LA OTREDAD SORPRENDIDA DEL POETA
JM | Esa forma con la que José Rafael Lantigua precisa
algunas consideraciones sobre mi poesía, centrándola sobre los ejes de la
pasión y el deseo, teniendo, además, como marco referencial la cotidianidad, me
parece bastante acertada. Se escribe siempre, sea en prosa ficticia o en
versos, desde la pasión, el deseo y la nostalgia. Lo interesante en la
observación que citas de Lantigua, un crítico que me merece consideración y
respeto, sobre todo, porque no admite dobleces y porque su mayor compromiso es
siempre con la calidad de la obra que estudia, es que se aparta del sambenito
endilgado a mi poesía por la mayoría de los críticos dominicanos, a modo de
arquetipo o cliché, que reduce mi escritura poética a un vínculo de fondo con
la filosofía. Según esa crítica, mi poesía es eminentemente filosófica. Mientras
que Lantigua se percata de su dimensión cotidiana, familiar, coloquial a veces,
quiero decir, su dimensión humana, antes que mero tratamiento poético de
categorías filosóficas o doctrinarias. Soledad Alvarez, poeta y crítica de
admirable obra, también enfatiza en mi escritura aspectos que desbordan la
reiterada preocupación por el tema filosófico. Ella destaca lo pasional, lo
erótico, lo humanamente confesional y lo cotidiano, tratados siempre, eso sí,
como objetos de lenguaje. Lo que admito y creo que mi propia escritura es capaz
de revelar, sin mi ayuda explicativa siquiera, es la íntima relación entre el
pensamiento y la palabra; es decir, la fundamentación gnoseológica y
lingüística del fenómeno poético, hecho este que trasciende los linderos de una
disciplina particular como lo es la filosofía.
En caso hipotético de que haya sido una grave falta para la tradición
poética dominicana el acercamiento de los actos de poetizar y pensar, tal vez
deba admitir alguna culpabilidad en haber impulsado en los últimos decenios,
junto a precedentes y grandes poetas dominicanos como Franklin Mieses Burgos
(1907-1976) y Manuel Del Cabral (1907-1999), a quienes considero maestros, las
sendas del pensamiento dentro de la expresión poética. No hemos de confundir la
poesía de pensamiento con lo que se conoció desde inicios del siglo XX en
nuestro país como poesía metafísica, de la que son representantes Ricardo Pérez
Alfonseca (1892-1950), con su poema “Oda de un yo” y el postumista Domingo
Moreno Jimenes (1894-1986), con el “Poema de la hija reintegrada”.
Me incliné y fundamenté en mis ensayos una poética del pensar, que por
fortuna hicieron suya otros jóvenes poetas y estudiosos literarios de mi país.
La República Dominicana tuvo dos grandes poetas pensadores en el siglo XIX e
inicios del siglo XX. Se trata de Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897), madre
del gran humanista de Hispanoamérica, Pedro Henríquez Ureña y de los excelsos
investigadores y escritores Max y Camila, y quien fuera, también, aventajada
discípula del maestro positivista puertorriqueño Eugenio María de Hostos;
además, Gastón Fernando Deligne (1861-1913), insigne poeta y pensador. Mis
reflexiones teóricas y mis prácticas poéticas evocaron, de algún modo, el
legado de aquellos maestros.
De manera que el juicio crítico de José Rafael Lantigua, con el que
inserta mi poesía pensada en el marco de la vida real y más allá de lo libresco
y lo estrictamente disciplinario en términos de saber, se corresponde también
con tu afirmación según la cual mi poesía es un espacio de diálogo entre la
pasión, el deseo y el pensamiento, claro está, pero todos tamizados por la
preeminencia del lenguaje en el hecho poético mismo. Para mí, el problema
fundamental en la escritura creativa es el lenguaje. El universo de un texto
poético nace y se expande infinitamente en función de su cualidad simbólica y
estética. Esta condición sine qua non para la obra literaria no puede ser
amenazada por ningún referente real ni por el mundo y la vida concretos. Estos
deber ser sugeridos por el poder simbólico, por la fuerza creativa del lenguaje
poético mismo.
FM | En la edición de Lengua de paraíso y otros poemas (1997), los textos
que incluyes de un libro anterior, Deus ex machina (1994) son comprometidos en
su estructura original, pues ya no se presentan como poemas en prosa (no están
justificados, sólo hay demarcación de margen a la izquierda, como ya se había
procedido en Encuentro con las mismas otredades). ¿Qué hay de conciencia
estética en ese tu abordaje del poema en prosa?
JM | El poema en prosa (sea producto de la prosa poética
o de la poesía en prosa) ha de ser visto como un estadio evolutivo superior del
versolibrismo en la poesía hispanoamericana, expresión esta que en República
Dominicana, y de acuerdo a las afirmaciones del crítico e investigador
contemporáneo Manuel Mora Serrano, tiene lugar desde la primera década del
siglo XX. Por supuesto, que la mayor influencia recibida en la poesía en prosa
de habla hispana habría que situarla en Charles Baudelaire y el simbolismo francés,
y en el impacto que este movimiento producirá en las vanguardias europeas y
latinoamericanas de la primera y segunda décadas del siglo XX, desde el
futurismo de Marinetti, el expresionismo de Dvork y Fretzer, el primer cubismo
de Apollinaire y Reverdy, el dadaismo de Tzara y Picabia, el Surrealismo de
Breton, el creacionismo de Vicente Huidobro hasta el postumismo de los
dominicanos Moreno Jimenes, Andrés Avelino (1900-1974) y Rafael Augusto
Zorrilla (1892-1937), surgido a inicios de los años 20 y el posterior
movimiento de La poesía sorprendida, hacia inicios de los años 40.
En una perspectiva personal, y siguiendo los parámetros de tu pregunta,
he de confesar que el descubrimiento a fines de los años 80 de las técnicas del
automatismo escritural surrealista, así como la entrada en contacto con textos
y autores como Nadja, de Breton, y Vlía, del poeta “sorprendido” dominicano
Freddy Gatón Arce, al tiempo que Los paraísos artificiales de Baudelaire, y la
poesía del venezolano José Antonio Ramos Sucre y del peruano Martín Adán, entre
otros, me despiertan una inquietud en torno a la escritura poética en prosa,
que no habría de reflejar en mi primer libro El ojo del arúspice, el cual data
de 1984, sino posteriormente, dado que todavía estudiaba la posible evolución.
Como bien señalas, no será sino hasta la publicación de textos como La
invención del día (1989) y Encuentro con las mismas otredades II (1989), los
que ya había concluido hacia 1987, cuando la elaboración teórica tiene ya forma
de poemas concretos, o bien, se vuelve hecho poético en sí mismo y para sí
mismo. En estos dos volúmenes, además, aparece una concepción diferente de la
semantización de algunos signos de puntuación, en el orden gramatical, y de
lectura del verso, en el orden preceptivo. Por ejemplo, el punto deja de
funcionar como final de oración (o verso) para convertirse en indicador
semiológico de cesura o pausa. Costó trabajo entender estas apuestas, en
principio, pero, ya luego se asimilaron y aceptaron.
Mi libro Deus ex machina (1994) fue concebido como poesía de estructura
prosada, o poesía en bloque, desde su propia génesis. Con él perseguí, en
términos de estrategia poética y discursiva, contribuir a la aspiración
estética general de eliminar las fronteras imaginarias entre la prosa y el
verso; pero, sin inclinarme al llamado prosaísmo, sino más bien, elongando la
estructura orgánica del verso mismo e imprimiéndole propiedades consideradas
convencionalmente prosísticas o exclusivas de la prosa como la laboriosidad en
los detalles, proposiciones entrecortadas que hacen una sintaxis coloquial,
entre otras. Si notaste algún cambio estructural en la arquitectura de los
poemas de este libro que se recogen luego en la antología personal Lengua de
paraíso y otros poemas (1997), no hay tal cosa, sino simplemente, una variación
accidental, quiero decir, no intencional en la disposición tipográfica de las
líneas de los poemas. Sin embargo, las propiedades y características estéticas
propias de la estrategia discursiva original del texto en cuestión se
mantienen, su ritmo organizacional y tensional, en términos de sentido,
también, y nunca fue mi intención insinuar o plantear expresamente algún cambio
o abandono de esos recursos.
FM | Dijo René Char que “la poesía se incorpora al tiempo y lo absorbe”, al
paso que Paul Éluard defendía la imposibilidad de error de la imaginación y
René Crevel tenía por la realidad el mismo aprecio que por un biombo. Como el
poeta es un constructor de puentes entre la imaginación y la realidad, te
pregunto: ¿La imaginación es madre o hija de la realidad?
JM | Dependiendo de la estrategia discursiva de un texto
o un autor determinados, la realidad puede convertirse en madre o hija de la
imaginación, proposición esta con la que estoy dando un giro a la intencionalidad
de tu pregunta y a su orden lógico. Ha habido en la historia del arte y la
literatura, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, corrientes
estéticas que han argumentado, por un lado, la preeminencia de la naturaleza
(Aristóteles, por ejemplo) y por otro lado, de la realidad (Plejanov y
Lunacharsky, en este orden) sobre la imaginación y el lenguaje. La acepción de
René Char que refieres me resulta interesante, por cuanto es la poesía, en
cuanto que dimensión imaginaria y de lo imaginario, la que tiene, desde su
perspectiva, el poder de absorción del tiempo y, consecuentemente, del espacio,
vale decir, de la naturaleza y la realidad.
En la relación imaginación-realidad, para mí y cuando de hechos
artísticos se trata, el protagonismo es del lenguaje, y por tanto, de la
imaginación. El objetivo ulterior de una obra literaria en su relación con el
mundo real ha de ser el de, como decía George Bataille, superarlo verbalmente.
Entiendo que la imaginación, en el ámbito creativo, es madre de la realidad;
jamás hija o reflejo, como alguna vez se ha pensado. El lenguaje poético
enfrenta el desafío de enriquecer la realidad, al punto de estar en condiciones
de producir una realidad nueva, distinta. En el proceso de superación verbal
del mundo el arte es capaz de alumbrar un mundo nuevo. A lo que la imaginación
produce cabe el adjetivo imaginable, y este, si la obra de arte alcanza calidad
estética, poder de evocación simbólica e intuición alegórica, ha de presentarse
al espectador o lector como epifanía de los linderos utópicos de la creación,
de la poiesis, de la invención. En el arte, si a la realidad hubiese que
llegar, tendría que hacerse por medio de la fantasía, es decir, de la
imaginación. El arte es un medio de conocer y transformar el mundo; poco haría
con simplemente reflejarlo.
FM | Estuve releyendo ese largo volumen La poesía dominicana en el siglo XX,
de Albero Baeza Flores, donde narra detalladamente sus encuentros con
innumerables poetas dominicanos. En términos de América latina, lo que me asombra
allí es el pleno conocimiento que los poetas dominicanos tenían de la poesía
del resto del continente, mientras ellos eran desconocidos fuera de su país. Y
pienso entonces en poetas esenciales, como Domingo Moreno Jiménes, Manuel del
Cabral e Freddy Gatón Arce. ¿Qué determinaba este aislamiento de la poesía
dominicana en su relación continental?
JM | El aislamiento de la poesía dominicana es un hecho
que también a mí me ha producido siempre mucha extrañeza. Sobre todo, porque a
pesar de nuestra condición de isleños (y sobre todo, isleños a medias, por
cuanto compartimos la isla con otra nación, con cultura y lengua diferentes,
Haití) desde mediados del pasado siglo nuestra sociedad ha estado abierta al
contacto con corrientes vivas del pensamiento en Europa, América y otras islas
del Caribe. Ha habido un proceso migratorio que ha favorecido el ambiente
cultural dominicano, y este hecho no pudo ser alterado siquiera por las férreas
dictaduras de Ulises Heureaux (Lilís), que culmina trágicamente con el siglo
XIX, y de Rafael Leonidas Trujillo Molina, quien luego de gobernar sanguinaria,
brutal y antojadizamente el país por 31 años, cae abatido el 30 de mayo de
1961, justo el día en que yo cumplía un año y un mes de edad.
A pesar de su relativa pobreza, la República Dominicana llevó a cabo
intercambios comerciales tempranos con naciones avanzadas del viejo continente,
y por supuesto, con Estados Unidos. El comercio de mercancías posibilita el
comercio de las ideas y las corrientes artísticas y de pensamiento. Impactaron
con bastante arraigo, aunque relativamente tarde, en el país, corrientes de
pensamiento como el positivismo y el arielismo, cuyos armazones conceptuales y
de principios doctrinarios y filosóficos implicaban para Latinoamérica un tamizaje
previo del pensamiento germinado en las naciones más desarrolladas. Aunque con
menor incidencia, ya en la segunda década del siglo XX había pensadores y
creadores dominicanos adscritos a corrientes muy en boga como el nihilismo
nietzscheano y el bolchevismo; piénsese en Vicente Sánchez Lustrino y en C.
Adalberto Chapuseaux, con obras que datan de inicios del siglo 20 como
Pro-Psiquis, del primero, así como El por qué del bolcheviquismo y Revolución y
evolución, del segundo. En literatura, aún en vida de Rubén Darío, ya República
Dominicana contaba con un selecto grupo de poetas modernistas, que llegaron a
trabar amistad con el genial nicaragüense, además de poetas de corte
romanticista.
Aún así, no deja de resultar paradójico que nuestros escritores y pensadores
no hayan rebasado, siquiera hoy, suficientemente, los límites espirituales de
la insularidad. Tu pregunta sitúa casos como el de Domingo Moreno Jimenes,
figura más destacada del postumismo, un movimiento cuyo manifiesto se publica
en 1921, bajo la autoría del filósofo Andrés Avelino, y el cual, en el marco
mismo de la primera ocupación norteamericana de nuestro país (1916-1924),
proclamaba por la exaltación de los valores autóctonos. Aunque se discute
todavía la tesis de que fuera o no un movimiento o de si existió como una
postura vanguardista fértil y original, convendría referir la oposición del
llamado “vedrinismo”, de Vigil Díaz (1880-1961), a quien se le considera, en
discusión viva frente al mismo Moreno Jimenes, el primer vanguardista de nuestra
poesía, con sus obras Góndolas (1912) y Galeras de Pafos (1920), última con la
que se supone inaugura el versolibrismo y el poema en prosa en nuestras letras,
entre otras obras.
Te refieres también a un poeta de dimensión continental más o menos
asentada como lo es Manuel Del Cabral (1907-1999), cuyo primer libro importante
Compadre Mon data de 1940, y quien tuvo que dar a conocer por sí mismo su
producción literaria en los países del cono Sur hispanoamericano, cuando bien
pudiera estar traducido a varios idiomas. Mencionas, además a Freddy Gatón Arce
(1920-1994), una de las voces más altas, junto a Franklin Mieses Burgos
(1907-1976), del más rico de los movimientos literarios dominicanos, el de La
poesía sorprendida, que se da a inicios de los años 40, apelando por una poesía
con el hombre universal, en oposición al localismo acusado en el manifiesto de
los postumistas. Revisar la revista de La poesía sorprendida (1943-1947) ofrece
la posibilidad de advertir lo actualizado que estaban nuestros poetas con
respecto a lo que acontecía allende los mares.
Es, pues, tremendamente paradójico el hecho de que aun permaneciendo
abiertos y en contacto con selectas figuras de la intelectualidad de América y
Europa, y de que las obras de los más encumbrados autores iberoamericanos y de
otras culturas y lenguas se leyeran, tradujeran y divulgaran en nuestro país,
la difusión de nuestros creadores y escritores no se haya producido
simultáneamente, muy a pesar de la incuestionable calidad de muchas de sus
obras.
Todavía hoy, insisto, carecemos de una divulgación sistemática de los
valores literarios dominicanos en el exterior, con todo y que prosistas como
Juan Bosch (1909) y Marcio Veloz Maggiolo (1936) hayan sido recientemente
traducidos al francés (lo cual debió ocurrir mucho antes para su difusión, al
menos, en el Caribe francófono) y que otros autores nuestros estén siendo
traducidos al inglés y estudiado en academias norteamericanas. Además, en múltiples
ocasiones se han publicado números monográficos de revistas de cierto
prestigio, tanto en español como en otras lenguas, con muestras de poesía y
cuento dominicanos. Pero, la sistematicidad es imprescindible para lograr
eficacia en esta tarea, y ella no puede ser posible sin tres factores
importantes: 1) la participación del Estado a través de su infraestructura
diplomática; 2) la creación de un mercado editorial con poder de penetración
internacional, y 3) interesar al mundo académico por el estudio y valoración de
la literatura del Caribe hispánico, y en particular, la dominicana, ya que
Puerto Rico y Cuba han tenido mejor suerte.
Por fortuna, algunas editoriales españolas se están interesando por
publicar literatura dominicana. Podría citarte casos como el de Andrés L. Mateo
(1946), poeta, novelista y ensayista destacado de la Promoción de Posguerra
(1965), a quien en 1999 Alianza Editorial le publicó una reedición de su novela
La balada de Alfonsina Bairán. El del crítico José Rafael Lantigua, cuya obra
historiográfica La conjura del tiempo será prontamente reedita en Puerto Rico.
La prestigiosa Colección Popular del Fondo de Cultura Económica, de México,
publicó en 1999 una Breve historia contemporánea de la República Dominicana, de
la autoría de Frank Moya Pons. La conocida editorial italiana Feltrinelli está
preparando de manos del crítico y catedrático de la Universidad de Milán,
Danilo Manera, una edición bilingüe de cuentos dominicanos contemporáneos, que
saldrá en este año 2000, y se contempla otra de poesía contemporánea, en lengua
francesa, la cual se lanzará en la III Feria Internacional del Libro Santo
Domingo 2000. Una editorial española publicará próximamente una obra poética de
Alexis Gómez Rosa (1950), a quien, además, la divulgación actual en el exterior
de la poesía dominicana debe bastante, por sus denodados esfuerzos en este
sentido. Y también en el año 2000 Bartleby Editores, de Madrid, hará una
reedición de mi libro de poemas La invención del día. La conocida revista
italiana L’immaginazione dedicó su número de noviembre de 1999 a cuentistas y
poetas dominicanos contemporáneos, en otra iniciativa del profesor Danilo
Manera. Además, el propio Danilo Manera publicará en Feltrinelli una antología
del cuento dominicano, por primera vez traducido al italiano, bajo el título de
El cactus no teme al viento. Hay otros casos de autores dominicanos que han
sido llamados por importantes firmas editoriales en aras de publicar sus obras.
Esto es una clara señal de que ya no sólo estamos abiertos a recibir desde el
exterior, sino que además, empezamos a llevar lo nuestro a playas literarias
extranjeras.
FM | Aunque hoy poetas como Manuel del Cabral o Pedro Mir se encuentren en
algunas antologías de poesía hispanoamericana (José Olivio Jiménez, Julio
Ortega), raramente encontramos una evaluación crítica de sus obras. Recurro
aquí a dos ejemplos: tanto las ediciones de la Biblioteca Ayacucho (Venezuela)
como la colección Archivos (UNESCO) no incluyen en su ecervo las obras de
ningún poeta dominicano, aun cuando Pedro Henríquez Ureña sea un ensayista
respetado internacionalmente. ¿Qué sigue determinando ese aislamiento? ¿Qué
tendría que ver esto, hoy, con esa corriente de pensamiento que se conoce por
“pesimismo dominicano”?
Alexis Gómez Rosa, FM, José Mármol, Aleyda Quevedo e Manuel Mora Serrano. Santo Domingo, 2009 |
JM | No creo que el hecho de que se haya marginado internacionalmente la
producción literaria dominicana, sobre todo en el orden poético, se deba a una
secuela del arraigo de la corriente del “pesimismo dominicano” en nuestra
cultura. Subrayo la marginación en el orden poético, pues, como tú muy bien
señalas, la ensayística y la obra didáctica e investigativa de nuestro gran
humanista Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) han sido respetadas y valoradas
internacionalmente. Asimismo, la obra cuentística de Juan Bosch ha sido modelo
de generaciones de escritores latinoamericanos, ya que él es considerado,
merecidamente, como un maestro de todos los tiempos de la narración corta de
habla hispana.
El llamado “gran pesimismo dominicano” es el pensamiento generado por
intelectuales de inicios del siglo XX que habían sido, discípulos unos,
colaboradores otros, del maestro Eugenio María de Hostos (1839-1903),
transformador en 1880 de nuestro sistema de educación. Además, esos
intelectuales se habían forjado al amparo de la influencia tardía de la
Ilustración europea y su visión despótica del ejercicio político. Estos
resortes espirituales les hicieron ver en el atraso y la pobreza de los
dominicanos de inicios del siglo XX un hecho derivado de un sentimiento de
infravaloración propia, en términos ontológicos y culturales, y de inviabilidad
política de la nación y el Estado, en términos políticos, en cuyas causas
incidían aspectos étnicos (demasiada sangre africana) y de alimentación, entre
otros relacionados con supuestas costumbres inferiores del pueblo dominicano y
barreras de carácter ecológico. De ahí que pensaran en la inmigración europea
como única fuente para impulsar el crecimiento económico, cultural y social del
país, a pesar de que algunos se opusieron a la primera ocupación norteamericana
de nuestro suelo. Antes que ingratitud, alienación o falta de amor por la
patria lo que bullía en el pensamiento de estos hombres era el apego a la
cientificidad de su análisis frente a una nación extremadamente pobre, casi
analfabeta y con un grado extremo de inmadurez o inexistencia de instituciones
jurídico-políticas. Entre esos pensadores destacan los discípulos directos de
Hostos como Américo Lugo (1870-1952), Emiliano Tejera (1841-1923), José Ramón
López (1866-1922) y Francisco José Peynado (1861-1933). A estos se suman otros
intelectuales pesimistas como Francisco Gregorio Billini (1844-1898) y Federico
García Godoy (1857-1924), entre otros.
Tanto Manuel del Cabral como Pedro Mir son, para mí, poetas muy
representativos de la calidad estética y hondura de pensamiento de nuestra
poesía, y está muy bien que se les antologue, pese a que hay otros poetas de
igual valía que se han ignorado sistemáticamente. Insisto, no obstante, en
creer que no haber incluido poetas dominicanos fundamentales en antologías
representativas de la poesía hispanoamericana contemporánea, o del siglo XX, es
un craso y muy lamentable error por parte de los antologistas, generado, las
más de las veces, por falta de información, a veces desinterés y otras veces,
por simple ignorancia. No se podría jamás antologar apropiada y objetivamente
la poesía latinoamericana excluyendo la poesía del Caribe hispánico; y este
último quedaría incompleto si solo se pensase en Cuba y Puerto Rico, cuando
República Dominicana es parte integral de esa gran literatura escrita a lo
largo de varios siglos en las tres mayores de las Antillas caribeñas.
FM | A propósito de todo esto, me gustaría que me hablaras sobre lo que me
parece una profunda falta de autoestima, posiblemente la característica deflagradora
del perfil dominicano. Pienso en el caso de Vigil Díaz y sus jitanjáforas
escritas antes que Mariano Brull. También cabe recordar aquí otras
circunstancias. El venezolano Simón Rodríguez, o el ecuatoriano Hugo Mayo y el
panameño Rogelio Sinán, por ejemplo, anticiparon triunfos estéticos sin que
jamás hayan sido reconocidos. No basta descubrir la tierra, hay que anotarla en
el registro civil.
JM | De veras que, a mi ver, no se trata de falta de
auto-estima, como señalas. No. Se trata, más bien, de una falta de visión
proyectiva y prospectiva, que en términos ontológicos y geográficos, antes que
epistemológicos o psicológicos, tiene que ver con nuestra condición de isla,
con nuestra insularidad geográfica, que a veces, se equipara a una insularidad
mental. Nuestro excelso músico, investigador y poeta Manuel Rueda (1921-1999),
creador del vanguardista movimiento Pluralista, en 1975, sostiene en su ensayo
introductorio a la obra Dos siglos de literatura dominicana, poesía (Vol. I,
1996) que, en efecto, con anterioridad al cubano Mariano Brull, el dominicano
Vigil Díaz (1880-1961), fundador de la postura estética del vedrinismo, había
ya ensayado ampliamente las técnicas de las “jitanjáforas”, llamadas así por el
gran humanista mexicano Alfonso Reyes. Asimismo, Max Henríquez Ureña
(1895-1968), por otra parte, dejó constancia de la precedencia de los
“aponemas”, basados en giros idiomáticos todavía más abstractos, propios del
único discípulo tardío de Vigil Díaz, el también dominicano Zacarías Espinal
(1901-1933). Estos autores crearon temprana consciencia en nuestro país, de que
el problema central de la escritura poética es el lenguaje, por lo que habría de
procurarse una cada vez mayor libertad verbal en la creación y un vivo contacto
con las corrientes literarias universales. Algunos investigadores, entre ellos
Rueda, atribuyen a Vigil Díaz la introducción del versolibrismo en la tradición
poética dominicana, sobre todo, con su obra de 1921 Galeras de Pafos. Pero,
otros autores, como por ejemplo, Manuel Mora Serrano (1933), defienden la
preeminencia del postumismo, cuyo manifiesto literario se publica en 1921,
sobre el vedrinismo, atribuyendo, además, al postumista por excelencia, Domingo
Moreno Jimenes (1894-1979), la introducción del verso libre en la poesía
dominicana., con todo y que se aferraba a un localismo extremo y renunciaba a
la herencia de la tradición literaria occidental. Esta suerte de gigantomaquia
poética, esta lucha conceptual entre vedrinistas y postumistas, que tiene lugar
a inicios de los años 20, sentará las bases de la bifurcación de la poesía
dominicana posterior, remarcando la oposición entre vanguardismo y
tradicionalismo, entre poesía preocupada por el lenguaje y poesía preocupada
por los contenidos ideológicos de éste. Esta pugna estética tiene lugar en
momentos en que la poesía de Latinoamérica presentaba una efervescencia
similar. Luego, no estábamos fuera de contexto o desfasados. Lo que ha hecho
falta es trazar una visión arqueológica, o bien, una acepción de escorzo, que
permita ver nuestra evolución poética en el contexto de la literatura de habla
hispana más allá de las fronteras geográficas de la media isla y de la misma región
del Caribe hispánico. Este necesario proceso de contextualización de nuestra
producción literaria ya empieza a germinar, y espero que prontamente podamos
ver sus frutos. No se trata, pues, de falta de autoestima, sino de una ceguera
de prognosis, que descansa en nuestra crítica literaria y, como decía Ortega y
Gasset, una ausencia de sentido de futurición.
FM | Leí una entrevista con Alexis Gómez-Rosa, donde
dice que los escritores dominicanos actuales perdieron “la necesaria curiosidad
por lo que pasa al otro lado del charco”. Hallé interesante que su comentario
viniese seguido de ejemplifeicaciones: “lo que se produce aquí en la isla está
muy lejos de la sensibilidad que mueve Néstor Perlongher, Osvaldo Lamborghini y
Arturo Carrera” y entonces cita outros nombres: David Huerta, Gerardo Deniz,
Coral Bracho, Mirko Lauer, Enrique Verástegui, Paulo Leminski, Andrés Sánchez
Robayna, hasta concluir: “siempre he creído que los escritores dominicanos son
los enemigos número uno de la literatura dominicana”. Me extiendo porque
concuerdo parcialmente con lo que dice Gómez-Rosa; o sea, disiento de él cuando
cita una lista caótica, una mezcla de generaciones y cualidades. Propongo que
dejemos afuera al catalán Robayna (un buen poeta) y al brasileño Leminski (mediocre),
restringiéndonos al universo hispanoamericano. Si pensarmos en el barroquismo
desgastado de una corriente equívoca denominada por Néstor Perlongher
“neobarroso”, en verdad una obsesión por uma escritura dificultosa –lo que no
la relaciona con la complejidad estructural natural del barroco propio de un
Lezama Lima–, especie de callejón sin salida donde fueron a dar poetas como los
peruanos Lauer y Verástegui, de toda esa lista de Gómez-Rosa no vería poesía
consistente salvo en la obra de Gerardo Deniz. Y me parece que el encantamiento
de Gómez-Rosa es lo mismo que veo en otras partes, o sea, una obsesión por lo
nuevo a qualquier costo. ¿Qué piensas de todo esto?
JM | Comparto, en lo general, tu criterio. La tendencia “neobarrosa”, de notable ascendencia
en la poesía de habla hispana escrita en Estados Unidos durante los últimos
decenios, la veo reducida, muchas veces, a una suerte de idiolecto, de
personalísima experiencia de lenguaje que inflaciona el rasgo léxico de la
lengua, hasta convertirse en una obsesiva erudición de diccionario, un
galimatías con cierta clave lexical. La untuosidad de su barro no llega al
barroquismo. Es una poesía sin poesía, sin aliento verbal.
Con Alexis Gómez Rosa (1950), una de las más representativas figuras de
lo que se conoce en República Dominicana como Poesía de Posguerra, es decir, de
luego de la guerra civil de 1965, ocurre un fenómeno harto interesante. En un
momento generacional en que la poesía de nuestro país asume el compromiso
ideológico-político y su consecuente empobrecimiento estético e idiomático,
entre 1960 y 1980, Gómez Rosa constituye una excepción, debido a que aun
circunscrito a los cánones de la literatura de compromiso social, sobresale en
su praxis poética su interés por el lenguaje, por encontrar nuevos giros
formales, por explorar la dimensión física de la palabra (concretismo), entre
otras preocupaciones formales. De hecho, él y Luis Manuel Ledesma son los
únicos jóvenes poetas que se adhieren, aun fuera en forma efímera, al
pluralismo de Manuel Rueda, que en 1975 planteó una poesía de escritura y
lectura múltiples, con apoyo en la perspectiva concretista del Grupo Noigandres
de Brasil, surgido a inicios de los años 50, y la personal introducción del
pentagrama musical en la escritura de bloque, entre otros recursos visuales.
Esta actitud estética de Gómez Rosa se irá afianzando conforme crece y
evoluciona su propia obra poética, que abarca numerosos y reconocidos títulos.
A ello se agrega su particular experiencia de hombre que vive viajando constantemente
de la media isla a New York, y viceversa. Él es el prototipo del emigrante in
via.
Con todo aquello, más su profundo interés por la poesía actual de habla
hispana en cualquier lugar del mundo, no me extraña, pues, que Gómez Rosa
favorezca, en cierta forma, la concepción y la escritura poéticas del
“neobarroso”, amén de que exalte, con sobrada razón que comparto, las obras de
autores como David Huerta, Gerardo Deniz, Coral Bracho, Octavio Armand y Mirko
Lauer, entre otros. Sin embargo, rechazo la idea de que la tendencia
neobarrosa, en sentido estricto, pudiera modelar algo interesante para la
tradición poética dominicana, aun para su poesía actual, que sí ha estado en
contacto con el pulso y la sensibilidad de movimientos de vanguardia y con lo
más granado de lo que ocurre allende los mares, tanto de América como de Europa
y hasta del Oriente. El propio Alexis Gómez Rosa, con obras como High Q (1985),
primera que trabaja la fórmula oriental del haiku en nuestra poesía, entre
otras, ha impreso una huella de particular vanguardismo en la poesía
dominicana, sin nada que envidiar a otras vanguardias latinoamericanas. En
cambio, un joven poeta dominicano radicado en New York, León Félix Batista
(1964), con obras como Negro eterno (1996) y Vicio (1999), podría estar más
cerca del neobarroso que algunos de los demás poetas hispanos que allí se
asumen según esas premisas vanguardistas. Espero, muy personalmente, que
Batista haya agotado ya su interés en ese magma poético del barro, cuyas
probabilidades de agotamiento efímero en los dinteles léxicos del castellano
son más previsibles que sus perspectivas de diversificación y desarrollo.
Creo, contigo, Floriano, que en el neobarroso, al menos, el que he
alcanzado conocer, hay apenas una obsesión por lo nuevo, como bien subrayas, “a
cualquier costo”, incluso, el de la poesía misma.
FM | En tu Ética del poeta dices que “La poesía
sorprendida y los llamados
Independientes del 40 constituyen el más variado y decisivo aporte al proceso
de enriquecimiento de nuestra tradición poética”. Me gustaría saber sobre qué
base se apoya esta firmación tuya. Tal vez pudieses hablar aquí, hasta por
contraste, de esa “manía ideológica” de la poesía dominicana.
JM | La de inicios de los años 40 es, para mí, la etapa
más rica y fértil de la producción poética dominicana. Tendría que recurrir,
para ser explícito, a mi hipótesis de trabajo acerca de la bifurcación
tendenciada de las estéticas mayores de la poesía dominicana en el siglo XX. En
primer lugar tendríamos la postura vedrinista, que con Vigil Díaz apuesta a una
escritura centrada en la problemática del lenguaje, en el experimentalismo
verbal, en el poema como juego lingüístico y estético. En segundo lugar tendríamos
la postura postumista, con Domingo Moreno Jimenes como principal poeta, y
Andrés Avelino como figura pensante. La obra de Vigil Díaz madura desde la
primera y segunda décadas del siglo XX; los postumistas lanzan su manifiesto en
1921, en el marco de la primera ocupación norteamericana de nuestro país que
duró de 1916 a 1924. Los postumistas apuestan por una poética que exalte los
valores nacionales, en rechazo a posturas universalistas, y su manejo del
lenguaje apela menos al experimentalismo verbal o al esteticismo. De ahí la
doble vertiente en la poesía posterior dominicana. En los años 40, con los
poetas independientes, es decir, no agrupados bajo escuela o manifiesto, y con
el movimiento de La Poesía Sorprendida, tiene la lugar la conjugación de la más
profunda e importante poesía social dominicana (que rescata, pues, aunque sin
adscribirse a su manifiesto, rasgos esenciales del postumismo) con la más
revolucionaria, en términos de apertura del lenguaje poético, concepción y
praxis de la poesía (que implica una ruptura que se reinserta, también a
grandes rasgos, en la postura vedrinista o manierista, si se quiere).
Entre los poetas independientes del 40 figuran voces como las de Héctor
Incháustegui Cabral (1912-1979), Manuel del Cabral (1907-1999), Tomás Hernández
Franco (1904-1952) y Pedro Mir (1913), entre otros. Entre las más señeras voces
de La Poesía Sorprendida figuran Rafael Américo Henríquez (1899-1968), Franklin
Mieses Burgos (1907-1976), Freddy Gatón Arce (1920-1994), Antonio Fernández
Spencer (1922-1995), Aída Cartagena Portalatín (1918-1994), Mariano Lebrón
Saviñón (1922) y Manuel Rueda (1921-1999), para sólo citar algunos. Recordemos
que las primeras obras de estos autores y la conformación de sus planteamientos
estéticos tienen lugar bajo la llamada “era de Trujillo”, sanguinaria y
espantosa dictadura que se extendió desde 1930 a 1961. Concomitantemente con el
apogeo de La Poesía Sorprendida y los Independientes del 40 en República Dominicana
tenía lugar la fértil explosión del grupo Orígenes en Cuba.
A este nutrido grupo de poetas seguirán generaciones como la del 48,
que vive las atrocidades de la decadencia del trujillato, la del 60 y la Poesía
de Posguerra (confrontación cívico-militar de abril de 1965), cuyos
representantes, debido a las coyunturas económico-políticas y jurídicas por que
atravesaba el país, se sintieron proclives al ejercicio de una escritura de
compromiso, más que social, ideológico y partidario. El fenómeno que defines
como “manía ideológica” tendría lugar, aunque no en todos los autores, más bien
en este período. Será, entonces, la Generación de los 80 la que romperá con la
tendencia sociologizante y con las estrecheces ideológico-partidarias de la
poesía dominicana, asumiendo en las estructuras del lenguaje y en la
conceptuación estética actitudes de radical ruptura respecto de la tradición
adocenante, con lo que, consecuentemente, mostrará un mayor interés por los
maestros de La Poesía Sorprendida y por el pluralismo de Manuel Rueda, entre
otras posturas vanguadistas criollas y universales, que por la poesía de
contenido social e ideológico y la herencia postumista.
De todas formas, y para concluir, con una revisión aun sea superficial de la historia de la poesía dominicana del siglo XX, quedaría clarísimo que su período más fértil tiene lugar antes y durante el decenio del 40.
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Dentro do poema – Poetas mexicanos nascidos entre 1950 e 1959, Org. Eduardo Langagne. Fortaleza: Edições UFC, 2009.
A aventura literária da mestiçagem, de Pablo Antonio Cuadra (em parceria com Petra Ramos Guarinon). Fortaleza: Edições UFC, 2010.
III novelas exemplares & 20 poemas intransigentes, de Vicente Huidobro & Hans Arp. Natal: Sol Negro Edições/São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2012.
Sobre Surrealismo, de Aldo Pellegrini (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2013.
Memória de Borges – Um livro de entrevistas (2 volumes). São Pedro de Alcântara: Edições Nephelibata, 2013.
Bronze no fundo do rio, de Miguel Márquez (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2014.
Tremor de céu, de Vicente Huidobro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2015.
Costumes errantes ou a redondeza da terra, de Enrique Molina (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2016.
Reino de silêncio, de Mía Gallegos (edição bilíngue). Teresina: Kizeumba Edições, 2019.
Traduções do universo, de Vicente Huidobro. Natal: Sol Negro Edições, 2016.
O álcool dos estados intermediários, de Gladys Mendía. Santiago: LP5 Editora, 2020.
A tartaruga equestre, de César Moro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2021.
Agulha Revista de Cultura
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