARDIAS EN ARGENTINA
1929-2016 Américo Ferrari (Perú) EL RECORTE SAGRADO DE LAS PALABRAS
1930-2011 Roberto Sosa (Honduras) HONDURAS EN SU AMBIENTE POÉTICO
1930-2018 José Guillermo Ros-Zanet (Panamá) ENCUENTROS Y DESENCUENTROS
1931 Juan Calzadilla (Venezuela) HUMOR Y SÍNTESIS EN EL ACTO CREADOR
1931-2016 Jorge Ariel Madrazo (Argentina) EL POEMA COMO CUERPO VIVO
1932 Circe Maia (Uruguay) UNA VOZ A TRAVÉS DEL TIEMPO
1932 Pedro Lastra (Chile) DEL ESPEJO A LA MULTIPLICACIÓN DE LAS VOCES
1932-2004 Marosa di Giorgio (Uruguay) DIÁLOGO SIN PAUSA
1932-2013 Carlos M. Luis (Cuba) DOS ENCUENTROS
1932-2019 Thelma Nava (México) SOBRE LA REVISTA PÁJARO CASCABEL
1933-2009 Alfredo Silva Estrada (Venezuela) INSCRIPCIONES EN EL ESPACIO POÉTICO
1933-2023 Manuel Mora Serrano (República Dominicana) DOS ENCUENTROS
1934-2014 Gerardo Deniz (México) RECORTES DE UNA IRONÍA APASIONADA
1934-2021 Rodolfo Alonso (Argentina) LA RIQUEZA ABANDONADA DE LA POESÍA
1937 Miguel Grinberg (Argentina) UNA MIRADA EN LAS VANGUARDIAS
1937-2020 Rodrigo Pesántez-Rodas (Ecuador) EL ECUADOR DE LAS LUCES
1938 Fernando Palenzuela (Cuba) CONVERSA SOBRE LA REVISTA ALACRÁN AZUL
1938-2008 Eugenio Montejo (Venezuela) ANOTACIONES DE LA PERMANENCIA DEL CANTO
1939 José Roberto Cea (Honduras) CASI UN TESTAMENTO POÉTICO
1939-2014 Ulises Estrella (Ecuador) SOBRE LAS REVISTAS PUCUNA E LA BUFANDA DEL SOL
1940 Francisco Morales Santos (Guatemala) DOS ENCUENTROS
1940 Gustavo Pereira (Venezuela) “AL DIABLO LOS VERSOS”
1940 José Kozer (Cuba) DOIS ENCONTROS
1940 Jotamario Arbeláez (Colombia) EXTRAVAGANCIAS POÉTICAS DEL NADAÍSMO
1941 Hildebrando Pérez Grande (Perú) LAS VANGUARDIAS EN EL PERÚ
1941 Luis Alberto Crespo (Venezuela) RESONANCIAS DEL ESPÍRITU POÉTICO
1943 Eduardo Mitre (Bolivia) LA RAZÓN ARDIENTE DE LA POESÍA
1944 Armando Romero (Colombia) DOS POETAS, CUATRO ENCUENTROS
1944 Francisco Proaño Arandi (Ecuador) DOS ENCUENTROS
1944 Renée Ferrer (Paraguay) DOS ENCUENTROS
1945 Harold Alvarado Tenorio (Colombia) POESIA & OUTRAS ESPÉCIES
1946 Carlos Vásquez-Zawadzki (Colombia) LAS VANGUARDIAS EN COLOMBIA
1946 Guido Rodríguez Alcalá (Paraguay) LAS VANGUARDIAS EN PARAGUAY
1947 Juan Cameron (Chile) LAS VANGUARDIAS EN CHILE
1947 Juan Carlos Mieses (República Dominicana) DETRÁS DE LAS PALABRAS Y LOS RITMOS
1947 Susana Giraudo (Argentina) LA POESÍA Y SUS NOMBRES INFINITOS
1948 Helen Umaña (Honduras) LAS VANGUARDIAS EN HONDURAS
1948 Miguel Espejo (Argentina) LAS VANGUARDIAS EN ARGENTINA
1948-2022 Alfredo Fressia (Uruguay) EN LAS FISURAS DE LA MIMESIS
1950 Alfonso Velis Tobar (El Salvador) LAS VANGUARDIAS EN EL SALVADOR
1950 Soledad Alvarez (República Dominicana) LAS VANGUARDIAS EN LA REPÚBLICA DOMINICANA
1950-2018 Enrique Verástegui (Perú) O MOTOR DO DESEJO
1951 Carlos Francisco Monge (Costa Rica) DOS ENCUENTROS
1951 Jesús David Curbelo (Cuba) LAS VANGUARDIAS EN CUBA
1952 David Cortés Cabán (Puerto Rico) LAS VANGUARDAS EN PUERTO RICO
1952 Julio del Valle-Castillo (Nicaragua) LAS VANGUARDIAS EN NICARAGUA
1952 Martin Jamieson (Panamá) LAS VANGUARDIAS EN PANAMÁ
1952 Orlando José Hernández (Puerto Rico) LAS VANGUARDAS EN PUERTO RICO
1954 Ernestina Elorriaga (Argentina) DOS POETAS EN UNA MESA DE LUZ
1955 Berta Lucía Estrada (Colombia) UNA MESA VERTICAL
1955 Carlos Barbarito (Argentina) A POESIA DE CARLOS BARBARITO
1955 Mónica Salinas (Uruguay) LAS VANGUARDIAS EN EL URUGUAY
1956 Gary Daher Canedo (Bolivia) SITIO DONDE AGUARDA UN CÁNTARO
1957 Alejandro Bruzual (Venezuela) LAS VANGUARDIAS EN VENEZUELA
1957 Homero Carvalho Oliva (Bolívia) LAS VANGUARDIAS EN BOLIVIA
1957 Luis Bravo (Uruguay) LAS VANGUARDIAS EN EL URUGUAY
1958 Adriano Corrales Arias (Costa Rica) LAS VANGUARDIAS EN COSTA RICA
1958 Beatriz Hausner (Chile) CAMINHOS DO SURREALISMO
1958 José Ángel Leyva (México) DOS ENCUENTROS
1958 José Carr (Panamá) LAS VANGUARDIAS EN PANAMÁ
1958 Nicasio Urbina (Nicaragua) LAS VANGUARDIAS EN NICARAGUA
1958 Omar Castillo (Colombia) DIÁLOGO ENTRE DOS POETAS
1958 Rodolfo Häsler (Cuba) EN BUSCA DE LO IMPOSIBLE
1960 José Mármol (República Dominicana) LA OTREDAD SORPRENDIDA DEL POETA
1960 Vilma Tapia Anaya (Bolivia) DOS ENCUENTROS
1961 Enrique de Santiago (Chile) LAS VANGUARDIAS EN CHILE
1962 Arturo Gutiérrez Plaza (Venezuela) LAS VANGUARDIAS EN VENEZUELA
1962 Raúl Serrano Sánchez (Ecuador) LAS VANGUARDIAS EN ECUADOR
1963 Pedro Xavier Solis (Nicaragua) LAS VANGUARDIAS EN NICARAGUA
1963-2016 Gonzalo Márquez Cristo (Colombia) CORRESPONDENCIAS ENTRE POESÍA Y ACCIÓN
1965 Jorge Fernández Granados (México) LAS VANGUARDIAS EN MÉXICO
1969 Luis Alvarenga (El Salvador) LAS VANGUARDIAS EN EL SALVADOR
1972 Gabriel Chávez Casazola (Bolívia) LAS VANGUARDIAS EN BOLIVIA
1972 Xavier Oquendo Troncoso (Ecuador) DIÁLOGO EN EL CENTRO DEL MUNDO
1973 Carolina Zamudio (Argentina) LA ILUSIÓN TRANSITORIA DE LOS ESPACIOS
1973 Ricardo Venegas (México) LA POESÍA DE RICARDO VENEGAS
1974 Fabricio Estrada (Honduras) LAS VANGUARDIAS EN HONDURAS
1974 Javier Payeras (Guatemala) LAS VANGUARDIAS EN GUATEMALA
1983 Manuel Iris (México) LAS VANGUARDIAS EN MÉXICO
1984 Alex Morillo Sotomayor (Perú) LAS VANGUARDIAS EN PERÚ
OBRA ENSAÍSTICA PUBLICADA
El corazón del infinito. Tres poetas brasileños. Trad. Jesús Cobo. Toledo: Cuadernos de Calandrajas, 1993.
Escritura conquistada. Diálogos com poetas latino-americanos. Fortaleza: Letra & Música, 1998.
Escrituras surrealistas. O começo da busca. Coleção Memo. Fundação Memorial da América Latina. São Paulo. 1998.
Alberto Nepomuceno. Edições FDR. Fortaleza. 2000.
O começo da busca. O surrealismo na poesia da América Latina. Coleção Ensaios Transversais. São Paulo: Escrituras, 2001.
Un nuevo continente. Antología del Surrealismo en la Poesía de nuestra América. San José de Costa Rica: Ediciones Andrómeda, 2004.
Un nuevo continente. Antología del Surrealismo en la Poesía de nuestra América. Caracas, Venezuela: Monte Ávila Editores, 2008.
A inocência de pensar. Coleção Ensaios Transversais. São Paulo: Escrituras, 2009.
Escritura conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana. 2010.
Invenção do Brasil – Entrevistas [edição virtual]. São Paulo: Editora Descaminhos, 2013.
Esfinge insurrecta – Poesía en Chile [edição virtual, em coautoria com Juan Cameron]. Fortaleza: ARC Edições, 2014.
Un poco más de surrealismo no hará ningún daño a la realidad. México: UACM – Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2015.
Sala de retratos. São Paulo: Opção Editora, 2016.
Um novo continente – Poesia e Surrealismo na América. Fortaleza: ARC Edições, 2016.
Valdir Rocha e a persistência do mistério. Fortaleza: ARC Edições, 2017.
Laudelino Freire. Rio de Janeiro: Academia Brasileira de Letras, 2018.
Escritura conquistada – Poesía hispanoamericana. Fortaleza: ARC Edições, 2018.
Visões da névoa: o Surrealismo no Brasil. Natal: Sol Negro Edições, 2019.
120 noites de Eros. Fortaleza: ARC Edições, 2020.
TRADUÇÕES
Poemas de amor, de Federico García Lorca. Rio de Janeiro: Ediouro Publicações, 1998.
Delito por dançar o chá-chá-chá, de Guillermo Cabrera Infante. Rio de Janeiro: Ediouro Publicações, 1998.
Nós/Nudos, de Ana Marques Gastão (edição bilíngue). Lisboa: Gótica, 2004.
A condição urbana, de Juan Calzadilla (edição bilíngue). Florianópolis: Letras Contemporâneas, 2005.
Dentro do poema – Poetas mexicanos nascidos entre 1950 e 1959, Org. Eduardo Langagne. Fortaleza: Edições UFC, 2009.
A aventura literária da mestiçagem, de Pablo Antonio Cuadra (em parceria com Petra Ramos Guarinon). Fortaleza: Edições UFC, 2010.
III novelas exemplares & 20 poemas intransigentes, de Vicente Huidobro & Hans Arp. Natal: Sol Negro Edições/São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2012.
Sobre Surrealismo, de Aldo Pellegrini (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2013.
Memória de Borges – Um livro de entrevistas (2 volumes). São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2013.
Bronze no fundo do rio, de Miguel Márquez (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2014.
Tremor de céu, de Vicente Huidobro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2015.
Costumes errantes ou a redondeza da terra, de Enrique Molina (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2016.
Reino de silêncio, de Mía Gallegos (edição bilíngue). Teresina: Kizeumba Edições, 2019.
Traduções do universo, de Vicente Huidobro. Natal: Sol Negro Edições, 2016.
O álcool dos estados intermediários, de Gladys Mendía. Santiago: LP5 Editora, 2020.
A tartaruga equestre, de César Moro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2021.
Agulha Revista de Cultura
Criada por Floriano Martins
Dirigida por Elys Regina Zils
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
1999-2024
Nenhum comentário:
Postar um comentário