LAS
VANGUARDIAS EN VENEZUELA
AB | Durante las primeras décadas del siglo XX, Venezuela vivió un proceso
político-cultural que en muchos aspectos fue contrario al que se dio en la
mayoría de los países del continente. En 1898 se inició una larguísima
secuencia dictatorial, con cuatro períodos consecutivos que cubrieron casi
medio siglo, comandados por hombres de armas y militares de proveniencia
regional andina (la zona
más conservadora del país), específicamente del Táchira, estado limítrofe con
Colombia.
Al
inicio del siglo, Venezuela era uno de los países más pobres del continente,
dependiente de una producción agrícola (café y cacao, principalmente) con
precios fluctuantes, y una elevada población rural, que era fundamentalmente
analfabeta. Pero esta situación cambia radicalmente con la explotación
intensiva del petróleo, realizada a través de concesiones a empresas
internacionales. Es sólo a partir de finales de los años veinte y durante el
período central del gobierno de Juan Vicente Gómez (no casualmente propietario
cafetalero, quien permanece en el poder desde 1908 hasta su muerte, a finales
de 1935), que comienza un lento proceso democratizante, si bien habría que
esperar aún diez años más de dictadura. Sobre esa base económica y política,
con abierto apoyo norteamericano, Gómez creó la primera ilusión de nación
centralizada y unida de la experiencia nacional. Se pagó la deuda externa, sin
discutir su procedencia ni poner en cuestionamiento sus condiciones de
contrato. Se construyeron carreteras por todo el país, fundamentalmente con
mano de obra forzada de presidiarios, gran parte de ellos de origen político.
Se centralizaron las finanzas públicas, a la vez que el presidente se convertía
en uno de los hombres más ricos del continente. Finalmente, se creó un ejército
regular e institucionalizado, que detuvo para siempre las aspiraciones políticas
violentas de otras zonas, en particular, las propias de la explotación
petrolera.
No
se ha hecho suficiente énfasis, ni sacado las consecuencias necesarias, del
hecho de que fuera precisamente al final de este período central de Gómez
cuando se publicara el único número de la única revista que en ese entonces
tuvo una impronta abiertamente vanguardista en Venezuela: Válvula, en enero de
1928, si bien hubo algunos atisbos en publicaciones anteriores. Válvula ha sido
considerada, de manera un tanto exagerada, como la manifestación fundamental,
el hito del esfuerzo vanguardista venezolano, y ha sido vista como equivalente
a otros movimientos de la vanguardia continental. Pero varios hechos cuestionan
la exactitud de esta apreciación. En particular, la revista no fue expresión de
un grupo estable y ni conformado como tal, y sus colaboradores provenían al
menos a dos generaciones distintas, así como el que no todos los textos
muestran búsquedas vanguardistas. Además, esta publicación se llevó a cabo en el
momento justo en que, después de muchos años de violencia y dictadura, se
despertaba un espíritu de confrontación política que surgía de lo cívico. Era
el nacer público de una generación política conocida precisamente como la del
28, la cual tomaría las riendas del país a partir de la segunda mitad del
siglo, significativamente con la figura referencial del novelista Rómulo
Gallegos como presidente.
En
efecto, la revista y el manifiesto “Somos”, que abría sus páginas en nombre de
“La redacción”, fueron superados a apenas un mes de su aparición por los
eventos estudiantiles de febrero de ese año, y esto no puede ser obviado en el
análisis de su inscripción y trascendencia propiamente artística. Fue evidente
que las expectativas “rebeldes” de su retórica juvenil se quedaron cortas,
dejándola sin fundamento. Era la sociedad la que se había “vanguardizado”, y la
juventud universitaria asumió la égida de la relación cultura-sociedad a través
del escarnio al gobierno, exigiendo de manera novedosa cambios a la realidad
dictatorial. Así, se aprovecharon los festejos de la “Semana del estudiante”,
durante el carnaval de ese año, para elegir una reina a la que le dedicaron
discursos y poemas, algunos de ellos en mofa y claramente metafóricos del ansia
de libertad represada, que podríamos interpretar como verdaderos happenings. El gobierno apresó a los líderes
estudiantiles, lo que trajo la solidaridad inmediata de la mayoría del
estudiantado, llevándose a la cárcel 213 de los 320 estudiantes de la
Universidad Central de Venezuela. En válvula y “Somos” no se advierte siquiera
el rumor previo de este evento, incluso si se considera que algunos de los
participantes también estuvieron en la revuelta estudiantil. “La redacción”
había evitado el terreno político y la muestra de compromiso alguno, a
diferencia de grupos constituidos de vanguardia en el Caribe, Centroamérica y
la región andina. Esto hubiera sumado a la acción de los estudiantes la
rebelión de la imaginación estética en un acto coherente de renovación arte/vida,
y le hubiera dado un asidero de más profunda rebeldía a las posturas literarias
de la revista. Pero, en particular, quizás hubiera podido postergar la
prematura y definitiva desaparición de válvula, que se anunciaba como
mensuario. Lo evidente es que ya no era suficiente el silencio tras bastidores
estéticos.
En
cuanto al proceso específico de la literatura, es difícil sostener que el
momento de las vanguardias históricas en el país se viviera como un
enfrentamiento generacional o una contraposición estética con el modernismo,
que al contrario mantuvo una natural influencia sobre el medio. [1] Por un lado, surgió un conjunto de escritores
renovadores, conocido como Generación del 18, entre quienes se contaban los
poetas Fernando Paz Castillo y José Antonio Ramos Sucre, y coetáneos a ellos,
aunque un poco más tarde, aparecen obras de escritores que ocupan el siempre
dudoso entre-lugar posmodernismo-prevanguardismo-vanguardismo, que no ha
logrado ser categorizado todavía de modo convincente y satisfactorio. Es lo que
ha intentado el crítico venezolano Javier Lasarte al defender un espacio propiamente
posmodernista (con los vanguardistas dentro),
[2] que incluye a los narradores Julio Garmendia,
Enrique Bernardo Núñez y Teresa de la Parra. Para mayor complejidad, la
atención del campo literario se vio copada por Rómulo Gallegos y la publicación
de Doña Bárbara, obra paradigmática del realismo social latinoamericano, la
llamada novelística de la tierra, en 1929.
En
efecto, habría que flexibilizar el criterio de análisis, quizás muy marcado por
la discusión europea, para poder nombrar la complejidad y la potencialidad
estética del momento en Venezuela, con una pulsión vanguardista que no se
instaló entonces de manera radical en ninguna de las artes, y que habrá que
relacionar con el cansancio dictatorial, que llevó las aguas juveniles hacia
derroteros más evidentes de acción política. Y, quizás sea fundamental para
entender la caracterización nacional, que no se negaron los aportes de
escritores mayores del modernismo, y que no tenían por qué negarse, pues se dio
una modernización con otro tono, como también se verifica en las otras artes.
Coincidimos con Riobueno cuando afirma que “más que un intento de
discontinuidad y ruptura, la vanguardia busque una solución de continuidad en
la que la tradición y el pasado se conviertan en elementos fundamentales de la
innovación”. [3]
FM | Los movimientos locales, ¿estaban de acuerdo con las ideas de las
vanguardias europeas correspondientes o acaso agregaban algo distinto?
AB | Como vimos, difícilmente se pueda hablar con propiedad de un
“movimiento local”, sino más bien de inquietudes y tendencias vanguardistas en
un conglomerado mayor de renovaciones varias y muy individualizadas, si bien
despertaron la vocación creativa de algunos de los escritores más jóvenes, y
les abrieron un temprano espacio en el campo literario nacional, en particular,
en cuanto al narrador y ensayista Arturo Uslar Pietri.
No
obstante, si mantenemos enfocada la mirada sobre válvula, como lo más cercano a
la propuesta, avalaríamos la percepción de Nelson Osorio de que “Somos”
(seguramente escrito por el mismo Uslar Pietri) recoge los aspectos más
reaccionarios del futurismo italiano, que sorprendentemente y por muchas vías,
se conoció y discutió en Venezuela. Frases como “válvula es la espita de la
máquina por donde escapará el gas de las explosiones del arte futuro”, no dejan
dudas al respecto. La novela de Uslar Pietri, Las lanzas coloradas (1931),
escrita fundamentalmente en París durante su desempeño diplomático (después de
las acciones estudiantiles de 1928, en las que no participó), ha sido vista
como el logro fundamental de la narrativa vanguardista venezolana. En efecto,
en ella son evidentes las conquistas técnicas y el lenguaje vanguardista de una
escritura casi cinematográfica, no obstante muestra una actitud racista y una
carga reaccionaria en la figura del líder-héroe ausente (de la trama), un Deus
ex machina de la historia nacional, el “esperado”, el caudillo que debería
redimir la desequilibrada situación social que había provocado el
enfrentamiento de grupos sociales durante la guerra de independencia. Osorio
concluye: “la inicial afiliación a la vanguardia literaria de Uslar Pietri está
marcada por el espíritu conservador y decadente que se evidencia en su
admiración por los aspectos más reaccionarios del Futurismo”. [4]
FM | ¿Qué relaciones mantenían estos mismos movimientos con las corrientes
estéticas de los demás países hispanoamericanos?
AB | Ciertamente, la incomunicación entre nuestros países ha sido la más
grave debilidad histórica de nuestra presencia en el mundo, y un espacio
vulnerable que todavía persiste. No obstante, creo que las vanguardias
históricas provocaron un intento de comunidad imaginada, que sólo en parte
substituía la falta de una experiencia real compartida. Y se dio,
fundamentalmente, gracias a las revistas continentales paradigmáticas de la
época (Amauta y Repertorio Americano, entre ellas, ambas con vocación y
difusión continental) y al esfuerzo particular de algunos grupos con influencia
regional. Fueron muy pocos los autores venezolanos que participaron en esas
publicaciones, en particular, Antonio Arráiz (visto como un prevanguardista),
más tarde Miguel Otero Silva (de la Generación del 28 y de convicciones
comunistas), y algo de Rómulo Betancourt (socialdemócrata y el político más
importante de esa generación). Venezuela no tuvo una revista equivalente, como
tampoco un esfuerzo editorial a lo que significó El Cojo Ilustrado (1896-1907)
para la generación modernista.
La información, de todos modos circulaba, seguramente,
gracias a las revistas argentinas. [5] La cercanía en fecha y tono del manifiesto “Somos” con el artículo de
Uslar Pietri “La vanguardia, fenómeno cultural” –que el mismo escritor había
publicado en la prensa nacional, en diciembre de 1927–, hace pensar que ambos
textos tuvieron como interlocutor oculto a César Vallejo, lo que no deja de ser
curioso y sorprendente. El artículo se puede leer como respuesta, rechazo y
hasta cierta burla de las posiciones duramente críticas del vanguardismo
continental que hace Vallejo a su generación, desde París. En “Contra el
secreto profesional”, de ese mismo año, denuncia la falta de personalidad y
precisamente novedad de los vanguardistas, advirtiendo sobre la retorización
que era ya evidente en muchos de los grupos. Si bien el peruano no era todavía
conocido ni reconocido como la mayor contribución de las vanguardias históricas
al mundo estético occidental, en particular por Trilce, seguramente causó
escozor en muchos de los jóvenes “activistas” de la “nueva sensibilidad”. Esto
permite entender el tono defensivo de grupo (que en realidad no era válvula,
como ya se señaló) del texto y el manifiesto de Uslar Pietri.
FM | ¿Qué aportes significativos de las vanguardias fueron incorporados a la
tradición lírica y cuáles son sus efectos en los días de hoy?
AB | Primero habría que señalar que el impacto inicial se da más
particularmente en la narrativa que en la lírica, y que fue allí donde se
dirimieron las posiciones alternativas que expresaron el momento. No obstante,
en Venezuela tampoco hubo obras narrativas radicales (ni en ninguna de las
otras artes) del tipo Casa de cartón, Memorias sentimentais de João Miramar o
La señorita etc. Una vez descrita la situación nacional se podía prever que las
negociaciones estéticas y la contaminación política fueran determinantes en los
primeros años treinta.
La
historiografía nacional, incluso en manos de críticos de referencias marxistas
como Domingo Miliani y Orlando Araujo, ha analizado el desenvolvimiento de la
novela en los años treinta como una combinación de Las lanzas coloradas y Doña
Bárbara, una suerte de ecuación vanguardia + criollismo. No obstante, habría
que al menos incluir a Enrique Bernardo Núñez, con Cubagua (también de 1931)
como un rumbo muy distinto, fuertemente marcado por la vanguardia, en tensión
con elementos modernistas. Lo primero le sirve para enmascarar el sentido
político profundo de su crítica al proyecto neocolonial del gomecismo, con un
complejo entramado temporal que se expresa en términos formales en la trama,
pero también en la constitución estética de los personajes y a nivel del lenguaje (imágenes, símbolos, relación motivo/tema). [6]
Para nosotros, éste es el legado más personal y profundo de las vanguardias en
la narrativa nacional, si bien ha sido muy
lentamente estudiado y apenas reeditadas sus obras.
Con
respecto a la generación siguiente, ocupan el espacio propiamente de avanzada
los poetas del grupo Viernes (1939-1941), que se abren de manera declarada a
las influencias de las vanguardias internacionales (“la rosa de los vientos”),
pero como en muchas otras situaciones continentales priva en ellos el
surrealismo. De ahí se desprende una línea de comportamiento estético
vanguardista que singularmente cruzará lo político, en particular al llegar al
final de una nueva dictadura en el decenio de 1950 (de Marcos Pérez Jiménez,
también militar y tachirense), con el grupo “Sardio”, y un poco más tarde,
dentro ya de la década violenta, “Tabla redonda”, que apoyó desde lo
intelectual, más que propiamente artístico, las luchas guerrilleras, hasta
llegar, incluyendo algunos de “Sardio” radicalizados hacia la izquierda, a “El
techo de la ballena”, con una intensa participación de las artes plásticas. Fue
este último grupo el que más radical y virulentamente interpeló la
estabilización petrolera desarrollista de la sociedad venezolana, la
norteamericanización de la sociedad y de sus gustos. Si fuera necesario
destacar (que no lo es), hay finalmente una presencia verdaderamente radical y
finalmente provocadora, casi anarco-dadaísta, con mucho humor negro y
agresividad, abriéndose a la confrontación declarada, con exposiciones como
“Homenaje a la necrofilia” (Carlos Contramaestre) y poemas de escarnio como
“Duerme usted, Señor Presidente” (Caupolicán Ovalles), dedicado a Rómulo
Betancourt. Si luego se vislumbra en el país ese eterno retorno de las
vanguardias y sus post, ya institucionalizadas o propicias para la
institucionalización, manifiestos más, grupos menos, el “Techo” fue
definitivamente el techo de ese decurso vanguardista.
FM | Los documentos esenciales de las vanguardias, ¿se han recuperado?, ¿es
posible tener acceso a ellos?
AB | Sí, ya varios críticos lo han hecho, recopilado y publicado. Entre
ellos hay tres libros de Nelson Osorio: El futurismo y la vanguardia literaria
en América Latina (Caracas: Celarg,
1982), La formación de la vanguardia literaria en
Venezuela: antecedentes y documentos (Caracas: Academia Nacional de la
Historia, 1985), y Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguardia
literaria hispanoamericana (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1988). Además de Manifiestos literarios Venezolanos (Caracas: Monte Ávila
Latinoamericana Editores, 1992), de Juan Carlos Santaella.
NOTAS
1. Desde finales de siglo
XIX, se impuso en el país un importante conjunto de narradores y ensayistas,
entre los que se contaban Manuel Díaz Rodríguez, Pedro Emilio Coll, Luis Manuel
Urbaneja Achelpohl y Pedro César Dominici. Estos participaron activamente en
dos revistas relevantes y duraderas, que les dieron conformación generacional, Cosmópolis
(1894-1899) y El cojo ilustrado (1892-1915), alcanzando notable
presencia en el medio literario nacional, a pesar de la dictadura y quizás
precisamente por mantenerse al margen de la discusión política.
2. Javier Lasarte, Juego
y nación, Caracas: Fundarte, 1995.
3. Ihana Riobueno, “1928
¿Vanguardia en Venezuela? (Algunas reflexiones desde las revistas)”,
Memorias del XXIII Simposio de Docentes e Investigadores de la Literatura
Venezolana: Trujillo, del 19 al 22 de noviembre de 1997, Trujillo:
Universidad de los Andes, 1998.
4. Nelson
Osorio, El futurismo y la vanguardia literaria en
América Latina. Caracas: Cuadernos del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos,
1982.
5. En Válvula, que
incluía bastante publicidad comercial, una librería de la capital afirmaba
tener: “Jarana, la revista
vanguardista del Perú. Pronto recibiremos Martín Fierro y todos los
libros de vanguardia argentina”.
6. A diferencia de la
caracterización que se ha hecho de Las
lanzas coloradas, interesa que en un vasto estudio sobre la novela
vanguardista latinoamericana, Niemeyer vea en Cubagua un “marcado perfil vanguardista”, mientras que Las lanzas le parezca “a primera vista,
bastante más convencional”. Niemeyer, Katharina, “Subway” de los sueños, alucinamiento, libro
abierto: la novela vanguardista hispanoamericana, Madrid: Iberoamericana, 2004.
∞
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Bronze no fundo do rio, de Miguel Márquez (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2014.
Tremor de céu, de Vicente Huidobro (edição bilíngue). Natal: Sol Negro Edições, 2015.
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